Breve ensayo sobre muerte y permanencia

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Edilberto Aldán
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Tierra Baldía es una revista de Literatura de
la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Su quehacer consiste en la difusión de la
creación literaria local y nacional, sin fines
de lucro ni de la promoción de un perfil único estético o de pensamiento. El criterio de
selección de los textos se basa únicamente
en la calidad literaria. Puede dirigir sus textos en poesía, narrativa y ensayo a la página
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Impresa en el Departamento de Procesos
Gráficos de la Dirección General de Servicios de la Universidad Autónoma de Aguascalientes.
Tiraje: 750 ejemplares.
Marzo de 2008
gEorges bataille
4
eDilberto aldán
Jauja (fotografías interiores y
portada)
6
rAmón claverán alonso
Si tan sólo
82
nÉstor duch-gary
Simetrías de la vida
85
16
aLejandra molina
Carta breve y caritativa
a un pintor ciego
88
18
iLse días
Tarde de juegos
y de gatos
89
jAvier acosta
Migración
14
óScar santos
Regreso
15
mAría salvador
Ópalo / Geodésica
rAúl quinto
Entreacto / En la ópera
del ruido
rAmón lópez rodríguez
Breve ensayo sobre
muerte y permanencia
20
cIrce vela
Frases / Manada / Oscura26
rIcardo moreno
Dos tortas al pastor
28
mA. de lourdes de santos
30
aRturo villalobos
El capítulo predilecto
de James Joyce
32
rOsario ramos quezada
El credo del poeta
38
aLejandra calderón garcía
El diablo no tiene pata
de cabra como se piensa
lAura villalobos
El traje
sAlvador gallardo (el hijo)
Pequeña rata blanca /
Lluvia / Me duele /
Una voz pidiendo auxilio 78
cAleb olvera
Tristísimo dolor: la sangre 91
kUrt levi
De un lado a otro /
El jardín de Frida Kahlo /
Sobre el amor
92
aLberto buzali
La cita
96
aLberto chimal
Equipo celeste
98
eDilberto aldán
Último resto
del naufragio
99
gUillermo vega zaragoza
Zoología poética
101
40
jOsé antonio alvarado
103
42
mArio alonso
Murmullos
106
mArtha favila
Las lavanderas
108
mIriam perales
Cuatro poemas
110
cRistina márquez
En vela / Anatomía
de un error
44
óScar fránquez villaseñor
El mago
48
éRika delfín
52
pAloma mora
Marino en casa
113
sAlvador gallardo cabrera
Ernst Jünger: la resistencia
al presente
57
rEgina kalach atri
Fragmentos de
un poemario
115
dIana martín del campo
La fiesta de las ranas
66
rOdrigo romo cardona
Prosa de la piedra
116
aTahualpa espinosa
La flor y el lagarto
68
rUbén chávez ruiz esparza
Bijou
117
aNgélica martínez coronel
La trusa impostora
70
iGnacio solares
La instrucción
73
bEnjamín valdivia
No sólo de pan /
Perduración bañada
en lo terrestre
119
El saber
es mayor que
elemental
por el Tierra Baldía
humano no
ese saber
sistematizado
lenguaje.
Georges Bataille
Tierra Baldía
eDilberto aldán
Jauja
Tierra Baldía
Tierra Baldía
Tierra Baldía
Tierra Baldía
10
Tierra Baldía
Tierra Baldía
11
12
Tierra Baldía
Tierra Baldía
13
jAvier acosta
Migración
Javier Acosta (Estancia de Ánimas, Zacatecas). Es Doctor en
Filosofía (Universidad Complutense de Madrid) y profesor de Teoría
del Arte en la Maestría en Filosofía e Historia de las Ideas de la
Universidad Autónoma de Zacatecas. Autor de los poemarios Allen,
tómate una tableta de eucalipto; Melodía de la i; El almirante
busca una casa de renta; Cuadernillo del viento; Regla de tres;
Largo viaje al presente (ed. Mantis /SCJ, 2008). Premio Nacional
de Poesía Luis G. Ledesma, 2000. Premio Nacional de Poesía Ramón
López Velarde, 2006.
14
Tierra Baldía
óScar santos
Regreso
Para Eduardo López
I
Un minuto antes de abrir los ojos todavía se preguntaba si esa
noche larga y súbita estaría desnuda de silencios. Todavía se
restregaba los párpados y miraba al rostro un río que de tan
negro solía perderse entre los humos de una hoguera recién
extinguida y de sus aguas lo que cantaba era la guadaña de
los peces. Entonces supo que el sopor era así por la memoria
que extraviada buscaba una señal en la escritura del cielo.
Un minuto antes de abrir los ojos en la noche había un temblor
semejante a un cuerpo dormido. Los calambres parecían
surgir de la oquedad de la boca y el sonido era un gorjeo de
pájaros que ardían mientras que de sus alas esa misma noche
se llenaba de palabras. El incendio era un número y la cifra
tenía correspondencia con cierta proporción que en algunas
lenguas significaban nombres desconocidos.
Un minuto antes se dio cuenta de que esa sangre en realidad
era la marca de un mar que se aleja. Y que esas olas que no
rompen son acentos en una palabra que estalla y que en el viaje
se parece a la floración de las nubes de lluvia. Algo se agolpa
entonces tras los ojos y se inflaman de constelaciones.
Un minuto antes y en el sueño que no reconocía su rostro,
Lázaro miraba. Supo, por sesenta segundos, qué esa es la
poesía.
(A propósito del libro Lujurias y constelaciones)
Tierra Baldía
15
mAría salvador
María Salvador (Granada, 1986) estudia Historia del Arte. Ha colaborado en diversas publicaciones españolas y mexicanas. Recientemente publicó su primer libro de poemas: El origen de la simetría
(Icaria, 2007). Codirige y diseña la revista electrónica Oniria.
16
Tierra Baldía
Ópalo
A ambos lados de la conciencia, entre las húmedas palabras del Amazonas, donde
nos encontramos cuando cerramos los ojos y recordamos los colores volcánicos del
que pudo ser nuestro hogar; donde el sueño se compone de sílabas rasgadas en la
tierra y la noche
se yergue abstracta bajo las estrellas de Andrómeda.
En ese lugar donde el agua no fluye sino que te encuentra, y escondes tu piel en
cánticos olvidados porque las raíces del pensamiento se bifurcan y huyen
nocturnas al pelaje de las mariposas:
allí donde el barro reclama tu esencia, y
células, allí estaremos vigilando.
excava ansioso hasta tus
Geodésica
la pantalla te observa.
hay voces de ambos sexos
acariciando la textura
de tus oídos.
como arena cayendo entre los dedos,
aquel discurso que no acaba;
los ojos que escrutinan
el óleo blanco de tus párpados
– la incertidumbre
un cuerpo es tan pequeño
cuando le muestran su reflejo
Tierra Baldía
17
rAúl quinto
Entreacto
En el ángulo oscuro
cicatrices de amor y cacería,
un teatro de hueso
dibujado en el dorso de la mano
y la muerte diciendo
que no somos distintos.
Estamos condenados a romper las cadenas
y la noche es un crimen
por cometer,
una amenaza
de cuerpos suplantándose
en el
ángulo oscuro de todas las miradas.
Raúl Quinto (Cartagena, 1978) es licenciado en Historia del Arte
por la Universidad de Granada. Ha publicado los libros de poemas
Grietas (Dauro, 2002), La piel del vigilante (DVD, 2005) y La flor
de la tortura (Renacimiento, en prensa). Ha sido traducido a varios
idiomas; actualmente codirige la revista electrónica Oniria www.
revistaoniria.com y la colección de poesía de La Garúa Libros.
18
Tierra Baldía
En la ópera del ruido
Alguien
señala con el dedo
la dirección a un precipicio,
escribo el vértigo;
escribo la caída
de este verso
la página
arrancada del libro.
al vacío,
en blanco
Desde el espacio
que divide el silencio de tus ojos,
desde la helada boca del revólver
besándote
y el corazón diseccionado
de los siameses,
desde el latido que los une
y el bisturí que los
la nuca
separa;
escribo el alarido.
Escribo que
no hay nada
dentro de las palabras
como tampoco hay nada en las pupilas
del que observa la nieve,
y desde aquí,
desde este extremo de la niebla,
desobedezco.
Tierra Baldía
19
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rAmón lópez rodríguez
Ramón López Rodríguez. (Aguascalientes, Ags., segunda mitad del siglo XX). Estudió filosofía en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Desde el año 2000,
gusta contar cuentos filosóficos como profesor en su alma mater. Aunque le atrae
lo misterioso y lo fantástico, sueña con ser productivo y escribir celebérrimos
ensayos que ayuden a cambiar el mundo. Después recuerda que es filósofo. Compensa su frustración generando caos en quien lo lee. No ha ganado premios –será
porque nunca participa–. Promete que lo mejor de su obra está por venir. Le anima
pensar que lo mismo dijo Albert Camus en el invierno 1960.
20
Tierra Baldía
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Breve ensayo sobre muerte
y permanencia
Mi madre era así, yo adoraba en ella ese mismo apaciguamiento
y siempre quise estar a su lado.
Hace ocho años que no puedo decir que murió;
solamente se borró un poco más que de costumbre,
y cuando me volví a mirarla
ya no estaba allí.
La peste. Notas postmórtem de Tarrou, Albert Camus
En alguna ocasión, el historiador británico
Arnold Toynbee escribió que la muerte es
el precio que pagan los organismos pluricelulares por el disfrute de su complejidad. Vistos detenidamente, los seres
unicelulares se dividen y, sin que medie el envejecimiento o la muerte, de
uno se hacen dos idénticos, de dos
se hacen cuatro, de cuatro, ocho, y así
continúan sucesivamente, en una escala de crecimiento geométrico, hasta
que una catástrofe exterior interrumpe
el proceso. Mientras más compleja es la
forma de vida, el tránsito de un organismo
diferenciado anterior a uno ulterior se hace
más elaborado y penoso. Así que hablar de
brechas generacionales tiene sentido si hay
reemplazo de un organismo por otro, si en lugar de división hay sustitución o, dicho de otra
manera, si hay extinción necesaria de uno para la comodidad heredada
hacia el otro. Sustantivando arbitrariamente el verbo, diríamos muerte.
Ante este concepto, no sólo las ciencias biológicas se han sentido particularmente
atraídas, sino también las ciencias y disciplinas del hombre, especialmente la filosofía
y el arte. En este escrito, por lo pronto, parto de la filosofía para hablar de la muerte.
Mas, no desde toda la filosofía –empresa que se antojaría temeraria– y no para hablar
exclusivamente sobre la muerte –esfuerzo que resultaría vano–. Sin mayor ambición,
me limito a ensayar una débil conexión entre el concepto de muerte y otro que queda im-
Tierra Baldía
21
A veces, los seres complejos experimentan un afán desmed
Como consecuencia, aquéllos que se encuentran más desespe
que sueñan) que ella sea como una huella imborrable en el m
aprender
todavía dos lecciones significativas y, por en
que está para destruirse, disolverse y marcharse; la segunda
ra la eternización del individuo, es que hay que reconciliars
vigorizar los lazos que unen al hombre con su historia
el gran desengaño, el momento en que todo ente, objetivado
su propia insignificancia. Inexorablemente, la muerte nos re
en individuos menesterosos y múltiples, exigiendo con
dencia, llegan a ser desenmascaradas para hacerse sólo rec
plícito en el universo terminológico con que
eslabonamos el tema, que se enraíza en nuestra manera de entender el “ser-ante-la-muerte” y que no es otro sino el de permanencia,
que aparece como una implacable necesidad
–quizá necedad– que experimentan algunos
seres más bien complejos, de no doblegarse
ante el reino de lo efímero.
En principio, me valgo del significado que
la muerte asumió en la filosofía schopenhaueriana a principios del siglo xix. Schopenhauer
concibió la muerte como el gran desengaño, el
momento en que todo ente, objetivado desde
la más ciega y caótica voluntad, se enfrenta
contra su propia insignificancia. Inexorablemente, la muerte nos revela cómo esas complejidades soberbias, substancializadas en individuos menesterosos y múltiples, exigiendo con
descaro su perpetuidad, su inmortalidad y su
trascendencia, llegan a ser desenmascaradas
para hacerse sólo reconocibles como errores
que quieren prolongarse al infinito. Mientras
más complejos los seres, más conscientes son;
mientras más conscientes, más indefensos y
arrinconados por el dolor y la finitud se vuelven. Este círculo consabido de dolor-satisfacción-tedio-dolor, que acaso hace la existencia
de los animales más feliz o soportable que
la del hombre, le hace padecer a esta ufana
conciencia una mortificación amplificada: no
sólo enfrenta su insignificancia, su vertiginosa
caída a los infiernos de la pequeñez, sino que
además la constata. El hombre no sólo muere,
22
sino que sabe que su muerte es inevitable e
irremediable. Se acoge, entonces, a su prodigiosa inteligencia para que compense el daño
y re-simbolice el origen del drama. ¿Por qué,
si connatural a la muerte es que sea inevitable
e irremediable, no ha de ser también irreparable? ¿Por qué no ha de tener la contingencia
un contrapeso y toda muerte, como queriendo
decir siempre mi muerte, no ha de llegar a ser
una pérdida que deba estremecer el universo
y alterar el devenir de los que se quedan después de mí?
