Aprender_a_leer_y_escribir_en_la_universidad.ago18.2010

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Aprender a leer y escribir en la universidad1
Luis Bernardo Peña Borrero2
El ingreso de un estudiante a la universidad se asemeja al del inmigrante que llega
por primera vez a un país desconocido. Así como éste tiene que aprender la lengua y
las costumbres de sus habitantes para no seguir sintiéndose un extraño, así mismo, si
quiere ser parte de la comunidad académica, el estudiante universitario tendrá que
pasar por un proceso de iniciación para aprender el idioma, los códigos, los rituales y
las formas de hablar, de leer y de escribir propias de esa comunidad.
La capacidad para leer y escribir textos académicos es una competencia clave que
todo estudiante debe desarrollar, como una condición para adelantar exitosamente
sus estudios en la educación superior. Sin embargo, algunas investigaciones
realizadas en Colombia (Moreno, 2008, Madiedo, 1995) coinciden en concluir que por
lo menos las dos terceras partes de los estudiantes que ingresan a la universidad no
demuestran un desarrollo suficiente de estas competencias. Las conclusiones de las
pruebas que evalúan las competencias de los universitarios al terminar el pregrado
(ECAES) también muestran resultados preocupantes en las competencias de lenguaje.
En mi experiencia como docente universitario he conocido estudiantes muy capaces,
que a pesar de haber tenido un buen desempeño académico en el colegio y puntajes
altos en las pruebas de admisión, encuentran muchas dificultades a la hora de
enfrentarse con la lectura y los trabajos escritos propios de la universidad. Estos
problemas suelen ser más frecuentes en los primeros semestres, aunque muchas
veces se prolongan hasta niveles avanzados de la carrera. Si bien es cierto que
algunos pueden ser causados por desórdenes de tipo cognitivo, psicológico o
emocional, en muchos casos se deben a un escaso dominio de las herramientas
intelectuales y comunicativas que demanda el aprendizaje en el nivel de la educación
superior, en especial, la lectura y la escritura.
Un factor que contribuye a hacer aún más complejo el problema son los prejuicios y
las representaciones que suelen tener los estudiantes sobre la lectura y la escritura
académicas, unas prácticas que cumplen sólo por obligación, como algo lejano a sus
intereses y sus formas de pensar y que, según dicen, los limita para expresar sus ideas
con mayor libertad. Además de incidir negativamente en su motivación, esto genera
en ellos temores e inseguridad. por las consecuencias que pueda tener en su
desempeño académico.
1
Versión provisional de un capítulo de mi libro “Leer y escribir en la universidad”, actualmente en proceso
de publicación. No citar ni reproducir sin previa autorización por escrito del autor.
2 Ms. Sc. en Educación. Profesor de la Facultad de Psicología de la Pontificia Universidad Javeriana
luisbernardopena@gmail.com , pena.luis@javeriana.edu.co
1
En este artículo se examina la función que cumple el lenguaje escrito en la educación
superior y los retos que les plantea tanto a los estudiantes como a las instituciones.
Comenzaremos examinando las posibilidades que ofrecen la lectura y la escritura
como herramientas de aprendizaje, para luego analizar las características que tipifican
la lectura y la escritura académicas como una forma particular de leer y de escribir,
así como las exigencias y los cambios que implican para los estudiantes. Por último,
llamamos la atención sobre la responsabilidad que le corresponde a la universidad en
la solución de este problema.
El lenguaje como condición para hacer y para aprender ciencia
El lenguaje no es un territorio reservado a la lingüística y a la literatura. También la
ciencia se hace en y a través del lenguaje y no podría existir sin él. Cada disciplina
científica inventa y desarrolla un lenguaje propio y unos modos característicos de
hablar, de escribir y de leer, que no son otra cosa que maneras diferentes de codificar
el conocimiento. Hacer ciencia no consiste sólo en observar, describir, comparar,
clasificar, analizar, plantear hipótesis, diseñar experimentos o teorizar; hacer ciencia
significa también escribir y leer; enseñar y aprender a través del lenguaje de la ciencia
(Lemke, 1997).
Hacer ciencia supone encontrar el lenguaje adecuado para escribir y leer de acuerdo
con las convenciones de cada una de las disciplinas del conocimiento. Lavoisier, el
padre de la química moderna, supo expresar mejor que nadie la estrecha relación que
existe entre el pensamiento científico y el lenguaje. En su Tratado de Química General
confiesa que, mientras trabajaba en perfeccionar la nomenclatura de la química,
comprendió que
no pensamos más que con el auxilio de las palabras; que las lenguas son
verdaderos métodos analíticos; que el álgebra más sencilla, más exacta y más
adecuada (…) es a la vez una lengua y un método analítico; en fin, que el arte de
razonar no es más que una lengua bien hecha ( Lavoisier, A. L., 1789).
