VIVENCIA DE LA RECONCILIACIÓN: Resituándote

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 «VIVENCIA DE LA RECONCILIACIÓN: Resituándote ante este sacramento» 1.-­‐ RESITUÁNDOTE ANTE ESTE SACRAMENTO El Capítulo General 27, entre los procesos y pasos que nos ofrece para ser místicos en el Espíritu, nos propone a cada salesiano comprometernos a “celebrar el Sacramento de la reconciliación como la reanudación frecuente de nuestro camino de conversión” (nº 65.1) La conversión personal y la transformación de ánimo y mente en todos los salesianos es el requisito fundamental para que el Capítulo General 27 tenga algún efecto (cf. Discurso final del Rector Mayor, p. 170). Y qué duda cabe que es en el sacramento de la reconciliación donde se lleva a cabo y se renueva este esfuerzo de conversión. El objetivo que te propongo para este retiro es doble: -­‐agradecer y vivir “el gozo del perdón del Padre”, derramado a manos llenas sobre cada uno de nosotros en la persona de Jesucristo, y que experimentamos en forma de misericordia divina cada vez que celebramos el sacramento de la Reconciliación. -­‐recuperar o renovar la práctica fiel de este sacramento en la propia vida espiritual en frecuencia, intensidad, aprovechamiento; y Se trata pues de contemplar y experimentar la misericordia que Dios nos ofrece en este sacramento y revisar en qué medida la aprovechamos mediante su provechosa práctica y la agradecemos mediante nuestro compromiso de una mayor conversión. En nuestras Constituciones puedes encontrar las claves para resituar el sacramento de la Reconciliación en el centro neurálgico de tu vida consagrada y de tu voluntad de conversión continua: «La Palabra de Dios nos llama a una conversión continua. Conscientes de nuestra fragilidad, respondemos con la vigilancia y el arrepentimiento sincero, la corrección fraterna, el perdón recíproco y la aceptación serena de la cruz de cada día. El sacramento de la Reconciliación lleva a su plenitud el esfuerzo penitencial de cada uno y de toda la comunidad. Preparado con el examen de conciencia diario y recibido frecuentemente, según las indicaciones de la Iglesia, nos proporciona el gozo del perdón del Padre, reconstruye la comunión fraterna y purifica las intenciones apostólicas» (C 90). 1 1.-­‐ La Palabra de Dios, la fuente de la propia conversión. La iniciativa de tu propia conversión viene de Dios, que te llama a ella mediante su Palabra. Y tú respondes desde la fe y desde tu libertad a esa iniciativa de Dios. En ese encuentro entre la libertad soberana de Dios que te llama en su Palabra, y tu libertad que responde, se produce el milagro de tu conversión personal. Una Palabra de Dios que recibes a diario en la Eucaristía, que escuchas frecuentemente en la oración comunitaria, en las celebraciones con los destinatarios… y que va dirigida en cada ocasión también para ti. Para que descubras lo que Dios te va pidiendo en cada momento de tu vida, y para que respondas con generosidad. ¿En qué medida te dejas tocar por la Palabra que recibes con tanta abundancia? ¿En qué medida esta Palabra es, para ti, “fuente de vida espiritual, alimento para la oración, luz para conocer la voluntad de Dios en los acontecimientos y fuerza para vivir con fidelidad tu vocación?” (cf. C 87). 2.-­‐ La conciencia de la propia fragilidad Corremos el peligro de pensar que como somos religiosos y hemos entregado a Dios nuestra vida, no tenemos pecados. Y por tanto, no sentimos la necesidad de pedir perdón a Dios, porque todo lo que podemos considerar como objeto de confesión sacramental son pequeñas cosas que no tienen mayor importancia. Y que podemos prescindir del sacramento de la reconciliación o realizarlo muy de tarde en tarde, en cualquier caso, para repetir los estribillos de siempre, sabiendo que no vamos a mejorar mucho. Si estás en esa situación, es que no eres consciente de tu propia fragilidad. Tu relación con Dios es o debe ser una relación de amor correspondido. Y cuando se ama, todo es significativo. Nada es indiferente, no hay medida para seguir creciendo en el amor. Y la deuda de amar a Dios amando a los hermanos y viviendo la propia profesión religiosa con radicalidad, nunca está conseguida o pagada del todo. Siempre podemos y debemos crecer, y pedir perdón por nuestra raquítica respuesta al amor que Dios nos tiene. Desde este planteamiento, la celebración de la Reconciliación aparece claramente como un instrumento necesario, en el centro de tu vida personal y comunitaria. Como un momento que, al celebrarlo, culmina un proceso continuo: tu esfuerzo penitencial y de toda la comunidad, vivido día a día. Y una vez recibido dicho sacramento, como punto de partida de un impulso renovador de toda tu existencia consagrada: de tu relación con Dios (porque te “proporciona el gozo del perdón del Padre”), de tu relación con los hermanos de la comunidad (porque “reconstruye la fraternidad”), y de tu misión apostólica (porque “purifica tus intenciones apostólicas”). 