el barco de cristal

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EL BARCO DE CRISTAL
El sonido del agua,
la pureza de su canto prístino entre los guijarros…
Cuerpo líquido continuo, que alimenta los dulces canales
que construía para su Barco de Cristal.
El pueblo entero le amaba,
las montañas y los árboles, también.
Las flores sentían envidia de su frescura,
y yo, las provocaba arrancando sus pétalos para derramarlos
por donde pasearan sus pies descalzos…
El Sol implacable en lo alto,
nunca fue obstáculo para el fruto de mi carpintería.
Trabajaba arduo pero con alegría…
Por el gozo de saberla mía…
Con sudor y barro dentro de mis uñas,
urdía con alborozo la tierra,
cavando el terreno con una destreza pura,
alentado por el respeto de todo un pueblo fascinado
por la fuerza del sentimiento que me movía…
Aunque, ella nunca lo llegaría a saber…
Removí millones de toneladas de tierra,
sólo para canalizar las vías de agua dulce,
que creí, mi amada tanto merecer.
Pero, mientras trozaba un pedazo de pan en horas del desayuno,
le vi correr entre los girasoles,
y tropezó graciosamente con una colmena de plumas
que los gansos proveyeron, tan afanosamente.
Reí con júbilo y orgullo… ¡Era toda mía!
Las abejas trataban siempre de robarle un poco
del néctar que emanaba su frente rosada,
y yo no podía concebir mayor perfección,
que el deleite de ver,
cuán sabrosa podría ser una fresa deslizándose por sus labios,
para caer en el vientre de mis más cándidos deseos.
Sorteé las travesuras de los topos,
las conejeras abandonadas y las trampas de los cazadores.
Renuncié voluntariamente a dormir,
¡debía trabajar día y noche!
Pensando que cada segundo que perdía
era uno menos en que podía hacerla feliz.
Y aunque el cuerpo me flaqueaba,
la fuerza de la gente;
maravillada por la gran obra que ejecutaba,
me inyectaba el oxígeno necesario,
dentro del torrente sanguíneo.
Además, de verla correr a través del campo de girasoles,
¡qué mejor energizante!
Alentando así, mis músculos trabajar al extremo.
Un día, mi amada cortó un pedazo de la bandera del pueblo,
¡y la besó con fuerza!,
para lanzarla viva al viento.
La gente impresionada,
contemplaba como ese trozo de lino se transformaba en un ave de luz,
para perderse por el valle repleto de viñedos,
esparcidos como fresas sobre las piernas de mi adorada compañera…
Aquella imagen me daba más fuerza,
el mensaje de esa ave, ¡una señal!
Esa noche,
nos permitimos un pequeño tiempo a solas,
no dije nada, excepto besarla con intensidad.
El contacto cálido de las comisuras,
el sabor de mi preciada fresa en el aliento,
el cometa que nos sobrevoló regándonos de brillo,
fueron los testigos de nuestro compromiso.
Mas nunca, cruzamos palabra alguna.
El cuerno del trabajo volvía a calar hondo en mi mente fresca,
¡revestida de caprichos e ilusiones!
Naturalmente,
mi cuerpo llegó al límite de no soportar más,
el sentimiento era algo demasiado difícil de seguir.
Así, inevitablemente, la muerte me vino a visitar,
mientras yacía arando una zanja,
¡a suspiro batiente!,
deteniéndome, cada cierto intervalo,
para tocarme los labios sonrientes.
La dama vestida de negro,
quedó tan sorprendida de la energía que irradiaba,
que tuvo que dignarse a preguntar por el motivo,
dejando de lado el protocolo a seguir.
Le expliqué, ganoso, las razones,
los girasoles que jugaban con ella,
las abejas desesperadas y el cometa que nos bendijo.
Así, rechacé con cortesía su propuesta
de matrimonio con el lazo de la eternidad;
aquel que ningún hombre puede rehuir.
Fui tan categórico, dulce y convincente,
que esta dama de cuerpo vacío,
comprendió conmocionada.
