Fotografías de Mikel Urkijo FRANCISCO LUNA ● Profesor de Secundaria reportaje Francisco Luna / Educador / Educador especializado Trabajar como educador en una cárcel no es un trabajo fácil, pero puede ser una experiencia extraordinaria. Han de luchar contra muchos muros que van desde las limitaciones impuestas por la seguridad a las dificultades que muestran los internos para estudiar, a pesar de su enorme esfuerzo. En este centro de Educación de Personas Adultas, todos han aunado fuerzas para convertir la escuela en un espacio abierto, en la parte más civil del penal, y construir una propuesta educativa que intenta responder a las necesidades de los internos. 16 CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. Nº377 MARZO 2008 } Nº IDENTIFICADOR: 377.004 Puertas que se cierran, puertas que se abren El centro de EPA Berria, en el penal de El Dueso (Santoña) El grupo de inmigrantes del penal asiste, después de trabajar, a la clase de español con Paz. { Nº377 CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. 17 El Dueso, un penal con historia En el centro penitenciario de El Dueso, en Santoña (Cantabria), una de las cárceles más emblemáticas y con más historia, hay en la actualidad 479 internos y trabajan 240 personas entre personal laboral, funcionarios de vigilancia, educadores, médicos, fontaneros y otra amplia multiplicidad de oficios que garantizan el funcionamiento de esta pequeña ciudad, que cuenta con un patio tan amplio que se puede llegar a dar un paseo de hasta un kilómetro. Su amplia tradición laboral se ha ido adecuando a los tiempos. Ha pasado de talleres de alpargatas y balones de fútbol a talleres de mecánica del hierro y carpinterías y a trabajar para empresas externas dedicadas a contadores, pistones para coches o fundas para colchones. En ellos trabajan prácticamente todos los internos que lo desean. Además de la parte laboral, ofrece a los internos un amplio catálogo que va desde actividades deportivas, a una radio (Encadena 2, FM 107.3) que emite todos los sábados o a diferentes programas en colaboración con un gran número de entidades y grupos sociales dedicados al medioambiente, salud, sida, prevención de drogodependencias o una biblioteca con grupos de animación lectora. Por esta cárcel han pasado un puñado de personajes famosos como el General Sanjurjo, amnistiado por Manuel Azaña, al dramaturgo Buero Vallejo, el socialista Ramón Rubial, el poeta José Hierro o el Lute, que inició aquí su tránsito carcelario. Paz Francisco lleva 20 años enseñando entre rejas, no puede salir a tomar un café en los descansos y para ir al aseo, situado en un edificio cercano, necesita pedir la llave; sin embargo, afirma que éste es un lugar extraordinario para trabajar, “casi un lugar mágico”. Es la directora del centro EPA Berria, en Santoña (Cantabria), dentro del penal de El Dueso. Esta cárcel centenaria, con imponentes muros de hormigón que rodean más de 330.000 metros cuadrados de terreno, está situada en un lugar de ensueño, en el que el verde de una naturaleza feraz se mezcla con los arenales de la playa de Berria y donde los dos montes que la rodean parecen hacer guardia y asomarse al paisaje espectacular de las marismas de Santoña. El Dueso es como una pequeña ciudad, con zonas residenciales construidas con el gusto estético de principios de siglo, talleres de trabajo, zonas de esparcimiento, incluso monumentos, y una escuela, a la que se accede a través de la calle Concepción Arenal. El pequeño local de dos pisos, con seis aulas donde trabajan siete maestros y a la que acuden 166 internos, se renovó totalmente hace dos cursos, cuando pasó de depender del Ministerio del Interior a depender de la Consejería de Educación del Gobierno de Cantabria. En una de las clases se oye hablar en inglés, al lado nueve internos que cursan diferentes niveles de ESO están examinándose de Matemáticas y Ciencias. Uno de éstos, Rafael, de 37 años, que estudia 2º de ESO, lleva en prisión dieciséis años y le quedan siete, aunque, afirma rotundo, “no he cometido ningún delito malo ni 18 CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. Nº377 } feo, como violación o asesinato, estoy por toxicomanía. Venir a la escuela es para mí una escapatoria. Nunca pude estudiar, me eché a la calle muy pronto, pero siempre digo que si la primera vez que entré