ARREBATO (Iván Zulueta,1979) Segundo (y último hasta la fecha) largometraje de Iván Zulueta, Arrebato constituye una propuesta perfectamente extraordinaria en la historia del cine español, y por todos los conceptos, desde el planteamiento argumental hasta la resolución formal, desde la técnica empleada hasta la estética esgrimida, desde el tono hasta la cadencia, desde el espíritu hasta sus múltiples contenidos. A lo sumo, puede sostenerse que cuenta con un parangón, muy relativo, que sería el curiosísimo Sexto sentido (1929) de Nemesio M. Sobrevila, realizado dentro de la no menos relativa euforia vanguardista de la época. En cambio, es evidente que la denominada “movida madrileña” y/o “postmodernidad” intentó apropiarse de la sustanciosa entraña de la película de Zulueta, enarbolarla de alguna manera, así como procuró absorber los más aparentes de sus contornos. Ahora bien, el comprensible fracaso de este patético y envidioso propósito de asimilación confirmó durante los primeros años ochenta una intuición que el paso del tiempo ratificaría, desde entonces, con fuerza progresiva. Esto es, que la esencia que desprende Arrebato es tan inaccesible como inasumible la lección que imparte. En consecuencia, tan peculiar obra maestra imposibilita cualquier vía de recreación, impide recibir su influencia o plantearse variantes en un sentido u otro. Hasta el momento y posiblemente a perpetuidad. Al igual que ocurre con el resto de las películas singulares, españolas o no, con los por algunos críticos denominados “films-isla”. El embrión de Arrebato late en un cortometraje del propio director, Leo es pardo (1976), producido por Emiliano de Pedraza y Augusto Martínez Torres. A tenor de la buena acogida que obtuvo, Zulueta y Martínez torres de inmediato urdieron la posibilidad de un largometraje en la misma línea, que escribieron en colaboración con Antonio Gasset. La idea se define a lo largo de 1978, pero el guión es escrito por Zulueta en solitario, mientras que Martínez Torres asume el cargo de productor ejecutivo y Gasset acepta encarnar un personaje episódico, toda vez que gracias a u joven amigo del director, Carlos Astiárraga, el hermano de éste, el arquitecto Nicolás, acepta iniciarse en la producción cinematográfica, creando una firma expresamente para poner en marcha la película. El rodaje se lleva a cabo durante el verano de 1979 con un equipo técnico reducido y problemas de toda índole, padeciéndose muchas jornadas de trabajo al borde del caos, a resultas de lo cual el tiempo de filmación y el presupuesto inicialmente asignados se desbordaron considerablemente. En consecuencia, Zulueta sufrió trastornos personales varios y, entre otros contratiempos, se vio impelido a rechazar la oferta, en principio aceptada, de dirigir un episodio de Cuentos eróticos (1979), una película colectiva cuya coordinación igualmente estaba a cargo de Martínez Torres (...) Arrebato, de forma soterrada pero palpable, paulatinamente, comienza a despertar una especie de devoción incondicional entre todo tipo de gente con inquietudes, empezando por la crítica menos adocenada, y de este modo, pronto se convierte en un título emblemático, en todo un símbolo de un cine español imposible pero posible, radicalmente distinto. Reponiéndose en salas especiales, defendiendo un puesto propio entre la oferta cinematográfica de la época. Hasta el punto de significar desde entonces esa condición particular que la terminología profesional anglosajona define como cult movie. Y ciertamente Arrebato justifica con plenitud el mito que supone, desafiando, con firmeza pero sin insolencia, todo intento de asemejar su cualidad con algún esquema preestablecido, de ser integrado en cualesquiera moldes genéricos o estilísticos. Ni siquiera encaja, a pesar de unas afinidades más epidérmicas que fundamentales, dentro del cine underground o experimental, puesto que los rasgos más sobresalientes de éste (hermetismo forzado, ensimismamiento personalista, soberbia intelectual, vocación minoritaria) distan de manifestarse en el trabajo de Zulueta, presidido por un empeño de expresión íntima de lo más diáfano, casi