LA BASILICA La iglesia ocupa la parte central del complejo monástico y tiene su acceso a través del Patio de los Reyes. A continuación se sitúa el templo pequeño, un espacio cuadrado bajo el coro llamado nártex cuya finalidad es la de servir de nave para la asistencia del pueblo a las celebraciones. Desde aquí, a través de un atrio interior, se entra el templo propiamente dicho al fondo del cual se encuentra la capilla mayor y el altar. La sacristía está anexa. El gran cuadrado de nueve naves está destinado exclusivamente a la familia real y a su corte. Yo me cuelo siempre que puedo. El templo tiene la consideración de basílica en sentido litúrgico, gracias al privilegio papal que se lo permite, sin embargo no lo es en sentido arquitectónico, según me dicen los especialistas. En este cuadrado perfecto de cincuenta metros de lado encontramos tres naves respondiendo a la concepción basilical del siglo XV. Sin embargo, la construcción del Monasterio se inicia el año en el que finaliza el Concilio de Trento donde se establece que todas las iglesias deben tener planta de cruz latina. Para solventar esta circunstancia El Rey obliga a buscar una solución arquitectónica prolongando la cubierta del templo por el este sobre la capilla mayor, y por el oeste sobre el coro y el atrio. Del mismo modo la nave central perpendicular a ese eje se cubre para que el conjunto se convierta en una perfecta cruz latina Las cubiertas, así pues, que no se corresponden con la planta del templo. Si queréis dar una vuelta conmigo veréis que en su interior, además de la capilla mayor, hay dos grandes capillas al fondo de las naves laterales y un gran número de capillas menores y hornacinas en las que se disponen otros tantos altares que Juan de Herrera los enumera del uno al treinta y seis. En total hay cuarenta y cuatro altares. También dos púlpitos de mármol con pasamanos y adornos de bronce. Los monumentos situados a ambos lados del altar acogen los cenotafios – monumentos funerarios sin cadáver - del emperador Carlos I y de su hijo Felipe II. A la izquierda mirando hacia el retablo, el del Emperador, acompañado de su esposa Isabel de Portugal, de la infanta María, hija de ambos, y de las infantas Leonor y María, hermanas de Carlos I. A la derecha, el del rey acompañado de su cuarta esposa Anna María de Austria, madre de Felipe III, de su mujer Isabel de Valois y de María Manuela de Portugal, madre del infante don Carlos, que aparece detrás de ella. Las estatuas, obra de Leone Leoni y de su hijo Pompeo Leoni, están realizadas en bronce dorado con incrustaciones de piedras y esmaltes. Las figuras se realizan en Milán y se ensamblan en la Basílica en 1587. La decoración figurativa del Monasterio se reduce a la estatua de San Lorenzo, en el centro de la fachada principal a la entrada de la Basílica, como creador del poder intercesor de los Santos ante Dios, y las figuras de los seis reyes de Judá: David, Salomón, Josué, Josafat, Ezequiel y Menasés. En los medallones que se colocan sobre las puertas como recordatorio de la primera y última piedra, Felipe se declara Rey de Jerusalén. Para conmemorar el Monasterio, se acuñan dos medallas. En la más antigua, que se acuña en 1563, figura un templo circular cubierto por una cúpula y la siguiente inscripción: “Pietas Philippi 1563”, que significa el bondadoso, defensor de la justicia divina, piadoso y devoto Felipe. El significado del templo circular me parece que no está claro. En época romana los templos circulares eran templos de la victoria pero en el Renacimiento pudieron ser también templos del Señor. Ambas interpretaciones son aceptables en nuestro caso pues Felipe II, que no quiere ser emperador del imperio heredado, opino yo, quiere representar en esta medalla al templo del Señor junto a la victoria de San Quintín. Así la victoria queda santificada. Sin embargo en la segunda medalla conmemorativa escurialense acuñada en 1578 se honra a Juan de Herrera en la figura alegórica de la “Architectura” junto a una iglesia abovedada alusiva a la basílica escurialense. En el exergo, parte de la moneda donde se graba la dedicatoria, podemos leer: “Deo et Optimo Principi,” que significa Dios es el origen de todo. Esta medalla celebra el nacimiento de Felipe III. Con estas dos monedas pudiera parecer descartado que el monasterio estuviera dedicado exclusivamente a la victoria de San Quintín. El lector tiene la palabra.