Entre la pluma y la espada. Vicente Riva Palacio Por Rafael Hernández Ángeles Investigador del INEHRM En muchos de los hogares mexicanos hay un librero que resguarda ejemplares de algunas obras de literatura, ciencia, matemáticas e historia. Entre estos últimos, hay dos obras monumentales que destacan: la Enciclopedia de México, uno de los más completos compendios de datos históricos, biográficos, geográficos, científicos y culturales de nuestro país, y los cinco tomos de México a través de los siglos, obra coordinada en su tiempo por Vicente Riva Palacio. Independientemente de la visión maniquea de la Historia patria ofrecida en México a través de los siglos, su edición fue un esfuerzo titánico para preservar parte de la historia nacional, labor conjunta de literatos, historiadores y testigos de los hechos allí relatados, dirigida por uno de los talentos más célebres de la época -en estos momentos, para muchos de los jóvenes lectores poco conocido-. En estas líneas daremos algunos pormenores de la vida de tan ilustre personaje. Se decía que, cuando el general Vicente Riva Palacio salía a combatir, sacaba la pluma y cuando se sentaba a escribir, sacaba la espada. Este sarcasmo de la época no hace más que ilustrar la dualidad creativa y bélica de Riva Palacio. Hombre sensible, guerrero, poeta, genio, de un tiempo en el que los hombres parecían gigantes, como escribió otro titán de esos años Ignacio Ramírez el Nigromante; tiempos en los que la patria necesitaba a sus hijos con las armas en las manos, no sólo para defender los ideales, sino el manantial en donde brota la soberanía, tiempos en los que no sólo había que dejar constancia de la barbarie del combate, sino de la belleza de las palabras, del testimonio de un México convulsionado, roto, pero exigiendo a gritos, ante el concierto de las naciones, su derecho a existir como nación independiente. Fue en esos años, cuando el concepto de nación empezó a tener significado para los nuestros. Sobre este ilustre personaje no es solo necesario conocer sus datos biográficos, sino invitar a nuestros anónimos, pero indispensables lectores del siglo XXI, a conocer su obra. Textos literarios e históricos como: Calvario y Tabor. Novela histórica y de costumbres, Los cuentos del general; Las dos emparedadas. Memorias de los tiempos de la Inquisición, El libro rojo. Hogueras, horcas, patíbulos, martirios, suicidios y sucesos lúgubres y extraños acaecidos en México durante sus guerras civiles y extranjeras, 1520-1867, Martín Garatuza. Memorias de la Inquisición, Memorias de un impostor. D. Guillén de Lampart, rey de México. Novela histórica; Los ceros. Galería de contemporáneos, Monja y casada. Virgen y mártir, Los piratas del Golfo, Tradiciones y Leyendas mexicanas, entre tantos más, no sólo recogen con magistral encanto las costumbres perdidas en el tiempo del mexicano común de ese entonces, sino registran datos históricos poco conocidos de nuestra historia que deleitarían al lector más exigente. Vicente Florencio Carlos Riva Palacio y Guerrero nació en la Ciudad de México el 16 de agosto de 1832; si bien es cierto que el certificado de bautizo de Riva Palacio tiene la fecha consignada de su natalicio el 16 de octubre, para nuestro biografiado, su nacimiento ocurrió dos meses antes. De tan noble cuna, Vicente fue el mayor de seis hijos del matrimonio del ilustre liberal Mariano Riva Palacio y de la señora Dolores Guerrero, hija del héroe de la independencia Vicente Guerrero. Riva Palacio vivió dentro de una familia acomodada, más no en la opulencia y el derroche. Su padre, hombre de letras y de la política, fue varias veces diputado federal y gobernador del Estado de México; su madre, mujer abnegada, se dedicó a las labores del hogar. Recibió su educación elemental en la escuela particular de los hermanos Isidro y José Ignacio Sierra. En 1845, Riva Palacio ingresó al Colegio de San Gregorio, en donde cursó dos años de Gramática, equivalente a la educación secundaria y tres años de Filosofía, hoy equivalentes a la preparatoria. En 1847, suspendió sus estudios para incorporarse a las brigadas civiles que lucharían contra la invasión norteamericana