Pero el lenguaje es, además, un instrumento indispensable para enseñar y aprender
ciencia. La mayor parte del conocimiento disciplinar existente se conserva y se reproduce en miles de páginas de libros, revistas y publicaciones digitales a las que hoy
día tiene fácil acceso cualquier estudiante, gracias a la Internet. Aunque éste es un
fenómeno que se da en todas las disciplinas, la presencia del lenguaje escrito es mucho
más intensiva en campos como las Humanidades, las Ciencias Sociales y la Psicología.
Para acceder a este conocimiento y para construir uno propio, los estudiantes deben
apropiarse paulatinamente de las formas de hablar y escribir (…) sobre el objeto de
aprendizaje en cuestión, y hacerlo en la manera acostumbrada en esa parcela del
saber; significa, por tanto, apropiarse del discurso específico que se reconoce como
propio de esa disciplina” (Nussbaum, L., Tusón, A. 1996, p. 2).
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Lectura y escritura en la universidad
La lectura y la escritura están presentes en todas las prácticas de la cultura académica:
los trabajos escritos, la investigación, los exámenes, las tesis de grado, los ensayos y
las publicaciones en las que se dan a conocer los resultados del trabajo investigativo.
La lectura es la llave que nos permite acceder al conocimiento y ser testigos del
proceso histórico a través del cual éste ha ido evolucionando y construyéndose; la
contraseña que nos permite ingresar a ese gran “disco duro externo” en el que está
archivado el conocimiento científico y entrar en comunicación con las ideas y las
enseñanzas de los que nos antecedieron. Además, la lectura autónoma —la capacidad
de dirigir su propio proceso de lectura— le permite al estudiante encontrarse
directamente con los autores y lo prepara para seguir aprendiendo a lo largo de la
vida de manera independiente.
La escritura ha demostrado ser una tecnología muy eficiente para preservar y
transmitir el conocimiento a través del tiempo y el espacio. Gracias a la escritura
podemos recorrer la compleja trama que ha tenido la historia del pensamiento,
reconstruirla y continuar produciendo nuevos conocimientos. Si Lavoisier, Newton,
Darwin, Nietzche o Freud no se hubieran tomado el trabajo de dejar escritas sus ideas,
tan sólo tendríamos de ellos una memoria anecdótica.
Pero además de servir como herramienta de la memoria, la escritura es una poderosa
herramienta del pensamiento. La palabra escrita hace visible lo que estaba oculto en la
mente y nos obliga a pensar con más rigor que cuando hablamos. A diferencia de la
palabra hablada, que se escapa tan pronto lo pronunciamos, la escritura nos permite
capturar el pensamiento, detenerlo y “devolver la película” cuantas veces sea
necesario, para someterla a crítica, analizarla, editarla o rehacerla, si fuere necesario.
El sólo hecho de poner las palabras en el papel o en la pantalla nos hace más reflexivos
y nos obliga a preguntarnos o a dudar de lo que decimos, a ordenar mejor las ideas, a
buscar la palabra justa, la expresión más precisa, el argumento más sólido. La
escritura se convierte así en un verdadero proceso de indagación y de descubrimiento.
Cuando le preguntaron a Edward Albee, el gran dramaturgo norteamericano, por qué
escribía respondió: “Escribo para encontrar lo que estoy pensando".
La lectura y la escritura son dos realidades inseparables. No podemos hablar de una
de ellas sin referencia a la otra. La lectura alimenta y moviliza la escritura, que es la
respuesta del lector al texto. Escribimos a medida que leemos para reescribir las ideas
que nos parecen más importantes o para registrar aquéllas que la lectura suscita en
nosotros; leemos mientra escribimos para precisar más los conceptos, para acabar de
darle forma al texto, completarlo o “podarle” lo que le sobra.
La lectura y la escritura universitaria tienen características, condiciones y exigencias
propias, que las diferencian de las formas de leer y escribir a las que los estudiantes
estaban acostumbrados en el colegio o las que utilizan en los correos o los chats en
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Internet. Aprender el lenguaje de la academia enfrenta al estudiante universitario con
una serie de desafíos que analizaremos en el siguiente apartado.
