El Mecenazgo en Argentina

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El Mecenazgo en Argentina
Universidad
de Barcelona
Departamento de Economía, Hacienda Pública, Derecho
Financiero y Tributario
EL
MECENAZGO EN ARGENTINA
Debates, problemas y propuestas sobre sistemas
jurídicos de incentivos tributarios a la cultura
de Julián Kopecek
Septiembre de 2004
Prefacio
En
el presente trabajo se analizará la repercusión del debate originado por el
tratamiento de la denominada “ley de mecenazgo” en la República Argentina.
El tratamiento de esta Ley, mediante propuestas,
contrapropuestas y sus repercusiones ha sido el hecho político-cultural más
trascendente de la última década.
Una
ley de mecenazgo es un instrumento capaz de crear condiciones más propicias
para que se concreten aportes privados en pos del desarrollo de la actividad
artística. El impacto positivo que puede tener una legislación apropiada para
promover un mayor compromiso privado en el financiamiento de las artes es bien
conocido en muchos países. Argentina no cuenta hasta el momento con una
legislación que regule su instrumentación.
"La
palabra “mecenazgo” que deriva de Mecenas. Cayo Mecenas fue amigo del
Emperador Augusto. Rehusó toda clase de honores, aunque con frecuencia quedaba
encargado de la administración del Imperio, durante la ausencia del soberano.
Empleó sus inmensas riquezas en favorecer las letras y las artes, y protegió,
entre otros, a Virgilio, Horacio y Propercio, murió en el año 8 antes de
Cristo. Gracias a la ayuda dispensada por Mecenas, su nombre ha pasado a la posteridad como
sinónimo de generoso protector de las artes, asociándose a alguien que sostenía
a un artista, un poco para gozar de sus obras, un poco para contagiarse el
brillo de la cultura."[1]
Durante
el siglo XX algunos empresarios decidieron unir su marca a algún emprendimiento
cultural. Los semiólogos ya habían visto que la imagen de una firma ganaba con
esto una especie de prestigio por contigüidad. El mecenazgo en Argentina desde
hace tiempo es impulsado por distintos sectores que han propuesto variados
proyectos. Hasta hoy, el aporte privado ha contribuido con la cultura solamente
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aplicando como "costo" los gastos de sus participaciones en el
sector, recurso que disminuye el porcentaje de su impuesto a las ganancias. Lo
que se busca con una ley de mecenazgo es generar un nuevo modo de participación
del sector privado aportándole seguridad jurídica.
En
el año 2001 se daban las condiciones políticas para encarar definitivamente
esta ley. Finalmente luego del tratamiento Legislativo llegó a la necesaria
instancia de promulgación en el Poder Ejecutivo. El fin del año 2001 fue muy
traumático para las instituciones argentinas. La crisis política, social y
económica obligó a que renunciara el presidente De La Rúa y posteriormente su
sucesor. Así, la asamblea legislativa designó Presidente a Eduardo Duhalde. A
él le toco la oportunidad de analizar el texto legislativo.
Las
observaciones que señalaron algunos sectores de la cultura, y el informe
presentado por la
Secretaria del área, indujeron al Presidente a decidir el
veto de la norma.
De
esta manera el Ex Presidente Eduardo Duhalde vetó la ley enviada por el
Congreso de la Nación
el 4 de enero de 2002, al recoger las distintas críticas y opiniones
desfavorables que había cosechado.
En
el año 2004, las actuales autoridades constitucionales bajo la Presidencia del Dr.
Néstor Kirchner a través de la
Secretaría de Cultura de la Nación, vuelven a presentar una Ley de Mecenazgo
al Congreso Nacional y a su vez, distintos diputados han presentado
recientemente proyectos sobre el tema, y las discusiones y polémicas vuelven a
producirse…
El
mayor obstáculo para la aprobación de esta norma es el enfrentamiento político
entre gobierno y oposición y también, entre sector privado y sector público. La
desconfianza mutua ha impedido avances concretos en este campo.