a nuestro país. A finales de 1849 o principios de 1850, Riva Palacio inició sus estudios para abogado, los cuales tuvo que abandonar un año por estar convaleciente de una enfermedad; sin embargo, asistió a clases esporádicas en el Instituto Científico y Literario de Toluca. En 1851, reanudó sus estudios y en diciembre de 1854, obtuvo su título de abogado firmado por el entonces presidente Antonio López de Santa Anna. Lamentablemente, a principios de ese año, murió su madre. Entusiasta, ejerció su profesión por algún tiempo, sin embargo, la rutina de los tribunales y la falta de pago de los clientes, hicieron que Riva Palacio se arrepintiera de haber estudiado para abogado, por lo que, en noviembre de 1855, aceptó el cargo de regidor del Ayuntamiento de la Ciudad de México, ingresando así al ejercicio de una de sus más gratas pasiones: la política. En 1856, fue electo diputado; participó en los debates y discusiones para la conformación de la Constitución de 1857. Identificado como un liberal moderado, sus aportaciones fueron austeras pero significativas. También en 1857, contrajo matrimonio con Josefina Bros, de cuyo matrimonio nació Federico Riva Palacio, su único hijo. Con la proclamación de la Constitución de 1857 se inició la lucha política y armada entre liberales y conservadores, que dio pie al pronunciamiento conservador de Félix María Zuloaga. El Ayuntamiento de la Ciudad de México intentó estar al margen de la lucha política; pero Zuloaga desconoció a la Constitución de 1857 y a las autoridades emanadas de ella; Riva Palacio, al lado de otros miembros del Ayuntamiento, fue perseguido y encarcelado. Esta persecución radicalizó la postura política de Riva Palacio, quien se convirtió en un liberal puro. Al triunfo liberal, fue de nueva cuenta diputado en el Congreso Nacional; en marzo de 1861, el presidente Benito Juárez le ordenó recoger del Arzobispado el archivo de la Inquisición, con la finalidad de divulgar "las causas célebres de la Inquisición". Algunos textos fueron publicados en el diario El Monitor Republicano bajo las firmas de Vicente Riva Palacio y Pantaleón Tovar en calidad de editores y, si bien aclaraban que estos textos tenían el carácter de difusores históricos, lo cierto es que tenían el carácter panfletario para atacar a la Iglesia católica y a los conservadores. Entre 1861 y 1862, Riva Palacio se dedicó a escribir dramas, sainetes y comedias en colaboración con Juan A. Mateos. En 1861, participó en la fundación de un periódico satírico muy importante: La Orquesta. Periódico omniscio, de buen humor y con caricaturas. Eran los años entre guerras, de la Reforma a la Intervención francesa; la paz era frágil y momentánea; a pesar de ello, Riva Palacio continuó con sus tareas legislativas, periodísticas y literarias; disfrutaba la fiesta brava, el teatro y la buena comida. Al iniciarse la intervención francesa, Riva Palacio dejó atrás placeres y familia; armó con sus propios recursos una guerrilla, y a principios de mayo de 1862, se puso a las órdenes del general Ignacio Zaragoza. Su primer hecho de armas tuvo lugar en la batalla de Barranca Seca, cerca de Orizaba, Veracruz. Durante un año, participó en la defensa de Puebla en contra del invasor, ganándose el grado de coronel. Al caer la plaza, Riva Palacio se replegó a la Ciudad de México. El presidente Juárez le ofreció la dirección del Diario Oficial, cargo que rechazó por considerar que su deber era defender a la patria con las armas en la mano. Fue designado gobernador del Estado de México pero la entidad estaba en manos de los imperialistas, por lo que tuvo que dirigir la campaña militar desde el vecino estado de Michoacán. En 1864, sólo con el apoyo de los pobladores y de préstamos forzados, Riva Palacio logró sostener a su ejército de guerrilleros contando con el invaluable apoyo de Nicolás Romero, antiguo obrero textil y chinaco valiente. Por sus hechos de armas, alcanzó el grado de general. A principios de 1865, su brazo fuerte, Nicolás Romero, fue hecho prisionero y fusilado por una corte marcial. A pesar de este duro golpe y de la falta de apoyo del gobierno errante de Juárez, Riva Palacio