A veces, los seres complejos experimentan
un afán desmedido por eternizarse en otros
ante el presagio de “su muerte”. Como consecuencia, aquéllos que se encuentran más
desesperados habrán de procurarse (incluso
podríamos afirmar que sueñan) que ella sea
como una huella imborrable en el mundo de
los que tendrán que afrontar su pérdida. Esto
impele a la inteligencia racional de este ser
amenazado (en primera instancia, yo, y después todos los demás) a anticiparse al desenlace y, premeditadamente, busque ejercitar acciones violentas que le garanticen mantenerse
vigente e imperecedero en el recuerdo de los
otros, es decir, permanecer en su historia. Acciones tales como “vivir de otros”, “hablar por
otros”, “poseer a otros”, “marcar indeleblemente la memoria de otros”, sólo pueden ser
convenientemente interpretadas como propias
del hombre –por poner un ejemplo de este ser
complejo– que sobrevalora su presencia y deiTierra Baldía
dido por eternizarse en otros ante el presagio de “su muerte”.
erados habrán de procurarse (incluso podríamos afirmar
mundo de los que tendrán que afrontar su pérdida... debemos
nde, valiosas: la primera es que la individualidad es finita y
a, quizás la más incomprensible para la inteligencia que opese con esa natural caducidad, pues en ello está la clave para
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concibió a la muerte como
o desde la más ciega y caótica voluntad, se enfrenta contra
evela cómo esas complejidades soberbias, substancializadas
n descaro su perpetuidad, su inmortalidad y su trascenconocibles como errores que quieren prolongarse al infinito.
Schopenhauer
fica su ineludible ausencia. Sin embargo, esta
reacción también lo descalifica para entender
lo que es, para conocer su propia esencia, o
diciéndolo a la manera del genial fenomenólogo Max Scheler, para encontrar su puesto en
el cosmos. A ese hombre con ansias de eternidad (que no las mismas ansias que exaltaron
el romanticismo del siglo xix) le es imposible
conciliarse con el hecho de que su historia no
llega a ser nunca algo tan importante. En otras
palabras, que su esencia se resuelve en el ser,
para acabar de ser, y en el estar, para dejar de
estar. Es decir: en lo efímero de su propia manera de existir.
De la filosofía de la historia del filósofo G.
W. F. Hegel debemos aprender todavía dos
lecciones significativas y, por ende, valiosas:
la primera es que la individualidad es finita y
que está para destruirse, disolverse y marcharse; la segunda, quizás la más incomprensible
para la inteligencia que opera la eternización
del individuo, es que hay que reconciliarse
con esa natural caducidad, pues en ello está
la clave para vigorizar los lazos que unen al
hombre con su historia –que la mayoría de las
veces se confunde con su permanencia ineluctable, pero que no son lo mismo–, con su forma de estar y no estar habitando el mundo.
Quizá la ontología fundamental que instaura
el filósofo Martin Heidegger pueda arrojar
algo de luz a este asunto; si no es así, cuando
menos ensayaremos un singular trabalenguas
de corte filosófico. Para Heidegger, la muerTierra Baldía
te no es algo inhumano o sobrehumano, sino
algo primordialmente humano. La muerte es
la clausura de la posibilidad de ser del “serahí” o dasein, que es ese ser entre los seres que
es capaz de autoafirmarse desgañitándose con
el grito “yo soy”, pero sólo en la medida en
que es no-siendo. Su ser consiste en la posibilidad de ser, en la experiencia que tiene de ser
como no-siendo-aún o no-siendo-totalmente.
Ser totalmente, como diciendo, ser plenamente, acabadamente es, para este dasein, dejar
de ser, pues queda imposibilitado para experimentarse como no-siendo. Dicho de otro
modo: significa morir.
Cuando sobreviene la muerte, piensa Heidegger, este ser-ahí, que es un ser inconcluso
rodeado de mundo o, más sencillamente, un
ser-en-el-mundo, al concluirse con la muerte, deja de “ser” en el mundo del que ha sido
arrebatado. Sólo queda como un ser “ante los
ojos” de los otros seres que, con su mirar, le
confieren el status de persona muerta, del ser
que fue ser-en-el-mundo y no sólo el de un
cuerpo muerto. Queda lo que comúnmente
llamaríamos su recuerdo. De ninguna manera, entonces, el morir del ser-ahí que experimentan los otros seres “ante sus ojos” es un
genuino morir, pues sólo tendría una genuina
experiencia del morir, que es mi morir, de la
cual no habría, por supuesto, experiencia alguna. Por lo tanto, este modo de ser del serahí, que es ahora un “ser ante los ojos”, no
describe todo lo que es el fin del ser-ahí, sino
23
sólo su finar, y finar es poder hacer del ser-ahí un ser-a-la-mano, una forma del
ser-ante-los-ojos en que se determina la conclusión o inconclusión del ser-ahí. Mas
esto no es sino una especie de ilusión por la cual le conferimos al finar del ser-ahí
una culminación absurda o lógica, como cuando decimos: “pobre de x, era muy
joven para morir” o “al momento de morir y, debió estar satisfecho, pues tuvo una
buena vida”. Es una ilusión que tranquiliza al ser-ahí de los otros de la angustia
de llegar a ser plenamente, de su morir, de su perder la posibilidad de seguir nosiendo. Siguiendo a Heidegger, él literalmente nos dice que
“la muerte se
desemboza sin duda como una pérdida, pero más
bien como una pérdida que experimentan los supervivientes. En el padecer la pérdida no se hace
accesible la pérdida misma del ser que ‘padece’ el
que muere”. No podemos experimentar, pues, la muerte del otro, sino tan
sólo podemos asistir a su muerte, llorar su muerte, celebrar su muerte, narrar el
antes y después de su muerte, y magnificar su impacto aparentemente irreparable
en el tejido fundamental del cosmos.
Sin embargo, la magnificación de los efectos de la pérdida del otro es un autoengaño. La escenificación del duelo de forma exagerada congracia a quien lo
experimenta, más consigo mismo y con su particular manera de ser no-siendo,
que con aquél que muere. La potestad de darle al “ser-ante-los-ojos” el sentido
de su muerte o, lo que es lo mismo, elegir arbitrariamente la forma de su finar es,
en todo caso, una simulación que hace la inteligencia racional inventariando un
mundo posible en el que el finado puede atestiguar la experiencia del ser-antelos-ojos de sus deudos –como cuando imaginamos que hemos muerto y podemos
ver quién y cómo se asiste a nuestras exequias–, una ficción en la que se intenta
anticipar el matiz del recuerdo que habrá de quedar en los otros, a través de un
simulacro de la muerte propia, un ensayo mediante el cual el ser tránsfuga de la
caducidad que le es propia, criba las formas dignas e indignas como él querría
o no querría ser finado. Enunciándolo de otra manera, se diría que éste tiende a
generar e imponer la historia que habrá de contarse en su ausencia irreparable
y, para hacerlo, necesita la ocasión del ensayo: la muerte del otro. Condiciona el
mapa de su permanencia y prolongación temporal, su personal eternización, a
la posibilidad de que el otro, al morir, haya perdido más de lo que él ha perdido.
Esto sólo se logra si la muerte del otro le representa, únicamente, la disolución de
un espejo transitorio que, aunque doloroso, es un costo aceptable a la expansión
irrefrenable del reflejo propio, fortalecido ahora por la desaparición del espejo. En
una forma irónica, éste podría prorrumpir que: me lacera que el espejo que es el
otro ya no esté, pues jamás sabrá cuánto se ha perdido de mi presencia y, menos
aún, podrá ser testigo de mi ausencia. Sin embargo, de su extinción he aprendido,
sin confesárselo, las estrategias para ser recordado mejor que él, incluso mejor
24
Tierra Baldía
que cualquier otro. Hablando en primera persona, se diría que la historia de la
permanencia que cuento del ser que muere versa más sobre mi historia contando
su historia, y en la que estoy (por ser el otro mi espejo) necesariamente referido.
Aunque la historia que cuento no verse sobre mí, ahí estoy, imponiendo mi exclusividad sobre ella, es decir, mi permanencia. Ensayo la peculiar manera de estar en
la historia irrevocable del otro, usando ilegítimamente mi versión de su versión.
Bajo ninguna circunstancia yo podría aceptar la “caducidad de lo individual”
como la nota esencial del ser del hombre –y de su esencia– y, menos aún, una supuesta reconciliación necesaria con ésta –aquello que la segunda lección hegeliana
nos enseñaba–, si puedo prolongar mi presencia, aún en mi ausencia, teniendo la
única versión de la historia que será capaz de concluir “la versión del otro”, pero
nunca al contrario. El momento del duelo, lejos de ser un arrojamiento del individuo a la soledad, le aporta a éste los elementos fundamentales de esta versión
insuflada que le distingue de los otros, misma que no podrá ser nunca superada, ni
reproducida con justeza, pues de ella nadie, excepto el que la hace, tendrá la última
palabra. Así,
yo permanezco; yo quedo prolongado en
la historia íntegra de los otros, pero jamás los otros
estarán completamente en mi historia. Y sin embargo, en
esta permanencia ilusoria que trastorna el curso vital de los otros, casi siempre los
seres más dúctiles –caso del padre que quiere a fortiori verse reflejado en el hijo
o del maestro que quiere tener su referencia en el discípulo– gravita la intuición
schopenhaueriana del error prolongándose al infinito, porque no hay prolongación ni eternización posibles ante la promesa de lo efímero. Tan sólo hay angustia
o, si uno ha entendido algo del juego de la existencia, surge una conciencia que
se reconoce autorrealizándose en cada pensamiento y en cada acción y, una vez
concluido su tiempo, desapareciendo. Alguien recoge, si es que caprichosamente
lo quiere, esa huella, la impronta de esa conciencia, y mientras menos forzado en
el recuerdo de los otros sea el vestigio, más ligero y amable será el proceso de su
recuperación en la conciencia de los otros. En otras palabras: más atesorada será
nuestra ausencia por otros, si entendemos primero que nuestra permanencia está
íntimamente ligada a la caducidad consentida durante nuestra presencia. “¿Es que
este mundo sólo existe para el hombre?”, preguntaba Karl Jaspers. Y él mismo respondía: “Todo existe para sí, y la larga historia de la Tierra era vida cuando todavía
no existían los hombres”. No es el problema si la historia del otro me es importante
o no, o si debe llegar a serlo. Consiste, más bien, en que el otro trate de apuntalar
su historia, en aras de su forzada permanencia, modificando violentamente la mía.
No debería pasar, pero pasa. Muchos prófugos de lo efímero seguirán luchando
contra la caducidad hasta que comprendan que, al fin y al cabo, su historia no
llegará a ser nunca algo tan importante. Así que, de vez en cuando, una pequeña
dosis de insignificancia sienta perfectamente bien.
Tierra Baldía
25
cIrce vela
Frases
Frases como:
“¿Quieres pasar?”
“¿Te ofrezco algo?”
“Qué lindos ojos tienes”
y todo está dicho.
Lo que sigue son
el pene, la vagina, la boca,
combinaciones resultantes,
y algo pasa
que al encender un cigarro
con la poca fuerza de tu cadáver,
al final siempre te resignas.
Lo sabes:
frases fáciles para una tipa
aun más fácil como tú.
Y no importa que seas
la prima, la vecina,
la alumna, o la amiga
la cosa es que llegas a casa,
y es no sentir el cuerpo de la cintura para abajo,
parecerse a un signo de interrogación
de la cintura para arriba
mientras el taxista te ve las nalgas.
Con las llaves en el puño,
tú sólo piensas en dos cosas:
“... Que me quieran, y que me cojan”.
26
Tierra Baldía
Manada
Aterrizar de nuevo
seguir a la manada
obedecer sin culpa
los designios de la tierra
Dejar la lucha
el ideal
para otro tiempo
u olvidarlo todo
Oscura
Mentir –sólo mentir–
para hablar del surco y del abismo
Porque yo misma
no conozco mis raíces;
la nube amorfa
que soy
cada vez más oscura
que la órbita donde gira el corazón
dentro de mí la noche
jamás ha sido más grande
Alberto
que la de la tierra
Tan grande es tu mar,
que sumergiste el paso
en la arena
Desde allí observas
–con el sol iracundo
que llevas dentro–
el vuelo inaprensible
de la gaviota
Circe Vela nació en Aguascalientes en el año de 1987 (desde entonces es así de rara). Al igual que la Diosa, le gusta ser muy atenta
con quien llega a su isla... Desde el 2005 asiste a talleres literarios
en el ciela. En el año 2006 ingresa a la carrera de Análisis Químicos
Biológicos en la uaa.
Tierra Baldía
27
rIcardo moreno
Dos tortas al pastor
Apareció de la nada, prácticamente surgió sin
que alguien lo notara, arrastrándose lastimero
por la acera sucia, emulando a un reptil agonizante. Los que estábamos ahí inconscientemente echamos un paso atrás, más por sorpresa que por repulsión. El hombre del cuchillo
miró de soslayo y meneó la cabeza con desaprobación.
– Ya salió este cabrón otra vez. ¡Miguel!...–
Gritó con cierta naturalidad por aquello.
Una joven que estaba en un extremo torció
la boca con evidente gesto de incomodidad y
prefirió moverse de lugar para no mirar aquello. Miguel llegó desde el fondo del local, con
un rostro lleno de cansancio y fastidio, se secaba las manos en un delantal de color blanco
mientras que caminaba. Era como si ya estuvieran acostumbrados a representar aquella
farsa o simplemente ejecutaban el acto de una
monótona rutina desprovista de emoción, pasión o sentimiento alguno. Al encontrarse Miguel con nuestras miradas, sonrió con la sonrisa de un vendedor desesperado, mostrando
todos sus dientes y arrugando toda la cara.