Es
muy amplio el campo del quehacer cultural que puede beneficiarse de la
protección, las donaciones y patrocinio de fundaciones y organizaciones
empresariales, si el Estado establece adecuados mecanismos impositivos.
Este
trabajo se propone como un aporte técnico-académico, despojado de intereses
políticos y económicos, para encontrar soluciones al respecto y encontrar un
sistema jurídico de incentivos justo que aporte al quehacer cultural de la Argentina.
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1.1.
Introducción
Perfilando el nivel más amplio, para
contextualizar la participación privada en el sostenimiento económico de la
cultura, nuestro tema de análisis, nos preguntamos acerca del derecho del
individuo a la cultura.
Esto es, ubicar en primera instancia a la Cultura
dentro de los Derechos Humanos.
El derecho individual a la cultura,
teniendo en cuenta lo que fue expresando en el marco normativo internacional
puede definirse como el derecho que tiene toda persona humana a:
·
Participar libremente en la vida cultural de la
comunidad.
·
Gozar de las artes.
·
Disfrutar de los beneficios que resulten de los
progresos intelectuales y especialmente de los descubrimientos científicos y
sus aplicaciones.
En estos términos fue expresado en la Declaración Americana
de los Derechos y Deberes del Hombre (IX Conferencia Internacional
Americana, Bogotá, 30 de marzo al 2 de mayo de 1948), en la Declaración Universal
de los Derechos Humanos (Naciones Unidas, 10 de diciembre de 1948) y en el Pacto
internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (Naciones
Unidas, 16 de diciembre de 1966) [2]
A. Robertson amplía la consideración
de estos textos, en su interpretación del significado del derecho a la cultura:
una de las finalidades de la cooperación cultural internacional es "hacer que todos los hombres tengan acceso
al saber, disfruten de las artes y de las letras de todos los pueblos, se
beneficien de los progresos logrados por la ciencia en todas las regiones del
mundo y de los frutos que de ellos
derivan, y puedan contribuir, por su parte, al enriquecimiento de la vida
cultural"[3] Señala finalmente, que el
derecho a la cultura es tener derecho en un doble aspecto: un papel pasivo de
acceder y gozar y un papel activo de participar y contribuir; estimando que el
beneficiarse del progreso científico "es una ventaja adicional, pero
quizá no sea esencial"[4]
Irme Szabó[5]
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pone de relieve la dependencia mutua de los aspectos activo y pasivo de la
cultura al observar que los hombres disfrutan de la cultura lo mismo que la
crean; insistiendo en que, además de ejercitarse en grupo o comunidad, el
disfrute efectivo del derecho a la cultura no es posible si no se articulan
otros derechos económicos y sociales, puntualizando que el derecho a la cultura
para los pobres del mundo entero tiene que empezar por su propia liberación de
la miseria, de la enfermedad y del analfabetismo.
Insertos en esta dimensión
internacional nos proponemos analizar la legislación cultural en Argentina, y
en particular la Ley
de Mecenazgo y para ello es necesario previamente repasar la historia de
las instituciones encargadas de los asuntos culturales y, sobre todo, hacer
algunas reflexiones sobre las normas jurídicas y su orden jerárquico con
respecto a la
Constitución Nacional que al ser la norma superior,
representa el nivel máximo dentro del ordenamiento jurídico nacional y se la
conoce con el nombre de "Ley Suprema", "Ley de leyes",
"Carta Magna". Las demás normas no pueden contrariar las
disposiciones de la
Constitución Nacional.
1.2. Los Derechos Culturales en la Constitución Nacional
En
la Constitución
Nacional de 1853 y reformada por la Convención reunida en
1860, no se enuncia la palabra “cultura o arte” sin embargo en el
Capítulo de Declaraciones, Derechos y Garantías en el Artículo 14 sita que: “Todos
los habitantes de la Nación
gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que reglamenten su
ejercicio; ...de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de
asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y
aprender.”
