Sindicato de policías, ¿consigna socialista?

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Sindicato de policías,
¿consigna socialista?
Rolando Astarita
Publicado por Matxingune taldea en 2012
Resumen
Es interesante recordar que a principios de los años 1930, en Alemania, la socialdemocracia confiaba en que
la policía detendría, en última instancia, a Hitler, porque los policías eran trabajadores, e incluso muchos eran
socialistas. En oposición a esta idea, acertadamente Trotsky alertó que «el obrero, convertido en policía al servicio
del Estado capitalista, es un policía burgués y no un obrero». Pienso que la idea tiene vigencia. Las fuerzas de
seguridad constituyen un pilar del dominio de clase.
Por estos días, en «Comentarios», me han preguntado qué opino sobre la demanda de formación de un
sindicato de policías (también de gendarmes, prefectos, personal del servicio penitenciario). Dirigentes
gremiales de la CTA y la CGT se han manifestado a favor de la idea; incluso ya hay un embrionario
sindicato de la policía, que tiene el apoyo de Pablo Micheli. También algunos partidos de izquierda están
reclamando, desde hace años, el derecho a la sindicalización de la policía. Naturalmente, el tema se ha
puesto en primer plano con el conflicto de los gendarmes y prefectos. En esta nota presento algunas
reflexiones sobre el asunto, y explico por qué entiendo que los socialistas no deberían apoyar la demanda.
«Compañeros trabajadores que enfrentan el ajuste»
El argumento central de los dirigentes sindicales que abogan por la formación de sindicatos del personal
de las fuerzas de seguridad, es que se trata de trabajadores que deben gozar de los mismos derechos que
cualquier otro asalariado. En los partidos de inspiración marxista que defienden la idea, el argumento
es un poco más sofisticado. Se sostiene que, si bien los policías y gendarmes forman parte de los
cuerpos represivos del Estado, provienen del pueblo y venden su fuerza de trabajo. Por eso, habría una
contradicción entre el rol represivo del aparato del que forman parte, y el hecho de que son asalariados, con
intereses y demandas comunes con el resto de los trabajadores. ¿Por qué no aprovechar esta contradicción
y ganarlos para la causa de la clase obrera o del socialismo? Después de todo, dice el argumento pro
sindicato, los gendarmes y prefectos están enfrentando el plan de ajuste del gobierno K, igual que otros
asalariados. El movimiento tiene la misma progresividad de cualquier otra lucha de los trabajadores.
Más en general, y debido a la crisis capitalista, en muchos países los policías han comenzado a rebelarse.
Para citar algunos ejemplos: en Portugal, el Sindicato Unido de la Policía planteó que estaría del lado de
los manifestantes, porque «somos ciudadanos antes que policías». En Grecia, a principios de septiembre,
se llegó a un enfrentamiento entre policías en huelga y policías anti motines, porque los primeros querían
impedir que los anti motines salieran de sus cuarteles para ir a reprimir manifestantes. En Inglaterra, la
policía ha participado en manifestaciones y está amenazando con una huelga (que está prohibida) porque
el gobierno ha adelantado un programa de recortes de salarios, despidos y aumento de la edad de jubilación
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de los policías. En Brasil, hubo huelgas en varios Estados y en Río de Janeiro, por aumentos de salarios; en
Bahía se produjeron choques de la policía con las fuerzas de seguridad enviadas por el gobierno. En Bolivia,
hubo acuartelamientos y manifestaciones, por reivindicaciones salariales; en 2003 se produjeron violentos
enfrentamientos con la guardia presidencial. En conclusión, sigue el razonamiento, no hay motivo alguno
para no estar detrás de estos reclamos: son parte de la lucha general contra las políticas de austeridad y
ajuste del capitalismo.
Antes que trabajadores, policías
El elemento de verdad que tiene el anterior razonamiento es que ubica correctamente la naturaleza de la
protesta de los gendarmes, prefectos y policías en Argentina: es un movimiento por salario, y no un golpe
de Estado, como quieren presentarlo el gobierno, y sus partidarios.
Por otra parte, y más importante, es cierto que existe una contradicción entre la necesidad de la clase
dominante de tener fuerzas represivas consolidadas, y las condiciones miserables en que mantiene al
personal subalterno de esas fuerzas, en Argentina y otros países de América Latina. Sin embargo, y aquí
está el nudo de la equivocación de los defensores socialistas del sindicato de policías, hay que decir
que esta contradicción no puede resolverse, dentro del sistema capitalista, hacia el lado del pueblo, o
del socialismo. Para ver por qué, recordemos que hace poco la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos de la OEA expresaba muy bien el objetivo que deberían proponerse los gobiernos en materia de
fuerzas policiales: «mejorar las condiciones de trabajo y la situación de estos funcionarios» para cumplir
con su «servicio social». Pero este «servicio social» tiene como componente fundamental la defensa de la
propiedad del capital. Esta es la función que domina y determina el carácter del policía o del gendarme.
Para utilizar una noción de Marx, por encima de su origen y del hecho de que sea asalariado, tienen
una «existencia funcional». Su función, como integrantes del cuerpo represivo, predomina por sobre todo
lo demás. Por eso, al acompañar las demandas por mejores condiciones de trabajo y salariales de las
fuerzas de seguridad, no se está fortaleciendo al trabajo frente al capital, como pretende el discurso
reformista, sino se está contribuyendo al perfeccionamiento del aparato represivo. Dar buenos salarios a
los policías, mejorar su equipamiento, levantarles la moral, es un objetivo de la clase dominante. Podrá
tener dificultades presupuestarias para lograrlo, pero en la medida en que lo cumpla, mejora y aceita los
mecanismos represivos. Y no hay manera de que el policía se acerque al trabajador, o al socialismo, por
este camino. Es sencillo de entender: su existencia funcional determinará su actuación y postura en la
lucha de clases.