en la cárcel hubiera tenido un programa como éste, seguramente no hubiera vuelto a entrar. De todas formas, aquí no es fácil sacar fuerzas para recuperarse porque el ambiente ahí fuera es bastante salvaje, casi primitivo, no me gusta lo que me rodea y venir aquí es una forma de disfrazar por un tiempo esa realidad”. Cuenta que este curso lo está aprovechando más, “gracias a los maestros, que sobre todo son buenas personas, seres humanos, que siempre tienen tiempo para escucharte”. Tomás Monago, profesor de Inglés y Sociales, que lleva dos cursos en el centro, lo afirma con rotundidad: “no podemos olvidarnos de que esto es una cárcel, no un centro de estudios. Allí dentro, en los chabolos, tienen un millón de problemas que han que de dejar para venir aquí. Hacerlo ya supone un paso enorme, si además mantienen la disciplina y son capaces de ponerse a trabajar sin necesidad de látigos, ya es mucho”. José Vicario, profesor de lengua e idioma, con más de 20 años de experiencia en este centro, añade: “sus dos prioridades son salir de aquí y ganar dinero trabajando, porque aquí el dinero es esencial para todo; además, para la mayoría estudiar no es un valor”. Todos los internos distinguen la escuela de lo que ocurre “ahí fuera”, en su terminología para referirse a la zona común donde están los departamentos y las celdas. Al principio sorprende que ningún interno tutee a los maestros, a los que siempre tratan de don. Ninguno se marcha sin despedirse, sin dar la mano o quitarse la gorra, agachando la cabeza. “Ya nos hemos acostumbrado, afirma Tomás, al final es lo que menos te importa porque reconoces que tienen un sentido muy asumido de la jerarquía y de la autoridad; muchos llevan 15 ó 20 años sintiéndose la última mierda”. El horario de la escuela, dice Paz, se rige por el horario de la cárcel, que a su vez está condicionado por los recuentos y los cambios de guardia. A las 7,45 se hace el primer recuento, tras el que se asean, desayunan y limpian la celda. Como el resto de las actividades en el penal, las clases comienzan a las 9 y terminan a la 1,30. En la escuela, la mañana está or- ganizada en dos momentos para facilitar la asistencia al mayor número de personas. La primera parte, hasta las 12, es de carácter presencial y está dirigida a todos aquellos que no tienen otra ocupación o no están trabajando en los talleres; la segunda parte, hasta el recuento de la 1,20, está dirigida a aquellos que tienen trabajo y no pueden acudir a las clases de la mañana, son clases tutorizadas de forma colectiva. Tras el recuento y la comida, el horario de tarde, que se inicia a las tres, está condicionado por la luz. Vuelven a sus actividades, no siempre las mismas de la mañana, hasta las 5,30 h. en invierno y las 7,30 h. en verano, momento en el que deben pasar a los departamentos –para a toda discrepancia y esto crea lazos afectivos muy fuertes. Aquí todavía se conserva el respeto al profesor como fuente de saber y conocimiento”. Entrega de certificados de Secundaria Hoy es un día de fiesta en el centro EPA Berria: van a entregar sus primeros certificados de graduado en Secundaria a nueve internos. Las risas y algunos comentarios maliciosos –“pero cómo te lo han dado a ti”– denotan su nerviosismo. Encima de la mesa, los certificados y varios paquetes de regalos con carpetas y tubos para poder guardar el título. Estudiar y hacer exámenes supone un gran esfuerzo para los presos. hacer llamadas, comprar en el economato, tomar café…– hasta las 8,15, hora de la cena. La escuela está abierta por la tarde para todos aquellos que quieran estudiar o solucionar alguna duda. A las 9,30 h. pasan a las celdas, se hace el recuento y se cierran hasta el día siguiente. Hasta ese momento, se han podido mover, con una cierta libertad, por muchas zonas del recinto carcelario. La directora, afirma que “la escuela es el sitio más normal y más civil de la cárcel, un lugar abierto y a disposición de todos, donde pueden expresar con una cierta libertad sus opiniones, donde el criterio de autoridad no se va a imponer frente La primera en hablar es la directora, que expresa tanto su alegría, por ser sus primeros títulos, como su agradecimiento por el esfuerzo realizado, “porque sabemos que vuestros problemas no son pequeños y habéis sabido conjugar el trabajo con el estudio". El director del