Cultura 8 SUPLEMENTO DE LA NUEVA ESPAÑA Jueves, 29 de mayo de 2014 Bloc de notas Tinta fresca Rebeldes con causa &TQMÊOEJEPTSFMBUPTFOQJFEFHVFSSB TPCSFMBSFBMJEBEZTVTGJDDJPOFT TINO PERTIERRA Para saltar los muros de la existencia &EVBSEP)BMGPOQSPTJHVFFO.POBTUFSJPFMWJBKFFOCVTDB EFMBJEFOUJEBEGBNJMJBSRVFJOJDJÓDPO&MCPYFBEPSQPMBDP LUIS M. ALONSO Eduardo, álter ego del autor de Monasterio, se enfrenta al ánimo belicoso de un taxista en Jerusalén ocultando sus orígenes: tres abuelos judíos árabes, de Egipto, Líbano y Siria, y el cuarto polaco, detenido en 1939 en Lodz, cuando tenía 16 años, y conducido a los campos de exterminio de Auschwitz. “Hay que matar a todos los árabes. ¿No cree usted?”, le dice mirando por el retrovisor. “Tiene razón, ¿pero cómo lo hacemos? ¿Qué método propone?”, pregunta. El taxista, perplejo, no responde. Él calla amargamente y se asombra de su actitud cínica. El mismo protagonista, al final de la novela, poco más de cien páginas prodigiosas e intensas, le cuenta a su amiga mientras se saca de encima la sal del mar Muerto, la historia de un judío polaco que se salvó de los nazis disfrazándose de niña católica. La amiga le ha reprochado que en sus sueños reniegue de ser judío, de sus raíces, de la tradición y de la herencia, con tal de salvarse. “Es sólo un sueño”, dice Eduardo. No así la historia del pequeño polaco, que un día de invierno, ya vestido de niña, viajó con sus padres a un monasterio en medio de un bosque, en las afueras de Varsovia. “Me dijo que ese día nevaba, y que el monasterio, entre todos los árboles nevados, le pareció una cosa mágica y azul. Me dijo que sus padres le entregaron a unas monjas católicas, junto con un certificado falso de nacimiento y otro certificado falso de bautismo, y se despidieron de él”. Allí pasó el resto de la guerra, peinado con trenzas doradas y vestido con falda, entre niñas y monjas. Durante las primeras semanas mantuvo su mano izquierda bien cerrada, hecha un puño. Comía, se bañaba y dormía, resistiendo los intentos de las monjas por abrírsela. Cuanto más lo intentaban, más la apretaba. El padre, antes de llegar al monasterio, hincado en la nieve del bosque, había escrito en la palma de esa mano su nombre en hebreo para que no lo olvidara y mantuviera en secreto. Él y su madre lo despidieron explicándole en yídish que su nombre ya no sería el que llevaba entre las líneas de su palma, sino Teresa, Natasza o Magdalena. Probablemente pensaron que no volverían a verlo. Perdió a sus padres, su infancia, su inocencia, su religión y hasta su país, pero salvó la vida. El abuelo polaco confinado en Auschwitz le había dicho años más tarde a sus nietos que los dígitos verdes de tinta indeleble en sus antebrazos eran los de su número de teléfono. Se los había tatuado para no olvidarlos. Eduardo, el narrador, irá tras los pasos de él aprovechando que se encuentra en Israel, asfixiado por la atmósfera húmeda del Próximo Orien- te, para asistir a la boda de su hermana con un judío ortodoxo nacido en Brooklyn al que no soporta. Huye hacia adelante en busca de su identidad. Con Monasterio, Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) prosigue su ciclo sobre las raíces familiares, tras El boxeador polaco (2008) y La pirueta (2010). Dotado de una admirable imaginación romántica, la trilogía le permite beber en su identidad y en el judaísmo a pequeños y precisos sorbos. El resultado, en ésta, como en las anteriores ocasiones, es sobresaliente. Las últimas 30 páginas, cuando viaja hasta el mar Muerto, llegan a ser conmovedoras. Con su amiga, Tamara, una azafata de Lufthansa que conoció años atrás, salta los muros físicos que va encontrando por el camino para profundizar en los abismos de su existencia. “Un muro nunca es más grande que el espíritu del hombre