Un hombre de edad avanzada se retiró un
poco, pues los movimientos de aquella imitación de reptil lo llevaban justo a él, cuando
retrocedió cayó al suelo un pedazo de bolillo
con algo de salsa y carne, entonces aquello
apresuró su carrera y logró recoger
aquel mendrugo de torta que había
caído al piso, se lo llevó a la boca
con cierta rapidez, como si alguien
más tuviera la intención de arrebatarle su comida. Todos lo presentes
no pudimos evitar manifestar algún
gesto, alguna expresión de evidente asco ante
aquel hecho tan desagradable.
– ¡Pinche Titas, ya te he dicho que te comportes con los clientes, ora, hágase p’allá, orita
le doy un taco, pero hágase p’allá!–
Entonces el suceso adquirió la dimensión
de la miseria y el hambre, porque el Titas levantó su rostro mugriento y lleno de costras
negras para mirar con sus maltrechos ojos al
taquero que le daba órdenes; como un perro
agradecido, la piltrafa de hombre se encogió.
Miguel soltó un puntapié en el estómago del
teporocho aquel que no podía disimular su
hambre, ¿para qué ocultarla?, si finalmente
era ésta la que le daba la existencia y sentido.
El otro hombre, el del cuchillo continuaba con
su trabajo, sin despegar la vista de la carne
que se asaba junto con la piña y con habilidad
envidiable cortaba tajos de bistec ya cocido
para elaborar sus tacos y tortas. El espectáculo
se tornaba sobrecogedor, los presentes estábamos incómodos ante aquello. El Titas emitió
Ricardo Moreno Zapata. Aguascalientes, Ags., 1968. Es licenciado
en Medios Masivos por la Universidad Autónoma de Aguascalientes.
Ha realizado cortometrajes y documentales para radio y televisión.
Actualmente se ocupa en la preparación de talleres de guión y apreciación fílmica para el ciela y Casa Terán.
28
Tierra Baldía
un gemidillo y enconchado como
pudo buscó un rincón para protegerse de otro
golpe.
– Disculpen ustedes, no le hagan caso, es
un borracho latoso, nomás nos da puras vergüenzas, ya no le den de comer porque después no se lo van a quitar de encima...–
– Déle una torta o unos tacos señor, yo los
pago.– Interrumpió una mujer evidentemente
consternada.
– No, señito, qué tacos ni que nada, yo horita le doy de las sobras, no le haga caso, a él le
gusta estar así, ¿verdad, cabrón?–
El Titas se limitó a menear la cabeza afirmando semejante tesis; sus manos crispadas y
raspadas se agarraban al vientre con desesperación, entonces pudimos ver sus ropas sucias
y desgastadas tan magras como su dueño.
– Señor –interrumpí–, ¿por qué lo tiene
aquí?–
–No, yo no lo tengo– solito llegó, pobrecillo, pero le gusta la mala vida.–
En ese momento me percaté que había terminado de comer mis ocho tacos al pastor, pero
yo aún tenía apetito, tal vez no como la de aquel
Tierra Baldía
pobre hombre, pero
era hambre al fin.
– ¿Le ponemos
otros joven?– dijo el
hombre del cuchillo
al percatarse del hecho.
Dudé un momento antes
de responder porque ya
no traía dinero para más y
justo entonces interrumpió
Miguel, que en tono de broma malsana o desafío dijo:
– Si le da unas patadas en los
ojos a ese güey, la casa le invita
lo que guste, mi joven.–
En ese instante la mirada de los presentes
se posó en mí, de algunos con horror, de otros
con malicia y sarcasmo, con curiosidad morbosa ante semejante propuesta que más que
inhumana era cruel. Miré mi plato vacío, aún
con manchas de salsa, miré a Miguel que solemne esperaba mi respuesta, luego miré al
infeliz hombre que intentaba sonreír entre su
demacrado rostro...
Siempre que puedo regreso a esa taquería de la calle Venustiano Carranza, porque
en ningún otro lugar preparan la salsa verde como ahí; se come a gusto y te sirven con
abundancia, y si tienes suerte la casa te invita, como aquella noche en que descargué dos
puntapiés en los ojos del Titas, creo que le abrí
la ceja derecha, no lo sé, no me importa, pero
a mí me regalaron dos tortas bien servidas, algunos de los presentes me dijeron: provecho,
otros me sonrieron y sólo algunos prefirieron
evitar mirarme. Terminé de comer y entre
mordida y mordida escuchaba el llanto lastimero de aquel borracho, por el cual tuve la
fortuna de continuar comiendo... Buon apettit.
29
mA. de lourdes de santos
La noche tiene sus propios mares
de peces negros,
el mar constante es esa bombilla que
cambia
de sexo.
una sombra atrapada en un laberinto
un enigma que
lo pone
una mujer que canta a la
un buscador de eternas mariposas,
de oreja
boca de piedra de una noria.
EL FARO ES EL PESCADOR
SU LUZ ES LA RED.
30
Tierra Baldía
Nubes coralinas,
Sale la luna,
blanca
Geisha
faz
de
florecidos
los duraznos
podrían ser
las cerezas en flor
el pajaruelo
escribe en su minuta
mínimos menesteres
el dragón en la jaula
el unicornio fuera del cuento
y
nubes rojas
el dragóncornio entre azul
silencios, como airones
o minerales
vegetales
que letra trinas, de tu abecedario
.
musical
Ese anhelo del aire,
los dientes de león.
Tierra Baldía
que tienen
31
aRturo villalobos
El capítulo predilecto de James Joyce
A Salvador Elizondo
In Memoriam
Escasas piezas narrativas han logrado –dentro de ese flujo milenario, caótico y disperso,
y sin embargo ordenado
y unificado, al que solemos denominar como
historia de la literatura–
el asombro que el capítulo
[17] de Ulysses provoca en
el lector. El capítulo preferido, si hemos de creer a la
leyenda, de James Joyce,
es una de las cimas más minuciosamente extrañas que el
poder verbal del escritor irlandés alcanzó pareciera casi
a manera de juego. La técnica, definitoria en este caso aunque no esencial,
consiste en una serie de preguntas y respuestas en forma de catecismo, pero
la desmesura del capítulo se encuentra en el punto de vista, objetivo y desintegrador, al mismo tiempo que subjetivo y compositivo, que la voz narradora proyecta sobre los personajes: Mr. Bloom y Stephen Dedalus, el padre
simbólico y el artista exiliado de la sociedad, se encuentran en una desolada
32
Tierra Baldía
Ensayista y crítico de cine fugado de la narrativa a la cual espera un
día retornar. Mientras tanto, continúa leyendo a los autores de su
devoción y perdiéndose por horas en improvisaciones guitarrísticas.
Trabaja en ingeniería de software y le gusta el arte de la conversación. Ha publicado dos libros de cuentos y suele ser bastante desordenado con lo que escribe.
Tierra Baldía
33
intimidad durante este capítulo para despedirse y volver a sus respectivas
situaciones.
La objetividad de esta voz narradora recae en ese alejamiento del narrador por sus personajes, que parece examinarlos con la actitud de un naturalista o de un cosmólogo, y en su intento por lograr a partir de ellos una
desintegración de todas sus cualidades perceptibles como personajes para
sintetizarlas en una versión desconocida por ellos mismos y por sus lectores.
No conforme con explorar a fondo la corriente de conciencia, Joyce ha ju-
gado en este capítulo a observar a sus personajes desde una
interminable galería de puntos de vista que por momentos borra
a los personajes hasta dejar sus presencias disueltas en un lenguaje narrativo
frío pero curiosamente sensible, hipersensible hasta lo glacial. Por los datos
que nos suministra el narrador atisbamos el diálogo que mantienen Bloom y
Stephen, diálogo nunca representado y asimilado siempre por las operaciones estilísticas de esa síntesis desintegradora que la magia verbal de Joyce
nos transmite como una materia de difícil manejo e inagotablemente dúctil.
Sea, por ejemplo, ese pasaje en que Bloom reflexiona sobre los obstáculos
a la “perfectibilidad” de la vida humana:
Quedaban las circunstancias genéricas impuestas por las leyes naturales, a diferencia de las leyes humanas, como partes integrantes del conjunto humano:
la necesidad de destrucción para procurarse la sustancia alimenticia: el carácter
doloroso de las últimas funciones de la existencia personal, las agonías al nacer
y al morir: la monótona menstruación de las hembras símicas y (especialmen-
te) de las humanas que se prolonga desde la pubertad hasta la menopausia:
los inevitables accidentes en el mar, en las minas y en las fábricas: algunas
enfermedades particularmente dolorosas y consiguientes operaciones quirúr-
gicas, la locura innata y la criminalidad congénita, las epidemias diezmadoras:
los cataclismos catastróficos que convierten el terror en el fundamento de la
mentalidad humana: los levantamientos sísmicos cuyos epicentros se locali-
zan en regiones densamente pobladas: el hecho del crecimiento vital, pasando
por convulsiones de metamorfosis, desde la infancia pasando por la madurez
hasta el deterioro.
34
Tierra Baldía
El catálogo de inconvenientes podría
extenderse, pero sus límites están en relación directa con el trazado de Bloom
como personaje. Se produce entonces un
efecto imprevisto: cuando más creíamos
conocer a Bloom de manera “balzaciana”
o hasta “flaubertina” –y aun más allá y
con mayor exhaustividad que mediante
estas dos formas clásicas de dibujar al
personaje, ya que hemos penetrado de
lleno en su corriente de conciencia en los
capítulos anteriores–, Joyce nos invita
a contemplar a los personajes desde la
perspectiva de un macroscopio en que lo
infinitésimo del detalle se corresponda
con la infinitud del paisaje cósmico donde se recortan las siluetas de Bloom
y de Stephen, vueltas entes del lenguaje, pero entes al fin y al cabo:
hay
como una transición de lo óntico a lo ontológico, pero siempre desde un ángulo calculadamente narrativo... ¿Cuál es la respuesta de Stephen a estas diva-
gaciones de Bloom?
Aseveró su significación como consciente animal racional que prosigue
silogísticamente de lo conocido a lo desconocido y como consciente reactivo
racional entre un micro y un macrocosmos ineluctablemente edificados sobre la incertidumbre del vacío.
Inmediatamente se nos advierte que esta aseveración no es comprendida
literalmente por Bloom, sino sólo sustancialmente. A medida que avanza el
capítulo, el desencuentro entre el padre simbólico y el artista se nos presenta
con la inflexibilidad de un teorema. Apenas sí comparten algunos nexos, algunas pasiones, algunas posturas expresadas cada cual en diferente lenguaje. Logramos sentir el silencio de un espacio infinito entre los seres humanos
y aún hay la fuerza suficiente para ese humor –corrosivo y descarnado, pero
también comprensivo y jovial– con que Joyce nos acerca a a sus personajes
Tierra Baldía
35
como a la sustancia más íntima de nosotros
mismos, así nos resulten en ciertos pasajes tan
extraños como estrellas de mar o de firmamento. El lenguaje de Joyce se aleja y retorna
sin cesar a sus personajes, no se detiene en un
centro específico que los iluminaría en una
luz petrificante. Joyce nos entrega una lección
magistral de cómo el lenguaje narrativo puede acceder a una instrumentalidad modelable
a través, sobre, dentro o frente a los personajes. Entes ficticios, sin duda alguna, pero también aquí subyace la duda de hasta qué punto
sólo disponemos de versiones narrativas de
las personas que nos rodean, personajes ellos
mismos de la universal cinematografía que recreamos a diario en nuestras vidas. Cabe considerar, sin embargo, la penetrante observación de Harry Levin acerca del
arte de Joyce al compararse con el de Proust: los personajes de Ulysses fluyen
en el espacio pero no se despliegan en el tiempo –como sí ocurre con los
personajes de A la busca del tiempo perdido–. En su libro sobre Joyce, Levin nos
lega estas líneas –que algo deben al recuerdo mitohistórico de Pompeya– en
que hace como una síntesis pictórica y poética de la demiúrgica novelística
en Ulysses:
La ardiente intensidad de los esfuerzos creadores de Joyce anima la frialdad plástica de sus
creaciones. Se derrama como lava de un volcán sobre una ciudad anti-
gua, sorprendiendo a los desventurados habitantes en el foro o en el templo,
en la casa o en el burdel, y petrificándolos en las agonías insensatas de la
parálisis.
Petrificándolos, pero también disolviéndolos. No es tan osado suponer
que en este capítulo ya encontramos un presagio de toda una corriente narrativa que el siglo anterior puso en marcha y que en nuestro momento actual
ha procreado obras que se mueven dentro de esa visión del hombre como un
ente abocado a su potencial desintegración mediante el análisis de sus constituyentes biológicos, culturales, psicológicos, económicos, sexuales. ¿Hasta
qué punto Joyce presagiaría una época que advendría y donde el “hombre
desintegrado” emergería como la resultante de toda una serie de concepciones científicas y humanísticas arraigadas dentro de Occidente? Filmes como
El experimento, El cubo o El show Truman, o hasta obras como Un mundo feliz
de Huxley, Rayuela de Cortázar o las ficciones de K. Dick, nos introducen o
36
Tierra Baldía
nos advierten de la siniestra metanarrativa que Lévi-Strauss describiera, en
un tono entre entusiasta y conminatorio, como la necesidad de disolver al
hombre para arribar a unas ciencias humanas tan “rigurosas” como la química o la biología: reintegrar a la vida en el dominio de la física material y a
la cultura en el espacio de la naturaleza. Estimemos que no se perciben resultados decisivos, sino metáforas de un estado de conocimiento inalcanzable
por ahora. La novela del siglo anterior fue influida por la actitud de las ciencias humanas pero, como suele suceder, su exploratoria avanzó a direcciones
contrarias: recuérdese el rechazo de Freud al surrealismo que se inspiró en
su obra, o a Sartre polemizando con Lévi-Strauss entre la idea del hombre
como un ser ante todo libre y la ecuación disolutiva que lo empotra en la
estructura -–ella misma como otra forma de metafísica–, parece demostrar
Umberto Eco en La estructura ausente.
