"Paz, piedad y Perdón". Manuel Azaña conmemora los dos años de la sublevación franquista contra la República con un discurso en el impresionante salón del Consell de Cent del Ayuntamiento de Barcelona. Se centra en los orígenes de un alzamiento fracasado que se convirtió en guerra por el empeño de alemanes e italianos en sostener a los rebeldes. Exalta el valor de los hombres que luchan en el ejército por defender la libertad, incluso la libertad de quienes están en el bando contrario. Arremete con dureza contra quienes hablan, desde el exterior, de que hay que limitar la guerra a los confines españoles, porque -dice- no son los españoles quienes la han extendido, sino alemanes e italianos los que la alimentan. Y envía un mensaje para cuando la guerra acabe. De Paz, Piedad y Perdón. Hay que acabar la guerra mediante un compromiso basado en esos conceptos, sin esperar a que la situación internacional cambie. Nadie en la República -asegura Azaña- ha pensado nunca que la extensión del conflicto a una guerra mundial sea una salida sensata.1 El presidente Azaña no verá todo su discurso publicado en la prensa de la zona republicana del día siguiente. La censura que el gobierno impone no es la única responsable. La prensa está en manos de partidos políticos y organizaciones sindicales. Y cada periódico filtra los mensajes en función de los intereses propios, que no siempre coinciden con los que señala el presidente de la República. Azaña, en cualquier caso, toca con su mensaje varias fibras sensibles de la retaguardia republicana. En primer lugar, la cada vez más extendida conciencia de que hay que conseguir un cese de las hostilidades. En el partido socialista, el PSOE, dirigentes tan importantes como Julián Besteiro e Indalecio Prieto no se recatan en afirmar, incluso en público, que la República no puede ganar la guerra, que hay que buscar un acuerdo, con mediación internacional o como sea. De Besteiro, Azaña tiene la complicidad activa. Ambos comparten un secreto: el contenido del mensaje que Besteiro llevó a Londres en 1937, cuando acudió, acompañado del general Matz, como enviado personal del presidente de la República a los actos de coronación del rey Jorge VI en mayo de 1937. En el aeropuerto de Manises, Azaña y Besteiro mantuvieron una conversación privada -mientras el presidente del gobierno, Largo Caballero, se desesperaba- en la que el presidente de la República le encargó al líder socialista que se entrevistara con el ministro de Exteriores Anthony Eden para buscar su apoyo a un cese de hostilidades que diera como fruto la retirada de todos los extranjeros que luchaban en España. Besteiro le confió su misión al embajador Pablo de Azcárate, quien se mostró contrario a semejante planteamiento. Bilbao estaba en trance de caer en manos franquistas. Para el gobierno, y para su embajador, plantear un cese de hostilidades como paso previo a la retirada significaba poco más o menos que decir a los franquistas y a la opinión pública internacional que la República se rendía. Besteiro mantuvo el encargo del presidente. Eden mostró su simpatía por el proyecto.2 Poco más. Azcárate, en cumplimiento de su deber, informó al entonces ministro de Estado, José Giral, del contenido de la misión. Y Besteiro a Azaña de su resultado. Desde que esa gestión se produjera, las tensiones entre Azaña y el gobierno crecieron. Con el que ahora preside Negrín, también porque Largo Caballero afrontaba, en el momento en que Besteiro desempeñaba su misión, la crisis definitiva del suyo. Negrín mantiene la misma perspectiva que su antecesor: hay que conseguir en primer lugar, la retirada de los extranjeros. Esa es la baza de la República.3 A Indalecio Prieto le ha costado el puesto de ministro de Defensa la forma cruda en que manifiesta su convencimiento de que la guerra no se puede ganar y hay que conseguir como sea un armisticio. El presidente Juan Negrín ha asumido, tras la derrota de Teruel, en marzo, la cartera de Defensa, apoyado por los comunistas y por una buena parte de los socialistas, que piensan que no es soportable que en el gobierno haya un hombre con un carácter derrotista tan marcado. El mensaje del presidente Azaña obvia, como es lógico, que Prieto sí consideró la idea de resolver la guerra mediante la extensión del conflicto, cuando la flota alemana bombardeó sin piedad Almería como represalia por el ataque de dos aviones republicanos contra el acorazado Deutschland en Ibiza. Prieto propuso entonces al Consejo de Ministros que la aviación española atacara masivamente a la flota alemana en el Mediterráneo para provocar la guerra con Hitler. Su propuesta fue rechazada. El máximo dirigente soviético en persona, Josef Stalin, se sintió preocupado por la tentación de Prieto, y dio la orden tajante de que los aviones pilotados por soviéticos en ningún caso "bombardeen