que éste encierra. Pues el otro sigue allí. El otro no desaparece. El otro nunca desaparece. El otro del otro soy yo. Yo, y mi espíritu. Yo, y mi imaginación. Yo, y mi racimo de globos negros”. Se imagina a la niña pintada por el artista callejero Banksy; su trenza negra, su fleco, su faldita mientras se eleva por el muro impulsada por los globos, tal y como se contempla en el famoso grafiti liberador. Monasterio encierra ese espíritu de liberación. La portada promete un libro que va a dar guerra: una granada de mano con un teclado en su piel letal. Del autor se podía esperar ese ardor guerrero porque no es alguien que dispare letras de fogueo. Guillermo Busutil no se esconde en la trinchera del ensimismamiento literario y se va a primera línea para contar las Noticias del frente: “Cada relato consiste en encontrar una historia humana dentro de la realidad y sus versiones para darle sentido a esa realidad desde la literatura, el compromiso y la rebeldía de la voz. Las 52 historias son una reivindicación de la dignidad frente a la crisis”. A partir de esa reivindicación de la realidad como espacio narrativo de primera categoría, Busutil se siente “satisfecho de todas. Las he seguido, contrastado y documentado con el rigor del periodista y las he tratado de contar con la precisión y atmósfera del escritor. Pero quizá significaría la del Asilo de los Ángeles por su emoción, por cómo los trabajadores luchan por mantener la dignidad de los ancianos desahuciados de afecto y de futuro”. Queda claro en cada una de las tensas e intensas páginas que el autor está convencido de que se puede “contar la realidad con los recursos de la literatura. Nos lo enseñó el nuevo periodismo de Talese, Wolfe, Capote, Michael Herr. Lo mismo que Hemingway o García Márquez. Uno es el doble del otro”. En definitiva: “El rigor de uno mezcla bien con la rebeldía del otro”. Noticias del frente es un parte de bajas que rastrea por las imágenes de la actualidad: ancianos con la ceguera en blanco, niños cuya mirada es un llanto seco, el grito de amor de una madre ilesa, silbidos de metralla y televisión gangrenada. La espectacularidad del drama alimenta las cámaras. “La verdad es una ficción, un imperturbable mercenario, un arma de agresión, un agente doble al servicio de la economía y sus simulacros”. La realidad tiene un roto, la verdad está descosida. Pero las guerras no sólo se hacen con balas y misiles. También las hay en las moquetas alambradas, en los despachos minados. Si ya lo decía Shakespeare: “Cada jornada es escenario perfecto de las pequeñas conspiraciones en los partidos y las empresas, donde siempre hay corderos disfrazados y lobos declarados que se emplean a fondo en minar la labor o los méritos del otro”. El diagnóstico es desolador: “En una sociedad en la que predomina la folletinización de la vida política y en la que la mayoría de sus representantes no son una figura de actualidad, sino personajes de un culebrón o una serie B de televisión, sólo nos quedan dos opciones: ir apagándonos en blanco y negro en medio de la peste o ser rebeldes con dignidad y valor”. Hay gente que lo hace a diario, y por eso Noticias del frente es un libro que combina sabiamente la amargura con la esperanza, la desolación con el coraje. Una certeza: “El periodismo es el género de los antihéroes”. La economía es un rictus de inquietud y las olas traen náufragos de la desesperación con sueños clandestinos que ignoran la crueldad de las finanzas en el paraíso. Busutil se mueve entre líneas para pillar desprevenido al enemigo. La vida no es un cuadrilátero pero sí un combate. Cada día, un despacho de guerra. Y la palabra, un arma cargada de futuro que Busutil amartilla sin ondear la bandera blanca. 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