Lo que Joyce logró con esa prodigiosa libertad de las voces narrativas que
le habitaban –y que si bien disuelven al personaje sólo para mostrarnos lo imponderable, por carecer de toda medida, de su potencial riqueza exploratoria– nuestros tiempos han convertido en una cierta narrativa que pretendiera
simular un laboratorio conductista o de mecanismos de control. Como ya ha
sido señalado, especialmente por McLuhan,
el Ulysses de James
Joyce resultó profético en bastantes facetas de
nuestro mundo urbano, caótico, jerarquizado,
pero es en su multitudinaria visión del estilo donde encontramos su poder
para construir, más allá de los designios de las ciencias humanas y el control
social, la virtualidad de una síntesis imaginativa que restituye al hombre
occidental una esencialidad ajena a su condición instrumental: una esencialidad poética.
El hecho de que, en nuestros audiovisuales tiempos, nos cueste trabajo
creer en los personajes literarios, ¿no se deberá en parte a que ya no creemos
en el ser fenomenal, trascendental, debajo del “yo” empírico, según la concepción de Kant, que nos permite ese salto sobre el abismo hacia otro “yo”?
Pero ese otro “yo” también podemos buscarlo dentro de Ulysses, odisea de
un lenguaje sustentado por las puras impresiones sensitivas y por el incomunicable monólogo interior: un ser no sólo empírico o sólo trascendental,
en virtud de que su existencia es verbal, vivencial y espiritual en un solo
movimiento. Aun cuando nos deje a veces en la incertidumbre del vacío, que
también es proclive a transformarse en un motivo para percibir en todos sus
matices la irreductible libertad de la conciencia y las metamórficas disecciones de la inteligencia.
Tierra Baldía
37
rOsario ramos quezada
El credo del poeta
Ma. del Rosario Ramos Quezada, nació el 28 de mayo de 1988, en
Minatitlán, Veracruz. Estudia Gastronomía y pertenece al taller de
narrativa de Salvador Gallardo Topete.
38
Tierra Baldía
Creo en una sola pluma y hoja todopoderosas,
creadoras del verso y de la prosa, de todo lo imaginable y lo inimaginable.
Creo en mí y sólo en mí, en los poetas: hijos únicos de la palabra,
nacido podridos antes de todos los siglos.
Creadores de creadores.
Luz de Luz, escritor verdadero del escritor verdadero,
engendrado, no creado, de la misma naturaleza de la palabra,
por quien todo fue hecho; por nosotros, los poetas,
y por nuestra perdición bajó con las musas,
y por obra de la inspiración se encarnó de nuestro propio cuerpo,
y se hizo palabra; y por nuestra causa fue crucificada,
en hojas de papel.
Escribió y fue leída, y reescrita al tercer día,
según las lenguas, y subió a la lectura,
y está guardado a la dentro del poeta;
y de nuevo vendrá con gloria para ser leída por vivos y muertos,
y su Reino no tendrá fin.
Creo en el blues mujer y dadora de inspiración, que procede del poeta y
su pluma, que el poeta y su poema recibe una
misma adoración y gloria, y que habló por los escritores.
Creo en la poesía, que es una, perdición, profana
y blasfema.
Confieso que hay una sola poesía,
para el placer de los pecados.
Espero la perdición de los poetas muertos
y la vida del mundo culto.
Amén.
Tierra Baldía
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aLejandra calderón garcía
El diablo no tiene pata de cabra
como se piensa
Veía en ella lo perturbante, lo pecaminoso, aquello que desenmascaraba lo
más recóndito del ser, que no era sino el reflejo del miedo, a veces veía a la
muerte en ella y un miedo se encrespaba en él. No sabía si era cosa del diablo
pero un olor a azufre la despertaba y envenenaba el fluido de su sangre que
más bien estaba en sus pies queriendo salir de ellos como una gota recorrer
el cuerpo y adentrarse un gusano en busca de la tierra. De niña lo sentía resbalar por su oído, en ocasiones se quedaba en la puerta y observaba las cosas
por las que la gente se va al infierno –le decía su padre–.
Muchas veces tenía miedo porque sabía que los ángeles malos se daban
cuenta. Mientras sentía aquel gusano, crecía bajo su piel, una planta cuyas
raíces eran interminables, casi una medusa con dos cabezas. Sus ojos de gato
causaban un escalofrío revelador. Constantemente lo que se escondía tras
ellos escurría como una gota tibia que se convertía en una más grande.
Había perdido el juicio, el sentido común o como se le quiera llamar, no
sabía si afortunada o desafortunadamente, pero en ocasiones es bueno no tenerlo como el ruido que sólo ensordece lo poco que queda de sí. Las cosquillas en la garganta le volvían a recordar que existe un infierno al que llaman
recinto de las almas perdidas que lloran sumidas en una constante agonía
de sus cuerpos amorfos y carcomidos; su padre lo decía, sin darse cuenta de
la cola de diablo que le colgaba, como las paredes de la casa, de tal forma
que tenía apariencia de galería: la virgen de los remedios, la guadalupana, el
Alejandra Calderón García, nació en la ciudad de Aguascalientes el
10 el abril de 1986, estudia Arte Escénico y Audiovisuales, tercer
semestre en la Universidad La Concordia. Pertenece al Taller de
Cuento y varia Invención que coordina en el ciela, Salvador Gallardo
Topete, el hijo.
40
Tierra Baldía
sagrado corazón, el cristo de la misericordia, de la cordura, la paciencia, la
decencia y los buenos pensamientos, que sólo rondan muy vagamente.
Había olvidado las veces que sigilosamente con osadía miraba al pecado
por un morboso agujero, contemplando las cosas por las que la gente se va
al infierno. Parecía que la casa siempre estaba de luto que cuando era así no
había diferencia a excepción de que no había muerto, bueno sí, había uno
a trescientos metros bajo la tierra del patio y según él con más razón debía
haber respeto, ¿para qué?, si es un respeto que no existió nunca, por ello es
cuando más se le da la razón a esa idea de que sólo después de muerto hay
respeto.
En una infinita expresión de espanto manifestaba cómo detestaba a los
hombres y mujeres mariposa. Ana Sofía no lo entendía, lo supo una vez
cuando a un niño de su escuela le gustaban los colores como a las otras niñas
y a ella, aunque era algo diferente porque eran niños y niñas mariposa. El día
que su padre fue a la escuela le prohibió se acercara al niño mariposa como
ella le decía, lo que él definía como niño maricón, trasvesti y muchas otras
cosas que no entendía. Una vez dio un grito en el cielo cuando Julián comenzó a jugar los tacones de Enriqueta y se pintaba los labios color carmesí. Le
ayudaba a dejar boquiabierto a quien fuera en cualquier situación, sólo Ana
Sofía sabía que tenía novio en lugar de novia como su padre creía, pero un
buen día lo corrió de la casa y no volvió. Aunque su padre lo negaba estaba
segura que la conciencia le carcomía. Comenzó a sentir un odio extraño que
no podía definir pero le irritaba cuando reía o no reía, cuando estaba o no
estaba, mientras que no cesaba de repetir que todos sus hijos habían nacido del demonio. Aquello le llegó a aturdir tanto que no pudo soportar esa
voz y vagar hasta en sus sueños. Buscó a Julián y no lo encontró, pero por
cosa del destino lo vio, totalmente demacrado con una tristeza infinita que
le caló hasta el pecho. Cuando supo de la gravedad que suscitaba en su padre volvió, lo encontró tendido en ese lugar color manicomio, sabía que ahí
estaba mas no la miraba, como si estuviese ido, sólo reaccionó al ver a Julián
frente a su cama donde la luz del sol contrastaba con su perfecta cabellera.
Inusitadamente había cierto repudio en esas miradas de cuyas personas no
reconocía quienes no querían sentir su presencia que le hizo partirse en dos
pedazos. Nunca antes había sentido Ana Sofía tan fuerte ese odio extraño. El
rostro de su padre quedó impávido, una persona parecida a Julián apareció
entre lo oscuro e iluminado del cuarto como un reflejo del que sintió cierto
escalofrío. Era un desconocido que a la vez en sus venas viajaba parte de esos
extraños y de ella misma. Se cruzó de pronto con esa mirada que tantas veces
humillaba y vio sus ojos llenarse de vergüenza. Supo entonces que el diablo
siempre había sido él.
Tierra Baldía
41
lAura villalobos
El traje
Esa noche mi dueño y yo
regresamos temprano a casa. Se
desvistió lentamente y me dejó
con gran cuidado sobre la silla.
La noche avanzaba. Por el frío y
el vacío de mi interior no atinaba
a conciliar el sueño. Mis camaradas se encontraban cálidos en el
armario y dialogaban gustosamente, mas con cautela, por lo
que sólo alcanzaba a oír sus
murmullos; a nadie le gustaría ser sorprendido. Por ejemplo,
cierta noche, un traje castaño no
supo aguantar la risa y el dueño se despertó, encendió la luz y
miró estremecido por todas partes, repasó el guardarropa y salió
del cuarto empuñando la pistola.
Desde entonces, nos cuidamos de producir algún alboroto; cosa que ciertamente no es
asunto fácil, porque hay unos trajes provistos de portentosa jocosidad que narran los hechos más
calamitosos de la manera más cómica.
LAURA CRISTINA VILLALOBOS. Aguascalientes, Ags. Estudiante de la
licenciatura de letras de la uaa. Miembro del Taller de Cuento y
Varia Invención, que coordina el Maestro Salvador Gallardo, en el
ciela.
42
Tierra Baldía
Estaba pues trémulo en la silla y no podía dejar de cavilar, me pregunté qué sentido tenía mi vida. Pero me santigüé, pensé en dios y en el
fuego eterno. Invoqué a todos los santos que conozco. No obstante, esa
pregunta retumbaba en mi mente. Me di cuenta de que pronto envejecería y entonces todo habría terminado. Fue en ese momento cuando recordé que ese día habíamos visitado el banco. Estiré brazos y piernas y vestí
el chaleco. Busqué la cartera entre la azul penumbra de la habitación; la
encontré en la cama, junto al dueño.
La noche era joven aún y me lancé por el balcón, caminé varias cuadras recriminando mi acción. Las calles estaban desiertas y algunos faroles apagados. Me encontré casi de frente con un hombre que corrió en
dirección contraria dando alaridos.
Creí que la noche requería más emoción, y para ello necesitaba vestir
un hombre, esta ciudad no está hecha para que los trajes andemos por ahí. Entré en un club nocturno por una rendija de la puerta
trasera, pero como lo sospechaba, todos estaban ya vestidos. Me dirigí al
baño, siempre buscando los rincones oscuros, y encontré a un inquilino,
era un poco largo para mí, pero serviría. Lo empujé contra el lavamanos
y golpeé su cabeza contra su estructura áspera y dura. Quedó un poco
manchado de sangre, pero lo aseé, lo desvestí y luego lo cubrí. El muerto
y yo salimos muy satisfechos del centro aquel. Por la misma zona encontramos a una mujer con ropas verdaderamente lindas, nos acercamos a
ella, pero se retiró con horror, la seguimos hasta enseñarle la billetera del
dueño. Ella reconsideró y después de un rato abordamos un taxi. En el camino ella iba haciendo caricias a la barbilla del muerto, contoneando sus
piernas, pensando que lo provocaba. Aprovéchate tú, si quieres, le dije al
muerto, pero el muerto qué iba a poder. Llegamos a un hotel muy lujoso,
nos asignaron una habitación en el segundo piso. Subimos.
Quítate el vestido, le dije y apagué la luz.
Pero, ¿que no quieres verme?
No contesté nada más. Me despojé del muerto y se lo eché encima. Me
llevé el vestidito al armario; al principio mostró timidez, pero luego cedió. La mujer, en la cama, se quejaba por el bulto, encendió la luz y quiso
salir, pero no encontró su vestido. Nosotros, en el guardarropa, temblábamos en parte por el temor de que nos encontrara y en parte por otras
cosas. Mientras ella buscaba debajo de la cama, salimos a toda prisa por
la ranura inferior de la puerta y entramos en la habitación contigua.
Tierra Baldía
43
–En vela–
Escucha el canto de la noche:
sus acordes más finos, la sinfonía de los grillos, el solo del aire
en los árboles mecidos;
son aquellas notas desvaneciéndose
–como únicas en la vida–
en tu oído
incluso las gotas de lluvia
–como el triangulo singular– en el charco
Es la noche que llueve.
Los faros alumbran los pasos y las sombras los observan.
Y aquella luna nueva...
Huele a tierra mojada, a poesía inalcanzable.
