TEXTO DECAMERÓN NOVELA SEGUNDA Peronella mete a su amante en una tinaja al volver su marido a casa; la cual habiéndola vendido el marido, ella le dice que la ha vendido ella a uno que está dentro mirando a ver si le parece bien entera; el cual, saliendo fuera, hace que el marido la raspe y luego se la lleve a su casa. Con grandísima risa fue la historia de Emilia escuchada y la oración como buena y santa elogiada por todos, siendo llegado el fin de la cual mandó el rey a Filostrato que siguiera, el cual comenzó: Carísimas señoras mías, son tantas las burlas que los hombres os hacen y especialmente los maridos, que cuando alguna vez sucede que alguna al marido se la haga, no debíais vosotras solamente estar contentas de que ello hubiera ocurrido, o de enteraros de ello o de oírlo decir a alguien, sino que deberíais vosotras mismas irla contando por todas partes, para que los hombres conozcan que si ellos saben, las mujeres por su parte, saben también; lo que no puede sino seros útil porque cuando alguien sabe que otro sabe, no se pone a querer engañarlo demasiado fácilmente. ¿Quién duda, pues, que lo que hoy vamos a decir en torno a esta materia, siendo conocido por los hombres, no sería grandísima ocasión de que se refrenasen en burlaros, conociendo que vosotras, si queréis, sabríais burlarlos a ellos? Es, pues, mi intención contaros lo que una jovencita, aunque de baja condición fuese, casi en un momento, para salvarse hizo a su marido. TEXTO ROMEO Y JULIETA Mercutio Llévame de aquí, Benvolio, que me voy a desmayar. ¡Mala landre devore a entrambas casas! Ya soy una gusanera. ¡Maldita sea la discordia de Capuletos y Montescos! (Vanse) Romeo Por culpa mía sucumbe este noble caballero, tan cercano deudo del Príncipe. Estoy afrentado por Teobaldo, por Teobaldo que ha de ser mi pariente dentro de poco. Tus amores, Julieta, me han quitado el brío y ablandado el temple de mi acero. Benvolio (Que vuelve). ¡Ay, Romeo! Mercutio ha muerto. Aquella alma audaz, que hace poco despreciaba la tierra, se ha lanzado ya a las nubes. Romeo Y de este día sangriento nacerán otros que extremarán la copia de mis males. Benvolio Por allí vuelve Teobaldo. Romeo Vuelve vivo y triunfante. ¡Y Mercutio muerto! Huye de mí, dulce templanza. Sólo la ira guíe mi brazo. Teobaldo, ese mote de infame que tú me diste, yo te le devuelvo ahora, porque el alma de Mercutio está desde las nubes llamando a la tuya, y tú o yo o los dos hemos de seguirle forzosamente. Teobaldo Pues vete a acompañarle tú, necio, que con él ibas siempre. Romeo Ya lo decidirá la espada. (Se baten, y cae herido Teobaldo) TEXTO WERTHER 30 de agosto Desgraciado, ¿no estás loco? ¿No te engañas a ti mismo? ¿Adónde te llevará esa pasión indómita y sin propósito? No hago más oración que la que le dirijo a ella; ya no cabe en mi imaginación otra figura que la suya y todo lo que me rodea no lo veo sino con relación a ella. Esto me da algunas horas de felicidad, que han de irse tan pronto como tengamos que separarnos. ¡Ah, Guillermo, adónde me lleva con frecuencia mi corazón! Siempre que paso dos o tres horas con ella, en la contemplación de su figura, de sus movimientos, de la maravillosa expresión que da a sus palabras, todos mis sentidos se exaltan sin sensibilidad, una sombra se extiende ante mí y mis oídos pierden la percepción; siento que aprieta mi garganta una mano asesina; mi corazón, en sus latidos precipitados, busca consuelo a mis sentidos oprimidos y no hace más que aumentar el desorden. Guillermo, muchas veces no sé si estoy en el mundo. Y cuando me ataca la tristeza y Carlota me concede el consuelo de aliviar mi martirio, dejándome bañar su mano con mis lágrimas, necesito salir, necesito huir y corro a esconderme en la lejanía de los campos. Entonces disfruto subiendo una montaña escarpada, abriéndome paso entre un bosque espeso, por entre las breñas que me hieren y los zarzales que me despedazan. Entonces me hallo un poco mejor, ¡un poco!, y cuando muerto de sed y cansancio, sucumbo y hago una pausa; cuando en la noche profunda, con la Luna llena sobre mi cabeza, me siento en el bosque sobre un tronco torcido, para descansar los pies desgarrados, o me entrego a un sueño tranquilo durante la claridad del crepúsculo… ¡Oh, Guillermo! El silencioso albergue de una celda, un sayal y el cilicio son los únicos consuelos que mi alma espera. Adiós. No veo para esta miserable vida más fin que la muerte.