logró poner en pie un ejército republicano que empezaba a obtener victorias ante el ejército invasor. El 11 de abril de 1865, en la batalla de Tacámbaro, Michoacán, el ejército de Riva Palacio capturó a muchos soldados belgas. Tras una serie de negociaciones con el Mariscal Bazaine, logró un canje por prisioneros republicanos el 5 de diciembre de ese año en el poblado de Acuitzio. Con esta acción, Riva Palacio logró que el ejército republicano fuera reconocido como una fuerza beligerante y no como un puñado de bandidos. Hacia mayo de 1866, Riva Palacio fue informado de los triunfos republicanos en el norte y de la salida del país de la emperatriz Carlota. Animado por las noticias, dictó a su secretario, según testigos, las estrofas de Adiós, mamá Carlota, composición que sería un canto de guerra, y junto a Los cangrejos, de Guillermo Prieto, populares entre los guerrilleros. Al triunfo de la República, Riva Palacio dejó las armas para dedicarse a la vida privada; sin embargo, fue ministro de la Suprema Corte. Ejerció el periodismo, siendo un crítico constante de la administración de Sebastián Lerdo de Tejada, al grado de apoyar la revuelta de Tuxtepec del general Porfirio Díaz en 1876. De su pluma prodigiosa no sólo emanaron críticas políticas, sino poemas y cuentos memorables, así como el desarrollo de las Veladas literarias, reuniones en donde los escritores más afamados del momento se reunían a discutir sus creaciones y a la bohemia: Ignacio Manuel Altamirano, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Juan de Dios Peza, Juan A. Mateos y el joven y talentoso Justo Sierra. En 1876, Riva Palacio fue designado secretario de Fomento en el primer gabinete de Porfirio Díaz. Durante su cargo, Riva Palacio impulsó, en 1877, la creación del Observatorio Meteorológico Central en Palacio Nacional; desarrolló proyectos para extender las vías del ferrocarril e impulsó proyectos de colonización hacia los estados de Yucatán y Chihuahua. También en su gestión, se levantaron los monumentos a Enrico Martínez (monumento hipsográfico) a un costado de la Catedral Metropolitana, así como el monumento a Cristóbal Colón en el Paseo de la Reforma. Riva Palacio no sólo buscaba ser eficiente en su ministerio, sino participar en la carrera presidencial. Cuando la decisión de Díaz se inclinó hacia su compadre Manuel González, Riva Palacio se convirtió en feroz opositor. Si bien los años de 1881 y 1882 no fueron los más afortunados en la vida política de Riva Palacio, sí lo fueron en cuestiones histórico- literarias, al iniciar la redacción de su obra México a través de los siglos y salió a la luz Los ceros. Ya para esos años, Riva Palacio era un político en desgracia. Su prestigio se desvanecía ante la figura dominante de Díaz. Tras el motín del níquel del 21 de diciembre de 1883, en donde la chusma deploró la emisión de monedas de ese metal durante el gobierno de Manuel González, éste hizo encarcelar a Riva Palacio, acusado de azuzar a la chusma por medio de sus escritos. Permaneció en prisión hasta el 16 de septiembre de 1884. Los diarios dieron fe de sus duros días en la cárcel, en donde Vicente aprovechó para redactar el segundo tomo de México a través de los siglos. Olvidado por Díaz, que regresó a la presidencia, Riva Palacio decidió terminar la empresa de publicar los cinco tomos de esta obra. Al acercarse la tercera reelección de Díaz, y para evitar nuevas críticas en la prensa, éste lo nombró embajador de México en España, enviándolo al exilio oficial. De 1886 y hasta su muerte, ocurrida el 22 de diciembre de 1896, Vicente Riva Palacio ejerció con dignidad su cargo como embajador de México en España, ganando el cariño y respeto del cuerpo diplomático e infinidad de lectores. Enterrado por su propia voluntad en el cementerio sacramental de San Justo Pastor de Madrid, tuvo que esperar 40 años para regresar a su patria por la puerta grande. A instancias del gobierno del general Lázaro Cárdenas, los restos de Riva Palacio llegaron a nuestro país para ser depositados el 20 de mayo de 1936 en la Rotonda de las Personas Ilustres. Justo homenaje a uno de los constructores y pilares de la nación.