RESPUESTAS DE UN DEMÓCRATA ESPAÑOL A LAS PREGUNTAS DE BORJA DE RIQUER Ricardo García Manrique Profesor Titular de Filosofía del Derecho Universidad de Barcelona Me considero demócrata y español. Por eso, y en particular porque resido desde hace muchos años en Cataluña y pienso seguir haciéndolo, me he sentido aludido por las preguntas que Borja de Riquer planteaba en Público hace unos pocos días (“Algunas preguntas a los demócratas españoles sobre Catalunya”). Sus preguntas son importantes y pertinentes, y tratar de responderlas me parece una obligación ciudadana. En cuanto a la total sinceridad con la que requiere que se le responda, creo que el lector puede concedérmela como se la ha de conceder en principio a cualquier hablante o escribiente, y como yo le concedo a él la buena intención a la hora de formular sus preguntas. Dignas de tener en cuenta serían las consideraciones preliminares de Borja de Riquer sobre la realidad catalana, sobre las causas de las actitudes y demandas en cuestión y sobre los nuevos protagonistas sociales. No lo haré aquí por razones de espacio pero, sobre todo, porque creo que la validez de las respuestas que siguen no depende de que sean verdaderas dichas consideraciones preliminares (dicho sea de paso, creo que por lo menos la mayoría de ellas lo son, aunque es probable que Borja de Riquer y yo no estemos de acuerdo con las consecuencias políticas que de ahí hayan de seguirse). ¿Si la mayoría de los catalanes se sienten incómodos en el actual marco constitucional, como así se desprende de las encuestas y de las votaciones del Parlament, qué camino democrático deben adoptar si el gobierno español se niega a negociar? El camino de la reforma constitucional. Desde luego, no es un camino fácil, pero es el camino propio de una democracia constitucional como es España. Apartarse de este camino y tratar de modificar el marco político y jurídico mediante vías de hecho o “negociaciones” es poco democrático, al menos, repito, si la democracia se entiende como democracia constitucional. Este, por cierto, es el camino no sólo para la mayoría de los catalanes sino para cualquiera que se sienta “incómodo” con algún aspecto del actual marco constitucional. Dicho esto, no resulta evidente que la mayoría de los catalanes se sientan incómodos en el actual marco constitucional, pero, como esto no es esencial para responder a la pregunta, lo dejaré de lado. ¿Si hay una flagrante contradicción entre la legalidad constitucional y la legitimidad democrática que solicita el derecho a decidir, qué camino político deben emprender los demócratas catalanes? Si hubiera esa flagrante contradicción (y si, por tanto, pudiéramos afirmar que la Constitución española es contraria a un principio básico de la democracia) los demócratas catalanes quizá deberían apartarse del camino de la reforma constitucional e iniciar un camino alternativo (digamos “una vía de hecho”). Sin embargo, yo creo que no la hay. Es cierto que hay una contradicción entre la legalidad constitucional y el “derecho a decidir”, si por éste se entiende el derecho de los ciudadanos catalanes a decidir por ellos mismos si constituyen un estado independiente. Lo que no es tan cierto, o por lo menos no es evidente, es que esa contradicción suponga déficit democrático alguno. Por estas razones: (1) porque, en toda democracia constitucional, el ámbito de lo que puede decidirse y de lo que no lo establece precisamente la Constitución, en nuestro caso una constitución que fue aprobada con el voto masivo de los españoles y, en particular, de los catalanes; (2) porque éstos se han pronunciado también con mucha claridad a favor de los dos estatutos de autonomía (el de 1980 y el de 2006) aprobados bajo el signo de la Constitución y ninguno de los dos contiene el “derecho a decidir” tal y como lo he entendido; y (3) porque este derecho no es una exigencia democrática evidente sino un derecho cuya legitimidad es, como mínimo, discutida, y que la inmensa mayoría de las constituciones de los países democráticos no reconoce. ¿Puede un demócrata negar estas evidencias y ratificarse en el argumento de que la legalidad constitucional no permite que los catalanes puedan votar su futuro político? En primer lugar, ni un demócrata ni nadie puede (o debe) negar lo que es evidente. Ahora bien, podría ser que lo que Borja de Riquer considera “evidente” no lo fuera. No es evidente que la mayoría de los catalanes se sientan incómodos con el actual marco constitucional (habría mucho