Comentario del Filebo o del placer. Platón. EL diálogo a comentar no comienza como el resto de los diálogos platónicos, probablemente porque en él se trata directamente un tema muy especial que aparece en todos los demás y en ninguno como tesis central: la búsqueda de la fundamentación del Bien según la discusión entre placer e intelecto. Empieza el Filebo cuando ya ha terminado una larga discusión entre Sócrates y Filebo. Este último defiende que Bien y placer son la misma cosa, que podemos referirnos a la misma cosa con uno u otro nombre. Sócrates, en cambio, defiende que es el intelecto el que nos acerca más al Bien y en el que deben centrarse los hombres. Cansado de defender una y otra vez las mismas ideas Protarco toma el relevo de Filebo para dialogar con Sócrates. Sin embargo, aunque en un principio Protarco representa la oposición a las afirmaciones intelectuales de Sócrates, no hace las funciones de una verdadera oposición, sino más bien se encarga de guardar el lugar del lector dando la razón a Sócrates o pidiendo que se explique mejor si las cuestiones expuestas se complican. El diálogo socrático que propone Platón consiste siempre en seguir el método dialéctico, ciencia suprema, para llegar a conclusiones fundadas. De esta forma no trata Sócrates de imponer su verdad, no trata de vencer en la discusión, sino que mediante la discusión se llegue a una verdad que no puede ser de otro modo que común, pues es la verdad absoluta. Así dice: “En efecto, ahora no luchamos precisamente por esto, por la victoria, para que lo que yo sostengo eso sea lo que gane, o lo que tú, sino que ambos, aliados, debemos luchar por la absoluta verdad” (1) De esta forma se enzarzan en un análisis exhaustivo dirigido por el maestro Sócrates mediante preguntas. Ya al principio descartan que tanto placer como intelecto se puedan identificar con el bien sin más, pues imaginan una vida llena solo de instintos, goces, carente de memoria, consciencia, ni razón y les parece en nada distinta de la de los animales. Así mismo, una vida constituida solo por opiniones verdaderas, ciencia y prudencia sería completamente insensible a todas las cosas. Como habían definido el Bien como la única cosa independiente y autosuficiente se deduce que no es éste ni puro intelecto ni puro placer. Por lo tanto solo cabe investigar cuál es ese tercer estado que constituye el Bien y qué hay que perseguir para acercarse a él en último término (lo que Sócrates llama “segundo premio”), si el placer o el intelecto. (1) Fil. 14b Comienzan preguntándose por los tipos de placeres, que son múltiples, como todas las cosas del mundo sensible subyacentes bajo el género tienen multiplicidad más allá de la unidad. Al principio Protarco no lo reconoce, pero finalmente se habla de que todo lo que es surge de lo uno y lo múltiple, y lo constituye límite e ilimitado. Concluyen que podemos hablar de un mundo compuesto por cuatro géneros: Lo limitado, lo ilimitado, lo mixto (generado por la mezcla de los dos anteriores) y la causa de toda mezcla y generación. El placer se enmarca así en el género mixto como el intelecto en el cuarto, como casusa universal (ya que todo está ordenado racionalmente y no sometido a causas azarosas). Sin embargo no podemos hablar de placer sin hacerlo al mismo tiempo de dolor. La explicación que da Sócrates a placer y dolor es la siguiente: la vida mixta, que hemos aceptado por la mejor (compuesta por placeres e intelecto) está conformada por límite e ilimitado en armonía. Con la ruptura de ésta armonía (debida al cambio al que está sometido continuamente el mundo sensible) aparece el dolor, y con la restitución de la misma, con la vuelta al estado natural, el placer. Lo expresa literalmente así: “(…) la destrucción es dolor y el regreso al ser propio de cada cual, ese regreso es para todos los seres placer” (2). Más adelante añadirá que sólo los grandes cambios producen dolor y placer, mientras que los pequeños nos dejan indiferentes. Más adelante analiza también el deseo, como origen del placer. Llega a la afirmación de que el deseo reside en el alma y no en el cuerpo, ya que es el intelecto (situado en el alma) el único que tiene memoria, y el deseo que consiste en querer lo que no se tiene sólo puede surgir de una memoria anterior si nunca se ha experimentado el estado al que se aspira. Pero el alma, que según Sócrates es mayor fuente de perfección que el cuerpo, no engendra todo tipo de deseos que sustentan placeres, sino solo los buenos y verdaderos. Así hace una nueva distinción entre placeres verdaderos (de los que gozan los hombres buenos) y placeres falsos (de los hombres malos). Para reconocerlos en uno mismo hay siempre que seguir, según Sócrates y la máxima del oráculo de Delfos de “conócete a ti mismo”, pues de no ser así sólo se puede hallar el mal y ser ridículos: ridículos al dejarse llevar por dolores extremos y el mal por ignorancia (“¿no hemos dicho que la ignorancia es, para todos, un mal?” (3)). Sin embargo, siguiendo el camino de la sabiduría y la reflexión se puede llegar a discernir que placeres son puros (del alma en sí, exentos de dolor) y cuales impuros (que aparecen cuando se extingue el dolor). (2) Fil. 32b (3) Fil. 49d Finalmente, y tras un análisis de los distintos tipos de ciencia, llegan a la conclusión: que existen placeres verdaderos y “los más intensos