Sin lugar a dudas que la libertad de
prensa, de culto y de enseñanza forman parte sustantiva de los derechos
culturales de una nación y esta concepción es reafirmada en el Artículo 32 dice
que “El Congreso federal no dictará leyes que restrinjan la libertad de
imprenta o establezcan sobre ella la jurisdicción federal”.
Pero
la primera vez que se explicita el término “cultura” en la Carta Magna fue
durante el gobierno de Juan Domingo Perón, (líder del Partido Justicialista),
que mediante la
Convención Constituyente de 1949, aprueba una nueva
Constitución Nacional para la República Argentina, en donde se incluyen por
primera vez en la historia nacional a los derechos sociales de los trabajadores
y en su Capítulo III, Artículo 37 declara los siguientes derechos especiales:
del Trabajador, de la Familia,
de la Ancianidad
y de la Educación
y la Cultura.
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Referente a la cultura dice:
“5.El Estado protege y fomenta el desarrollo de las ciencias y de las bellas
artes, cuyo ejercicio es libre; aunque ello no excluye los deberes sociales de
los artistas y hombres de ciencia. Corresponde a las academias la docencia de
la cultura y de las investigaciones científicas postuniversitarias, para cuya
función tienen el derecho de darse un ordenamiento autónomo dentro de los
límites establecidos por la ley especial que los reglamente."
"7.Las riquezas artísticas e históricas, así como el paisaje natural, cualquiera
que sea su propietario, forman parte del patrimonio cultural de la nación y
estarán bajo la tutela del Estado, que puede decretar expropiaciones necesarias
para su defensa y prohibir la exportación y enajenación de los tesoros
artísticos. El Estado organizará un registro de la riqueza artística e
histórica que asegure su custodia y atienda a su conservación.”
El 16 de septiembre de 1955, el general retirado
Eduardo Lonardi –hijo de un músico italiano y perteneciente a la rama de
artillería– dirige en la
Provincia de Córdoba un levantamiento militar que se extiende
a Buenos Aires y a otras ciudades. El movimiento golpista contra el gobierno
constitucional de Juan Domingo Perón recibe apoyo de la marina de guerra al
mando del contralmirante Isaac Francisco Rojas.
Mediante
un golpe de estado Juan Domingo Perón es depuesto el 16 de septiembre de 1955 por el
levantamiento militar. El General Lonardi se hizo cargo del gobierno hasta
noviembre de ese año, momento en el que lo reemplazó en la Presidencia, el
general Pedro Eugenio Aramburu.
El gobierno
militar se dedica a desmontar la maquinaria justicialista y a borrar todo lo
que recuerde al gobierno derrocado. El Partido Justicialista, también llamado
Peronista, es disuelto.
Mediante
el decreto Nº 4146 de 1956 el
Gobierno Militar desconoce la Constitución Nacional de 1949 y restablece la Constitución
fundadora de 1853/60.
Fue realmente importante que la
cultura haya tenido el precedente constitucional de 1949, aunque en principio
fue restringido solamente a su concepción artística o de las bellas artes. Pero
incorpora al concepto patrimonio cultural
“las riquezas artísticas e históricas, así como el paisaje natural”,
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lo cual es un avance sustantivo a la época ya que la concepción antropológica
de la cultura en Argentina, salvo en reducido ámbitos, no se había difundido
hasta fines de los ‘50.
Derogada la Constitución de 1949
por la Convención
Nacional de 1957 desaparece también el artículo citado que
otorgaba jerarquía constitucional a la cultura. Es definitivamente en la reforma de
1994, donde se recupera e incorpora a la Constitución Nacional
una moderna concepción social de la cultura que es: ligarla a la concepción del
progreso económico del país con su desarrollo “armónico”, implicando
así, a la investigación científica y tecnológica, el fomento de la identidad y
el respeto por la pluralidad cultural existente en nuestro país, la libre
creación y la circulación de las obras de arte, e incorporando
constitucionalmente el renovado concepto de “patrimonio cultural”
incluyendo a los espacios artísticos y sobre todo, a los medios audiovisuales.
