Las puertas del infierno Germán Jiménez obtuvo el premio único de dramaturgia en el Certamen Internacional de Literatura “Sor Juana Inés de la Cruz”, convocado por el Gobierno del Estado de México, a través del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal, en 2012. El jurado estuvo integrado por Estela Leñero, Edgar Ceballos y Enrique Olmos. Leer para lograr en grande c o le c c i ó n le t ras dramaturgia germán jiménez Las puertas del infierno Eruviel Ávila Villegas Gobernador Constitucional Raymundo E. Martínez Carbajal Secretario de Educación Consejo Editorial: Efrén Rojas Dávila, Raymundo E. Martínez Carbajal, Erasto Martínez Rojas, Carolina Alanís Moreno, Raúl Vargas Herrera Comité Técnico: Alfonso Sánchez Arteche, Félix Suárez, Marco Aurelio Chávez Maya Secretario Técnico: Agustín Gasca Pliego Las puertas del infierno © Primera edición. Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México. 2013 DR © Gobierno del Estado de México Palacio del Poder Ejecutivo Lerdo poniente núm. 300, colonia Centro, C.P. 50000, Toluca de Lerdo, Estado de México © Francisco Germán Jiménez Jiménez ISBN: xxx-xxx-xxx-xxx-x Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal www.edomex.gob.mx/consejoeditorial Número de autorización del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal: CE: 205/01/53/13 Impreso en México Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa del Gobierno del Estado de México, a través del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal. Trabajar por un mundo más honesto, con las manos vacías, es posible. Si en ellas tenéis un violín o un libro… ¡Inexcusable! A Isa y Germán, nuestros hijos. Dramatis personae Auguste Rodin Rainer María Rilke Camille Claudel Rosa Beuret Las Tres Sombras Nota Las puertas del infierno no es un texto histórico, aunque los personajes y algunas situaciones sí lo sean; nada, sin embargo, de lo que se cuenta aquí tiene que ver con lo que ocurrió, sino con lo que podía haber ocurrido y, sobre todo —como tampoco es un texto de acción—, con las ideas que podían haberse dado. La obra comienza en 1902 cuando el joven poeta Rilke visita al maestro Rodin, ya sexagenario. A partir de ahí el argumento no obedece a un desarrollo cronológico. En los dos primeros actos el tiempo de la obra transcurre zigzagueando, pues entre las escenas —casi siempre alternantes— de Camille/Rodin y Rilke/Rodin [13] 14 media una distancia temporal de más de una decena de años. En el tercer y cuarto actos el tiempo de la obra se estabiliza: 1905, año en el que el poeta trabaja como secretario personal del escultor; y 1917, año de la muerte de Rosa y Rodin. El escenario representa en la mayoría de los casos un taller de escultura que presiden las Puertas del infierno de Rodin. Es aconsejable que las imágenes que se mencionan a lo largo de la obra sean proyecciones, de manera que, sin demasiada dificultad técnica, puedan ofrecer perspectivas diferentes y dejar libre el espacio escénico. Las Tres Sombras puede ser igualmente una proyección, pero evidentemente sus posibilidades escénicas son diversas. Prólogo Las Tres Sombras: Es fácil descender a los infiernos. La amarga diosa brinda de par en par sus puertas. Desandar el camino, subir a los espacios donde la piedra es libre y la palabra acude lúbrica y desnuda, ascender a los altos penachos de los vientos es nuestra meta, nuestra aventura. (Recreación de la Eneida, VI, 58, de Virgilio.) [17] ACTO I Fecisti nos ad te et inquietum est cor notrum, donec requiescat in te (Nos has hecho para ti, y nuestro corazón quedará impaciente hasta que en ti descanse) San Agustín Confesiones, lib. I, cap. I Escena primera París, 1902. El joven poeta Rilke, enviado por el profesor Richard Müther de la Universidad de Breslau, visita al escultor Rodin, de 62 años, con la intención de escribir una monografía sobre su trabajo. Luz escasa y humillada ante un bosque de imágenes dudosas. Atruena la lluvia de finales de verano. En la penumbra del fondo, las Puertas del infierno. Rilke: (Recién llegado y empapado.) Monsieur… ¡Monsieur! [21] 22 El poeta intenta comprender este oscuro maremágnum de atormentados volúmenes. Rilke: ¿No hay nadie? Monsieur… ¡Maestro! Languidece la lluvia y un rayo de sol penetra en el taller como flemático faro: el Torso desnudo, el Hombre con la nariz rota, Balzac… La línea de luz se entretiene