Things a student should note in reading this essay: 1. About the question: A. That the writer had taken courses on both Spanish Culture and Hispano-American Culture, and had reviewed both for the exam. He did not know until he drew the options which culture he would be asked to write about. B. That the question is open-ended. There is no right answer. The writer is asked simply to construct and defend an argument within defined parameters. The direction and conclusion of that argument and the facts adduced to support it depend upon the student’s own reading, coursework, opinions, and experience. Any argument, logically structured, clearly expressed, and supported by correct cultural and historical information, is a good argument. 2. About the essay: That the essay conforms precisely to the requirements of the question and that, in the course of his response, the writer demonstrates various of the skills that the Department has identified as goals for its Majors. This essay passed with distinction. • The writer of this essay is proficient in Spanish (Goal A), writing clearly, sometimes eloquently, and with minimal and minor grammatical errors. • The writer shows himself to be a critical thinker (Goal E) by constructing an argument and supporting it with facts at his command • The writer reveals an impressively solid knowledge of Hispano-American culture (Goal B). He considers indigenous religions as well as Christianity, and refers to specific events, people, and dates ranging from the pre-Columbian period to the 20th century. Cultura Y Civilización Latinoamericana Construye un argumento sobre el papel que ha tenido la religión en la historia de Hispanoamérica. Debes discutir por lo menos dos épocas diferentes (la precolombina, la conquista, época colonial, la independencia, el siglo XX). La religión en Latinoamérica siempre ha jugado un papel importante en la política. En los años anteriores al encuentro, los mesoamericanos utilizaban la religión como justificación para eliminar a enemigos políticos (en la forma del sacrificio humano). Cuando llegaron los españoles, las religiones indígenas servían a motivar una serie de rebeliones en la región que hoy pertenece a los Estados Unidos. La última y más importante de estas rebeliones fue la de Santa Fe (Nuevo México) en 1680 cuando los pueblos lograron a expulsar a los españoles durante un periodo de 15 años. El éxito de esta rebelión residió en su carácter religioso: el líder declaró que los españoles eran una afrenta a dios y que si fueran matados, seguirían un milenio de justicia y paz. Más tarde, estas religiones indígenas se mezclaron con la religión católica en un proceso que se llama el “sincronismo.” Siguen jugando un importante papel político, sobre todo en los países más indígenas de Latinoamérica (como Guatemala, donde el nuevo presidente, Alvaro Colóm, es un guía espiritual maya). Pero los indígenas no son los únicos que practican y practicaban una forma de religión politizada. El catolicismo, desde su introducción al nuevo mundo en 1492, ha jugado varios papeles políticos, y por lo tanto, es unos de los formadores más importantes de la realidad latinoamericana actual. Aunque vino con los conquistadores al momento del encuentro (la conquista de la espada y de la cruz), la iglesia católica nunca ha sido lo mismo que el Estado español. Han compartido prácticas, propósitos, y líderes, pero sus motivaciones siempre han sido distintas. A causa de esta diferencia, vemos que el Estado y la iglesia pueden ser, en cierto contexto, aliados fijos, mientras en otro contexto, vuelven a ser enemigos amargos. La experiencia de la iglesia católica en Latinoamérica comprende estos dos extremos, muchas veces al mismo tiempo. En el primero siglo después de la conquista, la iglesia sirvió como justificadora del proyecto colonial español. Negó el derecho de libertad de creencia a los pueblos indígenas de Latinoamérica y insistió en la conversión, o por voluntad, o por fuerza. Bajo Carlos I, y sobre todo sus sucesor Felipe II, la prioridad no fue la justicia política, ni la igualdad social, sino la conversión. Había, en esa época, una suerte de trato entre la iglesia y el Estado. El Estado proveía los almas si la iglesia justificaba el proceso de proveerlos (la conquista). Aunque las motivaciones fueran diferentes, su prácticas correspondían perfectamente. A partir de los años 1520, las voces críticas dentro de la iglesia empezaron a llamar la atención a lo malo de este trato. Fray Bartolomé de las Casas acusó a su propia iglesia a ser cómplice en la explotación de las “ovejas” indias por los “lobos” españoles. Y a pesar de la fortaleza de la alianza Estado-iglesia, las Casas, logró a tener un impacto: en 1537 promulgaron las Nuevas Leyes de las Indias que reglaban el tratamiento de los indígenas. Entonces, en el siglo XVI, la iglesia servía no solo para reforzar el Estado, sino también para contener y revisarlo. Vemos lo mismo en el siglo XX. Hasta los años 50, la jerarquía de la iglesia se aliaba con los gobiernos que eran, casi exclusivamente, derechistas. El papel de la iglesia, decían los obispos de aquella época, no era de confrontar el Estado, sino de enfocarse en las cosas “más allá.” Pero cuando la institución llamó la política un “arte noble” en las reformas de Vaticano II, la iglesia latinoamericana cambió de manera radical. En 1968, los obispos se reunieron en Medellín, Colombia, donde condenaron a los dictadores por la falta de atención dada a los problemas sociales. Llamaron la pobreza un “pecado institucional,” y exigieron que los cristianos trabajaran en la construcción del reino de Dios en esta tierra. Inspirados por estas palabras, nació una generación de revolucionarios cristianos que luchaban contra los gobiernos opresivos en los años 70 y 80. En Chile, los de esta teología de la liberación apoyaba a Salvador Allende (hasta que fuera matado en un golpe apoyado por la CIA). En Guatemala, la guerrilla tenía su mayor apoyo de la iglesia católica. En Nicaragua, católicos eran instrumentales en derrocar a Somoza. En Argentina, la iglesia fue una de las únicas instituciones que ayudó a los parientes de los desaparecidos. Pero mientras la teología de la liberación iba a la izquierda políticamente, la jerarquía católica trató de ayudar a los Estados latinoamericanos en su lucha contra el comunismo (que se asociaba con dicha teología). Hasta el papa condenó a la teología de la liberación, diciendo que “el concepto de Jesús como libertador, como revolucionario, como el subversivo de Nazareth, no se acuerda con las enseñanzas de la iglesia.” La iglesia ha jugado, entonces, un papel importantísimo pero inclasificable en la política latinoamericana. Mientras los teólogos de la liberación evocaban a las Casas como el padre de la “verdadera iglesia” en Latinoamérica, los teólogos más tradicionales seguían, como habían hecho en el siglo XVI, condenando todo reconocimiento del aspecto revolucionario del evangelio.