Así deja sentado en la
Constitución Nacional, que el Congreso Nacional tendrá
atribuciones para dictar leyes que protejan desde el patrimonio inmueble, la
arquitectura urbana, monumental, bibliográfica y documental; el patrimonio
mueble, obras de arte, artesanales y de interés artístico-histórico; y el
patrimonio no físico, integrado por las tradiciones orales, las lenguas no
escritas y las tradiciones no verbales.
La incorporación explícita de los
derechos culturales se logra en la Reforma Constitucional
de 1994, en su Capítulo 4 en la
Atribuciones del Congreso,
en el Artículo 75: “19.- Proveer lo conducente al desarrollo humano,
al progreso económico con justicia social, a la productividad de la economía
nacional, a la generación de empleo, a la formación profesional de los
trabajadores, a la defensa del valor de la moneda, a la investigación y al
desarrollo científico y tecnológico, su difusión y aprovechamiento. Proveer al
crecimiento armónico de la
Nación y al poblamiento de su territorio; promover políticas
diferenciadas que tiendan a equilibrar el desigual desarrollo relativo de
provincias y regiones. Para estas iniciativas, el Senado será Cámara de origen.
Sancionar leyes de organización y de base de la educación que consoliden la
unidad nacional respetando las particularidades provinciales y locales; que
aseguren la responsabilidad indelegable del Estado, la participación de la
familia y de sociedad, la promoción de los valores democráticos y la igualdad
de oportunidades y posibilidades sin
discriminación alguna; y que garanticen los principios de gratuidad y equidad de la educación pública estatal y
la autonomía y autarquía de las universidades nacionales. Dictar leyes que
protejan la identidad cultural y la pluralidad cultural, la libre creación y la
circulación de las obras del Autor, el patrimonio artístico y los espacios
culturales y audiovisuales.”
Diez documentos internacionales
(dos declaraciones y ocho tratados que incluyen los que citábamos al comienzo
de esta introducción) tienen jerarquía constitucional. Así lo establece el
artículo 75, inciso 22 de la Constitución Nacional
Argentina, que reformado en 1994 dice:
"Corresponde al Congreso... aprobar o desechar
tratados concluidos con las demás naciones y con las organizaciones
internacionales y los concordatos con la Santa Sede. Los
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tratados y concordatos tienen jerarquía superior a las leyes.
·
La Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre;
·
la Declaración Universal de Derechos Humanos;
·
la Convención Americana sobre Derechos Humanos;
·
el
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales;
·
el
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y su Protocolo Facultativo;
·
la Convención sobre la prevención y la Sanción del Delito de
genocidio;
·
la Convención Internacional sobre la eliminación de todas las Formas de
Discriminación Racial;
·
la Convención sobre la Eliminación de todas la Formas de Discriminación
contra la Mujer;
·
la Convención contra la Tortura y otros Tratos o penas Crueles, Inhumanos
o Degradantes;
·
la Convención sobre los Derechos del Niño; en las condiciones de
su vigencia, tienen jerarquía constitucional, no derogan artículo alguno de la
primera parte de esta Constitución y deben entenderse complementarios de los
derechos y garantías por ellos reconocidos."
Haberles otorgado a estos tratados
jerarquía constitucional superior a las leyes fue el resultado de una tendencia
que se manifiesta en la mayoría de las constituciones escritas con intención,
por parte de los Estados, de obtener la adecuación de sus legislaciones
nacionales a las normas del derecho internacional.
