Genuinamente inaudito: Venezuela establece cartilla de racionamiento Por Giovanni E. Reyes (*) Inexorablemente, como lo puntualizan los indígenas guatemaltecos en su legendaria sabiduría –algo que se repite en otros contextos y situaciones- “para la verdad, el tiempo; para la justicia Dios”. Es incuestionable: la lógica económica, así como la lógica histórica, da a conocer los frutos, los resultados, las evidencias y procesos que se venían fraguando. No es algo que “ocurrió de pronto”. Ahora en Venezuela desembocan las dinámicas de causalidad, por más que las mismas aún hoy sean negadas. Hasta allí llega el “poder” de la retórica, cuando se estrella con la terca realidad, cuando esta última se manifiesta con su irremediable contundencia. Por más “ideología” y tergiversación que se haga de los hechos, el tiempo trae siempre la verdad. El personalísimo manejo económico que desde hace 14 años se realiza en Venezuela da lugar a algo que hasta hace poco era impensable: que en la potencia petrolera latinoamericana, que en la “Venezuela Saudí” de hace 30 años, se implemente hoy en día la cartilla de racionamiento. Algunos podrían resaltar lo relativo de estos planteamientos, que en realidad constituyen una tragedia. Se dirá -como en efecto habrá de ocurrir a partir del 10 de junio- que se trata “solo” de 65 supermercados, que son “solo” 20 productos y que tan “solo” ocurrirá en dos poblaciones: Maracaibo y San Francisco, ambas, localidades del estado Zulia, al occidente de Venezuela. Son consuelos sin mayores anclajes en la realidad actual y en perspectiva, son señalamientos cosméticos. El fondo del problema es de un país que cae víctima de la “maldición de los recursos naturales”, tal y como lo ilustra y desde hace tiempo lo asegura esta corriente del pensamiento económico. Algo más de lo que al parecer se ignora por los dirigentes herederos del chavismo. Repasemos algunos datos causales. En 1999 al llegar el hoy desaparecido presidente Chávez al poder, las importaciones rondaban los 18,000 millones de dólares. Para fines de 2013 se estima –es difícil conseguir cifras totalmente certeras en Caracas- que los productos comprados en el exterior llegarían a 72,000 millones de dólares. Nadie quiere pelearse con quien tiene una chequera por demás engrosada. Entretanto, el aumento de precios se come el poder adquisitivo. En lo que va de 2013 la inflación ha sido casi de 20 por ciento. Desde 1999, los ingresos petroleros que habría recibido Venezuela rondan los $900,000 millones de dólares. Todo ello en un contexto en el cual la producción del crudo habría caído de 2.6 a 2.1 millones de barriles diarios. No obstante, como algo similar a lo que pasa en otros países latinoamericanos, las exportaciones dan muestras de un dramático incremento. Pero nótese que no ha sido por la cantidad exportada de productos, sino por la factura, es decir, porque los precios han estado al alza. En lugar de invertir los recursos en los factores que potencian el crecimiento y el desarrollo de un país de manera consistente, lo cual ha estado intensa y recurrentemente estudiado –inversión de educación, en estabilidad política, estabilidad macroeconómica, en infraestructura, en cultura de trabajo y cumplimiento de acuerdos, además de institucionalidad y vigencia de estado de derecho- el chavismo se ha dedicado a engrosar egos, a entregar el dinero sin componentes de sostenibilidad. No se trata de no estar en contra de la pobreza. De ninguna manera. Todos estamos empeñados en que los diferentes grupos humanos puedan salir de condiciones de vida infrahumanas, en las que tratan muchas veces, de subsistir a como Dios ayude, en los tenebrosos circuitos de la economía informal, del desempleo, de la marginalidad. Es cierto. El tener pobres es un pésimo negocio para cualquier sociedad. Teniéndolos, para solo señalar un aspecto, se vive en condiciones de ineficiencia, de no utilización plena de los recursos. Eso sin dejar de mencionar aspectos cruciales de humanismo, de ética social y de equidad, es decir de trato justo de la diferencias en los grupos sociales. Componentes estos últimos que deben prevalecer, por supuesto, en una sociedad mínimamente funcional en el siglo XXI. Pero no es con solo regalos que se logran los fines del desarrollo. El problema es la sostenibilidad. Salvo el caso en donde se requiere de ayuda humanitaria de emergencia, lo esencial es distribuir oportunidades. Se trata de que las personas y las sociedades respeten la ética del esfuerzo y del trabajo. Tampoco es que los monopolios y los herederos de los encomenderos de la colonia deseen y se les permita perpetuar sus prácticas de explotación de recursos. No. Se trata de que en la sociedad se amplíen las capacidades de la población –vía educación y capacitación de calidad y con amplia cobertura- y que por otra parte se aumenten las oportunidades productivas –vía empleo. En particular esto se requiere con mayor énfasis en los grupos más vulnerables, para los empobrecidos. Son ellos los que demandan mayor “apalancamiento social”. Pero esto no se ha logrado sosteniblemente en los años del chavismo. Aquí también es de precisar que el ascenso del presidente Chávez al poder en febrero de 1999, fue más bien consecuencia de 40 años en los cuales los grupos de mayor poder económico prácticamente se “rifaban” la riqueza petrolera en contubernio con los grupos de políticos tradicionales en Venezuela. Con todo, se llega a esto. A racionar productos en un país que lo ha tenido todo. Que tiene aún todo para poder salir adelante. He allí lo increíble del panorama del que ahora somos testigos. La esperanza no se perderá mientras existan al menos las potencialidades que pueden brindar liderazgos responsables y el rescate de la capacidad productiva del país, del hacer de esta castigada nación un lugar de desarrollos incluyentes, no discriminadores. Quizá por encima de todo, de las tantas cosas que ocurren en este derrotero de escases de Venezuela, se tiene la dimensión política, que no deja de ser menos increíble. Un país rico con una economía mediana, pero estratégicamente importante en Latinoamérica como es Venezuela, le pide a un país necesitado, sin mayores libertades, un país cuyas vivencias implican más estrecheces y carencias, como es Cuba, que tome posesión del primero de los mencionados. Es necesario rescatar la capacidad productiva que aún queda, pero desafortunadamente el régimen del presidente Maduro está tomando la senda de la continuidad, en donde la negación violenta del diálogo va acompañada de una intransigencia política tan férrea como dañina. (*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.