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Los desafíos de la lectura y la escritura en la universidad
Leer en la universidad
En la universidad el aprendizaje supone la consulta de múltiples fuentes de
información, que plantean visiones diferentes y en ocasiones divergentes de un mismo
asunto. Lejos de simplificar los problemas o concluir con una única respuesta, estos
textos abren nuevos interrogantes y discusiones que hacen aún más complejo el
análisis del problema. Esto supone en los estudiantes una competencia lectora capaz
de procesar y contrastar textos diversos, una diferencia importante con la lectura
escolar, centrada en el libro de texto.
La gran mayoría de los textos que los estudiantes deben leer en la universidad no
fueron escritos pensando en ellos, antes bien, su comprensión presupone unos
conocimientos previos sobre el tema. Son textos escritos en un determinado momento
histórico, como respuesta a preguntas que intrigaron a sus autores en su tiempo y que,
por lo tanto, están inscritos en el contexto de una discusión o de una tradición
científica particular. Esto significa que no pueden entenderse por fuera de estos
contextos, ni con independencia de las situaciones en las que se generaron. Son textos
que se caracterizan por su complejidad y densidad lingüística y conceptual, por su
estructura lógica y por estar escritos en un estilo y con un léxico especializado, por lo
que resultan difíciles de comprender para los lectores no iniciados.
La lectura en la universidad no se limita únicamente a los textos asignados por los
profesores, sino que exige la consulta de otras fuentes documentales que el estudiante
debe seleccionar, comparar y valorar críticamente para formarse un juicio propio. En
algunos casos, deben leer los textos en Inglés cuando no en traducciones muy
deficientes al Castellano; otras veces en fotocopias sueltas o de muy pobre calidad
gráfica, que no siempre van acompañadas de las referencias al autor ni a las fuentes de
las que fueron extractadas.
Finamente, uno de los mayores retos que deben enfrentar los estudiantes en la
universidad es cambiar la idea obsoleta que tienen de la lectura como una simple
reproducción y memorización de la información, por la de una lectura reflexiva y
crítica, que no se limita a parafrasear o traducir en otras palabras las ideas de los
autores leídos, sino que les exige valorarlas críticamente, contrastarlas y hacer un
juicio o plantear una posición propia frente a lo que leyeron.
Escribir en la universidad
La lectura en la universidad está íntimamente relacionada con la escritura, que viene a
ser como la respuesta activa y personal del lector a los planteamientos del autor. Una
práctica muy común en la universidad consiste en escribir una reseña, un comentario
o un ensayo, a partir de la lectura de uno o de varios textos.
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Al igual que en la lectura, los estudios universitarios suponen un cambio completo en
la forma de concebir y utilizar la escritura. La mayoría de los estudiantes llegan a la
universidad con la idea muy arraigada de que escribir bien es escribir
“correctamente”, para lo cual basta con conocer un conjunto de normas formales y
gramaticales. De acuerdo con esta concepción, escribir consiste simplemente en
encontrar las palabras adecuadas y la forma correcta de expresar sus ideas o de
reproducir el conocimiento en un trabajo escrito o en un examen.
Otros identifican la escritura académica, ya no con la gramática, sino con el dominio
de un repertorio de convenciones formales (las normas APA, por ejemplo) y de
modelos cuyas etapas deben seguirse al pie de la letra, para garantizar la elaboración
de un buen producto escrito. La redacción de un ensayo, por ejemplo, se reduciría a
seguir un formato del tipo introducción, planteamiento de la tesis, sustentación,
conclusión, en vez de asumirlo como un proceso creativo y de indagación, un ejercicio
de pensar por escrito, como debe ser todo buen ensayo.
Un comentario que aparece con mucha frecuencia en las marcas que escribimos los
profesores en los márgenes de las reseñas y de los ensayos de los estudiantes es que
“escriben como hablan”, es decir trasladando a la escritura los rasgos típicos del habla,
que es la forma de lenguaje que mejor conocen (Tusón, 1991) y en la que se
desenvuelven más libremente. Algunas huellas de esta presencia de lo oral en la
escritura son la falta de puntuación, la ausencia de un hilo conductor que le dé una
estructura lógica al texto, la referencia a ideas implícitas que, se supone, el lector ya
conoce, y la sintaxis fragmentada característica del habla informal y del hipertexto.