Mujer de negro que elegante caminas por el mundo,
déjame que siga el destello de una lágrima tuya,
recorrer el ocaso por la orilla de tu inmenso velo,
–en vela–
sin que mi sombra adelante mis pasos.
44
Tierra Baldía
cRistina márquez
Estudiante de biología 4º semestre de la UAA, 19 años, orgullosamente aguascalentense.
Tierra Baldía
45
Acerca de escribir sobre el amor
¿Y por qué he de escribir sobre el amor
complejos por leer, por conocer?
La guerra, el país, mi hambre y la soledad me llenan menos hojas,
que hablar de él.
Porque hablar de él, es hablar del cándido cielo que me abraza y del
dulce chocolate que se ha vuelto compañero persistente en cada
vuelta a la cama;
menos
habiendo temas
–menos días–
como hablar del amor y
la Luna...
¡Oh, Luna! que sonríe a mis espaldas mientras lloro sobre tu hombro desencajado.
Hablar no del café que despide recuerdos amenos, –delirante sabor–
sino amargos pasados que se evaporan al viento... ¡el viento!
me trae de nuevo el aroma de...
que
... Ah, da igual. Me estoy llenando de rosas el vestido otra vez... como
cada que pienso en él...
Y digo, ¿por qué del amor? Al final el amor es, eres,
sublímalo y aviéntalo, cógelo y destrózalo. Devóralo
in situ.
Mejor no hablemos de amor... bajo la piel de un áspid:
46
somos uno
Tierra Baldía
Anatomía de un error
Ya lo
sé.
No
Es mi suerte. Tierra Baldía
me importa.
Es mi
placer.
47
óScar fránquez
villaseñor
El mago
Era tan mal mago, que al decir la última frase de su conjuro, quedó intacto el sombrero pero el mago desapareció. Divertidos, con todo el público presente lo buscamos afanosamente entre las pacas de paja donde se
relajaban los elefantes, por el acceso trasero del circo y
en torno a una carcacha de camioneta que usaban las
gallinas del vecindario para dormir, bajo una cubierta
de cartón donde el perro guardián del circo escondía su
botín de huesos y hasta en la boca de los leones. Al principio, creímos que era una más de sus bromas, por lo
que acudimos al día siguiente al pueblo con la esperanza de encontrarlo muy cruzado de pierna en la plaza,
comiendo en el mercado o al menos obtener alguna referencia de su paradero, pero nunca apareció. A medida
que pasaron las horas y los días nos fuimos resignando
a aceptar que efectivamente se había esfumado. Empezamos a lanzar suposiciones del por qué de su partida:
mi abuelo dijo que sin duda se trataba de un vagabundo empedernido que había tardado en irse, porque a
leguas veía que era muy friolento y seguramente temía
al invierno que ya se avecinaba; por su parte mi tía, la
solterona, creyó ver en la cara del mago antes de su desaparición, un gesto de sorpresa seguramente al reconocer a alguna mujer entre el público con la que debió
haber tenido amores en el pasado y ahora venía a reclamarle su abandono, más si engendraron hijos juntos; yo
por mi parte le comenté a mi madre que desapareció
probablemente porque ya se había aburrido de nuestro
Oscar Fránquez Villaseñor: lector, originario de Tepic, Nayarit;
miembro del taller de Cuento y Varia Invención del licenciado Salvador Gallardo Topete.
48
Tierra Baldía
circo y porque se habría enterado que los payasos, ya bastante celosos y molestos, estaban
buscando la manera de deshacerse de él.
Nunca supimos a ciencia cierta su nombre,
pero le llamábamos el mago Orman y a decir verdad no tenía mucho aspecto de mago.
Era un hombre mediano de edad y estatura,
de maneras finas aunque poco afecto a hablar.
Sus ropas, aunque limpias, eran poco elegantes por lo viejo, que contrastaban con su mirada alegre y vivaz aunque entornadas por unas
ojeras. Era muy cuidadoso con el arreglo de su
cabello y bigote que lucía relamido y brillante.
Me dio más la impresión de ser un trotamundos acostumbrado a la aventura que un mago,
pues a éstos los imaginaba gorditos como pelotas, bien vestidos y parlanchines.
Estuvo en el circo poco más de tres meses.
El día que llegó apareció tal y como se fue, de
repente. Aquél día, sin que nadie lo esperara
se asomó entre las lonas con una cara sonriente y quitándose la chistera se presentó. A mí
me pareció buena persona, aunque a mi papá
lo confundió porque no le pudo entender mucho, pues hablaba en tono grave y bajo, cual si
no quisiera dar pie a muchas preguntas, pero
por sus modales mi papá supuso que era un
buen mago y como por esos días andaba urgido por ampliar el espectáculo, decidió que en
el circo hubiera, además de él que era el domador, dos trapecistas que eran mi hermana
Alondra y mi tía Agripina, tres payasos que
tenían ya toda una vida trabajando para el circo y ahora un mago, al que mi papá en busca
de un nombre espectacular decidió llamarlo el
mago Orman.
Realmente Orman era un hombre de pocas
palabras, particularmente porque se la pasaba
dormido la mayor parte del tiempo. Mi hermana y yo supusimos después que su nombre
Tierra Baldía
de pila era Romelio Armenta porque ella, un
día husmeando cerca de donde el mago acostumbraba tirarse a dormir durante el día, se
encontró una nota de lavandería con un nombre que supusimos era el suyo.
Como nuevo miembro del circo, mi papá
decidió asignarle como dormitorio una cubierta de camioneta que estaba contigua a
donde descansábamos mi papá, mi mamá, mi
hermana y yo. Creí que sería muy molesto estar avecindado con un señor que seguramente
roncaría a tal grado que no dejaría en paz a los
vecinos, pero no fue así, pues el mago resultó
ajeno a esos particulares ruidos nocturnos.
Era más bien tranquilo en su dormir, bueno
al menos hasta después de la madrugada en
que acostumbraba regresar luego de prácticamente escapar al final de la función. Yo creo
que jamás destendía la cama porque nomás se
escuchaba cómo caía sobre ella sin más, no es
que yo me mantuviera en vela para vigilarlo
pero en ocasiones era tal el ruido que hacía
a su regreso, después de tropezar con ollas
y platos de alimento de perros y las gallinas,
que me despertaba, pero después todo alrededor retornaba tranquilamente a su quietud. A
media mañana se levantaba una vez que tenía
hambre y satisfecho después de tomar sus alimentos se tiraba en la paja nuevamente a dormir hasta que el olor de la comida –que preparaba para todos mi tía Agripina– lo inquietaba
y se levantaba nuevamente a comer. Mi tía lo
esperaba ya con la comida servida pero no se
dirigían ni media palabra.
En la noche que presentó su primera función, una feliz coincidencia hizo que aquello no terminara en desastre. Fue al concluir
la sesión de los payasos, que se presentó el
mago. Aquel día el público estaba de buen
humor porque el hombre más rico del pueblo
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había organizado una borrachera gratuita
para todos, pues quería ser presidente municipal por el partido mayoritario, en consecuencia todos los convencidos votantes estaban felices y para seguir la juerga se fueron
al circo, entre vivas al seguro ganador, con
boleto en mano pagado por el mismo candidato. Al correr de la función supusieron que
las disparatadas del mago eran una prolongación del momento cómico. Entre peor salía
el acto, el público más se reía y el mago, interpretándolo como un cumplido, más barbaridades intentaba sin resultado. Hubo más
de una veintena de personas que se vomitaron por tanta risa (hilaridad) salpicando a los
que estaban gradas abajo y los que estaban
de pie difícilmente se mantenían así, en parte
por la borrachera que traían y en parte por
las incoherencias del mago, pues en lugar de
conejo sacó un par de calcetines rotos que
descuidadamente había guardado ahí el día
anterior, mientras que el conejo se equivocó
de salida y le saltó por la campana del pantalón. El mago, tratando de atraparlo lo correteó por todo el circo sin resultado, lanzando
tras el pobre animal los más variados como
ineficaces conjuros sacados no sé de cuál libro de magia. Al día siguiente, aquella experiencia corrió como reguero de pólvora por el
pueblo y localidades vecinas, hasta tal punto
que la estancia del circo en ese lugar hubo
de prolongarse por el aumento de la concurrencia, que demandaba principalmente la
presencia del mago.
50
Sin embargo, en la medida en que crecía
su popularidad, también lo hacía el odio de
los payasos hacia él. Colocados ya al final del
espectáculo, sólo encontraban un público exhausto de tanto reír y apático ante sus bromas,
incluso ya retirándose del circo con sonoras
carcajadas después de ver al mago. Más de una
vez miré al payaso Rambón acechando cerca
del dormitorio del mago y en otras tantas a los
tres junto a un desconocido en actitud de planear una conspiración. Si bien no le daban mucha importancia a mi presencia, de inmediato
desbarataban el grupo cuando veían aparecer
a mis papás, a mi tía Agripina o al mago.
Después de su desaparición ya nada fue
igual. Rápido también como en su momento
de auge, se corrió la voz de su ausencia y el público poco a poco fue dejando de asistir a las
funciones, persistiendo solamente aquellos que
en actitud tenaz acudían con la convicción de
que volvería en la misma forma cómica como
desapareció, pero nada sucedía. Para sostener
esa ilusión, mi papá ordenó poner al centro
de la pista la chistera, factor que hacía que la
poca concurrencia estuviera más ocupada en
vigilar el sombrero que en mirar el espectáculo, e incluso hubo más de una familia, de las
más comunicativas, que montó guardia permanente sobre el sombrero para disponer de la
exclusiva. Así, inútiles resultaron los esfuerzos
de los payasos y los trapecistas por encauzar a
los concurrentes, incluso mi papá se ganó una
herida en el brazo por provocar de más al viejo león que nos acompañaba, pero todo era en
Tierra Baldía
vano, aquello parecía más un velorio que una
fiesta, mientras nuestros ingresos caían, había
menos comida preparada y a la sentimental de
mi tía Agripina le daba por llorar.
Teníamos que hacer algo. Fue entonces
cuando apareció la idea. Al principio mi papá
no quería porque eso la expondría también a
las burlas del público, pero ella insistió de manera tan convencida que finalmente se aceptó
la propuesta: mi tía Agripina sería la nueva
maga. Para eso fue necesario que ella usara el
argumento, además de la caída de los ingresos,
de que había observado al mago Orman hacer
sus actos y suponía podría reemplazarlo con
estudio y práctica. Manos a la obra consultó un
viejo libro de magia que mi abuelo guardaba
en un baúl que tenía años de no abrirse y desempolvándolo, se aplicó en el aprendizaje del
mismo. Fue tal su afán y urgencia de aprender
las artes de la magia, como el decaimiento de
su estado de salud, pues dejó de dormir y desatendió la preparación de comida y su alimentación, y el contorno de sus ojos tan bellos se
fue oscureciendo y marchitando.
El día de su presentación no le fue tan mal,
impresionó al desaparecer un conejo en el sombrero y al meter un ramo de flores en un bastón, pero la gente, aunque aplaudió, no se le
notó entusiasmada; sin duda faltaba el mago.
A medida que mi tía experimentaba más
y más con sus actos, su cara se demacraba a
fuerza de tanta obstinación y su mirada iba
marcando una expresión de insatisfacción que
nosotros no comprendíamos. Recuerdo aquel
Tierra Baldía
viernes cuando al terminar la función se puso
a llorar sin más, pese a no haberle ido tan mal.
De nada sirvieron los abrazos y palabras de
consuelo que mi mamá le dio y sólo quiso cenar un poco de té y pan tostado que apresuradamente había comprado mi abuelo por tal
que mi tía comiera algo.
Ese día no pude dormir mucho, los cohetones por la fiesta de San Miguel tronaban con
gran fuerza cerca del circo y por la madrugada escuché más ruidos que de costumbre fuera
de mi dormitorio, seguramente de borrachos
que andaban por los alrededores. Muy temprano mi mamá me despertó y nos fuimos de
compras al pueblo y como la fiesta estaba muy
animada decidimos quedarnos a comer allá, al
fin que teníamos la seguridad que no habría
comida preparada al regresar. Retornamos casi
al anochecer. Ya rato que había iniciado la función. Salté de la camioneta y corrí al interior
del circo. En ese momento estaba el acto de mi
tía. Sigilosamente, aparté el telón y me asomé
curioso. Sucedió tan de repente: la caída suave
del confeti y la invisibilidad paulatina de mi tía
a medida que era cubierta por el mismo hasta
su extinción total, el público enmudecido por
la sorpresa, y la aparición consecutiva y relampagueante del brazo inconfundible del mago
Orman, jalando su sombrero hacia el infinito
tras hacer un ademán de agradecimiento al público. Sin sostén alguno, cayó el micrófono al
suelo, saliendo desde él el sonido apenas perceptible de un profundo suspiro seguido del
silencio de una pareja de enamorados.
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éRika delfín
Si te clavaste, aquí en mi corazón.
Ángeles Azules.
1 metro de listón de seda de color rojo.
1 foto tuya.
1 metro de cordón o hilo de seda de color rojo.
1 foto del que quieres enamorar.
6 rosas rojas.
Alguna fragancia que te guste.
1 frasco de cristal grande.
Si te quiero enamorar, te tengo que amarrar, si escuchas este conjuro de mí nunca
te olvidarás.