placeres, (…) que nos procuran infinitas trabas” (4). Sobre éstos últimos se había dicho antes que “los mayores placeres y los mayores dolores nacen en cierta perversión del alma y del cuerpo, no es un perfección” (5). Así son los primeros los que han de gobernar la vida de los hombres junto con el intelecto. El Bien, como no podemos capturarlo en un solo concepto, lo apreciamos bajo la forma de la belleza, la verdad y la proporción. Por tanto, siendo el placer algo no bello sino ridículo o indecente, no verdadero sino embustero, y no según medida sino desmesurado, no podemos decir que sea el placer el fundamento del Bien. La escala de “bienes” que propone Sócrates, de elementos que se acercan en mayor o menos medida al Bien es la siguiente: En primer lugar lo mesurado, lo oportuno; en segundo lugar la proporción; en tercer lugar el intelecto, la prudencia; en cuarto la ciencia, la técnica, las opiniones verdaderas; y por último los placeres puros. Después de la conclusión, que se acepta como verdadera, el diálogo termina con la frase: “Te voy a recordar lo que queda” (6). La discusión continúa entonces con una tercera parte a la que no estamos invitados. (4) Fil. 63d (5) Fil. 45e (6) Fil. 67b A mí me parece muy interesante pensar acerca de esto último. ¿Por qué deja Platón puntos suspensivos al principio y al final de éste diálogo? ¿Qué sentido tiene realmente la figura de Filebo, que no interviene en ningún momento más que para decir que ya está cansado de dialogar? Yo creo que aparece para dejar claro que analizar estas cuestiones no es algo fácil ni rápido, sino que requiere un esfuerzo. Pero ese esfuerzo también supone una recompensa, pues Filebo, que no se queda a escuchar por más tiempo a Sócrates, nunca llega escuchar el razonamiento que le haga cambiar a la opinión, como a Protarco, que le haga seguir el buen camino en la vida. Sin embargo las conclusiones a las que se llega aunque sean ciertas nunca están cerradas y terminadas, sino que siempre se puede seguir reflexionando sobre ellas. Por otro lado, y con respecto ya al contenido, me ha sorprendido mucho al leer este diálogo, la idea tan errónea que se ha transmitido de Platón al encasillársele, después de la interpretación nietzscheana en un estereotipo absurdo. No es para nada Platón un combatiente radical de los placeres, ni ensalza una vida ascética dedicada en exclusivo al cultivo del alma. Simplemente lo que rechaza, lo que le parece “repugnante”, son los placeres desmedidos que llevan al vicio impidiendo el correcto ejercicio del intelecto. ¿Cómo puede decirse de alguien que escribe lo siguiente que censura todo tipo de disfrute placentero sin conocerlo?: “Cuando el placer prevalece en estas mezclas, la parte del dolor que en ella es inferior produce cosquilleo y hace que se irrite ligeramente, mientras que la parte del placer, que es dominante, lo tensa y a veces lo hace saltar e infundiéndole toda clase de colores, de gestos, de jadeos, provoca una excitación total y le hace dar gritos de locura”. (7) Es imposible que un hombre carente de sensibilidad, de lo que se le ha acusado, sea capaz de hablar de un orgasmo con semejante precisión y pasión. He encontrado además multitud de ideas que fundan teorías que he estudiado pero no sabía cuál era su origen, por ejemplo la idea del placer en el dolor, del disfrute del sufrimiento que luego recoge Aristóteles en su poética y demás pensadores como Burke en el siglo XVIII, o la idea de los placeres positivos y placeres negativos, que luego sistematizará Kant en sus ideas estéticas expuestas en la Crítica del Juicio. Como objeción le pondría a Platón algo en la línea de lo que ya dijo Nietzsche. Platón, califica de repugnantes o ridículos los placeres extremos, las muestras “excesivas” de disfrute, pues esto nos acerca demasiado a los animales. Sin embargo, para mí la exaltación de lo animal es lo que me parece que nos acerca más al concepto de humanidad. Humanidad en cuando parte del humus, de la tierra. Creo que el hombre en la actualidad por su propia condición es incapaz de perderse en un mundo puramente instintivo, sino que la propia conciencia de sí y la propia cultura impuesta desde su nacimiento le hace regresar siempre, quiera o no, a una reflexión. El peligro, hoy en día es el de la insensibilidad, el del hombre como máquina, como puede que en la época de Platón lo fuera el del hombre como animal. Por lo tanto, aunque en muchas cosas las afirmaciones de Platón se mantienen igual de válidas hoy que hace más de veinte siglos, en cuanto al rumbo que ha de tomar el hombre creo que sus conclusiones no son universales e intemporales. De todas formas, leyendo el Filebo, como otros de los diálogos platónicos, la conversación con Sócrates me ha imbuido completamente y su razonamiento me ha parecido tan impecable que era incapaz de disentir prácticamente nunca, sino asentir del mismo modo que lo hace Protarco. Espero que más adelante pueda combatir de forma más sólida sus ideas y desarrollar así lo que he expuesto arriba sin que sea una pura intuición, porque frente a consideraciones tan completas en la filosofía, las intuiciones se quedan como un juego de niños. (7) Fil. 47a Sin embargo no me parece que en vida los juegos se queden vacíos como en la filosofía, porque espero profundamente que, aunque la adoro, la vida no sea solo filosofía.