26 SOCIISDAD ARAGONESA (3) del castillo hay un foso, rodeado de una muralla que tiene 50'25 metros de largo por un lado y 22'60 metros por otro, y de espesor 1'40 metros, bajo el cual se asegura por el vulgo que hay grandes subterráneos, en los cuales se hallarían valiosísimos tesoros; esta creencia ha dado lugar a lo que a continuación referimos: En el sitio llamado El mato de la Peregila, a la parte septentrional de Monteano, hay una gruta que era desconocida por la mayor parte de los vecinos de la próxima villa de Escalante, y a la que los más ancianos llaman Cueva de Mosolla, a unos 50 metros sobre el nivel del mar. En los primeros días del año 1904, tres jóvenes de Escalante, habiendo oído decir que en dicho monte había mucho oro, principalmente en el subterráneo que debía de haber debajo del castillo, muy animosos se propusieron buscar dichos t e soros y empezaron sus excavaciones por la Cueva de la Mosolla, esperando llegar por sus galerías hasta el subterráneo. A la entrada hallaron unas grandes piedras de caliza colocadas verticalmente, y porque dificultaban algo la entrada las echaron a rodar por el monte: metro y medio más adentro hallaron una paredilla formada por piedras sueltas, pero más pequeñas que las anteriores que tuvieron el mismo paradero. Ya les extrañó que debajo y d e t r á s de esa paredilla se encontrasen algunas costillas y otros huesos, al parecer humanos; pero no era eso lo que buscaban: tiraron los huesos y prosiguieron cavando y sacando tierra, sin importarles nada los huesos, y con la vista fija siempre en el oro, que no vetan. De este modo continuaron hacia adelante, hasta que a los tres metros y medio hallaron otra paredilla, cuyas piedras les parecían unidas con mortero, que no era otra cosa más que una ligera capa de formación estalactítica resultante de la escasa agua que del calizo techo caía. No se detuvieron ante este impedimento, hicieron lo mismo que con las anteriores; m a s , sí quedaron indecisos al encontrar det r á s de esta pared una calavera y otros huesos humanos. Entonces empezaron sus filosofías y se redobló su entusiasmo: hicieron añicos el cráneo, por ver lo que contendría en su interior, y así continuaron incansables sus trabajos du-