En otros casos, la escritura se concibe sólo como un medio para demostrar lo
aprendido, inevitablemente ligada a la evaluación. Para estos estudiantes escribir
consiste en trans-cribir fielmente a un texto la información adquirida en la lectura. La
escritura sería para el pensamiento lo que la impresora es para el computador: una
manera de hacer visible ante otros lo que está archivado en nuestro disco duro.
La práctica de la escritura universitaria va a poner a prueba estas ideas ingenuas que
tienen los estudiantes sobre la escritura. En este ejercicio van a empezar a descubrir
que el proceso de escribir les ayuda a generar ideas, organizarlas y entender cómo se
relacionan entre sí; les exige ser mucho más rigurosos en sus planteamientos que
cuando los expresan oralmente y los obliga a revisar el texto, no una sino varias veces,
para afinar su pensamiento y hacerlo más comprensible a los lectores. Es decir,
descubren que, más allá de servir como un instrumento para dar cuenta de lo
aprendido, la escritura es ante todo un acto creativo y una herramienta intelectual,
como lo confirma la reciente investigación sobre la escritura.
Según Castelló (2009), apoyada en los trabajos de otros autores (Bereiter y
Scardamalia; 1987; Mason y Lonka, 2001; Carlino, 2005; Solé et al., 2005), las
tareas de escritura complejas, como las que exigen los estudios universitarios,
obligan al estudiante a seleccionar, organizar e integrar la información a partir
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de distintas fuentes. De este modo, “la propia actividad de escritura permite
transformar nuestra concepción sobre el tema del que estamos escribiendo y
promueve el establecimiento de nuevas conexiones entre la información y,
consecuentemente, la transformación y generación de conocimiento” (Castelló,
2009, p. 122).
Por otra parte, la escritura universitaria les exige a los estudiantes cambiar la idea
tradicional que tienen de la escritura —como un producto que se logra en un solo
intento— por una concepción que la concibe como un proceso compuesto por varias
etapas: investigar, tomar notas, elaborar un plan, redactar un borrador, leerlo o
hacerlo leer de otros, revisar y corregir el texto antes de entregarlo. Escribir en la
universidad implica ensayar distintas aproximaciones al tema y escribir varias
versiones hasta llegar a un texto que exprese de la mejor forma posible lo que
intentábamos decir. Escribir es, por lo mismo, un proceso lento e incierto, muchas
veces frustrante, que nos enfrenta con nuestras propias inseguridades, cuando
enmudecemos ante la página en blanco o no encontramos la forma de expresar lo que
queríamos decir. Nada más contrario a la improvisación y a la rapidez con la que se
escribe en los chats.
Pero la escritura puede ser también motivo de gozo y satisfacción, cuando nos ayuda a
descubrir nuevas ideas o nos hace sentir más inteligentes de lo que éramos antes de
escribir, como lo declara abiertamente el escritor Arthur Krystal (2009): “Como la
mayoría de los escritores, parezco ser más inteligente en letras de molde que en
persona. De hecho, soy más inteligente cuando escribo.” Lejos de ser un obstáculo,
estos aspectos emocionales —tanto positivos como negativos— son inherentes al
proceso de escribir, como sucede en todo acto creativo. Es importante que los
estudiantes los asuman como algo natural y aprendan a regularlos, de modo que no se
les conviertan en bloqueos o en frustraciones.
Aprender a escribir en la universidad
No existe una sola forma de escribir que, una vez aprendida, pueda aplicarse en todos
los casos y para cualquier tipo de texto. Las formas de escribir varían de acuerdo con
el propósito y el contexto en el que escribimos. No se escriben lo mismo un informe,
un artículo científico, una novela o un ensayo. En los chats se utiliza una escritura
abreviada, que simula una conversación y que no se rige por las normas de la escritura
convencional. Por eso, en lugar de Escritura, (en singular y con mayúscula) sería más
exacto hablar de escrituras.
Puesto que no existe sólo una sino varias maneras de escribir, resulta ingenuo pensar
que un estudiante aprende a escribir, de una vez por todas, una escritura que sirva
para todo. Aunque compartan el código alfabético y la misma estructura lingüística,
cada escritura tiene unas funciones, una estructura y unos rasgos estilísticos propios.
En muchos casos, los problemas que tienen los estudiantes para comprender las
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lecturas o para escribir los textos que les asignan los profesores se deben a que no son
concientes de estas diferencias.