buques italianos y alemanes".4 Stalin no quería la guerra; o, quizá, no la quería todavía. Juan Negrín, el presidente del Consejo de Ministros, abandona el ayuntamiento junto al presidente de la República y al general Vicente Rojo, el jefe del Estado Mayor del Ejército de la República. Entre los aplausos de los barceloneses, van andando hasta las Ramblas y la plaza de Cataluña. Negrín lleva poco más de un año en el cargo. Su antecesor, Francisco Largo Caballero, también socialista, tuvo que abandonarlo al perder la confianza de los partidos políticos. Su fuerza, en realidad, dependía de las centrales sindicales. La pugna interna del socialismo, que sigue sin estar resuelta, se ha ido decantando en su contra y a favor de los reformistas. Largo, que no oculta su estrategia de toma del poder para el proletariado -eso sí, ahora por métodos democráticos, sobre todo después de la traumática experiencia de octubre de 1934, a la que se apuntaron con entusiasmo los "reformistas"- una vez acabada la guerra, ha sido calificado por algunos de sus entusiastas partidarios como el "Lenin español". Tampoco los comunistas, obedientes a la reciente política de la III Internacional, pilotada por la URSS, y fieles practicantes de la política interclasista de Frente Popular para oponerse al auge de las potencias fascistas plantean ninguna política que suponga poner en primer plano la guerra de clases; ni los socialistas reformistas desean una política semejante, que puede alejar del frente democrático a los partidos republicanos y a las clases medias. La política que Negrín ha propuesto desde la crisis de gobierno del mes de abril a la coalición de fuerzas que le apoya, es de unidad nacional. El mensaje público en torno a la conducción de la guerra no puede ser más explícito: "Hoy, como en 1808, la independencia de la patria está en peligro." Franco no es sino un agente de las potencias fascistas, Italia y Alemania, que han puesto en marcha y mantienen una guerra de conquista contra el pueblo español. En los partes de guerra, en los comunicados oficiales, se califica al ejército franquista como "las tropas de la invasión". Argumentos para ello no faltan: en el ejército de Franco hay más de setenta mil moros mercenarios;5 cincuenta mil italianos, pertenecientes casi todos ellos al ejército regular de Mussolini; y varios miles de cualificados pilotos, tanquistas y artilleros alemanes. El armamento más moderno fluye al ejército franquista sin que quienes lo envían planteen el menor problema de financiación. Franco encuadra de forma teórica en la Legión a los militares alemanes e italianos. Una burda maniobra que a nadie parece ofenderle. Con esa adscripción, su presencia en España es legal. Como la de cualquier voluntario incorporado a la tropa africana creada por él y Millán Astray en 1921. En lógica, frente a las fuerzas de la invasión, el ejército republicano responde en la terminología hoy al uso al calificativo de "las tropas españolas". En el gabinete de Negrín están representadas, en teoría, todas las sensibilidades del espectro político republicano: socialistas, comunistas, republicanos de izquierda y de centro, cenetistas y ugetistas, además de los nacionalistas catalanes y vascos, que unieron sus fuerzas a la causa de la República en julio de 1936 más por pánico ante el carácter fascista de los alzados que por confianza en la sensibilidad autonomista de los republicanos. Los nacionalistas vascos negociaron un acuerdo de última hora, un Estatuto de "urgencia" y un gobierno para el territorio autónomo en el que se han garantizado la presidencia y casi todas las carteras más importantes. Los comunistas son los más firmes aliados del presidente del gobierno. Ven en Negrín al hombre más adecuado para presidir un gobierno de Unidad Nacional que pueda movilizar en una sola dirección todas las energías de las fuerzas que apoyan a la República. Los comunistas, que eran un partido minoritario al declararse el conflicto, han pasado a ser una fuerza decisiva. Su disciplina, su energía en los primeros días, sobre todo en la defensa de Madrid; su inequívoca apuesta por la creación de un Ejército Popular que sustituya a las entusiastas e ineficaces Milicias, les ha dado un gran prestigio en una buena parte de los militares profesionales que han permanecido fieles a la República. Pero también entre los jóvenes de izquierda que se han presentado voluntarios a la lucha. Las adhesiones al PCE, un partido que tiene una decidida vocación de "partido de masas", se producen a millares. Y los comunistas han sido tremendamente hábiles a la hora de absorber a los jóvenes socialistas en una organización que, en teoría, es independiente, pero en la práctica es un apéndice del PCE, las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas), dirigidas por Santiago Carrillo. Con ellos, con