Tenía cabal conocimiento del ángel que me estimulaba hasta la fatiga,
e inmediatamente, me ofreció ayuda
para seguir cavando y transportar piedras.
La muerte me dijo que estaba loco,
pero, que la maravilla de mujer que veneraba,
justificaba todo desafío,
inclusive afrontar la más despiadada de las torturas, siquiera inventadas…
(si eso costase poseer su mano).
Entonces, con un gran respeto, mutuo,
me perdonó la vida carnal,
devolviéndome el aliento y el rigor de los músculos,
potenciando también,
el sentimiento que adopté para siempre...
Las aves supieron de mi encuentro con la muerte,
y volaron para llevar el chisme a sus hermosos ojos.
Vi esas lágrimas recoger el cénit de la angustia,
quise consolarlas, pero la noche las ocultó de mis
manos entumecidas.
Reinicié mi obra,
sin la frescura de un semblante feliz,
con mis ojos azorados,
rogando que el infortunio no germinase más.
Ni siquiera advertí haber terminado la construcción de todos los canales,
ya que, finalmente,
lograba dar con el misterioso océano y toda su grandeza,
que sólo puede ser abarcada en sueños confusos.
¡Quedé sin discurso!,
¡Boquiabierto!
Con el canto de las gaviotas en lo alto…
¡Había culminado mi obra!
Mientras, mi prometida,
ya venía navegando en su barco de cristal,
disfrutando de surcar las aguas tal como las visiones de sus fantasías.
La totalidad del pueblo le seguía,
caminando por las riberas,
sonriendo y aplaudiendo,
era un gran deleite verla surcar aquellas aguas frescas,
rodeadas de cisnes como escoltas.
La muerte,
volvió repentinamente, a mi lado.
Y me dijo que nunca había visto semejante hermosura, y obra tan digna…
Le contesté que yacer entre sus brazos, navegando,
mientras su mano acariciando mi cabello,
debía ser algo mucho más valioso
que todo lo que poseían los serafines en el paraíso.
Y juntos, le contemplamos cruzar la desembocadura al mar,
que se coronaba con un sol ruborizado de placer.
El barco navegaba majestuoso,
internándose cada segundo más dentro del pecho del océano,
que le ofrecía aquella hostia de rubí sentada sobre el horizonte.
No pude evitar los ojos vidriosos,
He ahí como he podido hacer feliz a un ángel
− Le comenté orgulloso a la dama de negro…
He ahí una gran obra por vuestras artes, hijo mío.
He allá como navega la inspiración,
entrando en el recuerdo de la belleza plena de este mundo,
que por cierto no volverá…
− Cantó la muerte, mediante suspiros,
despidiéndose de mí, con un beso gélido.
La gente del pueblo sobre la playa.
Yo con mis manos destrozadas de tanto arar.
Y la muerte a lo lejos, evaporándose sobre una duna.
contemplamos todos, al sol llevarse a la cama a nuestra princesa.
¿¡Qué hubiese dado por haber sido esa circunferencia de fuego!?
Por haberle hecho el amor en un día como éste…
− Me dije a mí mismo con un quejido.
La muerte antes de desaparecer,
me preguntó por su nombre, y no supe qué responder…
Después de un largo silencio,
y cuando ya no hubo nadie excepto mis rodillas penetrando en la arena,
cerré los ojos y susurré:
Nunca nadie podría saber su nombre.
Nunca podríamos haberlo descubierto.
Sólo supimos que sería el primer y único sueño que compartiríamos despiertos…
Jamás podríamos navegar junto a una ilusión en común.
Creo que valió la pena el sacrificio de vivirlo…
Para mi Vladka…
Ni con todo el sacrificio que realice en la historia,
será fruto suficiente para pagar a la Naturaleza divina,
de haberte puesto sobre el camino de mi vida
Marcelo Blu 2012 ©
El Barco de Cristal, es parte de la obra “Arena sobre Nieve”
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