La última vez que me dejaste, hice el hechizo con los menjurjes más locos que me
pude imaginar, tan locos que no es posible que no hayan funcionado. Lo leí en
una revista de TV, seguí las instrucciones; quité los pétalos a las rosas, eché la
fragancia al frasco junto con los pétalos, le puse patchouli porque me acordé que
eso te echabas en la secu, y su olor estaba bien padre; luego puse mi foto y le
empecé a rezar: Si te quiero enamorar, te tengo que amarrar, si
escuchas este conjuro de mí nunca te olvidarás. Después de eso
tenía que poner una foto tuya y amarrarla también y volver a decir: Si te quiero
enamorar, te tengo que amarrar, si escuchas este conjuro de mí nunca te olvidarás; luego dejarlo siete días y al octavo abrir el frasco para que el olor se fuera.
Ahora sí, por fin te iba a recuperar, pero me di cuenta que para que eso sucediera
necesitaba una foto tuya, pero lo única que tenía era en la que salías de chambelán en mis quince años, me acuerdo que esa vez me dedicaste “Tiempo de vals”
de Chayanne y aunque no te sabías la letra, me la cantaste bien bonito. Luego
ya te pusiste borracho y andabas atrás de mi prima la Chelis, pero yo en el fonErika María Delfín Macías. Aguascalientes, Ags., 23 de enero de
1984. Estudiante de noveno semestre de Letras Hispánicas en la
Universidad Autónoma de Aguascalientes. Estadía en la Universidad
de Almería en el periodo sep 2006-marzo 2007 por el programa de
intercambio anuies-cruie. Estancia en Millau, Francia por la Embajada
Francesa para el intercambio Cultural. Pertenece al Taller de Cuento y Varia Invención que coordina Salvador Gallardo en el ciela.
52
Tierra Baldía
do seguía sintiendo que me querías más a mí, que había sido porque andabas
jarrota, pero el colmo fue cuando empezaron las románticas y no quisiste bailar
conmigo: “Cómo te voy a olvidar” de los Ángeles Azules, ahí sí que ya me dio
vergüenza que en mis propios quince años estuviera así de humillada en medio
de la pista y tú pegado a la Chelis como perro en celo.
No pude más y me le dejé ir a la pinche vieja esa y la agarré de las greñas y la azoté
por facilota. ¡Andar de arrimada con mi viejo el Freddie en mi fiesta de quince
años!
No me valió mucho porque de todos modos para mayo ya tenías escuincle con ella
y le pusiste Brian de Jesús como ella siempre quiso para colmo, por una sugerencia mía que le hice en la primaria después de conocer a los bacstritbois en
una revista que me trajo mi tío Jon de los Estados Unidos. Así que ese escuincle
venía a ser algo así como mi sobrino. ¡Cómo no me iba a deprimir con semejante situación!
Peor cuando lo metiste a la guardería en donde yo trabajaba, ahí sí que no tenías
perdón, yo ya tenía diecisiete años, los acababa de cumplir en agosto, lo metiste ahí según tú “para que estuviera en buenas manos”. Nomás porque el
chilpayate ese se parecía a ti, y me miraba extrañamente con la misma mirada
cochina que tú, tenía que salir en algo a ti el pendejito ese, y yo pues lo cargaba
y lo cuidaba, pero una vez, te lo confieso, sí le puse purgante en su comida, sí,
el puré en vez de blancuzco se veía café, pero qué iba a saber el escuincle ese, y
se lo comió todito. Todavía yo de payasota se lo daba diciendo:
“el avióooon!” quesque jugando con él, pero era para empinárselo todo
de un jalón. Luego ya no lo llevaron dos días y pues supuse que era por eso, y
después Chelis bien apurada me dice que estuvo en el seguro internado, y yo
haciéndome la mensa de que no entendía y hasta como que puse cara de preocupada, pero por dentro me cagaba de la risa.
Creo que no sospechó nada de mí, también porque le dije que el niño ése había
estado jugando con las lombrices y que me daba miedo de que se hubiera comido una. De todos modos para esas fechas ya me habían cambiado de sala y
ya cuidaba a los de cuatro años, pero de cuando en cuando me daba mis vueltas
y metía pañales sucios a la pañalera de la Chelis, lo dejaba en el sol toda la mañana y ya así con cuidadito se lo sacaba en la tarde. Todavía de payasa le dije a
la Chelis que en la guardería hablaban muy mal de ella que porque la pañalera
olía muy mal, y ahí tienes a la mensa todos los sábados lavándola, pero el olor
ya había penetrado un montón y pues ya no se le quitaba.
Luego que ya me tocó otra vez cuidarlo, cuando cumplió los cuatro años, el niño se
me dejaba ir y me decía: “tía Lupita, tía Lupita”, pero yo ni le contestaba, lo trataba igual que a los demás, bueno, menos una vez que sí me dio mucho coraje
porque el niño me dijo que ya iba a tener hermanito. Ahí sí que me encabrité,
Tierra Baldía
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porque conmigo bien que te ibas todas las noches a visitarme diciéndome que
la Chelis y tú ya no tenían vida íntima, y ahí voy yo de babosa a acostarme contigo pensando que le veía cara de mensa a la Chelis, pero eras tú que nos veías
la cara a las dos.
Decidí no decir nada porque yo seguía rete enamorada de ti, y pues mientras a mí
me cumplieras, lo demás no importaba. Además, la que andaba cuidando niños
y limpiando cacas era la Chelis, no yo.
A veces también le decía a Brian que él no era hijo tuyo ni de Chelis, que lo habían
adoptado porque se lo encontraron en un contenedor, y que ya se lo iban a
comer los perros y que pos les dio lástima y lo agarraron, que su hermanito sí
era hijo legítimo, pero que no les dijera nada, que yo se lo contaba a él porque
éramos cuates, pero que por el bien de sus papás mejor no los molestara, que ya
muchas molestias les había dado toda la vida. El escuincle chillaba y chillaba y
a mí pues me daba risa, pero me la aguantaba.
Pensé un día en dejarme de cuidar y embarazarme de ti, así la
Chelis se quedaría toda sacada de onda de saber que ella no
era la única que te disfrutaba. El día que vi que ya estaba
embarazada que voy corriendo a tu trabajo para avisarte,
hasta ni guardé la prueba en todo el camino para que se
oreara. Fui allí a la bodega de telas donde a veces hacíamos
nuestras cochinadas, y que te voy encontrando con otra fulana, así todo calientote y encuerado, y la vieja esa postiza
con los pelos güeros debajo de ti y los calzones en los pies,
porque la desgraciada ni alcanzó a quitárselos. Sí, me fui
corriendo y le dije a tu jefe lo que estabas haciendo, y te corrieron del trabajo. Al siguiente día pues yo me fui a abortar, y es que la verdad sí andaba bien enojada, pero creo que
exageré un poquito je je, pero pues ya ni modo, ya no vimos
el fruto de nuestro amor ja ja.
Me dejaste de hablar un tiempo, y yo como andaba delicadilla del aborto ni te pude
buscar, pero pues como la Chelis te dejó y el Brian de Jesús se puso contento
porque al fin y al cabo según él no eras su papá; yo todavía a veces le decía que
todo lo que te pasaba te lo merecías, y pues por eso el niño en el juicio dijo que
ya no quería verte. Como la Chelis estaba embrazada, no le quise decir que fui
yo quien te sorprendió en la bodega de telas, además me iba a preguntar que
qué hacía yo allí, ¿verdad? entonces pues nada más le dije que no se preocupara, que lo mejor que le pudo haber pasado fue perderte. Entonces a su segundo
hijo lo llamó Adolfo Ángel, como el de los Temerarios, porque a ella siempre
le había gustado un montón, hasta soñaba con casarse con él. Pues si yo no sé
qué te vio, si tú estás flaquísimo y tienes la cara como chupada, además ni ojos
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Tierra Baldía
bonitos tienes, medio bizco y la piel prieta, ni se diga de los tatuajes que te cargas ¿eh? Bueno, bueno, yo soy otra cosa, a mí así me gustabas, digo, yo nunca
aspiré a mucho, pero te digo que la Chelis sí soñaba con el Adolfo Ángel y a
su niño ya no le quiso poner tus apellidos, porque ni valía la pena; estabas tan
pobre que ni para demandarte estabas bueno.
Ella no te perdonó pero yo sí, o sea, a las dos nos fuiste infiel, pero pues ella tenía
bocas que alimentar y todo eso, y pues creo que yo siempre te pedí muy poco
a cambio de tu amor, así que no me costó mucho trabajo. Además la güera esa
también te dejó, aparte de por jodido porque no le dijiste que estabas casado, y
que tenías casi dos hijos. Nunca fuiste muy listo.
Para que me volvieras a hablar tuve que hacer mil peripecias... te lo tomaste muy
a pecho, pero no me querías entender, mis razones tenía, te tuve que conseguir
trabajo de lavacoches para que medio vieras que yo sí era buena onda, que lo
que pasaba era que pues no debías andar haciendo ese tipo de cosas. Y te fue
bien al conseguir ese trabajo, con eso de que ni la secundaria habías terminado por andar de caliente con mi prima la
Chelis. Pero gracias a mí ya no tenías esas responsabilidades de cuidar hijos
ni tener que mantener una familia, y ahora sí podíamos estar juntos.
Sin embargo, si para que me hablaras fue un circo, para hacerte pasar un rato a solas conmigo fue el infierno... hasta parecía que te pedía caridad. Ya ni porque te
hospedé en mi casa de soltera. Me acuerdo que me fui a comprar los beibi dols
para ponerme uno cada día de la semana, y ni me pelabas, te metías bien enojado a tu cuarto cada vez que llegabas de trabajar. Hasta que me harté y te dije
que si no te parecía pues que te largaras, a ver quién te quería así de miserable,
al cabo todos ya sabían la clase de hombre que eras; y que si te ibas a ir, por
lo menos me pagaras todas las noches que te había hospedado ¿te acuerdas?,
porque yo nunca te hice ese favor sin esperar nada a cambio. Tampoco funcionó mucho porque te me pusiste bien violento, esa noche hasta me diste miedo,
Freddie.
Pero no me iba a dar por vencida. Me acuerdo que renuncié a
la guardería para conseguirme un trabajo más cerquita, y
ver que no anduvieras de loco en mi propia casa. Me metí
a una estética unisex, y pues fui aprendiendo poco a poco,
cortes, extensiones, tintes, uñas de gel y acrílico, depilación,
y hasta a veces rasuraba a los hombres, pues si a ti te dejaba
muy guapetón, mejor que en los comerciales.
Entonces para mi fiesta de despedida de mi otro trabajo, pues invité a todos mis ex
compañeros a la casa y llevamos tonaya, maquinita, tequila de todo tipo y pues
unas chelas “Chelas” pues para pasárnosla bien. De menso te ibas a negar a
echarte tus copitas. Lo demás fue paciencia: me esperé a que estuvieras medio
Tierra Baldía
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perdido y en cuanto vi que ya como que estabas pedo pero que si aguantabas
una nochecita, le dije a los demás que se fueran porque al otro día me tenía que
levantar temprano, y se fueron, y yo dije: “Pues de aquí soy” y pues ya volviste
a mi lado.
En eso consistió nuestra reconciliación, en tequilitas y mucha paciencia, a veces
te me ponías sentimental y te agarrabas llorando y pues yo
te abrazaba como que consolándote, como siempre debió
ser. Otras noches sí que te ponías amoroso y yo me sentía por fin en el cielo.
Una vez nos pusimos tan borrachos que al otro día no te levantase a trabajar y
te corrieron, esa vez llegué en la tarde y ya no estabas, después de seis meses de
tanto amor te volviste a ir.
Localizarte fue muy difícil, pero ahora sí ya tenía todo a mi favor, como pude te
encontré y fui a buscarte: trabajabas vendiendo tarjetas de crédito en la calle,
me acuerdo que te veías bien guapo de traje. Cuando ya te iba a hablar para
pedirte que volvieras, vi que la misma güera esa de la otra vez se te acercó y te
dio un beso. Pero era la última vez que iba a pasar, saqué mis tijeras del pelo
y te las encajé en la pierna, y de paso con la navaja de rasurar le di a la güera
en la yugular, porque si ella seguía viviendo, se seguiría interponiendo entre
nosotros y jamás te darías cuenta de que era a mí a quien amabas desde el día
de mis quince años en que me dedicaste “Tiempo de vals”.
De pura mala suerte fue la última vez que te vi, llegó la ambulancia y te llevó, y
a mí me llevó la patrulla, por poquito y me escapo, pero pues como yo iba de
tacones muy guapa para verte, no pude correr mucho. Pero te digo que aquí
nos dejan mandar cartas, y yo como tengo buenos contactos aquí me las ingenio
para tener mis lujitos, como el de la revista donde vi lo del embrujo, pero qué
raro, ya no ha surtido efecto, porque tú ni vienes a verme, y la Chelis nomás
vino una vez, pero se veía medio preocupada y lloraba mucho.
56
Tierra Baldía
sAlvador gallardo cabrera
Ernst Jünger: la resistencia al presente
La gran mudanza
Uno. El tema de la mudanza del tiempo y de las cosas era para el saber
romántico un vasto recurso literario antes que un conocimiento contrastable. Una cuadrícula privilegiada para el juego de las representaciones. La mudanza, ese espacio abierto inventado por los griegos,
fue convertida en figura retórica; el río que fluye y que es y no
es el mismo, la progresión de las estaciones, las mutaciones en el
cambiante cuerpo –y en la no menos cambiante alma–. El fluir eterno.