los comunistas, Negrín obtiene de rebote la confianza del único país que ha atendido las angustiosas llamadas del gobierno para conseguir material de guerra, la URSS. Los comunistas españoles son fieles seguidores de la III Internacional que encabeza Stalin. Sin las armas enviadas por éste (a cambio, desde luego, de una buena parte del oro depositado en el Banco de España6), la resistencia a las puertas de Madrid y las campañas posteriores no habrían sido posibles. Esa ayuda es tanto más importante cuanto más duro es para los socialistas tener que asumir que las organizaciones internacionales que les son afines mantienen una política dubitativa, exenta de energías, que no defiende en realidad a la República. Francia, gobernada por una alianza de Frente Popular en la que están los socialistas de Blum con los radicales de Daladier, podría haber sido decisiva para darle la victoria a la República en pocos meses, si no hubiera mantenido una postura equívoca y de sumisión a la política británica. Blum carece de la fuerza suficiente en el interior, porque su aliado Daladier no es amigo de la República, y en el exterior, porque Inglaterra no desea la victoria de los que queman iglesias ni enfrentarse a Italia, país al que espera atraerse mediante benévolas concesiones para mantenerlo alejado de la Alemania hitleriana. Los comunistas, sin embargo, mantienen una doble política que les convierte en socios tan confortables en algunos aspectos como incómodos en otros. No buscan con excesivo afán controlar los ministerios, pero intentan copar los puestos clave en el Comisariado del Ejército. No quieren controlar el Ministerio de Defensa, pero hacen todos los esfuerzos para que el SIM (Servicio de Inteligencia Militar), el órgano militar de la represión antifascista, actúe en obediencia de sus consignas. Intentan controlar la propaganda, y lanzan al aire mensajes diarios de difícil rechazo público para los socialistas como el de la creación del partido único del proletariado, una consigna de apariencia hermosa y desinteresada que los socialistas saben que contiene una trampa. Los sucesos de mayo de 1937, que provocaron cruentos combates en Barcelona, han desembocado, además, en una pacificación de la CNT anarquista y una colaboración de la UGT, el sindicato de origen socialista en el que están también los comunistas, que han permitido a Negrín contar con su apoyo al esfuerzo y la política de guerra. Las tentaciones, alentadas por Largo Caballero, de una preeminencia sindical en la política casi han desaparecido de la discusión diaria que refleja la prensa. Pero en la resolución de la crisis de mayo de 1937 están también implícitas las debilidades de la República. Una de ellas es la del control de algunos aparatos del Estado, como la policía política que es el SIM, creada por Prieto pero controlada por el PCE, y responsable de muchas ejecuciones sumarias, fuera del control judicial, y de la brutal represión contra el POUM, un partido comunista muy radical que ha coincidido con los elementos más extremos de la CNT y la FAI en poner la revolución como un objetivo anterior a la victoria en la guerra. El líder del POUM, Andreu Nin, ha desaparecido estando en manos de la policía política. Sobre ese asunto hay todo tipo de rumores. Nadie medianamente informado duda de su muerte. Los comunistas le han ejecutado, por orden de Stalin, a quien deben obediencia. La liquidación de los seguidores de León Trotsky no tiene nada que ver con la retórica, es física. Y el POUM, pese a que sus dirigentes han tenido algunas discrepancias con Trotsky, está calificado por Stalin como un seguidor de las teorías de su viejo enemigo, ahora exiliado en México. El juicio contra los demás dirigentes del partido se va a ver pronto. Hay en España, pero también en el extranjero, serias sospechas de que se producen presiones muy fuertes sobre los jueces para que la sentencia contra los poumistas sea ejemplar. Los comunistas no se cortan a la hora de pedir que sean ejecutados. Nacionalistas vascos y catalanes, republicanos de todas las tendencias y casi todos los socialistas recelan del poder de los comunistas en el seno del negrinismo. El control sobre el SIM y las numerosas ejecuciones sumarias no son un motivo menor en esta desconfianza, que comparte el presidente de la República. Los republicanos también apoyan a Negrín, aunque con la desgana propia de quien lo hace porque no hay otra alternativa viable. En su gobierno de Unidad Nacional, Negrín ha conseguido unir a socialistas, comunistas, republicanos, cenetistas, ugetistas y nacionalistas vascos y catalanes, en torno a un programa de trece puntos que se centra en acabar el conflicto de una manera honorable, con la expulsión de los "invasores" extranjeros y una tutela internacional que desemboque en consultas democráticas que definan el