Documento 1 En la cuesta de San Vicente, a Joachim Murat se lo

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Tarea trimestral
1ª Evaluación
Documento 1
En la cuesta de San Vicente, a Joachim Murat se lo llevan los diablos. Sus ojos de
brutal espadón echan chispas entre los rizos negros y las frondosas patillas. Un ayudante lo
está poniendo al corriente de los sucesos en el parque de artillería.
-¿Prisioneros? -Murat no da crédito a lo que oye-. ¡Imposible!... ¿Cuántos?
El ayudante traga saliva. Tampoco él daba crédito hasta que acudió en persona a
comprobarlo. Acaba de regresar con las espuelas ensangrentadas, reventando a su caballo.
-Han cogido al comandante Montholon con varios oficiales y unos cien soldados
de su columna -dice con cuanta suavidad le es posible, viendo enrojecer el rostro de su
interlocutor-... Si se les suman los heridos que han metido dentro y el destacamento de
setenta y cinco hombres que teníamos allí cuando se sublevó el cuartel, salen unos... En fin...
Alrededor de doscientos.
El gran duque de Berg, los ojos inyectados en sangre, lo agarra por los alamares bordados
de la pelliza
-¿Doscientos?... ¿Me está diciendo que esa gentuza tiene en su poder a
doscientos prisioneros franceses?
-Más o menos, Alteza.
-¡Hijos de puta!... Hijos de la grandísima puta:
Ciego de ira, Murat dirige una mirada homicida a dos dignatarios españoles que
aguardan algo más lejos, descubiertos y a pie. Se trata de los ministros de Hacienda, Azanza, y
de la Guerra, O'Farril, a los que hace esperar desde hace rato. A última hora de la mañana,
Murat mandó un mensaje al Consejo de Castilla para que aplacase al pueblo, so pena de
males mayores. Y los dos ministros, tras recorrer -inútilmente y con riesgo para su
integridad física- las calles próximas al Palacio Real, se han presentado al jefe de las tropas
francesas para pedirle que no extreme el rigor en la venganza.
-¡Que no lo extreme, dicen!... ¡Van a ver to dos lo que es extremar de verdad!
Acto seguido, descompuesto y a gritos, Murat ordena una sucesión de represalias
que incluyen arcabucear sobre el terreno a todo madrileño culpable de la muerte de un
francés, así como el juicio sumarísimo, condena de muerte incluida, de cuantos hombres, mujeres o muchachos sean apresados con armas en la mano, desde las de fuego
hasta simples navajas, tijeras y cualquier instrumento que pinche o corte. También ordena
la detención inmediata, en su domicilio, de todo sospechoso de haber intervenido en el
motín, y autoriza a los imperiales a entrar en casas desde las que se haya disparado contra
ellos.
-¿Qué hacemos con los insurrectos del parque de artillería, Alteza?
-Fusílenlos a todos.
-Antes habrá que... Bueno. Tendremos que tomar el parque.
Con violencia, Murat se vuelve hacia el general de división Joseph Lagrange.
-Oiga, Lagrange. Quiero que se ponga usted al mando del Sexto regimiento de la
brigada Lefranc, que se está moviendo desde la carretera de El Pardo y San Bernardino
hacia Monteleón. Y que con ésta, auxiliado de artillería y de cuantas fuerzas necesite, incluido lo que quede del batallón de Westfalia y del Cuarto provisional, acabe con la
resistencia del parque. ¿Me oye?... Páselos a cuchillo a todos.
El otro, un soldado veterano y duro, con las campañas de los Pirineos, Egipto y Prusia
en la hoja de servicios, se cuadra con un taconazo.
-A la orden, Alteza.
-No quiero recibir de usted ningún parte, ningún informe, ningún mensaje.
¿Comprende?... No quiero saber una maldita palabra de nada que no sea el completo
exterminio de los rebeldes... ¿Lo ha entendido bien, general?
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-Perfectamente, Alteza.
-Pues muévase.
Aún no ha montado Lagrange a caballo, cuando Murat se vuelve hacia AgustínDaniel Belliard, también general de división y jefe de su estado mayor.
- ¡ Bel l ia rd !
-A la orden.
El gran duque de Berg señala, despectivo, a los dos ministros españoles que
aguardan mansamente a que los reciba. Semanas más tarde, ambos se pondrán sin reservas al
servicio del rey intruso José Bonaparte. Ahora siguen esperando, sin que nadie los atienda.
Hasta los batidores y granaderos de la escolta de Murat se les ríen en la cara.
-Ocúpese de esos dos imbéciles. Que sigan ahí, pero lejos de mi vista... Ganas me
dan de hacerlos fusilar a ellos también.
Arturo PEREZ REVERTE: Un día de cólera. Editorial Alfaguara. Madrid 2007
Documento 2
Manifiesto de Abrantes (1 octubre 1833)
Españoles:
¡Cuán sensible ha sido a mi corazón la muerte de mi caro hermano! [...].
No ambiciono el trono; estoy lejos de codiciar bienes caducos; pero la religión, la
observancia y cumplimiento de la ley fundamental de sucesión, y la singular obligación de
defender los derechos imprescriptibles de mis hijos y todos los amados consanguíneos me
esfuerzan a sostener y defender la Corona de España del violento despojo que de ella ha
causado una sanción tan ilegal como destructora de la ley que legítimamente y sin interrupción debe ser perpetua.
Desde el fatal instante en que murió mi caro hermano -que santa gloria haya-, creí se
habrían dictado en mi defensa las providencias oportunas para mi reconocimiento; y si hasta
aquel momento habría sido traidor el que lo hubiese intentado, ahora lo será el que no jure
mis banderas, a los cuales, especialmente a los generales, gobernadores y demás autoridades
civiles y militares, haré los debidos cargos, cuando la misericordia de Dios, si así conviene, me
lleve al seno de mi amada patria, y a la cabeza de los que me sean fieles. Encargo
encarecidamente la unión, la paz y la perfecta caridad. No padezca yo el sentimiento de que
los católicos españoles que me amen, maten, injurien, roben, ni cometan el más mínimo
exceso. El orden es el primer efecto de la justicia (...).
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