penal, Carlos Fonfría, una persona muy comprometida con el proyecto educativo, destaca el cambio que se ha dado en la escuela, fruto de la colaboración entre diferentes instituciones y señala que está especialmente orgulloso de que la escuela haya sido resultado del trabajo de los propios internos y de que en este tiempo no se haya deteriorado nada. Uno de los primeros en salir a recoger su certificado es Antonio, un sevillano de 35 años, que dice que a su madre le va a hacer casi más ilusión que a él: “el primer examen en el que saqué un 10 lo tiene colgado en la pared de casa”. Cuenta que dejó la escuela en 7º de EGB, a donde llegó porque lo iban pasando de curso por la edad, “pero no era tonto, como le decían los maestros a mi madre, y ahora he podido demostrarlo”. Lleva 16 años de cárcel y todavía le queda una larga condena, por atraco a bancos y grandes almacenes, en un caso con resultado de muerte, “pero bueno, me he puesto una meta: entrar en la universidad”. Antonio, que este curso estudia 1º de Bachillerato y dice que le está costando más, trabaja de ordenanza, lleva la limpieza y el almacén. Aunque por su trabajo y por estudiar debería estar solo, en la celda está con otro preso: “así es muy difícil estudiar, no porque me incordie, sino porque yo no quiero molestarlo con la luz encendida. Él está trabajando y a veces a las 10 quiere irse a dormir o ver la televisión y entonces no puedo ponerme a estudiar”. Pedro, de 36 años, otro de los que reciben su título, cuenta que entró en la cárcel “con un pie en la caja de pino por las drogas, como consumidor de cocaína y heroína desde los 15 años. La última vez entré reventado. Hacía 20 años que había dejado de estudiar, no tenía ni hábitos ni cabeza para estas cosas. Lo que más me ha gustado de la escuela es que los problemas que hay fuera, que son muchos, cada vez que entras se te van, siempre te dan ánimos y palmaditas cuando te ven bajo. Yo con ir sacando los cursos me conformo, mi moral está satisfecha”. José Vicario dice que “en 20 años como profesor aquí no he tenido nunca ningún problema ni el más mínimo que pueda recordar; al contrario, la gente siempre es muy amable y agradecida. Y no es que yo sea un tipo extraordinario, es que a mis compañeros les ocurre lo mismo. A veces traen rebotes de su vida allí en los módulos, y hay que calmarlos, dejarles hablar, levantar la válvula para que no salte la chispa…” Paz cuenta que en una ocasión llamó la atención a un alumno porque se había dejado la carpeta en medio del pasillo y le dijo que tuviera cuidado porque se la podían quitar. La respuesta en francés se le quedó grabada: “içi c’est l’école, içi { Nº377 CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. 19 c’est sacrée (esto es la escuela, esto es sagrado). Creo que la escuela está rodeada de un manto protector que ellos mismos crean”. En esta escuela, el pecado de cada condena es invisible. Tienen claro como equipo educativo que no les interesa conocer cuál es el delito de cada uno, “nos autoimponemos la norma de no mirar en los ficheros, dice Tomás, pero ellos hablan con nosotros y nos cuentan, lo cual es un problema para nosotros porque ellos se quedan liberados, pero a ti te inunda una enorme tristeza. Aquí hay mucha tristeza en el aire y se va pegando a la piel, por eso la intensidad de una hora de trabajo aquí es mayor por el desgaste emocional”. Un modelo educativo para los centros penitenciarios “Tengo que reconocer que esto funciona, afirma rotundo Tomás, profesor de Inglés y Sociales, pero también que se podría hacer mucho más. Estamos entre la administración educativa, que tiene sus normas y sus currículos, y la administración del penal, que también las tiene y prima lógicamente la seguridad, y entre ambas nos podemos ahogar”. Destacan, entre otros, dos problemas que afectan significativamente al proceso educativo: la itinerancia de los internos de unas cárceles a otras – “el alumno más brillante que tienes en clase, llegas un día y resulta que se lo han llevado a Sevilla y todo lo que tenías pensado se va al garete”, dice Tomás- y el que coincida el tiempo de trabajo con el educativo. Para esto último, alguien propone liberar y pagar algunas horas a los presos que no pueden estudiar porque están trabajando, “como una especie de beca, que sería baratísima, para poder venir a la