Toda legislación cultural que
reconoce derechos culturales es un instrumento imprescindible para desarrollar
e impulsar las políticas en ese campo. No obstante, es conveniente tener
presente que en Argentina, la legislación cultural se caracteriza por su falta
de coherencia y organicidad, situación que de resolverse facilitaría la
adopción de políticas que favorezcan al sector. No sólo con formular la
legislación, el problema queda resuelto. Una norma jurídica no es un fin en si
misma, es, más bien, un instrumento de ordenamiento de la comunidad. Lo que da
principio de solución es la toma de decisiones por parte de la voluntad
política expresada a través de una legislación pertinente.
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Para no forzar su significación ni
esperar más que aquello que realmente puede proporcionar es necesario reconocer
que la legislación es una expresión ordenada de la voluntad de la sociedad. En la
medida en que se reconozcan los alcances que brinda como herramienta
intelectual y de acción, podrá ser utilizada en su real dimensión y dentro de
los límites en los cuales se constituye en un instrumento poderoso para
solucionar problemas y dar respuestas efectivas a los conflictos.
Cuando se logra formular una
legislación técnicamente correcta o literariamente impecable puede quedar sólo
en este nivel formal, pero es necesario profundizar más allá para que sirva
como producto cultural idóneo al reconocer, describir, instrumentar y
consolidar algunas de las creencias o presunciones básicas que conforman nuestra
cultura.
1.3.
Instituciones encargadas de los asuntos culturales en Argentina
En
la Argentina
la preocupación cultural en el comienzo
de su historia institucional y hasta 1930,
estuvo limitada al ámbito de la política cultural ligada a las
tradiciones del mecenazgo oficial.
Un
incipiente movimiento de creación de archivos, museos y bibliotecas populares o
públicas representó en dicho período una de las expresiones de acción cultural
del Estado liberal de la
época. A título de ejemplo puede citarse la política de
fomento de las bibliotecas populares en todo el país, implantada por el
Presidente Domingo F. Sarmiento con motivo de la Ley 419 del 23 de septiembre de 1870.
Hasta
ese momento, el interés del Estado no se había alejado de la idea de lo que supuestamente
debe contar todo país culturalmente organizado: su Biblioteca Nacional, su
Museo Nacional, su Teatro Nacional y su Archivo Nacional.
Simultáneamente
a la creación de teatros y museos oficiales, comenzó la preocupación por una
formación académica de los artistas locales, prueba de lo cual lo constituyen
los conservatorios y academias de música, arte dramático y bellas artes creados
durante los últimos años del siglo XIX, ya sea de carácter oficial o
constituidos privadamente con apoyo de los poderes públicos.
Pero
en 1933 fue creada la
Comisión Nacional de Cultura que sería el primer órgano
institucionalizado del área en nuestro país.
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La
Comisión Nacional de Cultura, funcionó hasta
mediados de la década del 50. De acuerdo con su norma de creación se componía
por 12 miembros escogidos de la siguiente forma: el rector de la UBA (Universidad de Buenos
Aires), el presidente del entonces Consejo Nacional de Educación, el director
de la Biblioteca
Nacional, el presidente de la Academia Argentina
de Letras, el presidente de la Comisión Nacional de Bellas Artes, el director
del Registro de la
Propiedad Intelectual y miembros de las sociedades de
escritores, autores teatrales, compositores y dos representantes del Congreso
Nacional.
Entre
los fines de esta Comisión estaban la creación de premios de estímulo y becas
de perfeccionamiento artístico, literario y científico dentro del país y del
extranjero, que serían otorgados por el Poder Ejecutivo Nacional a propuesta de
la Comisión.
En el año 1958 fue creado el órgano financiero más
importante en nuestro país puesto al servicio de la cultura, el Fondo Nacional de
las Artes (FNA) [6]
De
esta manera se cubrió un vacío en la historia legislativa y administrativa a
nivel nacional.
El
FNA era un organismo autárquico que mantenía relaciones con el Poder Ejecutivo
Nacional por intermedio del entonces Ministerio de Hacienda de la Nación, dado su carácter de
“Banco Nacional de la
Cultura”.