suplicante, en los límites de la autoconfesión más impúdica y estremecedora, tal como el propio Zulueta reconoció abiertamente: «Nada más lejos de mis intenciones que hacer un cine de vanguardia, porqué mi deseo era comunicarme lo más intensamente posible con los espectadores del film. Reconozco que éste puede resultar desconcertante, pero es algo que ha salido así y de manera totalmente involuntaria por mi parte» (Carlos F. Heredero, 1989). Crónica de una obsesión efectuada de forma no menos obsesiva y desgarrada en distintos ejes narrativos, que se complementan y enriquecen entre sí mediante una serie de estrategias semántico-formales ultimadas por un trabajo de montaje simplemente magnífico, Arrebato se vertebra a partir de un motor argumental por lo demás arquetípico, el progresivo desciframiento de un enigma por parte del personaje protagonista. Sin embargo, en este caso la tarea implicará para el investigador, el cineasta Sirgado, la obligación íntima de asumir su pasado, reconocer su presente y buscar una solución definitiva para su futuro, a lo largo de un desarrollo fluído y apasionante, que ensambla con raro talento y dentro de una misma armonía el más crudo realismo (la frustración profesional, la degradación de las relaciones de pareja, el desgaste físico-mental, los efectos de las drogas…) con una serie de elementos procedentes del fastuoso acervo del género fantástico, desde la mitología vampírica, principalmente, hasta las leyendas sobre desdoblamientos de la personalidad, sin desdeñar las historias sobre objetos malditos que acarrean la desgracia para cada poseedor o las fábulas acerca del acceso a diferentes realidades. El grado de implicación personal con que Zulueta plasmó las imágenes alcanza unos extremos posiblemente sin igual en la historia del cine español. Identificado a la vez con sus dos protagonistas, desdoblado íntimamente y no sin sufrimiento, la fascinada mirada del autor se revela a un mismo tiempo desembozadamente homófila y específicamente viril, una paradoja muy expresiva, de la cual no deja de beneficiarse dramáticamente el personaje femenino (también muy bien interpretado por la argentina Cecilia Roth) y que implica una peculiar y del todo válida reinterpretación de la tradicional “amistad masculina” instituída por determinados géneros. La sutilísima riqueza narrativo-visual del film, tanto más admirable cuando se aprecia que está rodado casi en su totalidad basándose en planos fijos y con una gama limitada de colores, y su embriagadora sofisticación en la estructura y en los tempos (ese “ritmo preciso”, exactamente, que busca el personaje de Will More en sus filmaciones), finalmente, demuestran que no nos encontramos, ni muchísimo menos, ante una especie de desvarío inspirado, sino frente a una filigrana elaborada al milímetro, tan sensible como rigurosa, no por alucinada menos coherente, con pleno sentido de la medida y un nivel absoluto de autoexigencia. En definitiva, ante una obra maestra, inquietante como pocas y de inagotable poder de sugerencia. Que bien puede interpretarse como una apología de la autodestrucción, justificada por el inevitable fracaso de las ilusiones juveniles, y que, en última instancia, aboga, de forma manifiesta pero sin exhibicionismos, por el derecho a la diferencia estética, mientras reconoce, desilusionada pero no sin humor, la utopía que significa la automarginación. Carlos Aguilar, Antología crítica del cine español (1906-95), Ed. Cátedra, 1997. FITXA TÈCNICA Direcció i guió Producció Productor executiu Director de fotografia So Muntatge Director de producció Direcció artística Vestuari i maquillatge Música Iván Zulueta Nicolás Astiárraga P. C. Augusto M. Torres Ángel Luís Fernández Miguel. A. Polo José Luís Peláez Miguel A. Bermejo Iván Zulueta, Carlos Astiárraga, Eduardo Eznarriaga José Alberto Urbieta Negativo, Iván Zulueta FITXA ARTÍSTICA José Sirgado Ana Pedro Marta Tía Carmen Gloria Montador Chapero Dependiente Vampira Portero Eusebio Poncela Cecilia Roth Will More Marta Fernández Muro Carmen Giralt Helena Fernán-Gómez Antonio Gasset Max Madera Javier Ulacia Rosa Crespo Luís Ciges