2 Si esto es así, puedes preguntarte: ¿eres consciente de tu fragilidad? ¿Sabes reconocer con sinceridad tanto las gracias que Dios derrocha en ti, como tus limitaciones, egoísmos, comodidades, perezas, inconsecuencias? ¿Realmente sientes necesidad del perdón de Dios en el sacramento de la reconciliación… o cuando te planteas confesarte, te invade la pereza, la dejadez, el sentimiento de no saber qué decir o de para qué te va a servir? 3.-­‐ El examen de conciencia diario. En las oraciones de la noche del buen cristiano, que antiguamente se rezaban junto con los propios jóvenes, nunca faltaba un momento de examen de conciencia. Para los sacerdotes, en el rezo de Completas, hay un primer momento de reconocimiento de los propios pecados en el día transcurrido. Las Constituciones recogen esta práctica del examen diario de conciencia como un instrumento clave para vivir a diario la conciencia de la necesidad de la propia conversión personal. Si tienes un Proyecto personal de vida y lo revisas, si confrontas tu vida con lo que te piden las Constituciones,… encontrarás siempre motivos para examinar tu conciencia. Y no tanto para constatar grandes ausencias o faltas, sino para descubrir caminos para mejorar y vivir con más plenitud lo que ya estás viviendo. Te invito a que revises o programes ese momento de sencillo examen de conciencia diario: ¿Con el rezo de completas? ¿En el momento de la meditación, o de la eucaristía? ¿En el momento del descanso, cuando repasas el día transcurrido y piensas en el día siguiente? Si vives diariamente este momento, tendrás tu vida en tus manos, serás dueño de ti mismo y cuando recibas el sacramento de la reconciliación, tendrás un conocimiento verdadero de tu evolución personal y crecerá en ti el deseo de recibir el perdón y la misericordia de Dios. 1.4.-­‐ La recepción frecuente del sacramento de la reconciliación. La Eucaristía y la Reconciliación son, en el sistema salesiano, las dos columnas fundamentales de la existencia cristiana. Y esto, que es así desde el Sistema Preventivo para nuestros jóvenes, lo es también para ti como consagrado, en continuo proceso de conversión. No tiene sentido aconsejar a los demás aquello de lo que no estamos convencidos ni vivimos nosotros mismos. Las Constituciones te piden que te confieses frecuentemente según las indicaciones de la Iglesia. La frecuencia en la práctica de este sacramento es tema de opiniones diversas. Pero en la persona de un consagrado, no parece muy propio una frecuencia que vaya más espaciada de un mes. El Retiro mensual, por ejemplo, te ofrece una plataforma adecuada para aprovechar y respetar esta frecuencia. Tú sabes cuándo y con quién te confiesas, cuál es tu ritmo de recepción de este sacramento, cuál es el grado de satisfacción, de propósitos y de trabajo espiritual que te proporciona cada confesión que haces. Te invito a que revises la práctica concreta que realizas de este sacramento. 3 ¿En qué debe cambiar y mejorar la práctica de este sacramento en tu vida? ¿Puedes pensar en asumir la conversión personal que hoy la Congregación nos pide, sin una renovada y provechosa práctica de este sacramento? 2.-­‐ “LA MISERICORDIA SE RÍE DEL JUICIO” (ST 2, 13): LOS ACTOS DEL PENITENTE. La Reconciliación es el sacramento de la misericordia de Dios, que supera con mucho tus pecados y tu mala conciencia. La misericordia de Dios está por encima de tu voluntarismo de mejora personal. Es más importante sentirte hijo pródigo para experimentar el abrazo de Dios en este sacramento, que crearte una conciencia de poder ser justificados en el juicio por tus pecados. Así lo expresa el apóstol Santiago en la afirmación que encabeza este punto. En esta dinámica de salvación y reconciliación en la que Dios te ha introducido desde el día de tu Bautismo, cobran nuevo sentido los clásicos “actos del penitente”, que ahora de nuevo te invito a repasar y a aplicarte, para recibir con más provecho el sacramento de la reconciliación. Estos actos son: a) La contrición : Tiene lugar en tu corazón cuando se abre a la escucha de la Palabra. Está hecha de arrepentimiento sincero, de aborrecimiento del pecado, de un profundo cambio que afecta a tu manera de pensar, de juzgar y de actuar. De esta contrición del corazón, que incluye el propósito de una vida nueva y se expresa en la confesión del pecado, depende la verdad del