Estaba
dirigido por un Directorio de 14 miembros, 12 de los cuales eran personalidades
destacadas en las diferentes actividades artísticas, los otros dos directores
eran representantes del Gobierno Nacional: uno del área de Cultura y el otro
del Banco Central de la
República Argentina. Los miembros del
directorio eran designados por el Poder Ejecutivo Nacional, aunque los 12
directores artísticos eran elegidos por un período de 4 años renovables por
mitades cada bienio.
El
órgano ejecutivo del FNA estaba a cargo del “Presidente del FNA” quien
además de presidir el Directorio ejecutaba todas las disposiciones resueltas
por el Cuerpo Colegiado.
La
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organización del sistema de ayuda financiera que constituyó el FNA fue
estructurada en base a diversas líneas de crédito, por ejemplo:
a) Créditos destinados a estimular,
desarrollar, salvaguardar y premiar las actividades artísticas y literarias en
el país y el extranjero;
b) Créditos destinados a la construcción y
adquisición de salas de espectáculos, galerías de arte, estudios
cinematográficos y cualquier otro inmueble necesario para el desarrollo de
labores artísticas;
c) Créditos a organismos oficiales de cultura
con destino a la promoción, difusión y estímulo de actividades artísticas;
d) Créditos personales para financiar sus
actividades artísticas.
Dicha
línea de créditos se sostenía gracias a la autarquía financiera del organismo,
considerada clave para el éxito de su gestión y para la rápida puesta en marcha
de planes operativos de fomento que fue originalmente garantizada por la Ley Orgánica del FNA
de la siguiente manera:
a) Se lo dotó de un capital inicial de 200
millones de pesos moneda nacional aportado por el Gobierno Nacional. Dicho
capital inicial no podía afectarse a las operaciones del FNA con excepción de
los intereses del mismo;
b) La línea de crédito se financiaba mediante
una serie de recursos y gravámenes creados por el art.6 del decreto-ley 1224/58
y denominado “Fondo de fomento a las artes”, a saber: un importe equivalente al
10% del precio de toda localidad o entrada a las fiestas danzantes o bailes que
se efectuaran en base a reproducciones musicales mecánicas, los derechos de
autor devengados del dominio público pagante, el 5% del precio de todo aviso de
carácter comercial que se transmitiera por las estaciones de radio y
televisión, y demás recaudación que pudiese obtenerse por cualquier título,
inclusive por legado, herencia o donación al FNA, multas y recursos que se
determinaron especialmente.
El
“dominio público pagante”[7] es un
instrumento financiero ejemplar en lo que respecta al financiamiento público cultural.
Consiste en la utilización de los derechos de autor de las obras artísticas,
literarias e intelectuales, etc.; que por el transcurso de un período de tiempo
posterior al fallecimiento de sus respectivos creadores, han pasado al dominio
público, siendo a partir de entonces, recaudado anualmente y pasa a formar
parte del presupuesto con que cuenta el FNA para los subsidios y créditos
destinados a los creadores contemporáneos.
Durante
sus primeros 8 años de gestión el sistema financiero creado funcionó
exitosamente sobre la base de una regular recaudación de los recursos aludidos
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conforme a las previsiones originarias, lo cual permitió una rápida
capitalización de fondos que fueron volcándose sucesivamente a la actividad
cultural pública y privada del país en sus diferentes disciplinas, generando un
desarrollo social inusitado; a nivel individual, colectivo e institucional.
Mediante
las 27 delegaciones del FNA en el interior del país se llevó a cabo una acción
verdaderamente federalista acordando préstamos a organismos oficiales,
instituciones privadas, becas de estudio, subsidios cinematográficos, régimen
de estímulo de las artesanías y ayuda financiera a artesanos, se formó la única
cinemateca especializada en filmes de arte de la Argentina y una amplia
línea de publicaciones culturales.