Motivo de queja cuando el ansia y el tiempo no corrían al parejo, fue
elevada a la categoría de efecto por los románticos. “Es sólo en apariencia que avanzamos”, escribió Novalis. La mudanza, bruma lírica. Saber
edificante, reserva artificiosa de sabiduría natural.
Dos. ¿Con qué nuevos ojos se comienza a distinguir la aceleración
del tiempo, la cotidianidad del cambio después de la Primera Guerra
Mundial?
Algo se ha roto en la realidad del tiempo. Todo lo sólido,
según Marx, se desvanece en el aire. Lo que estuvo fuertemente relacionado, ahora ondula suelto. Rilke ve llegar vacías cosas indiferentes; manzanas o uvas que no tenían nada en común con la fruta o el racimo en que
había penetrado “la esperanza y el ensimismamiento de nuestros antepasados”. Ahora, “las cosas vividas y animadas, las cosas que comparten
nuestro saber, decaen y no pueden ya ser sustituidas. Nosotros somos los
últimos que hemos conocido todavía semejantes cosas”.
El veneno de la provisionalidad permanente, de la inconsistencia en
los medios, de la ambigüedad, constituye un paisaje de transición. En
este paisaje se dio una mutación de conceptos e instituciones del siglo
XIX; se disolvió el nomos hereditario, se redujo el estamento campesino.
Con la Primera Guerra Mundial terminan las monarquías absolutas y
la vieja moral parece incapaz de sobreponerse a los hechos.
Tierra Baldía
57
Se trataba de una época de mudanza, de claroscuro, en la cual los
fenómenos netamente definidos perdieron sus contornos. Los antiguos
valores ya no tenían curso y los nuevos todavía no se habían impuesto.
Dar nombre a los nuevos poderes era el auténtico riesgo.
La edad de la radiación
Uno. La primera gran ficción de Jünger podría contarse así: los titanes
han regresado del olvido en una figura que representa el sentido del
mundo en esta época. La aparición de la figura del Trabajador muestra una nueva constelación que, por medio de la técnica, despliega la
movilización del mundo. Por tanto, el Trabajador no representa
ni un estamento, ni una clase, ni una nación. No es una
magnitud económica sino un carácter planetario. Su meta
es el dominio total en un Estado Mundial. De ahí que la técnica no sea
un órgano del progreso como en el espacio burgués. Su tarea, ahora,
es hacer real el dominio: lograr la totalidad del tipo “trabajador” por
medio de la movilización del espacio técnico.
Jünger ha dicho que en El Trabajador (1932) intentó “recobrar las
esencias que Marx había destilado de Hegel y ver, en lugar de un personaje económico, una figura...” Para la figura del Trabajador lo primero es el poder; la economía es secundaria. Lo que muestra un quiebre,
una ruptura con la concepción predominante del trabajador en el siglo
XIX como un ser falto, sufriente. En ese mismo siglo se formó la idea
de nación de acuerdo al modelo del individuo. Pero el Estado nacional,
con sus fronteras y leyes, presupone la tierra repartida para afianzar su
poder encubierto, su esclavitud encubierta. Y al Trabajador, dice Jünger,
“le repugna la tierra repartida”. Además, los principios del Es-
tado nacional no bastan para acceder a la identidad del
poder y el derecho. De lo cual dio ejemplo la Sociedad
de las Naciones cuyo vértice se asentaba en una desproporción: la vigilancia sobre unos espacios enormes de
derecho a partir de una potestad ejecutiva risible.
En 1932 Jünger preveía la pérdida de sentido de las fronteras y la
crisis de prestigio de los gobiernos representativos. Antes de la guerra
de 1939, dice Georges Burdeau, a la vez que se criticaba su valor como
doctrina, en varios estados habían desaparecido ante formas políticas
que los negaban. De entonces data lo que posteriormente se conocería como la crisis de la democracia representativa. Según Jünger para
remontar ese estado de cosas debería surgir un Estado Mundial. Su
58
Tierra Baldía
dominio debía darse en la superación de los espacios de anarquía, de
variabilidad, por un orden nuevo. Sólo el dominio total clausuraría la
movilización del mundo.
Dos. En Abejas de cristal (1957), Jünger narra la historia de un ex oficial de
caballería que, una vez terminada la primera Guerra, debe servir en la
división de tanques. La técnica ha destruido las competencias individuales, ha modificado la índole del trabajo y de su ethos. El capitán Richard,
personaje de esta novela, no encuentra lugar en un mundo que prestigia
el orden de la uniformidad y suprime la especificidad. La técnica ha
evolucionado hasta convertirse en el lenguaje mundial. El poder sobrepasó la esfera del derecho.
La tierra está mudando de piel. Todo es planetario: el telégrafo, las
conexiones, el paisaje de talleres. Sin embargo, no hay un orden planetario: “países que se pueden sobrevolar en cinco minutos quieren
mantener sus fronteras...” Habría que desprenderse del concepto de
nación tal como lo acuñó la Revolución Francesa. De otra forma, ¿cómo
se puede administrar razonablemente y valorizar económicamente los
potenciales de que se dispone? Pero el cambio de piel asusta “y con
razón retrocedemos ante una nueva moral que correspondiese a los
hechos”. En un paisaje de transición todo es borroso; el plan total, su
dirección y meta, resultan invisibles. El capitán Richard, que entretanto
ha aceptado trabajar en una fábrica de prototipos de tecnología avanzada, se sabe presa de un juego que ciertamente facilita mucho la existencia, pero al mismo tiempo la pone en peligro. Porque durante la
muda de piel la serpiente queda ciega.
Tres. Para una época que ha hecho de la democracia un lugar común o
un paradigma político, el pensamiento de Jünger, situado fuera de las
tesis liberales, resulta incómodo. Se ha dicho que el Estado mundial
es un Estado totalitario; una configuración que alimentó los afanes expansivos del nazismo. Sería más acertado entenderlo a partir de su divisa: “Imperium et libertas”. Además, somos testigos de
que el proyecto totalitario no ganó la carrera por la expansión mundial.
Con todo, lo decisivo de esta configuración es que junto al Trabajador
permite mediar cuanta verdad ha creado la gran ficción jüngeriana.
Cierto, el Trabajador tiene mucho de figura y muy pocos representantes singulares. Ése es el riesgo de un pensamiento, como el de Jünger, que establece una diferencia entre pensar con ideas o con figuras.
Pero su concepción del mundo del trabajo como la unidad de la vida en
Tierra Baldía
59
el trabajo mismo, alumbra varias caras de este fenómeno que estaban
ocultas.
El trabajo en la edad de la radiación se ha convertido en trabajo
dilatado, continuo, donde las supuestas compensaciones (jornadas de
ocho horas, descanso sabatino) son, en realidad, restricciones en un sistema global, permanente, que entreteje en una materia intercambiable
el trabajo y el tiempo libre.
Nadie como Jünger ha sabido extraer los matices de este sistema:
quien sale de trabajar no se aleja del mundo del trabajo sino que asume
una función diferente, “se convierte en un consumidor o en un receptor de noticias”.
Por otra parte, si el Trabajador no se ha impuesto sí lo ha hecho la
técnica. Fue justamente la reflexión sobre la técnica la línea de encuentro
entre Jünger y Heidegger. En Heliópolis (1949) o en Eumeswil (1977), las
novelas jüngerianas de anticipación del futuro, la técnica ha alcanzado
su perfección, es decir, su obviedad. En el periodo de entreguerras, en
el lapso que va de 1930 a 1934, Jünger configuró su teoría sobre la irrupción de la técnica como armazón y envoltura planetaria en la edad de la
radiación. Una teoría compleja, densamente elaborada, y no únicamente
una colección de imágenes o de apuntes tomados en la cresta de los acontecimientos. Es necesario valorar las aportaciones filosóficas jüngerianas
en su espesor real. Durante mucho tiempo nos hemos contentado con la
versión canónica que hace de la obra de Jünger una especie de colección
de imágenes que Heidegger utilizaría en su pensamiento filosófico, sobre
todo en el tramo en que éste se pregunta por la esencia de la técnica y el
nihilismo. Y esto no es así, en absoluto. Jünger no sólo anticipó a Heidegger en el planteamiento de estas cuestiones –asunto menor, por cierto– sino que en obras como La movilización total (1930), El trabajador (1932)
y Sobre el dolor (1934) creó la plataforma conceptual y los análisis morfológicos de tales cuestiones con un rigor filosófico admirable. A Heidegger,
el filósofo que recorría los bosquecillos domesticados como quien escribe
en bustrófedon, siempre le asustaron las grandes visiones jüngerianas.
De igual manera, si el Estado mundial no se ha realizado en tanto
mando único, si se ha universalizado el mercado. La segunda carta de
Jünger es una carta ganadora: las naciones se están reabsorbiendo en
las patrias, en las regiones, en los caracteres étnicos entramados por un
mercado planetario.
60
Tierra Baldía
La resistencia, la observación riente
Uno. Los puntos de interés de Jünger son múltiples; lo mismo dirige su
atención a los fundamentos de la guerra que a las experiencias con drogas, las consideraciones acerca de nuestra época, los saberes ocultos de
la tradición, los relatos de viajes, la entomología y las ciencias naturales, las gramáticas antiguas, la literatura fantástica, los mecanismos de
transmisión del poder, las culturas fundacionales y sus mitos, el salto
de lo micro a lo macro, los saberes yuxtapuestos en un mismo estrato:
la astrología tanto como la astronomía, la ordenación de Linneo y las
cualidades mágicas de las plantas.
A esta multiplicidad de intereses responde una diversificación de
formas literarias que siempre están imbricadas, en constante combinación: la luminosa mezcla de las especies. Pocas escrituras han sacado
de la propia vida tanta literatura. Pero también muy pocas vidas de
escritor han sido vividas de una manera tan poco literaria, fuera de los
cubículos, fuera de los congresos y los circuitos de promoción; en la línea de resistencia al presente. De ahí la ambivalencia que rodea su vida
y su escritura. Ambivalencia, no confusión. Escritura donde lo exacto
pesa más que lo bello, lo necesario más que lo moral.
En el camino de la ambivalencia o del desmarcaje Jünger se mueve
como uno de sus escarabajos favoritos. Como la cicindela en la arena,
primero aguarda inmóvil, después centra un objetivo y se precipita sobre él antes de fijarse de nuevo en la inmovilidad. ¿No es éste el movimiento de las digresiones que ramifican su discurso con nuevas tramas
y datos hasta hacer del discurso una suma de digresiones? La digresión
es un “extraño” en el discurso. Un extraño bienvenido que va a contar
sus propias historias.
Dos. Al movimiento de la cicindela aspiran las figuras jüngerianas de
resistencia al presente. Los peligros del presente, en correspondencia a
un pensamiento de figuras, son caracterizados por símbolos. El símbolo de nuestras sociedades es el Titanic: en él aparecen juntos la hybris
del progreso y el pánico, “las máximas comodidades y la destrucción,
el automatismo y la catástrofe...” En su interior, las propuestas libertarias liberales nada pueden ante el automatismo que quiebra la libre voluntad y ante la coacción que se ha tornado compacta y universal. En el
Titanic, que es el mismo tiempo Leviatán, “la oposición es un estímulo
para los dueños de la violencia”. La propaganda sustituye a la moral;
Tierra Baldía
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las instituciones son utilizadas como instrumentos de perpetuación del poder. Los derechos individuales han adquirido una naturaleza dinámica: se fundan en el poder no en su propiedad
como se concede por estatuto constitucional. Por ello, la moral y el derecho no concuerdan; la
mayoría puede tener el derecho a su favor y ser al mismo tiempo injusta.
¿Cómo hacer, entonces, visible la libertad en la resistencia? Cuando el no estipulado como
derecho en las constituciones liberales sólo sirve para otorgar curso legal al sí mayoritario;
cuando ese no ya estaba previsto en la forma en que se realiza la elección,
¿cómo
hace la persona singular para salir de la estadística?
Jünger tantea en terrenos que escapan a la tiranía del lugar común de la democracia liberal representativa. Muchos han visto esta actitud como un signo claro de su vocación guerrera e irracionalista, de rechazo al universalismo de
las formas democráticas de vida. Se trata, dicen, de explicaciones suprahistóricas de corte fatalista o de propuestas metapolíticas que
acomodan los hechos sin ninguna responsabilidad.
“Intimismo esencialista” resume, en un marbete, la
desaprobación a la postura jüngeriana. Desaprobación apresurada si se toma en cuenta que
desde otro lado de la reflexión democrática
contemporánea se atiende justamente el
fenómeno radical señalado por Jünger,
es decir, la igualdad pasiva frente a
las enormes diferencias de función
que lleva a considerar las disposiciones que se identifican con a democracia liberal como trazos para
un época más lenta y socialmente
menos compleja que la nuestra.
Tres. En la obra de Jünger se distinguen dos figuras que están en
relación directa con el problema de
la libertad en la resistencia: el Emboscado y el Anarca. Pero en letras minúsculas, entre los actos de las figuras y los
datos de época, aparece la “persona singular”,
una especie de estrato liberal cuya función es servir
como índice de los peligros y las disyuntivas que atraviesan nuestro tiempo.