Si, como quedó dicho antes, la lectura y la escritura académica tienen características y
exigencias particulares que las diferencian de otros modos de leer y escribir, no se
puede esperar que los estudiantes las aprendan por sí solos, sino mediante acciones
formativas orientadas específicamente a este propósito. Esto hace pensar en la
necesidad de incluir en los programas de formación estrategias orientadas a cambiar
la percepción negativa que tienen los estudiantes sobre la lectura y la escritura
académicas, y ayudarles a valorar su potencial como formas privilegiadas de pensar y
de aprender. Algunos autores han acuñado el término de “alfabetización académica”
para denominar todas estas estrategias que tienen como principal objetivo iniciar a
los estudiantes en los modos de leer y escribir propios de la cultura universitaria.
Convencida de la importancia de la lectura y la escritura como herramientas
intelectuales, la Facultad de Psicología de la Universidad Javeriana inició, en el año
2005, el proyecto “Leer y escribir en la universidad”, que tiene como objetivo el
desarrollo de estas competencias desde los primeros semestres de la carrera (Peña,
2007). Pero no es sólo una preocupación nuestra; cada día son más las universidades
que desarrollan proyectos en esta misma línea, tanto en Colombia como en otros
países (Narváez y Cadena, 2008). Estas experiencias están replanteando la forma
tradicional de enfrentar el problema, que consistía en ofrecer cursos independientes
de comprensión de lectura o de redacción, desvinculados del proceso de aprendizaje
de las disciplinas académicas. Si este tipo de estrategias no han resultado muy
efectivas, se debe principalmente a que no tienen en cuenta que “la comprensión y la
producción de textos están intrínsecamente ligadas a la construcción de los
conocimientos específicos propios de cada disciplina” (Mateos, 2009, p. 113).
Más que habilidades comunicativas que pueden aprenderse de manera independiente,
la lectura y la escritura deben ser consideradas como procesos constitutivos de cada
disciplina. Aprender Historia, Biología o Psicología significa aprender a hablar y a
escribir en los discursos propios de dichas disciplinas. A medida que los estudiantes
se apropian de estas formas de leer y de escribir, aprenden también las formas de
pensar, de hablar y de argumentar propias de la cultura académica (Bazerman, 1981).
Las investigaciones más recientes sobre el aprendizaje de las lenguas, la lectura y la
escritura han demostrado que la forma más efectiva de aprender a leer y escribir es
por “inmersión”, es decir, mediante la participación directa de los estudiantes en un
grupo en la que éstas se estén practicando permanentemente. También en la
universidad los estudiantes desarrollan sus competencias para leer y escribir por
inmersión en la cultura académica y en los usos constantes que hacen de los textos
escritos, más que con cursos descontextualizados de lectura rápida y de redacción. El
asunto no es, pues, hacer que los estudiantes deban primero aprender a leer y a
escribir en talleres especiales, para luego sí poder leer y escribir en las disciplinas de
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la carrera, sino más bien hacer que cada asignatura constituya, en sí misma, una
experiencia de lectura y escritura.
En conclusión, la lectura y la escritura tienen una función fundamental como
instrumentos para el aprendizaje y la construcción de conocimiento en la universidad,
y son un requisito indispensable para el desarrollo de otras competencias. Puesto que
las dos responden al contexto y a los fines específicos de la cultura académica, tienen
objetivos y características que las diferencian de otros modos de leer y de escribir, que
los estudiantes deben aprender como condición para realizar otros aprendizajes. En
lugar de asumir que ya han adquirido estas competencias al llegar a la universidad, o
esperar que su desarrollo se dé por generación espontánea, las instituciones
universitarias deben asumir el problema como algo propio y proponer estrategias
formativas orientadas explícitamente al desarrollo de estas competencias.
Aunque el presente artículo se ha centrado en el tema de la lectura y la escritura en la
universidad, sería un gran error limitar la función de la lectura y la escritura al
periodo y a los fines de la formación académica exclusivamente. Leer y escribir son
también una competencia para la vida. El ejercicio profesional, al igual que el
imperativo de continuar aprendiendo y reciclando los conocimientos a lo largo de la
vida nos exigen hoy, más que nunca, desarrollar una capacidad avanzada para
procesar, valorar y utilizar la información proveniente de múltiples tipos de fuentes,
tanto impresas como digitales. La lectura y la escritura son también actos de la
imaginación mediante los cuales fabricamos mundos posibles; instrumentos que nos
ayudan a constituirnos como sujetos; formas de hacer oír nuestra voz en el diálogo
continuado mediante el que se construye el conocimiento.
Bogotá, Agosto 18/2010
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