COMENTARIO DE TEXTO. MAPA DE LA EUROPA DE LA RESTAURACIÓN (1815-1848). DESCRIPCIÓN. El mapa reproducido es de naturaleza política y representa las nuevas fronteras de los Estados europeos aprobadas en el Congreso de Viena que reunió en la primera mitad de 1815 a los mandatarios de las cinco grandes potencias europeas (y representantes del resto de países continentales) después de la definitiva derrota de los ejércitos franceses de Napoleón Bonaparte en la batalla de Waterloo (Bélgica) ante los ejércitos coaligados de Austria, Rusia, Prusia y Gran Bretaña. Dicho congreso puso fin al largo ciclo bélico abierto en 1792 con el enfrentamiento de la Francia revolucionaria y las restantes potencias europeas e inauguró el período de la Restauración en el continente. Además de reflejar los profundos cambios territoriales, el mapa también informa sobre los países firmantes del Tratado de la Santa Alianza (las monarquías de Austria, Rusia y Prusia) y sobre los límites de la nueva confederación Germánica. ANÁLISIS. El mapa permite contemplar el reajuste territorial pactado por las cinco grandes potencias y el incremento o decremento de poder e influencia de cada una de ellas. Así, mientras que la Francia regida por el restaurado monarca de la dinastía de los Bobones, Luis XVIII, y representada por el hábil Talleyrand tuvo que contentarse con ver restablecidas sus fronteras previas a la gran expansión napoleónica, las potencias vencedoras manifiestan una importante ampliación territorial: a) Rusia, con el zar Alejandro I Romanov, adquiere por el sur el territorio de Besarabia a costa del Imperio otomano, aumentando su presencia en el mar Negro y acercándose a los Balcanes) e incorpora Finlandia (antes de Suecia) y una gran parte de Polonia (incluyendo su capital). b) Austria, con el emperador Francisco I de Habsburgo y su hábil consejero, el príncipe Metternich, amplía sus fronteras hasta limitar al oeste con Suiza (reconocida como neutral), absorbe las provincias italianas de Lombardía y el Véneto, anexiona parte de la costa adriática (Iliria y Dalmacia), impone el control sobre los territorios italianos de Parma, Módena, Lucca y Toscana, y mantiene la preeminencia en la Confederación Germánica (su emperador preside la Dieta). c) Prusia, de la mano del rey Federico Guillermo III Hohenzollern, aumenta su territorio incorporando grandes extensiones del norte (Pomerania), centro (Rhur y Sajonia) y oeste (Renania) de Alemania, así como una franja oriental en zona polaca. 1 d) Gran Bretaña, ya una monarquía parlamentaria con Jorge III de Hannover que estuvo representada por lord Castlereagh y protegida por su insularidad y su potente flota de guerra (Royal Navy), confirma su presencia y control marítimo en el Mediterráneo a través de la posesión de las colonias y bases navales de Gibraltar (ya desde 1713), Malta y las islas Jónicas. La pentarquía formada por estas potencias también acordó la formación o reforzamiento de dos reinos fronterizos con Francia, para evitar nuevas tentaciones expansionistas: la norte, el reino de los Países Bajos (Holanda, Bélgica y Luxemburgo); y al sur, el reino de Piamonte (Turín, Génova y Cerdeña). Al mismo propósito compensador y preventivo obedecía la expansión prusiana por la región de Renania. El congreso también reconoció la restauración del domino del Papa sobre los Estados Pontificios italianos y de las dinastías tradicionales en España, Portugal y Nápoles (depuestas durante la época napoleónica), así como la anexión de Noruega por parte de Suecia y un pequeño agrandamiento de Dinamarca. EXPLICACIÓN. El Congreso de Viena de 1815 puso fin a la tentativa hegemónica de la Francia revolucionaria y napoleónica e inauguró una era de relativa paz y estabilidad en Europa después de casi 25 años de guerras y revoluciones que destruyeron sin remisión el Antiguo Régimen en una gran parte del continente. Las cuatro grandes potencias vencedoras en Waterloo (Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia), con el concurso de una Francia restaurada y cooperante, redibujaron el mapa territorial de Europa de acuerdo con tres grandes principios vigentes hasta casi las revolcu9iones de 1848: 1. El legitimismo: la voluntad de restablecer en el trono a las dinastías y monarcas depuestos por la Revolución y el Imperio napoleónico en todos sus derechos y competencias; y ello como parte de un potente movimiento ideológico antiliberal renovado (con pensadores como Burke, Maistre, Bonald, Múller, Möser, etc.) que cobrará la forma de un tradicionalismo defensor del paternalismo monárquico, la jerarquía social, el principio de obediencia de los súbditos ante la autoridad el Estado, la coexistencia del trono y el altar y la persistencia de los usos y costumbres derivados de la historia singular y no sujetos a examen ni crítica por parte de una razón ilustrada, universal y ahistórica. 2. El Concierto Europeo: la pentarquía de grandes potencias europeas se arrogaba el derecho a dirigir la vida política y diplomática del continente mediante la consulta recíproca y el respeto a sus intereses respectivos, convocando conferencias y congresos para preservar el vital equilibrio continental y resolver de común acuerdo cualquier problema y amenaza bélica en su ámbito de influencia. 