Es interesante recordar que a principios de los años 1930, en Alemania, la socialdemocracia confiaba
en que la policía detendría, en última instancia, a Hitler, porque los policías eran trabajadores, e incluso
muchos eran socialistas. En oposición a esta idea, acertadamente Trotsky alertó que «el obrero, convertido
en policía al servicio del Estado capitalista, es un policía burgués y no un obrero». Agregaba que esos
policías se habían enfrentado muchas veces con los obreros revolucionarios, que nadie pasa por semejante
escuela sin quedar marcado, y que «lo esencial es que todo policía sabe que los gobiernos pasan, pero la
policía continúa» (Escritos sobre Alemania, enero de 1932). Pienso que la idea tiene vigencia. Después
de todo, la naturaleza del Estado capitalista, y de su policía, no han variado, y esto es lo que debería
retener todo trabajador o militante. Además del desempeño en «función de la sociedad» (digamos, atrapar
al violador serial que anda suelto por el barrio), las fuerzas de seguridad constituyen un pilar del dominio
de clase. Los gendarmes que participaron del operativo X (espionaje a manifestantes y activistas); o los
policías que balearon a los qom en Formosa, no son compañeros trabajadores confundidos, sino «policías
burgueses», que actúan según la naturaleza del organismo que integran.
Por supuesto, podemos suponer que en una coyuntura revolucionaria, una parte importante del personal
de las fuerzas armadas pasará del lado de los trabajadores. Pero se trata de un escenario muy especial cuando los explotados «toman el cielo por asalto»- caracterizado por la ruptura del Estado. En cualquier
otra condición, no hay que hacerse ilusiones. La existencia de la policía depende de la existencia del
Estado capitalista y de las relaciones sociales de producción capitalista. Los policías no van a ser ganados
progresivamente para las ideas del socialismo, o la causa de los trabajadores. Por eso, también es ingenua
la propuesta -la adelantó un dirigente de izquierda- de que se forme el sindicato de policías o gendarmes,
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pero con el compromiso de que sus miembros no van a reprimir a los trabajadores. Estas promesas son
papel mojado. La lucha de clases no deja lugar a estas ensoñaciones.
Lucha de clases y experiencia histórica
Seguramente muchos verán mi análisis como poco sutil y sofisticado; pero en estas cuestiones lo que
importa es «el trazo grueso», la divisoria de clases. Si se pierde de vista esta brújula, terminaremos en
graves problemas. Y la discusión no es meramente teórica, tiene consecuencias prácticas, inmediatas.
Relato una experiencia: en 1975 yo militaba en un partido trotskista, que se dio como orientación hacer
trabajo político entre los policías. Como todos sabemos, era la época en que la Tiple A asesinaba a diestra
y siniestra. Pues bien, recuerdo que una compañera me contó la siguiente experiencia: se presentó en una
comisaría y reclamó su «derecho democrático» a vender la prensa del partido entre los policías. ¿Por qué
no iba a hacerlo, si se trataba de «compañeros trabajadores»? Por suerte, un oficial se apiadó de ella, y le
aconsejó, de la mejor manera, que se fuera de allí, antes de que le pasara algo grave. Algunos dirán que es
un caso extremo, pero lo importante es que expresa un error de caracterización.
La experiencia histórica también demuestra que el Estado capitalista no se erosiona paulatinamente, y
que los sindicatos policiales son perfectamente asimilables por el sistema. Incluso huelgas y movimientos
bastante radicales, han sido absorbidos. Por caso, hubo huelgas de policías en Boston, en 1919, en
Montreal, en 1971, en Nueva York, en 1971 o en Baltimore, en 1974. En Estados Unidos, España,
Italia y otros países adelantados, los sindicatos de policías funcionan desde hace años. No hay evidencia
de que la policía de esos lugares tenga un comportamiento más democrático y considerado hacia los
que «cuestionan» o los que considera «enemigos del sistema». Un caso histórico famoso es el de las
huelgas de policías en Inglaterra, de 1918 y 1919, que estallaron en medio de una intensa agitación
revolucionaria, cuando los trabajadores llegaron a elegir consejos. Aquellos policías huelguistas fueron
llamados los Bolshevik Bobbies. Pero el movimiento revolucionario decayó, y los policías fueron
integrados perfectamente al Estado. Como resultado, se estableció un sindicato, aunque sin derecho de
huelga. A partir de allí, no representó un problema para el capitalismo; incluso, el sindicato se constituyó
en un canal más o menos normal de negociación de las condiciones laborales de los policías. Un sindicato
puede contribuir al logro de un aparato policíaco más eficiente, consolidado y con alta moral, que no deja de
ser un reaseguro para el sistema de explotación. Podemos imaginar incluso un sindicato pidiendo asistencia
psicológica, mejores equipos y compensación económica para los «compañeros» que tienen que reprimir
manifestaciones obreras o, tarea aún más penosa, picanear a un detenido para obtener información. ¿Por
qué no, si se trata de «trabajadores asalariados»? El absurdo al que se llega es revelador de la inconsistencia
del planteo, desde un punto de vista socialista.
En conclusión, no encuentro nada progresivo en apoyar la demanda de un sindicato de policías o
gendarmes. Habría que recordarlo, un trabajador puesto a policía, no es un trabajador, sino un policía.
Rolando Astarita
6 de octubre de 2012
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