LA TUMBA VACÍA Por Rogelio Pérez Díaz Cuenta Josh McDowell que en una de sus conferencias en una universidad de Latinoamérica, casi al final, se puso en pie un musulmán y le contestó de manera acalorada: “Nosotros vamos de peregrinaje a la Meca y nos llegamos a Medina a visitar la tumba de Mahoma. Ustedes, en cambio, cuando van a Jerusalén, ¿qué encuentran?... ¡Solo una tumba vacía!”. Dice McDowell que, no bien el hombre había pronunciado esta frase, enmudeció inmediatamente, como tratando de tragarse nuevamente sus palabras. Y no era para menos, el hombre comprendió algo que para nosotros constituye un hecho indubitable y es fundamento de nuestra fe. Veamos como son narrados estos acontecimientos en el Evangelio de Mateo: “Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro. Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Y de miedo de él los guardas temblaron y se quedaron como muertos. Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. He aquí, os lo he dicho. Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos. Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos, he aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán. Mientras ellas iban, he aquí unos de la guardia fueron a la ciudad, y dieron aviso a los principales sacerdotes de todas las cosas que habían acontecido. Y reunidos con los ancianos, y habido consejo, dieron mucho dinero a los soldados, diciendo: Decid vosotros: Sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando nosotros dormidos. Y si esto lo oyere el gobernador, nosotros le persuadiremos, y os pondremos a salvo. Y ellos, tomando el dinero, hicieron como se les había instruido. Este dicho se ha divulgado entre los judíos hasta el día de hoy.” (Mateo 28:1-15) A la muerte de Jesús, sus discípulos, temerosos y desanimados, se dispersaron y escondieron. Ellos estaban esperando un Mesías que, de acuerdo a lo que entendían de las profecías del Antiguo Testamento, vendría a libertar a Israel de la esclavitud y no podían comprender la connotación real del plan de Dios. Esperaban un rey humano, fuerte y victorioso, comandando las huestes de Israel, combatiendo y doblegando a los enemigos de la nación judía. No era de extrañar entonces que huyesen atemorizados ante la crucifixión de un hombre que decía ser el Mesías de la promesa y moría de forma tan denigrante, sin haber alcanzado, a criterio de ellos, el propósito que de él se esperaba. Es que el pueblo judío de aquellos días no había logrado comprender cabalmente la magnitud de la libertad que Cristo traía. Esa que hizo enmudecer al musulmán cuando trató de desacreditar las palabras de McDowell. El Mesías redentor no venía a la tierra a hacer algo que un rey humano cualquiera hubiese podido hacer. El hijo de Dios se hizo hombre para morir nuestra muerte por una libertad más plena. La libertad que él vino a comprar al precio de su sangre no era tan efímera como sacar a una pequeña nación del dominio de un enemigo humano, sino que él venía a conquistar para el hombre, para todos los hombres, una más preciada y duradera. Él venía a traer libertad del pecado, a rescatarnos de la esclavitud del diablo. Pero veamos los hechos de ese día como son narrados por los apóstoles: El domingo en la mañana, casi al amanecer, las dos marías fueron al sepulcro propiedad de José de Arimatea, donde había sido sepultado el Señor, para ungirlo como era debido, ya que sólo lo habían hecho de forma provisional y precipitada el día en que lo sepultaron y dejaron pasar el día de reposo antes de venir a hacerlo. Para ello, “…compraron especias aromáticas para ir a ungirle” (Marcos 16:1) En el camino iban haciendo planes sobre cómo podrían abrir la tumba, que tenía una enorme y pesada piedra en la puerta (Mr. 16:3). Por eso no es extraño que se asustasen cuando llegaron y encontraron la piedra removida. Si la tumba estaba abierta y el cadáver había desaparecido sólo había dos explicaciones posibles: - El cuerpo había sido quitado de la tumba, o… - Jesús realmente había resucitado. En el primer caso, también sólo cabían dos opciones: - los propios discípulos habían hurtado el cadáver para fingir una “falsa resurrección”. Eso precisamente temían el sumo sacerdote y los demás judíos cuando pidieron a Pilato una guardia para cuidar el sepulcro. Pero es evidente que tal cosa era imposible. Por una parte, un grupo de discípulos acobardados y dispersos ¿cómo iban a llegar al acto temerario de robar una tumba custodiada por un pelotón de soldados bien armados? El que tenga conocimientos de historia sabe que una fuerza así, en aquella época, era una maquinaria de guerra perfecta, casi invencible. No ya un puñado de discípulos, sino hasta la multitud judía y sus líderes la temían. Roma