3. El Derecho de Intervención: la pentarquía europea también se arrogaba la capacidad de intervenir en los asuntos de otros países continentales en la 2 medida en que un problema interior pudiera dar origen a un nuevo proceso revolucionario contagioso o al peligro de una nueva guerra general devastadora (como sucedería en abril de 1823 para liquidar el régimen del trienio liberal en España, después de que el Congreso de Verona hubiera acordado el envío de fuerzas militares francesas para restaurar como rey absoluto a Fernando VII). El amplio respaldo de todas las potencias a esos principios y mecanismos de consulta y actuación conjunto hizo posible que las medidas tomadas en Viena en 1815 permanecieran en vigor durante muchas décadas y que los desafíos surgidos posteriormente (en 1820 en España; en 1830 en Grecia, Bélgica y Francia; en 1833 en España y Portugal) fueran resueltos de modo relativamente pacífico. En definitiva, la aspiración y noción de “equilibrio europeo” volvió a ser el santo y seña de la diplomacia continental con el acuerdo de las cinco grandes potencias europeas y la resignación forzada o agradecida de los restantes Estados. de menor capacidad política, diplomática y militar. Para reforzar ese carácter restauracionista y preventivo de revoluciones liberales y nacionales, el zar Alejandro I consiguió que el emperador de Austria, Francisco I, y el rey de Prusia, Federico Guillermo III, firmaran el pacto de Santa Alianza, comprometiéndose a la defensa conjunta del nuevo orden, la religión cristiana y el legitimismo monárquico. Gran Bretaña, con un régimen liberal consolidado, y Francia, con un régimen restaurado pero con concesiones al liberalismo, no tomaron parte en el mismo, pero tampoco bloquearon ni vetaron la constitución de la Santa Alianza. El sistema de “Concierto Europeo” a cargo de la pentarquía consiguió asimismo limar las tensiones latentes entre las grandes potencias: la rivalidad entre Gran Bretaña, una gran potencia marítima cuya metrópoli estaba vulnerablemente en el costado del continente, y Rusia, una gran potencia territorial pero menos modernizada económicamente; la rivalidad entre Austria y Rusia a cuenta del futuro de los territorios europeos y balcánicos del decadente Imperio Otomano y la consecuente hegemonía regional en Europa del sur; la rivalidad de Austria y Prusia por la preeminencia en Alemania, donde la primera quisiera mantener el statu quo de la división y la segunda aspiraría a la unificación en torno a su reino y dinastía. El éxito del Congreso de Viena a la hora de restaurar tronos, establecer Estados, mantener equilibrios y fijar nuevas fronteras tuvo límites: las reformas revolucionarias (igualdad jurídica, extinción de estamentos, liberalización de la propiedad, abolición de la servidumbre campesina, limitación del poder real…) no pudieron ser revocadas por completo en muchas partes (Francia, entre ellas; amén de Gran Bretaña, monarquía parlamentaria desde hacía más de un siglo y escenario de la Revolución Industrial). Además, su reajuste territorial y sociopolítico dejó pendientes algunos problemas latentes que provocarían las oleadas revolucionarias liberales de 1820, 1830 3 y 1848, así como un fermento de insatisfacción por parte de los nuevos movimientos nacionalista. La agitación liberal sería un motivo de recurrente conflicto posterior en muchos de los Estados europeos en la medida en que la aspiración a recortar los derechos reales, implantar el imperio de la ley uniforme, establecer sistemas de representación política popular y garantizar los derechos civiles de los ciudadanos seguía teniendo enorme implantación económica y socioproductiva ya entonces en curso acelerado en mayor o menor grado. La insatisfacción nacional fue particularmente notable en varios focos geográficos importantes: en Bélgica, donde la integración bajo dominio holandés fue muy criticada por la población, en Polonia, donde el mantenimiento del reparto entre potencias no aminoró la fuerza popular del nacionalismo irrendentista católico y eslavófilo, en Italia, donde la división en siete estados consagrada chocaba con las ansias unificadoras del nacionalismo de estirpe liberal; y en Alemania, donde la creación de una confederación de 39 estados apenas satisfacía las ansias unitarias de un potente nacionalismo reverdecido por la reciente victoria en nla guerra contra el francés invasor. De este modo, los brotes nacionalista (tanto para unir territorios dispersos, en Italia y Alemania, como para fragmentar Estados vigentes, en Bélgica o en Austria) y los desafíos liberales (las demandas de una Constitución que atajara el despotismo real) constituyeron un motivo de inestabilidad recurrente y constante que, a la postre, acabó por destruir los reajustes políticos y territoriales aprobados en Viena en 1815. En todo caso, ese desmantelamiento del orden pactado en Viena no sería una realidad irreversible hasta el triunfo de las revoluciones liberales de 1848 y los procesos unificadores nacionales de la segunda mitad del siglo XIX. De hecho, la Restauración abrió también una nueva era de confrontación soterrada o manifiesta entre las fuerzas sociopolíticas partidarias de su mantenimiento y las fuerzas sociopolíticas favorables a su desmantelamiento A lo largo de las sucesivas oleadas revolucionarias de 1820, 1830 y finalmente 1848, las bases sociopolíticas e ideológicas de la restauración sufrieron modificaciones, si bien ninguna de esas oleadas fue capaz de precipitar una nueva guerra general en el continente similar a la clausurada con el Congreso de Viena. Por eso mismo, la paz europea inaugurada en 1815, y el sistema de conciertos y equilibrios entre grandes potencias entonces consagrado, permanecieron básicamente en vigor hasta el estallido de la Gran Guerra en 1914. 4