Índice de AI: ACT 30/06/98/ La lucha por la dignidad humana María Teresa Jardí es una abogada especializada en derechos humanos, directora de la recién creada Dirección de Estudios sobre Derechos Humanos de la Universidad Iberoamericana en Ciudad de México, y columnista de los principales periódicos mexicanos. Si coincidimos, y creo que lo haremos, en afirmar que la lucha por el respeto a los derechos humanos no es nada más, pero tampoco nada menos, que la lucha por el respeto a la dignidad de la persona, quizá nos resulte difícil entender la necesidad de una campaña para refrendar la adhesión a cincuenta años de que fue promulgada la Declaración Universal de Derechos Humanos con 48 votos en favor, 8 abstenciones y ningún voto en contra —aunque quizá la abstención de Sudáfrica podría considerarse así—, sobre todo si recordamos que los principios de la Declaración Universal no solamente fueron adoptados por los países miembros, sino que los países que conquistaron su independencia después de ese año, al ser admitidos en las Naciones Unidas, suscribieron la Declaración. Más difícil aún nos resultará entender lo anterior si tomamos en cuenta que, a pesar de su amplitud, la Declaración Universal aglutina solamente el conjunto de derechos y facultades mínimas sin los cuales el ser humano no puede desarrollarse como persona. Sin embargo, baste mirar en derredor para percatarnos de las graves violaciones a los derechos humanos que están sucediendo hoy en varios lugares del mundo. Hace unos años, con la caída del muro de Berlín, el mundo jubiloso proclamaba la democracia como única vía de acceso al poder y festejaba la entrada al nuevo milenio en medio de la libertad. Unos años después pareciera que el júbilo se ha tornado en un sentimiento de derrota frente a algunos de los graves males que afectan a la humanidad: la creciente intolerancia a la diversidad, que va tomando carta de naturalización en nuestro planeta y cobrando millares de víctimas inocentes masacradas tan sólo por defender el derecho a tener «otras» creencias; el narcotráfico generador de violencia inconcebible y corrupción inaudita; el creciente militarismo; y el hambre que diariamente cobra vidas en los continentes del mal llamado tercer mundo. Por eso, frente a tan desolador panorama, Amnistía Internacional inicia la campaña buscando que los mandatarios de los diversos Estados refrenden públicamente su compromiso de respetar los derechos contenidos en la Declaración Universal. Pero más valioso e importante aún es que llame a adherirse a la firma a la sociedad entera, pasando por sus artistas, sus catedráticos, sus maestros, sus intelectuales, sus técnicos y profesionistas, sus amas de casa, sus jóvenes, sus adultos y sus ancianos, sus hombres y sus mujeres, sus agentes de pastoral y sus líderes religiosos. Llama a la sociedad en general porque en última instancia es la benefactora del respeto a los derechos fundamentales del hombre o la afectada con su violación. Cincuenta años después, si volteamos los ojos atrás, los mexicanos podemos contemplar nuestra vocación pacifista y humanista expresada, una y otra vez, en la defensa de las mejores causas en la Asamblea General de las Naciones Unidas. México era el paladín en el derecho de asilo, en el respeto a la libre determinación de los pueblos, en la defensa de los derechos humanos en cualquier lugar del mundo donde los mismos fueran violados. Contrastaba su actitud con la de las naciones europeas y los 2 Estados Unidos de Norteamérica que habían logrado atrincherar su poderío en el Consejo de Seguridad de la ONU. Hoy nuestro país se ha convertido en uno de los países de América Latina donde más derechos humanos se violan. Amnistía Internacional ha documentado, a lo largo de los tres últimos años, amenazas y hostigamientos a defensores de los derechos humanos, periodistas y abogados litigantes, desapariciones forzadas de personas, torturas brutales, ejecuciones extrajudiciales y más de cien presos de conciencia encarcelados injustamente. Varios son los antecedentes: la declaración de guerra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que sacó al ejército mexicano de sus cuarteles; impunes crímenes políticos entre los que destacan: el de un cardenal de la Iglesia Católica, el de un candidato presidencial y el del secretario general del todavía poderoso partido oficial, el Partido Revolucionario Institucional (PRI); a los que se suman, con la llegada del actual mandatario, una crisis económica que implicó un rescate financiero del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica y el pago del mismo a costa del recorte del gasto social; cambios normativos que incluyen la posibilidad de internamiento en un hospital psiquiátrico público de cualquier persona sin apelación alguna; la concesión de exhorbitantes facultades al ministerio público en detrimento de las que, hasta ese momento, eran exclusivas del juzgador; reformas a la Constitución Política para legalizar su violación; delincuencia policiaca garantizada con la impunidad convertida en la regla; la paulatina cancelación del Estado de Derecho y la peligrosa legalización de la intervención de las fuerzas armadas en lo relativo a la seguridad pública. No parece exagerado pensar que hoy en México se juega el futuro de América Latina, por lo que al regreso de los tristemente célebres regímenes militares se refiere. La campaña de Amnistía Internacional llamando a adherirse nuevamente a la Declaración Universal de Derechos Humanos es fundamental de cara a la quizá más valiosa enseñanza que estos años aciagos le dejarán a la humanidad, la de reconsiderar la necesidad de interiorizar en cada ser humano el respeto a estos derechos mínimos e inalienables, derechos objetivizados en la Declaración Universal de Derechos Humanos y contenidos en prácticamente todas las Constituciones del mundo. La de promover la enseñanza de los derechos humanos y su correlativo respeto como el respeto mismo a la dignidad del hombre por el solo hecho de ser persona, sin discriminación alguna por cuestiones de sexo, raza, religión, dinero o edad. Frente a los difíciles retos que enfrenta el género humano de cara al siglo XXI, que ya está aquí, sumarnos al llamado de Amnistía Internacional es quizá la única posibilidad de lograr una vida civilizada para toda la sociedad. Una vida en la que se vinculen la libertad, la igualdad y el acceso a la justicia para todos los hombres y mujeres sin distinción ni matiz alguno. Por eso, Amnistía Internacional hace un desesperado llamado para que convirtamos todos la Declaración Universal de Derechos Humanos en uno de nuestros textos de cabecera. Pero Amnistía sola poco o nada logrará. Sumemos con ella nuestros esfuerzos para convertir el cumplimiento de los preceptos contenidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos en opción de vida de la humanidad. Este artículo forma parte de una serie de testimonios personales escritos para la campaña de Amnistía Internacional sobre el 50 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Las opiniones que en él se expresan no reflejan necesariamente la postura de Amnistía Internacional. Para más información sobre la campaña, visítenos en www.amnesty.excite.com.