Utilitarismo - Filosofia.mx

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Utilitarismo
(Lat. utilis, útil).
El utilitarismo es una forma moderna de la teoría ética hedonista que enseña que la finalidad de la conducta humana
es la felicidad, y que en consecuencia la norma discriminatoria que diferencia entre el comportamiento bueno y malo
es el placer y el dolor. En palabras de uno de sus mas distinguidos defensores, John Stuart Mill:
La doctrina que acepta como fundamento de la moral a la utilidad o principio de la máxima felicidad,
sostiene que las acciones son correctas en proporción a su tendencia a promover la felicidad, e
incorrectas si tienden a producir lo contrario a la felicidad. Por felicidad se entiende el placer y la
ausencia de dolor; por infelicidad al dolor y la privación del placer (Utilitarismo, ii, 1863).
Aunque el término utilitarismo no entró en boga hasta no ser adoptado por Bentham, y aunque los principios
esenciales del sistema ya habían sido apoyados por muchos filósofos ingleses, puede decirse que, con la
importante excepción de Helvetius (Del espíritu, 1758) en quién Bentham parece haberse inspirado, todos los
defensores de este sistema han sido ingleses. El privilegio de que ha disfrutado en el pensamiento inglés puede
atribuirse en gran medida al predominio de las enseñanzas de Locke de que todas nuestras ideas se derivan
exclusivamente de la experiencia sensorial. Esta doctrina epistemológica, hostil a cualquier sombra de
intencionalismo, encuentra su complemento ético en la teoría de que nuestras ideas morales de lo bueno y lo malo,
nuestros juicios morales y la conciencia misma son en principio derivados de experimentar los resultados de las
acciones.
Rastreando la corriente del pensamiento utilitario desde sus orígenes, podemos comenzar con Hobbes (Leviatán,
1651), cuyo axioma ético fundamental es que la conducta correcta es aquella que promueve nuestro propio
bienestar; y que el código social de la moral depende para su justificación de si sirve o no para el bienestar de
quienes lo observan. Un eclesiástico protestante, Richard Cumberland (De legibus naturæ, 1672), ocupado en
refutar la doctrina de Hobbes de que la moral depende del decreto civil, buscó mostrar que el principio de la máxima
felicidad es una ley del Evangelio y una ley de la naturaleza: "La mas grande benevolencia posible de todo agente
racional para con todo el resto constituye el estado mas feliz de todos y cada uno. Consecuentemente el bien
común será la ley suprema". Este enfoque fue posteriormente desarrollado por algunos otros teólogos de quienes el
último y mas conspicuo fue Paley (Principios de moral y filosofía política, 1785), quién concluyó que, ya que Dios
desea la felicidad del hombre, entonces si hemos de amoldar nuestra conducta a la voluntad de Dios entonces
deberemos actuar con el fin de promover la felicidad común; y la virtud consiste en hacer el bien a toda la
humanidad en obediencia a la voluntad de Dios y para la felicidad perpetua. La obligación moral el la concibe como
la presión que ejerce la Divina voluntad estimulando nuestras intenciones hacia la acción correcta. En mas armonía
con el espíritu de los utilitarios posteriores se encuentra Hume, a quien lo que menos le preocupaba era encontrarle
a la moral alguna fuente o aprobación religiosa. En su Investigación sobre los principios de la moral (1751) realizó
un extenso análisis de los diversos juicios que por los que pasamos por nuestro propio carácter y conducta y en
aquellos de otros; y a partir de su estudio llegó a la conclusión de que la virtud y el mérito personal consiste en
aquellas cualidades que son útiles a nosotros mismos y a otros. En el curso de su reflexión el se encuentra con la
interrogante que es el insalvable obstáculo en la ruta del teórico utilitario: el cómo conciliar el motivo del interés
personal con el motivo de la benevolencia; si cada ser humano necesariamente persigue su propia felicidad, ¿como
puede ser la felicidad de todos el fin de su conducta? A diferencia de posteriores pensadores de esta escuela, Hume
no discute ni trata de resolver sistemáticamente esta dificultad; el la descarta apoyándose en la suposición de que la
benevolencia en la virtud suprema.