A
partir de 1968, pierde su carácter de “Banco
Nacional de la Cultura” y su estrecha vinculación con el Ministerio
de Hacienda, pasando a la jurisdicción de la entonces Secretaría
de Educación de la
Nación. Allí comienza el deterioro de sus ingresos que fueron
reducidos con sucesivas leyes dictadas en los años 68 y 69 cuya sanción
significó la progresiva desafección de recursos que habían sido previstos
originalmente.
La
Resolución 3324 de la Conferencia General
de la UNESCO
celebrada el 1970 cita al Fondo de las Artes de la Argentina, como
antecedente para la creación del Fondo Internacional para la Promoción de la Cultura. Esto no
significó demasiado para las autoridades argentinas, ya que sólo 24 meses
después, el FNA pierde la autarquía financiera y la independencia política
alcanzada, por sucesivas intervenciones del Gobierno Nacional en el Directorio.
Actualmente
el FNA es un organismo descentralizado de la Secretaría de Cultura
de la Nación,
que por el camino de su historia ha perdido la mayoría de sus recursos, sólo
conservando los aquellos provenientes del dominio público pagante. A pesar de
su reducido presupuesto, cuenta con un destacado rol y prestigio en el campo
cultural internacional.
“En
los países occidentales un antecedente directo de creación de un ministerio
específico se da con la constitución del Ministerio de Asuntos Culturales de
Francia por un decreto del 24 de julio de 1959 del presidente de la República de Francia,
general Charles De Gaulle. El nuevo Ministerio con su estructura diversificada
y su competencia tan general es una creación de la V República y concreta
la voluntad de acrecentar la acción cultural global del Estado, dándole ciertas
nuevas orientaciones, menos dirigidas hacia la conservación y más hacia la
creación, la difusión, la animación. Reconoce, a su vez, como antecedente
remoto la constitución durante el Segundo Imperio del Ministerio de la Casa del Emperador y las Bellas
Artes (1862)”.[8]
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André
Malraux logró unificar competencias que, en materia cultural y artística, se
hallaban distribuidas en diversos ministerios y que a su entender, tal
dispersión restaba posibilidades para llevar una política global y coherente.
La
idea de democratización cultural nunca tuvo mayor magnitud que con la política Malraux,
entre sus objetivos estaban el de “hacer accesibles las obras maestras de la
humanidad, en primer lugar, de Francia, al mayor número de franceses; asegurar
la más amplia audiencia al patrimonio
cultural francés y favorecer la creación de las obras de arte y del espíritu
que pueden enriquecerlo”.[9]
El
“Ministère de la Culture
et de la Communication”
es el más grande y complejo del mundo occidental, esta conformado por un
gabinete ministerial, una administración central dedicada a los archivos, a los
museos, al libro y la lectura, al patrimonio, al “environnement” cultural, a la
enseñanza de las artes y a la formación de agentes para la acción cultural, al
teatro y los espectáculos, a la música y a las danzas, y a las artes plásticas.
Sumémosle
a la administración central en París una vasta estructura regional y
departamental en todo el territorio francés, ya que el alcance nacional del
Ministerio de Cultura se logra mediante los “Consejeros” asignados a las
Mairies (Alcaldías) para el control de la gestión en museos; en el área del
libro y la lectura, de etnología, de la música, de las danzas, del teatro y de las artes plásticas; etc.
El
Ministerio de Cultura francés y su exitosa política cultural llevada a cabo por
el ministro Malraux tuvo repercusiones políticas en gran parte del mundo y
Argentina a mediados de los años 60, ya que hasta ese momento se llevaba a cabo
una política más similar al mecenazgo público británico, tomando en cuenta para
esta afirmación, a la
Comisión Nacional de Cultura de principios de siglo y luego
el FNA y que las áreas de cultura ocupaban sectores marginales del poder
burocrático-administrativo.