escuela”. En este debate, Luis González, asesor de EPA de la Consejería de Educación de Cantabria, insiste en vincular el derecho a la educación de la población adulta al concepto más amplio de educación permanente “que pasa por la enseñanza reglada formal, pero también por el mundo profesional y el desarrollo personal”. Todos son conscientes de que éste es un centro especial, que exige una mayor flexibilidad, donde no vale ni es conveniente aplicar el modelo de EPA de otros centros normales, porque sus alumnos no son equiparables a los de fuera y el azar interviene continuamente. “Hay que modificar en parte el modelo que prioriza las clases presenciales, propone la directora, y ampliar el tiempo de tutorías, que son más efectivas”. Hasta hace dos cursos esta escuela dependía del centro de EPA de Santoña, pero en el curso 2006 la Consejería de Educación de Cantabria dispuso la apertura de centros de adultos en instituciones penitenciarias. Además, cuenta Luis González, asesor de EPA de la Consejería, para evitar que los internos que obtuvieran titulaciones en este centro tuvieran problemas fuera, se le cambió el nombre y pasó a llamarse EPA Berria”. El mismo procedimiento se sigue, cuenta el director del penal, cuando hacen cursos con el INEM o con cualquier otra institución. Todo el profesorado destaca que se ha dado un cierto cambio en el perfil de los internos. “Cuando empecé, señala José 20 CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. Nº377 } Vicario, había muchos relacionados con la droga, pero no estaban tan deteriorados a nivel de cerebro, ahora llegan destrozados por la mezcla de pastillas y drogas sintéticas. En esta cárcel, la mitad está en tratamiento psiquiátrico con esquizofrenia, demencia, depresiones, gente a la que le explicas una cosa y a los cinco minutos no recuerda nada, todo ello repercute en la dinámica de las clases, no en el comportamiento, sino en la profundidad de lo que puedes hacer”. Tomás, profesor de inglés y sociales, dice que una de las cosas que más le impactan cuando llega algunas mañanas al centro es ver gente corriendo para ser los primeros en recibir metadona, “un montón de gente joven, hechos polvo corriendo para coger los primeros puestos en la fila, creo que es para lo único que corren”. En el penal existe ayuda al toxicómano con un centro de día y a través de dos psicólogas de sanidad, que junto con educadores y un equipo de terapia atiende a los internos que lo necesitan. “Además, señala el director del penal, igual que hacemos cursos para agresores sexuales o violentos o contra la violencia de género, también hay cursos para esta gente y colaboran con nosotros varias ONG como Reto o Proyecto hombre”. El acto de entrega termina con un fuerte aplauso general y todos aprovechan la presencia del fotógrafo de Cuadernos para pedir que les haga una foto con su título. Clase de español para extranjeros A partir de las 12, una vez que se marchan los de educación presencial, las clases se llenan con quienes están trabajando en los talleres. De cada uno de los niveles y áreas que se imparten en la escuela, se programa una clase semanal en este horario que tiene un carácter de educación tutorizada en la que plantean las dificultades, hacen preguntas y se proponen tareas para la siguiente sesión. La mayoría de los 19 internos que asisten a la sesión de hoy son marroquíes, también hay varios franceses, un argelino, un senegalés y el único chino de todo el centro. Sus niveles son muy diversos. Hassan, un joven marroquí, afirma: “queremos aprender, pero tenemos poco tiempo, a veces sales del taller tarde y no Manuel siente que la escuela es un lugar donde puede rehabilitarse. tenemos ni una hora y además, cada vez que te dan una mala noticia o un disgusto, se te olvida todo, hasta venir”. Paz confirma que cuando entran por la puerta ve en sus ojos cómo vienen y eso hace que muchas veces el aprendizaje se bloquee. “La mayoría, señala Aduf, otro marroquí, cuando vienen aquí primera vez a escuela, casi no saben, pero poco poco. Antes yo estaba en cárcel de Algeciras y mayoría hablar árabe en patio y no posible hablar español, aquí sí”. Todos afirman que las relaciones con los internos españoles son buenas, que no tienen ningún problema de racismo: “aquí es mejor que fuera, afirma Aduf con su especial sintaxis, aquí todos