precisamente mantenía el orden y sumisión del territorio de Israel con tal maquinaria. Si usted dijera a las personas de aquella época tal cosa, se reirían de su estupidez. Sin embargo, hoy día es común que algunos todavía quieran desacreditar la resurrección argumentando que los discípulos robaron el cuerpo. - el sumo sacerdote o los ocupantes romanos habían quitado el cuerpo del sepulcro por temor a que los discípulos lo robasen. En Juan 20:2, las mujeres que habían ido a la tumba, pensaron tal cosa: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto”. Dijo María Magdalena a Pedro y Juan. Si el primer caso resulta absurdo, mucho más lo sería éste. De haber sido así, cuando comenzó a propagarse la resurrección, para anular tal hecho, quien hubiese tenido el cadáver, ya fueran los judíos o los romanos, sólo tenían que presentar el cuerpo para echar por tierra la mentira. Pero no sucedió tal, sino que la “mentira” se ha propagado hasta nuestros días sin que nadie nunca dijera: “eso es una falsedad, Cristo no ha resucitado porque los muertos no resucitan… ¡miren el cuerpo aquí!” Es evidente entonces, que si los discípulos no pudieron robar el cadáver y los judíos o los romanos no quisieron hacerlo, hay que buscar otra explicación para la tumba vacía. No sé si usted ha pensado en ello, pero yo estuve años enteros diciendo que los muertos no resucitaban y todo esto era un enorme engaño y tratando de encontrar una explicación “lógica y científica a tal disparate”. Heme aquí, muchos años después, cayendo rendido ante la evidencia de un hecho incuestionable: la resurrección de Jesús. Pero reconocer que Cristo se levantó de la tumba no es un mero acto de la voluntad humana sin mayor trascendencia. El hecho tiene una connotación tan grande que casi dos mil años después de haber sucedido, está incidiendo en nuestras vidas. Y así va a seguir. Se nos dice en Mateo 28:8 que las dos mujeres, “…saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos.” Y no era para menos. En ese momento ambas entendieron de forma cabal la magnitud de la libertad que Jesús había traído. Los discípulos, por su parte, igual que nos sucede a nosotros hoy, también dudaron, porque “…a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían.” (Lucas 24:11) y porque “aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos.” (Juan 20:9) Luego, sin embargo, cuando lograron entender, Pedro “…levantándose…, corrió al sepulcro; y cuando miró dentro, vio los lienzos solos, y se fue a casa maravillándose de lo que había sucedido.” (Lucas 24:12) y Juan “…vio, y creyó.” (Juan 20:8) La tumba vacía es evidencia, más que de cualquier otra cosa, de haber vencido a la muerte. Y eso no puede hacerlo hombre alguno. Todavía en nuestros días, a pesar de las cosas que ha logrado la ciencia, la muerte es muerte y el que se muere, muerto está. Los discípulos lo comprendían muy bien y los judíos y romanos también. Es por ello que los guardias, cuando descubren la ausencia del cuerpo “…fueron a la ciudad, y dieron aviso a los principales sacerdotes de todas las cosas que habían acontecido. Y reunidos con los ancianos, y habido consejo, dieron mucho dinero a los soldados, diciendo: Decid vosotros: Sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando nosotros dormidos. Y si esto lo oyere el gobernador, nosotros le persuadiremos, y os pondremos a salvo. Y ellos, tomando el dinero, hicieron como se les había instruido. Este dicho se ha divulgado entre los judíos hasta el día de hoy.” (Mateo 28:11-15) Este complot para culpar a los discípulos de la desaparición del cadáver nos muestra que ellos, los líderes judíos o el gobernador romano, no lo habían tomado y que, temiendo lo que realmente sucedió, es decir, que la noticia se propagara, trataron de “preparar” una explicación de los hechos que invalidara la resurrección. Hace, pues, dos mil años, sucedió un hecho que cambió por completo el curso de la historia, porque restableció la relación rota de los hombres con Dios. A los hombres les costó lo suyo, pero finalmente comprendieron. Nosotros, por nuestra parte, somos tardos para entender el mensaje de la cruz y la tumba vacía y seguimos “buscando explicaciones” a algo que se manifiesta por sí mismo, un acontecimiento maravilloso que, lejos de tratar de explicarnos y dejar a Jesús enterrado en una tumba que no le puede contener, debiéramos decirnos, como dijeron los ángeles a las mujeres: “… ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” (Lucas 24:5) Este escrito es una contribución de la agrupación para eclesiástica cubana: Ministerio CRISTIANOS UNIDOS. Puede comunicarse con MCU al correo: cristianosunidos2012@gmail.com Usado con permiso ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.