tipo de régimen que los españoles quieran. Sin represalias, sin rencores. En paralelo a esta estrategia interna, Negrín considera que la mejor baza que le queda a la República consiste en convencer a los gobiernos de las potencias democráticas de que la República no ha perdido la guerra, de que aún es fuerte y hay posibilidades de un cambio de vientos. En eso, le ha echado un cable Azaña en su discurso, cuando ha elogiado su tesón, su "terrible aprendizaje, [que] está formando con sus pechos el escudo para que (...) la Verdad y la Justicia se abran paso en el mundo". Todos los esfuerzos diplomáticos del gobierno se centran en hacer que el Comité de No Intervención de Londres cambie radicalmente su política, que sólo favorece a los franquistas en la práctica. El 13 de junio, Francia, presionada por Inglaterra, ha cerrado la frontera al paso de material bélico para los republicanos, mientras los suministros alemanes e italianos a Franco se multiplican. De Londres siempre llegan noticias desalentadoras en el sentido de que los británicos dan ya casi por ganador a Franco, incluso que los conservadores en el poder ven con creciente simpatía, salvo contadas excepciones, la victoria de los rebeldes. Lo máximo que dan a entender los políticos ingleses que gobiernan el país es que apoyarían medidas humanitarias en caso de una rendición republicana. Y los franceses no dan un paso sin el acuerdo de sus aliados. Los informes del embajador en Londres, Pablo de Azcárate, un republicano que ocupó en 1936 la embajada dejando su puesto de privilegio en la Sociedad de Naciones, son siempre los mismos: la clase dirigente británica simpatiza con Franco, pese a que saben que su ideología está muy próxima a la de Hitler y Mussolini. Puede en las cabezas de los conservadores ingleses la idea del orden sobre la de la defensa de la democracia. La actitud de una gran parte de los políticos ingleses hacia España es despectiva; en algunos casos, los más favorables, algo paternalista. En las cabezas de todos los dirigentes republicanos ha crecido la conciencia de que la mejor salida para la guerra sería un armisticio amparado por las grandes potencias. Pero casi nadie cree ya en que esa posibilidad sea algo más que una quimera. La sensación entre los republicanos es que, tras la ofensiva de Aragón y la posterior sobre Valencia, el gobierno conservador británico ha decidido aceptar a Franco como ganador de la guerra, y que su reconocimiento diplomático es sólo cuestión de tiempo. A favor de esta consideración está la constatación de que la República no ha conseguido cambiar su imagen ante la opinión pública de gran parte del mundo: en muchos gobiernos se considera que los republicanos llevarían a España al caos revolucionario.7 "De haber sido español, me habrían asesinado a mí, a mi familia y a mis amigos", dice Churchill hablando de los republicanos. Su turbio diagnóstico no está muy errado si se piensa, sobre todo, en los primeros meses de la guerra en lugares como Barcelona. Por lo demás, España no parece ser una preocupación importante para los británicos. El apoyo de la Unión Soviética en asesores y material no hace sino abundar en esta consideración, pese a que resulta evidente que la hegemonía de la URSS entre los aliados de la República se ha producido más por la abstención de los demás que por la ayuda exagerada. Hay una consideración suplementaria, una segunda opción para el caso de que las potencias occidentales permanezcan insensibles a la causa de la República: prolongar la guerra hasta que se produzca el conflicto europeo que parece inevitable,8 incluso deseable. En ese caso, la República sería un aliado natural de Inglaterra y Francia, y estos dos países no tendrían más remedio que acudir en su ayuda. La situación geográfica de la Península por sí sola daría un vuelco a la situación militar, porque la ayuda de Alemania e Italia a Franco se vería cortada de inmediato. Los servicios de inteligencia republicanos afirman de manera constante que la situación en la retaguardia franquista no es idílica. Sus fuerzas acaban de triunfar en el intento de llegar al mar, es cierto, pero se acumulan las decepciones tras las promesas de victorias inmediatas: Guadalajara, Teruel, la resistencia de Valencia han probado que no todo está dicho en la contienda.9 Aunque hay una ventaja clara del ejército golpista, Franco ha fracasado en el intento de conquistar Madrid, que no es sólo la capital de España, sino el símbolo de la República. Sus tropas se han estrellado en la misma ciudad, en el Jarama o Guadalajara con una firme resistencia que ha desbaratado sus planes de acabar por la vía rápida la guerra. Madrid no ha conseguido, como afirma la propaganda comunista, ser la tumba del fascismo, pero ante sus puertas ha fracasado el golpe de estado. Hay guerra porque el Madrid republicano