PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA. FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y RELACIONES INTERNACIONALES. CARRERA DE CIENCIA POLÍTICA. CÁTEDRA DE TEORÍAS DEL ESTADO. EJEMPLO DE RESEÑA DEL TEXTO FINAL (MATERIAL DE APOYO EXTRACURRICULAR) WEBER Max (1967/1998) El político y el Científico Madrid: Alianza. 233 páginas Quien busque la salvación de su alma y la redención de las ajenas no la encontrará en los caminos de la política, cuyas metas son distintas y cuyos éxitos sólo pueden ser alcanzados por medio de la fuerza Los genios o los demonios de la política viven en pugna interna con el dios del amor, así se trate del dios cristiano en su evocación eclesiástica; y esa pugna puede convertirse en cualquier momento en insoluble conflicto. Esta experiencia la conocían los contemporáneos de la hegemonía eclesiástica. En sucesivas ocasiones caía el interdicto papal sobre Florencia y su connotación significaba para la época y las almas de los hombres un poder más fuerte que la aprobación fría del juicio moral kantiano, en opinión de Fichte, sin que ello, impidiese que los florentinos dejasen de combatir a los Estados de la Iglesia. Una muestra de esa situación se encuentra en un bello pasaje de Maquiavelo, perteneciente, si la memoria no me engaña, a las Historias florentinas, en el que el autor pone en boca de uno de sus héroes el elogio a quienes colocan la grandeza de la patria sobre la salvación de sus almas. (Weber, 1998. p: 75) ¿Existe diferencia entre el hombre como ser político y el hombre como ser científico? ¿Son compatibles el uno con el otro? ¿Qué importancia tiene la caracterización de uno y otro? Las respuestas a estas preguntas se generan en el ámbito de la epistemología de las ciencias sociales, y constituyen la línea misma que determina y define la disciplina de la ciencia política. Siendo un tema central, fue trabajado sin embargo de forma desligada del contexto mismo de la producción científica y la acción política. Tal vez la unidad en el análisis sólo se puede lograr siendo al mismo tiempo las dos cosas, o por lo menos, habiendo conocido orillas tan opuestas en el desarrollo de la acción humana. ¿Fue Max Weber ese Hombre? Determinar una respuesta válida a ese escrito escapa a las intenciones de este escrito. Sin embargo su vida como científico lo condujo a ayudar a la construcción de la sociología contemporánea, sus estudios comparados fundaron una metodología válida hoy y sus aportes al estudio de casi todas las disciplinas sociales de su época (la sociología, la historia, la teoría del Estado, la economía, la historia de las religiones, entre otras). Su vida como político, si bien no fue tan rica, le permitió participar de cerca en el proceso de firma del tratado de Versalles, y algunas otras participaciones esporádicas (Giddens, 1976). Pero también su época determina esta doble relación que lo marcaría. Weber nace en Erfurt, en la región de Prusia, el 21 de Abril de 1864, en el seno de una familia burguesa relacionada con la industria textil. Su padre, un abogado y político del partido liberalnacional, fue representante a la cámara de diputados del Reichtag y fue un político activo 1 durante su vida. El joven Weber creció en un ambiente de discusión política, pero a la vez tuvo una formación académica sólida que lo llevó a estudiar derecho, economía e historia en las universidades de Heidelberg, Berlín y Göttingen. Su vida estuvo marcada entonces por las terribles transformaciones de la Alemania de la primera mitad del siglo XX, desgarrada por la Primera Guerra mundial, destruida por la derrota, amenazada por la revolución, y en un constante estado de postración. Su vida misma es reflejo de esta crisis, que se reflejó en profundas depresiones que incluso lo llevaron a alejarse de la docencia entre 1897 y 1903 (Abellán, 2004). “El político y el científico” es una obra que nace de esa triple condición que marcó la vida de Weber: por un lado, su condición de científico social consumado, que lo conducía a la búsqueda de un sistema riguroso de análisis que le permitiese la comprensión de las sociedades humanas; por otra parte, su cercanía con la política que lo llevaba a la fascinación, y al mismo tiempo al escepticismo y la desconfianza; y finalmente su escenario, que implicaba la posibilidad latente del conflicto que en su doble condición trataba de evitar para así contribuir al cierre de las heridas de Alemania ( Aguilar, 1998). El libro está compuesto por dos conferencias dictadas por invitación de las Asociación de estudiantes Libres de Munich durante el año de 1919 y fue publicado por primera vez durante ese mismo año. La primera, “la política como Vocación” desarrolla