nos sentimos presos igual. Fuera la gente poco está aprendiendo, porque yo estar en Almería trabajando con un jefe hasta las cinco de tarde, cuando me voy a casa, ducha, luego voy pueblo y cuando me encuentro con jefe no me dice nunca hola, sólo en trabajo. Ahora está mejorando, pero aquí no problema con la gente”. Todos han venido a España por razones de trabajo, a buscarse la vida. Alí, un marroquí de más edad, con ciertas dificultades de audición, añade: “nadie sabe adónde va cuando viene aquí, si encontra trabajo quida, si no va poquito adelante; también depende de donde tener familia para quidar”. A la mayoría no les queda mucha condena, “máximo dos, tres años, tampoco hicimos mala cosa, dice Hassan, sólo para sacar dinero, no daño a gente, sólo pequeño ladrón”. Cuando termina la clase, durante la que algunos no se han atrevido a hablar, todos colaboran para dejar la clase ordenada y se despiden uno por uno dándonos la mano y las gracias por haber venido. ¿Es posible la reinserción? Se acerca la hora del recuento antes de comer y poco a poco todos los internos se dirigen a sus pabellones, atravesando el amplio patio. En una de las salas cercanas a la salida de la escuela, Manuel, un interno de cerca de 60 años, se afana por terminar una redacción. Está solo en un rincón, cerca de la ventana que inunda de luz el aula y desde la que al fondo, tras el muro, se vislumbra el mar. Ha sacado el certificado de estudios primarios en la cárcel con mucho esfuerzo: “doña Paz puede confirmar, dice, que no salgo de aquí, este es un lugar donde siento que puedo rehabilitarme. Muchos me dicen que ojalá tuvieran mi fuerza de voluntad, y yo les digo que no es ningún heroísmo, que sólo hay que proponérselo”. Trabaja como interno de apoyo, “acompañamos y cuidamos a otros presos que están con depresiones y en riesgo de suicidio. Es una labor muy difícil, hay internos muy nerviosos y hay que estar muy pendiente de ellos. Me he tirado muchas noches sin dormir para poder vigilarlos”. Lleva siete años en El Dueso, le queda condena hasta 2014, “pero espero con- seguir antes la condicional por las cosas que estoy haciendo”. De pronto, muestra un papel algo deteriorado que saca de la cartera: “mi problema ha sido la droga y por ella perdí todo, he hecho mucho mal a mi familia”. Es un certificado de la cárcel de Picassent en el que se relata que entró con un grave síndrome de abstinencia, que se le ofreció ayuda y seguir los programas, los cuales rechazó porque quería desintoxicarse por sus propios medios y que, tras un tiempo, los análisis confirmaban que había superado su dependencia. Vuelve a guardar el papel y con lágrimas en los ojos no deja de repetir “he perdido a toda mi familia, hace cuatro años que no veo a mis hijas, esto come mucho…”. Cuando se calma, cuenta que le gusta mucho leer, “sobretodo las biografías de gente grande, me gustó mucho la de Ghandi, la de Ramón y Cajal…, son personas que han luchado mucho para conseguir lo que querían”. “El concepto de reinserción parte de una concepción equivocada, afirma rotundamente Carlos Fonfría, el director del penal. Hay gente que no ha estado insertada nunca, que viene de sitios y entornos marginales. Yo en lo que creo es en la normalización; es decir, en darles todas las posibilidades que no tienen en la calle y en hacer todos los esfuerzos para que las aprovechen. El problema es que esto no es una máquina de hacer tornillos e igual que algunos han sido capaces de sacar el graduado o están trabajando y estabilizando su situación, otros no aceptan los servicios que se les ofrecen. Además, hay que tener claro que la reinserción no depende de nosotros, sino de la sociedad, y ahí nosotros podemos hacer poco, salvo darles instrumentos para que se normalicen”. Al salir de la cárcel con tantas sensaciones y con el ruido mecánico de tantas puertas que se cierran y la esperanza de las puertas que puede abrir la educación, Paz nos enseña el poema “Reportaje” de José Hierro, escrito durante su estancia en este penal, por suerte en un contexto histórico muy distinto: “Desde esta cárcel podría verse el mar, seguirse el giro de las gaviotas, pulsar el latir del tiempo vivo. Esta cárcel es como una playa: todo está dormido en ella. Las olas rompen casi a sus pies…” { Nº377 CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. 21