sacramento que celebras. No la puedes improvisar. No es automática. Tiene lugar muy dentro de ti y muy lentamente. Requiere tiempo. Y no lo olvides: la contrición no es solo obra tuya. Es el movimiento de tu «corazón contrito» (Sal 51, 19), atraído y movido por la gracia (cf. Jn 6, 44; 12, 32) a responder al amor misericordioso de Dios que te ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10). Como en el caso de Pedro después de negar tres veces a su Maestro, es la mirada de infinita misericordia de Jesús la que provoca sus lágrimas de arrepentimiento (Lc 22, 61). b) La confesión: En la confesión, te enfrentas de una manera directa a tus propios pecados, asumes tu propia responsabilidad, agradeces el perdón incondicional del Padre y te abre de nuevo al seguimiento más radical de Jesucristo y a la participación en tu tarea apostólica en la Iglesia como salesiano. Pero en un sentido profundo el sacramento de la Reconciliación es también una “confesión” o reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para contigo. Por eso, el cardenal Martini te sugiere el siguiente orden para la confesión: 4 1º La confessio laudis: O sea, la confesión o acción de gracias y alabanza de la santidad de Dios y de la misericordia de Dios para contigo a lo largo de tu historia personal. Se te invita a reconocer la gran bondad que Dios ha tenido contigo. Él te ha amado primero. Por tanto, puedes comenzar respondiendo a la pregunta: Desde la última confesión ¿de qué cosas tengo que dar gracias al Señor? Observa que esta “confesión” es la que mayormente te ayuda a valorar la bondad y misericordia de Dios como base y fundamento de tu conversión a Dios. 2º La confessio vitae: Es decir, la confesión de tus pecados, que consiste en reconocerse pecador concretamente –no de modo abstracto y genérico–, responsabilizándose de las diversas acciones o actos que han ofendido gravemente a ese Padre que ha sido tan bueno y misericordioso –de un modo también concreto– con nosotros. Se sigue, pues, respondiendo a la pregunta: Desde la última confesión: ¿Qué hay en mi vida que no me gusta en absoluto y ofende a Dios y a mis hermanos? 3º La confessio fidei: Es la que te dispone y prepara a acoger el perdón y la misericordia del Padre en la absolución. En ella respondes a la siguiente pregunta: ¿Creo que Dios puede cambiar mi vida con el poder transformador de su misericordia? Y respondes: Creo, Señor, que la potencia de tu misericordia puede transformar mi vida. c) La satisfacción: Con la absolución sacramental se te perdonan los pecados, pero no se borran las cicatrices que deja: el pecado causa un daño real a tu prójimo y también te debilita e hiere. Por eso tú, una vez liberado del pecado, debes reparar el daño causado y recuperar la plena salud de tu vida de gracia. A eso tiende la satisfacción, también llamada penitencia. Te la sugiere el confesor, y puede consistir en obras de misericordia, servicios al prójimo, oración… Será seguramente proporcionada a la gravedad de tu pecado y a tu situación concreta, y tender al cambio de tu vida. Así, una vez convertido o reconvertido, «olvidándote de lo que queda atrás» (Flp 3, 13) te vuelves a insertar en la comunidad cristiana y colaboras con ella en la construcción de la “cultura de la misericordia”. d) La absolución: Todos estos actos del penitente miran a que acojas responsablemente el perdón y la misericordia ilimitada de Dios. Y que Él te ofrece a manos llenas, a través de la Iglesia, en la absolución sacramental, punto culminante del sacramento de la Penitencia. En ese momento el Padre de misericordia se funde contigo, cristiano arrepentido, en un abrazo entrañable (cf. Lc 15, 11-­‐24). 5 3.-­‐ Vivencia de la reconciliación Has realizado una reflexión personalizada sobre el sacramento de la reconciliación. La finalidad de esta jornada de Retiro se verá completada si ahora recibes con fe y humildad, con deseo de experimentar la misericordia de Dios, el sacramento de la reconciliación. De nada sirve conocer las excelencias y ventajas de algo, si después se pasa absolutamente de experimentarlo en uno mismo. Ojalá este Retiro te sirva para recuperar si es el caso, o renovar con mayor profundidad, la práctica del sacramento de la reconciliación en el marco de tu conversión personal y de tu vivencia de la radicalidad evangélica. Ojalá tu comunidad ofrezca las condiciones mínimas para que al menos con frecuencia mensual puedas desear y experimentar la gracia del perdón de Dios confesándote. Dios sigue con los brazos abiertos para concederte su misericordia. Ahora es tu libertad quien tiene que responder. Sé generoso. 6 
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