agonizando sobre las Puertas del infierno. Rilke: (Alucinado.) Nel mezzo del cammin di nostra vita… mi ritrovai per una selva oscura… (Su tropiezo con una de aquellas estatuas lo saca del éxtasis lírico.) ¿Hay alguien? ¿Maestro…? ¿Monsieur Rodin? Al escultor lo intuimos encaramado sobre unas escaleras y pegado a una pieza desconocida y desconcertante. Dónde acaba la obra y dónde comienza el artista nadie lo sabe. Rodin: (Autoritario y estático.) ¡No toque nada! Rilke: (Excusándose.) Creo, monsieur, que llego un poco tarde… Me he perdido… La tormenta… (Con torpeza espera unas palabras de bienvenida que no llegan.) Rodin: (Señalando la pieza en la que trabaja.) Mire aquí… ¡Aquí! Una mujer… ante las puertas del salón de baile, entre espejos iluminados por candelabros chispeantes… ¿No la ve? Rilke: (Acercándose al artista sin ver nada.) Apreciadísimo maestro, yo soy… (Balbuceos de novicio.) 23 Rodin no presta atención al saludo y mantiene un descortés silencio. Luego, inesperadamente, desciende de la escalera arrastrando la siguiente historia. Rodin: ¡Antes del baile! Imagine que antes del baile esta princesa arregla su cabello, sus joyas, sus volantes… Plisados decadentes y rouge cubren suspiros empolvados y melancólicos… (Risotada.) Tiene todo lo que cualquier mujer puede soñar. ¿La alegría? ¡Ay! El oro y el carmín… ¡qué mal engañan la tristeza! (Delicado.) Mire, mire cómo estira las telas de su vestido… (Rudo.) Como una pantera se calza el pecho con la seda… (Sensual.) ¡Hace la seda tan fácil el deseo! (Tensiona la narración.) Se acerca la dama a los candelabros que iluminan los espejos… (Directamente a Rilke.) Llega tarde, señor. (Rilke pretende responder, pero Rodin continúa con cinismo.) Esa mujer se aferra con afeites y satén a una juventud que agoniza. Cada vez está más cerca del espejo… ¡Cuidado! ¿Qué busca en él? El rescoldo de una savia antigua, la sonrisa de un Cronos muerto… (Duro.) ¿Qué buscan esos ojos gastados entre los espejos? (Grita cómicamente horrorizado y baja la voz para hacer luego un crescendo.) ¡Cuidado! Una delicada chispa ha saltado desde la llama del candelabro hasta su cabello… ¡Ay! En lamentos de luz vuela otra pavesa a la gasa de su espalda… ¡Ay! (Cara a cara con el poeta, intentando asustarle.) ¡La atolondrada caricia del fuego! ¡El guiño asesino de la llama! (Duro.) Arde y estalla la mujer como una incipiente primavera… Se sonroja el oro del pendiente… Se apaga el rubí del dedo. (Trágico.) 24 ¡Ante las puertas del salón de baile la mujer es una llamarada! Una bailarina de rojos brazos labrados en la fragua… ¡Corre estática! ¡Grita muda ante los espejos que ya no la recuerdan! (A Rilke directamente.) ¡Escuche, escuche cómo crepitan sus pestañas! ¿Quién puede ayudarla? ¡Usted es joven! (De nuevo el poeta intenta hablar…) La piel es paja y los huesos, madera seca. Su corazón galopa enfático sobre un torrente de miradas que hasta hace poco fueron deseo… (Patético.) Sólo quedan en él las estrías de una tierra estéril… La llama se ha hecho ascua, y el ascua rescoldo y el rescoldo, ceniza que el viento arrastra. ¡La hermosa hembra calcinada! Rilke: (Mirando con arrobo la escultura.) Todo eso debe estar ahí… Maestro, ¿cómo…? Rodin: ¡Todo está ya ahí! ¡Y más…! Se abren las grandes puertas del salón de baile. El ujier vocea hinchado el nombre de la dama y… una nube de ceniza con alguna favila fugitiva se disuelve bajo el umbral… armoniosamente, como en una pieza de Debussy. (Escapando exhausto del cuento.) ¿Conoce a Debussy? ¡Es un cabrón! Se lo presentaré… ¡Y un cornudo! ¿Es usted también un cabrón? (No espera la respuesta.) Es difícil no serlo, sobre todo, para un artista. (Intenta volver a la ficción pero…) Debemos saber elegir bien… Cornudo o cabrón. Debussy lo quiere todo para él. (Por fin…) Los espejos silenciosos… El candelabro sin pecado… Toda la belleza no es ahora más que una mancha gris que las cortinas barren… (Se acerca al fondo del escenario donde 25 aparecen las Puertas del infierno.) Pero esa ceniza es más verdad que toda la belleza que pueda albergar un corazón romántico. (Muy cansado.) ¿Está usted perdido? ¿Perdido como Dante…? (Derrotado.) ¡Yo también! Rilke: (Mientras anota algo en el cuaderno.) ¿Maestro Rodin? Yo soy… Rodin: (Se lanza sobre él y le quita la libreta.) ¿Qué está escribiendo usted? ¿Con qué permiso? (No entiende lo escrito.) Alemán… la lengua de los caballos. ¿Qué dice ahí? Rilke: (Sumiso.) Todavía nada… La fecha y el lugar en la que Dante conoció a Virgilio. Rodin: (Con un ataque de risa.) ¿Yo soy su Virgilio? Le acabo de decir que estoy tan perdido como usted. Yo he levantado las Puertas del infierno, pero todavía no habito en el valle de los que no conocieron a Dios. Nadie las quiere… Rilke: ¿Cómo dice eso? Son… imponentes, maravillosas… Rodin: No malgaste adjetivos. Nadie las paga… Sólo ocupan un espacio. Rilke alarga su mano para saludar al escultor y Rodin se mira las suyas manchadas. 