el problema de la praxis del político moderno desde el problema de la acción política, como elemento determinante en el estado moderno. La segunda, busca a partir del ejercicio profesional del científico el sentido mismo de la ciencia y sus posibilidades y límites en el mundo de hoy. Sin embargo, el hecho de que sean registros escritos de dos conferencias no implica que no exista una unidad en el texto: Si partimos de que el político es “un hombre de acción”, y el científico es un “hombre de sentido”, la búsqueda de una conexidad que permita entender la acción humana como creadora de la sociedad, y específicamente la sociedad moderna se vuelve vital (Aron, En Weber 1998). Para Weber toda acción social implica necesariamente un acto de creación, que fundamenta y justifica el cambio en la misma y a la vez fundamenta un elemento ético que envuelve dicha acción. Lo que cuenta igualmente acá es que esa misma capacidad de creación, y Weber igualmente lo tenía claro, contenía igualmente la capacidad de autodestrucción y de negación humana. Weber en ese sentido es un hijo de la modernidad, pero a la vez es un gran crítico del proyecto moderno tanto en lo político como en lo científico. Frente a la política como vocación se pueden destacar varios elementos a tener en cuenta que se encadenan entre sí siguiendo la construcción lógica del discurso del autor: en primer lugar, la determinación del espacio de la política a partir de su definición sociológica moderna, esto es, el espacio de lucha o competencia por la obtención del poder político, que no es más que la capacidad de influencia o dirección sobre el Estado, el cual se define de manera intrínseca por el uso de la violencia como mecanismo distintivo. En palabras de Weber: 2 “Hoy, precisamente, es especialmente la relación del Estado con la violencia. En el pasado, las más diversas asociaciones, comenzando por la asociación familiar (sippe), han utilizado la violencia como un medio enteramente normal. Hoy por le contrario, tendremos que decir que Estado es aquella comunidad humana que dentro de un determinado territorio (el <<territorio>> es el elemento distintivo), (reclama con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que todas las demás asociaciones e individuos solo se les concede el derecho a la violencia física en la medida que le Estado lo perite. El Estado es la única fuente del <<Derecho>> a la violencia. Política significará pues, para nosotros la aspiración (streben) a participar en el poder o influir en la distribución del poder entre los distintos Estados o, dentro de un mismo Estado, entre los distintos grupos de hombres que lo componen” (Págs. 83-84) En segundo lugar la determinación del tipo de dominación característica del Estado moderno: la legitimidad legal racional En este punto, Weber no sólo explica el problema de la justificación interna de la dominación del Estado, sino que además desarrolla en sus líneas generales el método comparativo que desarrolló en sus diversos estudios sociológicos e históricos, a través de las tipologías ideales. Pero el texto muestra un elemento que no es tan claro en otros textos del autor: la tensión que existe entre el tipo de legitimidad propia del Estado moderno, esto es, la lega-racional, y la legitimidad que genera el político para acceder al poder: la legitimidad carismática. Esto conduce por dos caminos que Weber entrelaza con maestría intelectual y narrativa, en un mismo ejercicio que conduce al lector a través de la historia de los sistemas de representación occidentales, a través del estudio comparado, y la práctica política de los mismos. Sin embargo, el centro del análisis no es esta vía descrita: es la diferenciación de los políticos en su ya famosa clasificación: los que viven de la política, los que viven para la política, los que actúan como profesionales, los semiprofesionales, los ocasionales. Nótese que el elemento distintivo de la acción social toma aquí un viso inesperado, ya que por pequeña que sea su participación, en principio todo hombre es político en su acción frente a los demás hombres Sin embargo, el centro del análisis no es sobre otro que el político profesional, aquel que busca influir de manera decisiva el aparato estatal, y entra en el juego político para obtener el poder. Si la acción humana es orientada por un esquema ético, esto es, un esquema de conducta que trata de guiar dicha acción, Weber identifica dos éticas que se contradicen entre si, pero que determinan al político en su práctica. Esta última afirmación s necesario matizarla: La acción de éste se moverá siempre estas dos éticas, si bien el político nunca es determinado de manera absoluta por alguna de éstas. Se trata de la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. La ética de la condición, afirma Weber implica que “Quien actúa según una ética de la convicción, (…) solo se siente responsable de no mantener la llama de la pura convicción”, por lo que centra las acciones en un valor ejemplar. (Pág. 165). Por el contrario, la ética de la responsabilidad tienen en cuenta en la acción política las acciones previsibles que puede tener su acción. 