que objetar al respecto) y tampoco es evidente que haya una flagrante contradicción entre la legalidad constitucional y la legitimidad democrática del derecho a decidir, tal y como acabo de sostener. Por tanto, un demócrata bien podría negar “estas evidencias” (yo las niego y me considero demócrata). En segundo lugar, lo que sí es evidente es que la legalidad constitucional no permite que los catalanes puedan votar su futuro político, si por “votar su futuro político” se entiende “constituir un estado independiente”. Por tanto, un demócrata bien puede ratificarse en ese “argumento”, que más bien es una “tesis”. ¿Es ésta la única respuesta política de los demócratas españoles a la cuestión planteada por esta demanda catalana? No necesariamente. Además de responder que la Constitución no permite el derecho a decidir (tal como lo hemos entendido) y que, si se quiere, cabe intentar la reforma constitucional, un demócrata español podría responder muchas otras cosas a la “demanda catalana” (o, mejor, de algunos catalanes, o de la mayoría de ellos). Por ejemplo, (1) que los partidos políticos catalanes pueden tratar de influir en las decisiones políticas españolas, como siempre han hecho, a menudo con gran éxito; (2) que debe seguirse con el debate público abierto para determinar si los motivos de la “incomodidad” de muchos catalanes son genuinas razones o más bien derivan de una visión distorsionada de la realidad social, económica y política española y catalana, que también podría ser; y (3) que, en todo caso, deben aislarse con más precisión las causas de esa incomodidad para ver si cabe resolverlas dentro del marco constitucional, como se ha venido haciendo hasta ahora, reitero que con éxito frecuente. ¿Están de acuerdo con el artículo 2 de la actual constitución que proclama “la indisoluble unidad de la nación Española...patria común e indivisible de todos los españoles”? Me parece una cláusula lastrada por un exceso de retórica, desde luego. Aparte de eso, si atendemos a lo esencial de su significado (que sería éste: el titular del poder soberano es el conjunto de los ciudadanos españoles y ninguna fracción de ese conjunto puede arrogarse la capacidad para tomar decisiones soberanas), yo sí estoy de acuerdo, y no debe extrañar, porque, en buena lógica democrática, el poder soberano debe descansar en las manos del conjunto de los ciudadanos de un estado, el español en este caso. No es democrático, sino todo lo contrario, que una fracción de los ciudadanos pueda decidir al margen del conjunto. ¿Consideran que España, como comunidad imaginada, es la única nación de los españoles, y que tal creencia debe imponerse por ley a la colectividad al margen de la voluntad de una parte de los ciudadanos? No entiendo qué significa exactamente “comunidad imaginada”, aunque, signifique esto lo que signifique, no veo que España sea una comunidad ni más ni menos imaginada que otras. Prescindiendo de esa referencia, mis respuestas (porque hay dos preguntas y no una sola) son: (1) sí, España es la única nación (política) de los españoles, entendiendo por “nación política” el conjunto de los ciudadanos de un estado. O, con otros términos, es el conjunto de los ciudadanos españoles quien ostenta la titularidad de la soberanía. (2) Una “creencia” de este tipo siempre está en la base de un sistema político y, en democracia, siempre se impone por ley, y por ley (constitucional) debe imponerse, a los que tienen una creencia diferente. Pasa con esa creencia y con cualquier otra. A mí, por ejemplo, se me imponen por ley muchas cosas en las que no creo y no por eso me considero autorizado a desobedecer la ley. Y, si lo hago, quizá asistido por buenas razones, lo haré con plena conciencia de que actúo ilegalmente y no diré otra cosa. ¿Si la mayoría de los ciudadanos de un territorio, por ejemplo Catalunya, considera que tiene una identidad nacional diferente de la española, tiene derecho a que así se le reconozca? Las mayorías no tienen derechos, sino los ciudadanos. Los ciudadanos lo que pueden hacer es formar mayorías y tratar de imponer su voluntad a través de ellas y de los cauces democráticamente establecidos. Si algunos (o muchos) ciudadanos de Cataluña quieren que Cataluña sea un estado independiente, pueden intentar que su voluntad se realice a través de dichos cauces (en este caso, promoviendo una reforma constitucional), pero no pueden pretender que su voluntad sea el contenido de un “derecho”, porque, repito, las mayorías no tienen derechos.