26 Rilke: (Reverente.) Maestro… ¿Cómo puede pensar…? (Se dan la mano.) Rodin: Están llenas de barro. Rilke no sabe qué hacer con las manos sucias. Rodin se ríe. Rodin: Un poeta auténtico no le tiene miedo al lodo. Debe revolcarse en él. ¿Ha leído a Baudelaire? ¡Baudelaire santifica la materia! Rilke: (Recitando.) “Quien desde fuera mira a través de una ventana abierta, jamás ve tantas cosas como el que mira una ventana cerrada…”. Rodin: (Cortando.) Lo ha leído. Y es usted, sin duda, el poeta que había de llegar. Rilke: Por el momento sólo estudiante de Historia del Arte. Me llamo Rainer María Rilke y supongo que… Rodin: El profesor Mütter, de Breslau, me habló de usted… René María Rilke. Rilke: (Rápido.) No, maestro, Rainer… No René. Rodin: (Bromista.) ¿Se niega a renacer? Rilke: (Enrojeciendo.) Me niego, si me lo permite, a que usted cambie un nombre que ya he cambiado yo. Nacer una vez es suficiente. 27 Rodin: ¡Ja! Ya me lo habían dicho… (Rilke se avergüenza visiblemente. Rodin casi se disculpa.) Bien, algunas veces… casi siempre hablo demasiado. Eso es lo primero que puede escribir sobre mí. Auguste Rodin habla demasiado. Rodin sufre de incontinencia. (Serio.) Supongo que el profesor Müther le habló también de mis condiciones… (Muy serio.) Me honra que mi nombre sea uno de los capítulos importantes de su Historia del Arte, pero todo aquello que usted escriba y publique sobre mi vida o mi obra debo haberlo leído yo, personalmente, con anterioridad. Supongo que no tendremos problemas en ese punto. Rilke: Todas mis palabras han de ser el fruto de mi más sincera admiración por usted. Ya se lo he hecho saber en mis cartas. Una veneración religiosa… Rodin: … que puede ser confundida con la adulación. Rilke: Cualquier lector comprenderá que está más que justificada. Rodin: Lo que diga de mí me trae sin cuidado, pero ojo con lo que escriba. Y sus condiciones… ¿cuáles son? Rilke: (Sincero.) ¡Adorarle, maestro, adorarle! (Ante el estupor de Rodin.) Quiero conocer la vida de un artista… Acompañarle siempre que sea posible en su trabajo. 28 Rodin: Se aburrirá. Mi manera de vivir es el trabajo. Ya le he dicho que soy un incontinente… Y supongo que lo mismo que yo estoy al tanto del asunto de su nombre, usted conocerá algunos detalles de mi persona. Le habrán comentado que soy algo más que un incontinente verbal o laboral… Rilke: No sé a lo que se refiere. Rodin: (Con mal humor.) Lo sabe perfectamente. No me creo que no sepa lo que todo el mundo sabe. Desgraciadamente mi vida sexual y mis amantes son casi más famosas que mis obras. Rilke: (Serio.) Mis respetos a la señora Rodin. Rodin: (Con otro ataque de risa.) También me habían hablado de sus rarezas. Rilke: Sólo su quehacer artístico me preocupa. Rodin: ¡Mentira! Si quiere ser mi sombra, le ruego que no sea hipócrita. Usted es escritor o quiere serlo… A un artista le interesa todo. ¡Todo! Por cierto, es usted recién casado… Rilke: Sí, maestro. En mis cartas le hablé de… Rodin: Y acaba de ser padre… Rilke: (Con cara de contento.) Así es. Una niña hermosa. 29 Rodin: Una niña hermosa de pocos meses… y una esposa más hermosa todavía. Una joven escultora… Clara Westhoff fue mi alumna. Rilke: (Iluminado.) ¿La recuerda usted? Rodin: (Sin contestar.) Viene usted huyendo de ellas… ¿verdad? Se escapa la luz de la cara del poeta. Silencio. De nuevo un rayo va alumbrando poco a poco la sala, deteniéndose ahora de manera especial en Dánae, luego se dirige hacia la parte alta de las Puertas, las Tres sombras. Rilke: (Sincero.) Todos huimos. Unos hacia el mañana, otros hacia los recuerdos, porque… no hay nada más vacío que el presente… Maestro, las Tres sombras, ¿simbolizan realmente el tiempo? Rodin: ¡Retóricas! Yo esculpo naturaleza, no símbolos. Regresa la tormenta y la oscuridad.