3 La importancia de la discusión de la ética nos conduce al problema de los medios para alcanzar el fin: Si el medio específico de la acción política es la violencia, ¿ésta se puede justificar a toda costa? La desconfianza de Weber hacia la política radica en este hecho. Sólo una política controlada por una fuerte combinación de ética de la responsabilidad y la ética de la convicción puede dar una respuesta negativa y tranquilizadora, que desafortunadamente sus contemporáneos no vieron. “La ciencia como vocación” contiene una pregunta central, no menos interesante, pero que desafortunadamente no es desarrollada con tanta fuerza como en el político y en científico: ¿Cuál es el sentido, el fin último que justifica la acción científica, y por tanto, la ciencia misma? Para llevar hacia la posibilidad de la respuesta, Weber conecta con la charla anterior a partir de la acción del hombre que aspira ser científico, es decir, por el final de la primera parte del libro. ¿Qué debe hacer un estudiante que se quiere dedicar a la ciencia? A partir de la comparación entre el esquema norteamericano y el esquema alemán, que Weber caracteriza como antagónicos en su concepción, el autor pasa a una conducción sobre los valores del hombre de ciencia frente a otros hombres, como los religiosos, los artistas: “Una obra de arte realmente acabada no será nunca superada ni envejecerá jamás. El individuo podrá apreciar de manera distinta la importancia que para el, personalmente, tiene esa obra, pero nadie podrá decir nunca de una obra que está realmente <<lograda>>en sentido artístico, que ha sido <<superada>> por otra que también lo esté. En la ciencia por el contrario, todos sabemos que lo que hemos producido habrá quedado anticuado dentro de veinte o cincuenta años. Ese es el destino y el sentido del trabajo científico y al éste, a diferencia de todos los demás elementos de la cultura, que están sujetos a la misma ley, esta sometido y entregado” (Pág. 198) En ese sentido, el desarrollo del hombre de ciencia es la de aquel que busca a través de su acción el sentido, en una eterna búsqueda infructuosa sobre cual puede ser el contenido de la verdad, la cual siempre se le escapará de las manos. El hombre de ciencia trata de sintetizar el progreso y la racionalización humana como verdades universales de su quehacer, pero Weber es escéptico frente a la ciencia. Finalmente, no logra tal cometido, queda fracturado en su angustia de no colegirlo, y lo consume como ser humano el esperar dicha ambición. La función básica es la desmitificación, esto es, la capacidad para encontrar como funciona realmente el mundo. Es decir, el sentido de la ciencia va en contradicción constante con la búsqueda de lo eterno, de la verdad revelada, de la constante materia que no se puede cambiar Esto implica para Weber un riesgo final con el que quiero cerrar esta reflexión: paciencia no debe entrar en el terreno de la política, y esa es una discusión que hoy se sigue dando. Cuando la ciencia penetra en el campo de lo político, pierde el rumbo que debe seguir hacia la desmitificación, y comienza a ser un instrumento del poder. La advertencia de Weber al respecto es especialmente fuerte sobre las ciencias humanas: el servicio a los hilos del poder determina que el sentido de la ciencia se trastoque y se transforme en la doctrina de 4 una verdad disfrazada de científica. En este último sentido el científico es un hombre de acción, frente a los esquemas que tratan de presentar la verdad más allá de la duda humana. La reflexión final del texto sirve para atar estos dos elementos: “Hay que ponerse al trabajo y responder como hombre y como profesional, a las <<exigencias de cada día>>.Esto es simple y sencillo si cada cual encuentra el demonio que maneja los hilos de su vida y le presta obediencia” BIBLIOGRAFIA Abellán J. (2004) Poder y política en Max Weber Biblioteca Nueva, Madrid Aguilar Villanueva L.F. et. al. (1998) La política como respuesta al desencantamiento del mundo: el aporte de Max Weber al debate democrático Eudeba, Buenos Aires. Giddens A. (1976) Política y Sociología en Max Weber Alianza, Madrid Aron R. (1998) Prólogo en Weber Max (1967/1998) El político y el Científico Madrid, Alianza. Julián Andrés Escobar Solano 5