En Hartley (Observaciones sobre el hombre, 1748) encontramos el primer esfuerzo metódico por justificar el
principio utilitario mediante la teoría de la asociación a la que una gran parte de la génesis de nuestros juicios
morales es asignada por subsecuentes pensadores, especialmente aquellos del partido evolucionista. De las
sensaciones y de las emociones bajas elementales o primarias, de acuerdo con Hartley, resultan los sentimientos y
emociones mas elevados, de una clase distinta a los procesos de donde han surgido. Los motivos altruistas, la
compasión y la benevolencia, son así justificados. Con Bentham surge el grupo de pensadores que tienen por
distintivo el apropiado nombre de utilitarios. Los líderes posteriores a Bentham fueron los dos Mills, los dos Austins y
Godwin, quienes son conocidos también como los filósofos radicales. Mientras los demás miembros de este partido
destinaban una considerable labor de pensamiento a la defensa y desarrollo del utilitarismo académico al que
convirtieron en el punto de partida de su actividad política, ellos se volvieron notablemente menos especuladores
filosóficos que reformistas activos de las condiciones sociales, económicas y legislativas. La idea central de sus
doctrinas y política fue acuñada por Bentham en la apertura de sus Principios de moral y legislación (1789):
La naturaleza a puesto a la humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos, el dolor y el placer. Es por ellos
solos que tomaremos nota de que debemos hacer y de como lo haremos. Por una parte la norma de lo correcto y lo
incorrecto, y por otra la cadena de causa y efecto están encadenadas a su trono. Nos gobiernan en todo lo que
hacemos, cada esfuerzo que hagamos por liberarnos de su yugo no servirá mas que para demostrarlos y
confirmarlos. En una palabra el hombre pretenderá renunciar a su imperio; pero en realidad continuará sujeto a él
todo el tiempo. El principio de utilidad reconoce esta sumisión y asume que es la fundación de ese sistema cuyo
objetivo es criar la tela de la felicidad de la mano con la razón y la ley.
Apoyándose de manera incondicional en el principio del egoísmo absoluto, Bentham se libra a sí mismo de la tarea
de reconciliar el interés personal y el altruismo:
No sueñes con que los hombres moverán su dedo más pequeño para servirte, a menos que el beneficio por hacerlo
sea para ellos lo bastante obvio. El hombre nunca lo ha hecho y nunca lo hará mientras la naturaleza humana está
compuesta de su materia actual. Pero ellos desearán servirte cuando al hacerlo puedan servirse a sí mismos, y las
ocasiones en que puedan servirse a sí mismos sirviéndote son numerosas (Deontología, ii, 1834, obra póstuma)
En manos de Bentham y sus discípulos el utilitarismo disocia la moralidad de su base religiosa e, incorporando el
determinismo con sus otras doctrinas, se vuelve marcadamente positivista, resolviendo la obligación moral como un
prejuicio o sentimiento resultante de la asociación prolongada de las consecuencias desagradables que acuden con
ciertas clases de acciones, y los beneficios que siguen a otras. Bentham caracteriza a la palabra deber como un
impostor autoritario, el talismán de la arrogancia, indolencia e ignorancia. Es la condenación del utilitarismo de que
esta estimación del deber es rigurosamente consistente con el sistema; y ningún defensor de la teoría utilitaria ha
sido capaz, aunque algunos han tratado, de indicar los reclamos de la obligación moral en los terrenos del
utilitarismo positivista. Bentham redactó un curioso esquema para calcular el valor o peso a asignar a todos tipos de
placeres y dolores como una norma práctica de determinar en forma concreta el valor moral de cualquier acción. Él
asume que todos los placeres son semejantes en su tipo y difieren solo en cantidad, o sea en intensidad, certeza,
duración, etc. Su análisis sicológico, además de su defecto original de convertir al interés personal en el único
motivo de las acciones humanas, contiene muchos errores. Autores subsecuentes lo han abandonado como
irrelevante por la buena razón de que calcular los resultados de cada acción del modo que exige su uso, y el lograr
un balance entre las ventajas y desventajas que lo acompañan requiere de un intelecto mucho más poderoso del
que el ser humano ha sido dotado.
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