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La chercheuse de poux 1
Tribulaciones de una madrastra
*
Diana Repeto García
Deconstructing reading
Estaba claro. Leyendo un cuento titulado La princesa del piojo noche sí, noche
también, aunque sólo en fines de semana alternos, no podía ser de otro modo.2 La
insistente lectura de los hermanos Grimm resultó, como tantas otras, premonitoria y
muy pronto la feliz madrastra, que acunaba a sus tiernos hijastros dramatizando relatos
infantiles aderezados fantasiosamente, procurándoles de este modo el sueño con
aterciopelada voz, dio paso a una feroz cazadora furtiva de piojos, que durante años
luchó con furia –pediculicida en mano– contra el fatal destino que ella misma había
sellado al ocuparse en tan placentera lectoría.
1
El título remite como homenaje o vulgar plagio, según lectores, al poema de Rimbaud Les chercheuses
de poux: “Quand le front de l'enfant, plein de rouges tourmentes, / Implore l'essaim blanc des rêves
indistincts, / Il vient près de son lit deux grandes soeurs charmantes / Avec de frêles doigts aux ongles
argentins. / Elles assoient l'enfant auprès d'une croisée / Grande ouverte où l'air bleu baigne un fouillis de
fleurs, / Et dans ses lourds cheveux où tombe la rosée / Promènent leurs doigts fins, terribles et
charmeurs. / Il écoute chanter leurs haleines craintives / Qui fleurent de longs miels végétaux et rosés / Et
qu'interrompt parfois un sifflement, salives / Reprises sur la lèvre ou désirs de baisers. / Il entend leurs
cils noirs battant sous les silences / Parfumés; et leurs doigts électriques et doux / Font crépiter parmi ses
grises indolences / Sous leurs ongles royaux la mort des petits poux. / Voilà que monte en lui le vin de la
Paresse, / L'enfant se sent, selon la lenteur des caresses, / Sourdre et mourir sans cesse un désir de
pleurer.”
2
“Érase una vez una princesa que era tan limpia, tan limpia, que seguro que era la más limpia del mundo
y nunca llevaba encima la más mínima mancha o suciedad. Pero un día encontraron en su cabeza un
piojo, lo cual fue considerado un verdadero milagro, y por eso no quisieron matar al piojo y, por el
contrario, decidieron alimentarlo con leche. Y así lo hicieron. El piojo creció y creció y se hizo tan grande
como un ternero. Cuando el piojo murió, la princesa hizo que le quitaran la piel y le hicieran con ella un
vestido. A partir de entonces cuando llegaba algún pretendiente a pedir su mano ella le decía que
adivinara de qué animal era la piel del vestido que llevaba. Como nadie lo podía adivinar, todos tenían
que marcharse. Por fin un bello príncipe lo adivinó del siguiente modo... (El final ha de inventarse, pues
el cuento se interrumpe aquí).” (Cf.): Cuentos de los hermanos Grimm. Escogidos e ilustrados por Helga
Gebert. Barcelona, Ediciones B, 2000, p. 239.
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Somos lo que leemos, acude a la memoria que dijo algún sabio, ya que
simplificando somos lo que somos en la medida en que ‘hablamos y/o pensamos o
viceversa’ y es un secreto a voces que ‘hablamos y/o pensamos o viceversa’ mejor o
peor según nuestra sagacidad lectora. No era mucha, debemos entender, la sagacidad de
la atribulada chercheuse. En definitiva, aun sin intención alguna de enmendarle la plana,
lo que el sapiente debió decir es que somos como leemos. Lecturas alternativas, que no
hizo la despiojadora, del cuento podrían haberla encaminado hacia otros derroteros en
vez de quedar atada para siempre al universal ejército de ftiriófobos; cuyas huestes en
tiempos de la Revolución Rusa llegaron a ser comandadas por el camarada Lenin, quien
también atribulado debido a los estragos causados por los piojos –se calcula que en
aquellos años el tifus transmitido por ellos provocó la baja de más de tres millones de
personas–, advirtió: “o el socialismo acaba con el piojo, o de lo contrario el piojo
acabará con el socialismo”.3 Tal es la trascendencia que tan diminuta clase insecta ha
tenido para la historia de la humanidad en todas sus facetas.
La descompensada polaridad entre filias y fobias en torno a tan grácil bichito, no
ha impedido que la lectura avisada de numerosos testimonio literarios que alimentan su
grandeza –Wiliam Shakespeare, Samuel Pepys, Robert Burns, Arthur Rimbaud,
Ortensio Lando, Daniel Heinsius, Antón María Narduci, Giovanni Papini e tutti quanti–
revele un cauce a futuribles ftiriólogos –que no necesariamente ftiriómanos– dispuestos
a seguir las enseñanzas del inestimable –ya que nunca fue estimado– Profesor Dr.
Josiah Kunigrund, Catedrático –pero sólo acreditado– de Ftiriología, gran amante de la
zoología histórica, moral y estética, lo que le llevó a superar los estudios pediculares
como meros paréntesis de la entomología en pos de una verdadera “Ciencia de los
piojos” abundando en la significación que tan insigne parásito ha tenido en la historia
política, en la historia religiosa, en la literatura y en el arte.4
No teniendo objeto incidir en el aspecto primariamente zoológico de la cosa,
pues no resulta aquí primordial la complejidad de un estudio taxonómico, al menos no
sobremanera, sí debemos no obstante realizar una precisión desde el punto de vista
evolutivo, ya que su origen viene a demostrar que la fructífera relación entre literatura y
3
Se non è vero, è ben trovato. (Cfr.): ESPINOSA FERNÁNDEZ, E. y VÁZQUEZ VALDÉS, F.: “De
piojos y literatura”. Revista Internacional de Dermatología y Dermocosmética Clínica, febrero 2002, p.
49. http://www.medynet.com/elmedico/publicaciones/dermacosmetica2002/1/48-53.pdf (24/01/2011).
4
PAPINI, Giovanni: Gog. Madrid, España, 2001, pp. 216-220.
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piojos está condicionada desde antiguo. Según los expertos los piojos tal y como hoy los
conoce el actual Homo Sapiens Sapiens son tal y como antaño lo conocía el tristemente
desaparecido Homo Sapiens a secas. Así estos, nuestros y sus, piojos derivan del
llamado Psocoptera o ‘piojo de los libros’ –que por aquel inmemorial entonces, no
conociendo aún el papel, campaba a sus anchas por nidos y detritus de los primeros
mamíferos–, siendo allá por el Jurásico o Cretáceo que pasaron a la piel y durante el
Paleoceno o Eoceno que comenzaron a libar sangre.5
Ultimadamente, lo que se pretende centre la atención de los libadores de tinta
que ojeen estas pocas páginas es la multivariedad de opciones que se tiene cuando nos
enfrentamos a un relato, el que sea, haciendo de nuestra personal lectura parte
irrenunciable de nuestro ser. Pero afortunadamente, como otro sabio pudo haber dicho:
no se lee, se relee. De modo que las lecturas permanecen siempre abiertas permitiendo
al lector mutar al descubrir nuevos vericuetos transitables entre las líneas del texto, cual
piojos en costura. Siendo así, después de todo, nuestra furibunda madrastra tuvo ocasión
de desandar el camino de la atribulada desesperanza tomando nuevos rumbos plagados
de matices... (El final ha de inventarse pues el cuento se interrumpe aquí).
5
ESPINOSA FERNÁNDEZ, E. y VÁZQUEZ VALDÉS, F.: Op. cit., p. 48.
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