ha resistido el asalto franquista. Sin embargo, el general rebelde ha conquistado el norte de la península, y sus tropas más escogidas amenazan Valencia después de haber cortado en marzo el territorio de la República en dos. La conexión con Cataluña está cortada. Quizá por eso hoy, el día en que se cumplen los dos años del inicio de la rebelión franquista, el alcalde de la capital, Rafael Henche, anuncia que una de las más importantes avenidas de Madrid va a llevar el nombre de avenida de Cataluña. Los mejores contingentes franquistas pretenden asfixiar la resistencia de Madrid dejándola aislada del mar, de donde vienen los suministros imprescindibles para sostener la resistencia armada, y los alimentos para saciar cientos de miles de bocas en la capital. Las tropas republicanas que defienden Levante, mandadas por el general Miaja, han ido perdiendo las fuertes posiciones en las que resistían los ataques del enemigo. Ahora, se han hecho fuertes en un eje, ya muy próximo a la capital levantina, que denominan XYZ. En las tropas franquistas se detecta un gran agotamiento tras varios meses de campaña y el diario combate contra fuerzas que resisten más de lo que se preveía, ayudadas por el terreno y por las nuevas remesas de armamento llegadas de Francia durante la corta apertura de la frontera que ha propiciado el gobierno de Frente Popular de Leon Blum. Pero Valencia sigue amenazada. La capital y Sagunto, el gran centro industrial de Valencia, están a la vista de las tropas franquistas desde las alturas que han conseguido conquistar a los defensores. El mejor estratega del ejército republicano, el general Vicente Rojo, héroe como Miaja de la defensa de Madrid, ha elaborado un plan para salvar la situación. Se trata de volver a pasar el río Ebro con el reconstruido Ejército de Maniobra, y atraer hacia la zona a las tropas que acosan Levante. Si la maniobra tiene un éxito importante, se podrá cortar en dos el frente, y debilitar enormemente las comunicaciones del enemigo. Si el éxito es parcial, se habrá conseguido descartar el peligro que se cierne sobre Valencia, y se habrá, además, ganado tiempo para que se produzca una mejora sustancial en la situación militar para que el presidente Negrín lleve adelante su estrategia internacional de mediación. Pero muchos de los más destacados militares que mandan las unidades leales, en una estrecha relación con los militares de milicias que provienen del partido comunista, piensan que la guerra no está perdida, que aún cabe el golpe de genio y fortuna que cambie de rumbo la marcha de las operaciones militares. La República es todavía fuerte, tiene medio millón de hombres en armas y sólo necesita que el suministro de material de guerra se normalice para poder hacer frente a un enemigo que parece sentirse envalentonado después de la ofensiva que le permitió llegar al mar y cortar en dos el territorio fiel a la República. Las razones de unos y otros se suman. El jefe del gobierno, que ha asumido la cartera de Defensa tras la marcha de Indalecio Prieto del gobierno, necesita que la situación militar se equilibre para tener capacidad, tanto externa como interna, de maniobra. Y ha encargado al general Rojo el diseño del plan que permita cambiar la situación. En Burgos, Franco celebra el segundo aniversario de su alzamiento contra la República de una manera más solemne. El gobierno que él mismo preside decide conmemorar la fecha con su nombramiento como capitán general de todos los ejércitos, de Tierra, Mar y Aire, para "rendir tributo de justicia a quien, por designio divino y asumiendo la máxima responsabilidad ante su pueblo y ante la Historia (...) tuvo la inspiración, el acierto y el valor de alzar a la España auténtica contra la antipatria". Franco ha nombrado hace unos meses a su gobierno. Y este gobierno le pide que acepte la dignidad de Generalísimo. Franco la acepta y él mismo firma el decreto el mismo día en que se inaugura el "tercer año triunfal". En Burgos, donde reside el gobierno del generalísimo, hay un ambiente de optimismo contenido. Los rojos se baten en retirada en todos los frentes, pero la ofensiva sobre Valencia agoniza en la sierra del Espadán. Los republicanos resisten en las zonas más importantes, tienen un ejército potente en el Centro y las noticias sobre Cataluña indican que se ha reconstruido una importante fuerza basada en el Ejército de Maniobra. El enemigo no es despreciable y cada vez tiene mandos más competentes. Franco tiene la iniciativa militar y ha logrado asestar un duro golpe a sus enemigos al partir en dos su territorio, pero la guerra no está ganada. En el terreno político, tiene razones para estar satisfecho. Ha estado más de un año sin darle forma a su propuesta de Estado, pero en enero ha podido anunciar su primer gobierno. Su bando tiene una estructura política, por fin.