La mujer que ungió a Jesús. Una fe hecha perfume 1. Una vida en proceso No sabemos nada de la historia de esta mujer: ni su nombre, ni su procedencia, ni lo que ocurrió en su vida después de ungir a Jesús. Sí podemos deshacer el error de confundirla con María Magdalena (el texto de Mc no lo dice) o con las otras mujeres que ungieron a Jesús (la pecadora de Lc 7, 36-50 y María de Betania en Jn 12, 1-11). Recordamos la escena: «Estando Jesús en Betania, invitado en casa de Simón el leproso, llegó una mujer llevando un frasco de perfume de nardo auténtico muy caro; quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza» (Mc 14, 3). El personaje de la mujer aparece situado estratégicamente entre dos datos sobre el complot para dar muerte a Jesús: «Faltaban dos días para la Pascua. Los sumos sacerdotes y letrados buscaban apoderarse de él con una estratagema y darle muerte. Pero decían que no debía ser durante las fiestas para que no se amotinase el pueblo. [...] Judas Iscariote, uno de los doce se dirigió a los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo se alegraron y se comprometieron a darle dinero. Y él se puso a buscar una oportunidad para entregárselo» (Mc 14, 1-2. 10-11). Aquellos de quienes más fidelidad podría esperarse (los jefes religiosos y uno de los discípulos de Jesús), están tramando su pérdida, mientras que una mujer anónima va envolverle en un perfume de fiesta. En el centro de la trama, junto a un Jesús acosado por los lazos de la muerte, aparece ella claramente situada a su favor. La escena tiene lugar en Betania y no en Jerusalén; el escenario es la casa de Simón el leproso, cuyo nombre se asocia inmediatamente al ámbito de lo impuro y de lo alejado de la santidad. Estamos ante una alternativa al mundo de lo sagrado, lo mismo que ocurría en el encuentro con la mujer del flujo de sangre (impura por su enfermedad) y la sirofenicia (impura por su condición de pagana). El texto nos dice de ella que se trata de una mujer rica (el perfume que trae era muy caro y el vaso que lo contenía también); que es audaz y decidida porque irrumpe en un banquete al que no ha sido invitada y se atreve a realizar un gesto que era propio de los profetas (ungir a alguien en la cabeza). 2. Sombras, luchas y resistencias En el caso de esta mujer, las ‘sombras y resistencias’ no proceden de ella sino del entorno que la rodea: «Algunos comentaban indignados: ¿A qué viene ese derroche de perfume? Podía haberse vendido por trescientos denarios para dárselo a los pobres. Y la reprendían». El ambiente festivo en que transcurría la cena se ha quebrado lo mismo que el frasco y se ha transformado en tensa indignación. En el ámbito cerrado de la sala había irrumpido una ráfaga de libertad, desestabilizando y alarmando a los que pretenden saber siempre qué es lo ortodoxo, lo seguro y lo adecuado. Había que sofocar y reducir aquella amenaza, catalogarla de insensata y echar sobre ella la red de los cazadores, tejida con los hilos envolventes de la utilidad y el dinero: ‘qué derroche’, ‘qué desperdicio’, ‘cuánto despilfarro’, ‘qué afrenta para los pobres’. Los ‘indignados’ aparecen como partidarios de la lógica del cálculo (el plano de la eficacia, la medida, la razonabilidad…) y hostiles a la lógica de la gratuidad (es decir, la esplendidez, el amor generoso…). Plantean una sentencia falsa: no se pueden realizar gestos que expresen amor y esplendidez porque hay que convertirlo todo en dinero «para los pobres». Sin embargo Jesús está indisolublemente vinculado a los necesitados de este mundo y él es siempre representante de los pobres. Su postura está absolutamente en contra de la figura de Jesús que aparece en todo el Evangelio como ‘Señor de la desmesura’, del derroche, la pérdida y la entrega. Ellos se resisten a participar de esa manera de ser suya y entrar en su lógica. 3. La fe de una mujer nueva Es Jesús mismo quien toma partido por la mujer y proclama el acierto de su gesto: «Pero Jesús dijo: Dejadla, ¿por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena conmigo. A los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; en cambio, a mí no me vais a tener siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a ungir mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que en cualquier parte del mundo donde se pregone la buena noticia se recordará también lo que ha hecho ella» (Mc 14, 3-9). Podemos reconocer en ella la identidad de una verdadera discípula de Jesús: En medio de la ceguera de los que rodean a Jesús, ella ha sabido reconocer el momento decisivo que se acerca y ha obedecido su mandato de permanecer vigilante (Mc 13, 33). No ha venido a pedir nada, sino a ofrecer gratuitamente, obedeciendo la palabra de Jesús: «la medida con que midáis la usarán con vosotros» (Mc 4, 24). Siguiendo el envío del Maestro: «Id por todo el mundo proclamando la buena noticia a toda la humanidad» (Mc 16, 15), ella se anticipa a ese mandato. En una ocasión Jesús había preguntado: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Mc 8, 27). Ella da su respuesta sin pronunciar una palabra y con su unción lo proclama rey y mesías. Su gesto de derroche y vaciamiento la ha puesto en el camino de esa pérdida que, según Jesús, conduce a la ganancia (Mc 8, 35) y, al revés que el joven rico (Mc 10, 21), ella parece haber concentrado todo su poseer en el perfume de gran precio y lo ha dado al Pobre por excelencia, a aquél que sólo posee unas pocas horas de vida. Como discípula del Hijo del hombre que no ha venido a ser servido sino a servir (Mc 10, 45) ella toma el camino del servicio y con su gesto de derramar el perfume se está anticipando al de Jesús en su última cena: «esta es mi sangre derramada por muchos» (Mc 14, 24), y cumpliendo el primer mandamiento de amar sobre todas las cosas (Mc 12, 29). Lo mismo que la viuda pobre que para Jesús ha dado «todo lo que tenía» (Mc 12, 44), ella hace, según Jesús «lo que podía». Siguiendo la recomendación de Jesús «no os preocupéis por vuestra defensa» (Mc 13, 11), deja que sea Jesús mismo quien tome partido por ella ante las críticas de los comensales. Su gesto y su recuerdo, siguen vivos en la memoria de la comunidad cristiana, junto con todos aquellos hombres y mujeres que tomaron, en un momento de su vida, la decisión del seguimiento. A la sombra de la mujer del perfume Podemos visualizar nuestra vida como un frasco lleno de perfume que nos ha sido entregado gratuitamente por Dios para que le respondamos con nuestro agradecimiento y alegría y para que otros muchos puedan participar de ello. Y hacernos conscientes de la tentación que sentimos a veces de retener y guardar todo eso para nosotros mismos, de nuestro temor a perder aquello que consideramos valioso: tiempo, cualidades, recursos... así como de esa tendencia de medirlo y calcularlo que nos incapacita para entender los gestos de quienes lo entregan todo por amor.