La
jerarquización burocrática de la cultura fue promovida a partir de mayo de 1964
con motivo de la creación de la Subsecretaría de Cultura dependiente del
Ministerio de Educación y Justicia de la Nación. “La nueva Secretaría
debía asistir al ministro en todo lo inherente a la tutela y conservación del
patrimonio cultural y la protección y fomento de la actividad artística”,
según consta en los fundamentos de su creación.
Posteriormente,
en 1973, se creó la
Secretaría de Estado de Cultura, también como un organismo
dependiente del Ministerio de Educación.
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A
menos de 10 años después se produjo la más importante reestructuración
administrativa del área de Cultura, en 1981 se dispuso la creación de la Secretaría de Cultura
pero ahora como dependencia directa del Presidente de la Nación. Lamentablemente,
esto ocurrió durante la dictadura más férrea que vivió Argentina, durante la
presidencia del Gral. Videla.
El
lugar alcanzado por el Dr. Julio César Cancedo fue el más alto de la estructura
burocrática del área de “cultura” de la Administración Pública
Nacional hasta el momento, asignándosele funciones
específicas de un Ministro de Cultura. Si bien este suceso puede enmarcarse en
el fuerte control ideológico perseguido por aquel gobierno, su experiencia no
debería ser objetivada por tal motivo. Su ejercicio ha sido de singular
importancia, ya que fue la única vez que el Secretario de Cultura participaba
de las reuniones del Gabinete Nacional y podía requerir presupuesto de forma
directa al Presidente de la
Nación sin las “filtraciones” naturales del Ministro
de Educación de turno.
La
situación sólo logró sostenerse por dos años, ya que al asumir el gobierno
constitucional de 1983 nuevamente volvió a producirse otra reforma
administrativa, y paradójicamente la Secretaría de Cultura volvió a ser una
dependencia del Ministerio de Educación y Justicia con el consabido recorte de
poder administrativo, político y sobre todo “presupuestario”.
La historia de las instituciones
argentinas dedicadas al área de cultura es muy inconstante, pero finalmente,
durante la década del 90, ya en democracia, la Secretaría de Cultura
de la Nación
se constituye como un organismo directamente dependiente de la Presidencia de la República.
En la actualidad, la Secretaría de Cultura de la Nación (SCN) como órgano
fundamental de formulación de políticas culturales para la República Argentina
y su organigrama (del tipo
tradicional) muestra la organización de
la SCN[10]:
Asimismo, dependen de la SCN los siguientes organismos
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descentralizados:
·
Fondo
Nacional de las Artes
·
Instituto
Nacional del Teatro
·
Instituto
Nacional de Cine y Artes Audiovisuales
·
Academias
Nacionales
[1] Técnicas y Recursos para la Gestión Cultural,
“Master a Distancia en Gestión Cultural”, Universidad de Barcelona, Pág. 8
[2] Harvey Edwin.
"Derechos culturales en Iberoamérica y el mundo". Ed. Tecnos,1990.
[3] Robertson A. "Los
derechos humanos y la cultura", en Culturas, volumen V, núm. 1, 1978,
p.25.
[4] Idem p.27.
[5]
Citado por Robertson
p. 30-31.
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[6]
Información
extraída de "Los 15 años del Fondo Nacional de las Artes",
Publicación del FNA, 1973.
[7] "El dominio público pagante puede extenderse a
obras que por otras causas no están amparadas por el copyright, por ejemplo, al
producido por el folklore nacional anónimo, etc.". Harvey Edwin, "Reflexiones sobre el
financiamiento de la cultura. Problemas y Perspectivas". Informe Final.
Primer Seminario Regional sobre el financiamiento de la Cultura (1984) p. 80.
[8] Harvey Edwin ,"Políticas culturales en Iberoamérica y el
mundo", Ed. Tecnos, Madrid, (1990), p.163.
[9]
Idem, p. 164.
[10]
Fuente: www.cultura.gov.ar
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