Como bola de nieve g r a n a n g u l a r Joyce Carol Oates Traducido por Isabel González-Gallarza Enero 1 E una tarde normal de enero, un jueves, cuando vinieron a buscar a Matt Donaghy. Vinieron a buscarlo en la quinta hora de clase, cuando Matt estaba en la sala de estudio, en el aula 220 del instituto Rocky River, en el condado de Westchester. Matt y tres amigos –Russ, Stacey y Skeet– habı́an formado un cı́rculo con sus pupitres en el fondo del aula y estaban discutiendo en voz baja sobre la adaptación de Matt de un relato de Edgar Allan Poe a una obra de un solo acto; estaba previsto que, al finalizar las clases, en el Club de Teatro, leyeran William Wilson: un caso de confusión de identidad a los miembros del club y a su profesor, el señor Weinberg. Era una coincidencia que el señor Weinberg, que enseñaba Literatura y Teatro en el instituto Rocky River, fuera el encargado de vigilar la hora de estudio; y cuando llamaron a la puerta del aula, se dirigió a abrirla con su habitual ademán amable y despreocupado. —¿Qué puedo hacer por ustedes, caballeros? Solo se dieron cuenta de ello unos pocos estudiantes sentados cerca de la puerta. Tal vez se percataran de una cierta nota de sorpresa en el tono del señor Weinberg. Pero este, con su cabello pelirrojo que iba encaneciendo y que llevaba más largo que la mayorı́a de sus colegas varones del instituto, y una barba hirsuta que invitaba a la burla, tenı́a el don de dar un toque teatral a los comentarios más normales, poniendo una nota de humor siempre que podı́a. Llamar ‘‘caballeros’’ a dos desconocidos era muy propio del sentido del humor del señor Weinberg. En el fondo del aula, Matt y sus amigos estaban absortos en la obra, que Matt corregı́a deprisa y corriendo, tecleando furiosamente en su ordenador portátil. Habı́a preguntado muy nervioso a sus amigos: RA 5 —Pero ¿funciona de verdad? ¿Da miedo, provoca risa, conmueve? En el Rocky River, Matt tenı́a fama de ser a la vez un cerebrito y un gracioso, pero secretamente era también un perfeccionista. Llevaba trabajando en su obra William Wilson: un caso de confusión de identidad más tiempo del que sabı́an sus amigos, y tenı́a esperanzas de que la seleccionaran para representarla en el Festival de Primavera del instituto. Ocupado en introducir correcciones, Matt no se habı́a dado cuenta de que el señor Weinberg estaba hablando con dos hombres cerca de la puerta del aula. Hasta que oyó su nombre: —¿Matthew Donaghy? Matt levantó la vista. ¿Qué pasaba? Vio al señor Weinberg señalarle con el dedo, con semblante preocupado. Matt tragó saliva, empezando a sentir miedo. ¿Qué querı́an de él esos dos hombres, esos desconocidos? Llevaban traje oscuro, camisa blanca, corbatas lisas; y desde luego no sonreı́an en absoluto. Mientras Matt los miraba, se dirigieron hacia él, no uno al lado del otro, sino cada uno por un pasillo, como para cortarle el paso si hubiese tratado de escapar. Más adelante Matt recordarı́a lo resueltos –y expertos– que eran. «Si hubiese hecho ademán de coger mi mochila... Si me hubiese llevado la mano al bolsillo...» El más alto de los dos hombres, que llevaba gafas de montura oscura y cristales verdes, dijo: —¿Eres Matthew Donaghy? Matt estaba tan sorprendido que se oyó a sı́ mismo tartamudear: —S...sı́. Soy... Matt. En el aula reinaba un silencio sepulcral. Todos miraban a Matt y a los dos desconocidos. Era como ver una escena en televisión, pero no habı́a cámaras. Los hombres de traje oscuro emanaban una autoridad tal que hacı́an que el informal y arrugado señor Weinberg con su chaqueta de pana y sus pantalones de sport pareciera un inútil. —¿P...pasa algo? ¿Qué quieren de... mı́? La mente de Matt se desbordó: algo le habı́a ocurrido a su madre, o a su hermano Alex... Su padre estaba de viaje de negocios; ¿le habrı́a ocurrido algo a él? Un accidente aéreo... Los hombres estaban de pie uno a cada lado de su pupitre, 6 echándosele encima. No era natural que dos desconocidos se le acercaran tanto. El de gafas y la sonrisita fija se presentó a sı́ mismo y a su compañero como inspectores del Departamento de Policı́a de Rocky River y le pidió a Matt que saliera al pasillo. —Solo serán unos minutos. Confundido, Matt miró al señor Weinberg pidiéndole permiso, como si la autoridad del profesor de instituto superara a la de la policı́a. El señor Weinberg asintió bruscamente con la cabeza, disculpando a Matt. Él también parecı́a confundido, nervioso. Matt extrajo las piernas de debajo del pupitre. Era un chico alto, desgarbado y delgado que se sonrojaba con facilidad. Con tantos pares de ojos sobre él sentı́a que le ardı́a la piel, estallándosele en un feroz acné llameante. Se oyó a sı́ mismo tartamudear: —¿Q...qué hago? ¿Cojo mis cosas? Se referı́a a su mochila de lona negra, que habı́a dejado tirada en el suelo debajo del pupitre, a las numerosas hojas dispersas de su obra y a su ordenador portátil. Lo cual significaba también: ¿volveré luego? Los inspectores no se molestaron en contestar a Matt, y no esperaron a que cogiera su mochila; uno de ellos se encargó de la mochila, y el otro cogió el ordenador de Matt. Este no los acompañó hasta el pasillo; salieron caminando muy cerca de él, sin tocarlo, pero dando claramente la impresión de estar escoltándolo fuera del aula de estudio. Matt se movı́a como en un sueño. Atisbó las caras de sorpresa de sus amigos, sobre todo la de Stacey. Stacey Flynn. Era una chica popular, muy guapa, pero buena estudiante; lo más parecido que tenı́a Matt Donaghy a una novia, aunque más que nada eran ‘‘solo amigos’’, unidos por un interés común en el Club de Teatro. Matt sintió una punzada de vergüenza de que Stacey fuera testigo de esto... Después recordarı́a lo naturales y expertos que eran evidentemente los inspectores, sacando de un lugar público al objeto de su investigación. Qué larga le pareció la distancia desde el fondo del aula hasta la parte delantera, y de ahı́ hasta la puerta, mientras todos lo miraban. Matt sentı́a que le zumbaban los oı́dos. ¿A lo mejor se habı́a incendiado su casa? No, un accidente aéreo... ¿Dónde estaba su padre? ¿En Atlanta? ¿En Dallas? ¿Cuándo tenı́a que vol7 ver a casa? ¿Hoy, mañana? Pero ¿era normal que viniera la policı́a al instituto a informar a un alumno de una noticia tan privada? Obviamente se trataba de una mala noticia. —Pasa, hijo. Por aquı́. En el pasillo, fuera del aula, Matt se quedó mirando a los inspectores, que eran los dos hombres grandes, más altos que Matt y mucho más corpulentos. Tragó saliva con dificultad; empezaba a notar el efecto de un nerviosismo puramente fı́sico. Matt oyó su propia voz, ronca y asustada. —¿Qué... es lo que pasa? El inspector de gafas miraba ahora a Matt con aire de paciencia forzada. —Hijo, sabes muy bien por qué estamos aquı́. 8