La Emboscadura (1951) es una revisión de El Trabajador, un ensayo sobre la
posibilidad de la libertad dentro de nuestra situación histórica. Es también un
62
Tierra Baldía
diálogo con el Camus de El Hombre Rebelde: “yo me rebelo, luego somos”. Irse al bosque, emboscarse, no conforta ni trae paz. “No es una
actividad idílica ni un acto romántico”. No cabe escoger entre el bosque
y la nave, el Titanic. Es más bien “trasladarse del orden abarcable de la
estadística a otro orden, invisible”. La disyuntiva que le plantea nuestro tiempo a la persona singular es o bien poseer un destino propio o
bien tener el valor de un número. Por ello el autor es un emboscado,
su sustento es la independencia. El emboscado está decidido a ofrecer
resistencia y tiene como propósito llevar adelante la lucha sin detenerse
en que la consecuencia ética del automatismo es la fatalidad.
Emboscarse era una antigua práctica islandesa que seguía a la proscripción. Mediante la emboscadura “proclamaba el hombre su voluntad
de depender de su propia fuerza y afirmarse en ella sola...” El bosque
era el lugar de la libertad. Jünger actualiza esa práctica para mostrar
que existen medios de resistencia diferentes a los del no institucional.
La doctrina del bosque parte de una confrontación del hombre consigo
mismo pero el propósito de tales medios no es la simple colonización
de reinos interiores: “no podemos limitarnos a conocer la verdad y la
bondad en el piso de arriba mientras en el sótano están arrancando la
piel a otros”. El emboscado sabe que la posibilidad de conculcar los derechos está “en relación directamente proporcional a la libertad con que
se enfrenta”. Por eso, no le permite a ningún poder “que le proscriba
la ley, ni por la propaganda, ni por la violencia...” Así, la embosca-
dura puede hacerse realidad a cada hora, en cada sitio,
también frente a una enorme superioridad de fuerzas.
Contra esas fuerzas superiores las rutas extremas sirven
si se mantiene franco algún camino transitable.
Mientras que la rebelión del hombre rebelde de Camus era el acto
de un hombre informado que posee la conciencia de sus derechos individuales para el emboscado la libertad acaso exija dejar al tiempo,
como botín, la cualidad de individuos tal como la entendió el liberalismo. Camus piensa que la idea de la rebelión sólo tiene
sentido en la sociedad occidental pero continuamente
apela a la “humanidad”, ya sea como prueba de la solidaridad rebelde, ya sea para encontrar el nexo entre la
experiencia del sufrimiento individual y la conciencia
posterior del ser colectivo. La divisa del emboscado es aquí y
ahora, en cualquier lugar, a solas u organizando una minoría selecta
que marque frente a Leviatán las medidas de una libertad válida; una
libertad que es preciso readquirir una y otra vez.
Tierra Baldía
63
Cuatro. La figura del anarca está encarnada en Martín Venator, historiador de profesión, barman en la alcazaba del tirano de Eumeswil, el
Cóndor. Una posición –otra vez como la cicindela– situada en la zona
estratégica que separa el mar del bosque. El mar es el reino de Leviatán, el bosque el indeterminado lugar de la libertad; la constelación
dominante es acuario.
El anarca es la contrapartida positiva del anarquista. Es una figura
donde Jünger mezcla algunos principios genealógicos debidos a Nietzsche con observaciones de tipo geológico. Así, una precisión geológica transparenta a Eumeswil como un “aluvión de acarreo de una masa
popular sobre zócalo alejandrino”. El anarca encuentra su sedimento
genealógico, su linaje, en la taberna de “Jacob Hippel”, lugar de reunión de Bruno Bauer y Los Libres. Mejor conocidos como la Sagrada Familia gracias a un panfleto que escribieron en su contra Marx y
Engels. A esas reuniones asistía Johann Caspar Schimidt a quien sus
compañeros apodaban “frontudo” (Stirner), apodo que convirtió en el
apellido perfecto para un nombre invisible: Max. Max Stirner, autor de
El Único y su propiedad. El Único dice:
“...esto no es mi causa. Nada hay superior a mí. No siendo mi objeto
derribar lo que es, sino elevarme por encima de ello, mis intenciones
y mis actos no tienen nada de político ni de social... la revolución y la
insurrección no son sinónimos; la revolución ordena instituir. La insurrección quiere que uno se subleve o se alce... Yo he basado mi causa
sobre nada. Mi causa no es divina ni humana, no es ni lo verdadero,
ni lo bueno, ni lo justo, ni lo libre, es lo mío; no es general, sino única,
como yo soy único.”
Jünger recorta la figura del anarca a partir de una espiral de contraposiciones que gira sobre la persona singular, en este caso, muy cercana a los atributos del “hombre natural”, del Único: el anarquista es el
antagonista del poderoso, el anarca es su polo contrario. El poderoso
quiere dominar a todos, el anarquista quiere acabar con él, el anarca
sólo busca dominarse a sí mismo –por ello tiene una relación objetiva,
y escéptica, respecto del poder–.
El anarquista ha sido expulsado de la sociedad; el anarca ha expulsado a la sociedad, no quiere mejorarla sino mantenerla a distancia.
Venator puede conservar su libertad y servir como camarero porque
no se compromete con nada; no toma nada con definitiva seriedad, no
64
Tierra Baldía
al modo nihilista sino “como un centinela en la línea de avanzada”.
Únicamente retrocede ante el disfraz de la entrega última, los juramentos, el sacrificio. Los problemas morales o de derecho son para él accidentes de circulación que, a lo más, exigen cambiar de camuflaje: el
anarca puede revestir todos los disfraces. “Puede, por ejemplo, trabajar tranquilamente tras una taquilla o en una oficina. Pero cuando las
abandona, por la tarde, desempeña un papel totalmente diferente”.
Su actuación política semeja la de un Robinson por la “naturalidad”
en sus elecciones, por la simpleza de sus definiciones cuando hace
calor se quita el sombrero, cuando llueve abre el paraguas, cuando tiembla sale de casa. No está a favor ni en contra
de la ley, no la reconoce pero procura conocerla. Al anarquista, en ese
mismo sentido, un simple control de pasaporte le resulta funesto.
El anarca está más afirmado en sí mismo que el emboscado. Sin embargo, no es un individualista. No se presenta como “gran hombre” o
“espíritu libre” por una razón de método: su meta no es la libertad ya
que ésta es su propiedad. Además, tiene un grado mayor de distanciamiento respecto de cualquier tipo de idealismo. Quizás esto se deba a
que en Eumeswil se ha consumido la sustancia histórica y “el catálogo
de posibilidades parece agotado”. Resulta necesario que en un lugar
así se acentúe la nostalgia por la configuración de mitos.
Cinco. El lugar de la palabra es el bosque. El bosque es el lugar de la
ambivalencia, de la libertad indeterminada, de la vida y la muerte. Al
final de la novela, Venator viaja a los bosques después de lograr el distanciamiento total frente a la existencia física. Al final de Heliópolis Lucius de Geer inicia un recorrido hacia “donde se realizan los auténticos
sueños”. Se trata de viajes al reino de lo ilimitadamente posible; donde
“la esperanza conduce más lejos que el terror”. El reino de las palabras, una vía libre y salvaje donde el autor tiene que asumir sus riesgos
“aunque sea él mismo uno de los animales contra los que está prohibido tirar”. Allí, explica Jünger en La Tijera (1990), “es posible hacer visible lo invisible; las cosas que no están presentes podemos acercarlas
a la razón mediante parábolas, y a la intuición, mediante símbolos”
¿Y no es esto justamente lo que ha hecho Ernst Jünger? ¿Nombrar lo
invisible junto al muro del tiempo? ¿Mostrar que la resistencia puede
ser posible aun en un presente que la hace aparecer como estrategia
impracticable? Señalando a quien quiera ver que el camino puede convertir en meta a cada momento si al pensar o al crear se resiste.
Tierra Baldía
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dIana martín del campo
La fiesta de las ranas
El gran día ha llegado y Renata se levanta con mucho entusiasmo para recibir este día de tanta dicha para ella, a su
nariz llega el suculento aroma de la tarta que se dora en el
horno.
Con alegría se detiene frente a la ventana para aspirar
un poco del maravilloso aire que impregna todo el estanque, las abejillas vuelan sobre las flores, y los peces brincan para darle los buenos días, con una mirada dulce, les
agradece el detalle, pero no puede distraerse, tiene que
prepararse para recibir a todos sus invitados, que por la
tarde llegarán a felicitarla en la fecha de su cumpleaños
dieciséis.
Se queda un momento de pie delante del armario, qué
se pondrá, qué se pondrá, su vestido azul con bolitas blancas, no, es muy formal, vestido rosa con encajes morados,
es bonito, pero tampoco, ¡ah!, ya sabe cuál, el amarillo
será, como su color favorito; su verde piel brillará debajo
de aquella amarilla tela, amarilla como sus grandes ojos.
Y con él, ¿qué zapatos? Mmmm, ya está, se verán perfectas aquellas botitas blancas, las que mamá acaba de obsequiarle.
Ahora sólo falta el tocado. Elige un bello cordón amarillo de entre una multitud de vistosos listones para adornar su cabecita ovalada, se coloca frente al espejo, hace un
moño y con una mirada coqueta se lo pone.
Diana Martín del Campo Flores. Estudiante de Letras Hispánicas, 9º
semestre, uaa. Pertenece al Taller de Cuento y Varia Invención que
imparte el Mtro. Salvador Gallardo Topete.
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Tierra Baldía
Al fin vestida, al fin peinada, es un día especial en el que
nada podrá salir mal.
Es un día especial, en el que mamá ha preparado la
sopa de alas de mosca preferida de su hijita como platillo
principal, y una tarta de hormigas como postre del platillo
principal.
Los invitados no tardarán en llegar, y ya ha comenzado
una lluvia torrencial que baña todo el estanque, Renata
sale más feliz que nunca a mojarse, y sabe que esa tormenta no durará mucho, porque bailando entre salto y salto
observa al sol salir, con sus rayos que se filtran entre las
nubes grises, los charcos reflejan su luz y Renata danza
más alegre porque las visitas comienzan a llegar.
Una vez todos reunidos, cantan, comen y bailan, entre
sapos, peces y mariposas, lirios, brisa y agua.
La prima serpiente al fin ha llegado y no ha dejado de
hablar, habla sin cesar, tratando de ocultar su dolido corazón, que se duele del lagarto que nunca pudo quererla
como ella a él.
Renata y su prima cantan toda la noche, ¿y quién puede
decir si lo hacen bien o mal? Un buen vino puede cambiar
todas las cosas.
Exquisito delirar con los ritmos de la música, cantar notas en falso, que los demás van a festejar con risas; el brillo
de la luna volviendo más fresca la noche, una noche larga,
entre amigos.
A la mañana siguiente, sale a correr bajo la lluvia, no ha
tenido un cumpleaños igual, contenta brinca de un charco
a otro, sus ancas bien mojadas, enlodadas por completo,
nunca sintió su piel más húmeda.
Fue un gran cumpleaños, ¿podrá haber otro igual, cómo
será el próximo año? Salta, brinca, se encuentra tan feliz,
ha pasado un dulce cumpleaños número dieciséis, ¿será
igual el diecisiete, el dieciocho, diecinueve? ¿Será más alta,
será más bella, su piel más brillante y resbalosa, será más
verde? Será el platillo principal en el gourmet más fino.
Tierra Baldía
67
aTahualpa espinosa
La flor y el lagarto
Tengo un prado aterciopelado, tendido a mis pies desnudos. Nunca uso zapatos,
para sentir cada detalle de esa caricia. ¿Qué monarca sincero pone, entre él y la
tierra que gobierna, algo tan vulgar como la suela de un zapato? Muevo los pies
sobre la hierba casi todo el tiempo. Más allá de esa oscilación, permanezco estático
la mayor parte del día, sentado en mi trono y envuelto en mi manto. A menudo, me
entumo y mis huesos crujen como la madera en que descanso. Siempre aguardo en
la inmovilidad hasta el final, resistiendo el dolor. Son los momentos que me abren
a la honda contemplación de mi reino. Poco a poco, a lo largo de varias horas, el
dolor se va haciendo más intenso, mi respiración se vuelve difícil y siento miles
de insectos que recorren mi cuerpo entero, justo bajo mi piel. Vuelvo la vista hacia
arriba. Es entonces que se abren los poros del cielo. Al fondo de cada uno, late el
brillo de un ojo y a través de él, llega nítido a mí el canto del espacio infinito. Sucede
tan sólo durante un instante, al cabo del cual todo queda negro y ausente. Son las
únicas veces que anochece.
Despierto siempre en un lugar desconocido, un sitio nuevo del territorio en que
mando. De ahí, unos cuantos pasos (nunca más de tres veces siete) me llevan de
regreso hasta mi trono, en cualquier dirección que camine. El trono se halla siempre
en el mismo punto, en el centro de mi reino. Es el espacio que lo rodea lo que se
mueve y se dobla para que yo caiga, como una gota de agua por un embudo, hasta
él. Al llegar, los pliegues y grietas del entorno se ajustan. Tamborileo los dedos con
aplomo sobre el descansabrazos.
Los colores de este lugar son vivos. Esto no sorprende a nadie que lo escuche,
sólo que esa vida es distinta aquí. La luz de todos los objetos viene de los visitan-
Atahualpa Espinosa Magaña. (Zamora, 1980). Narrador. Ha publicado textos en diversos medios como “Tragaluz”, “Tierra Adentro”,
“El Subterráneo”, “Amortajados”, “Ventana Interior”, “Lunamia”,
entre otros. Es autor de la columna “Agujas”, que se publicó entre 2004 y 2007 en el suplemento “Acento”, del diario La Voz de
Michoacán. Publico en 2002 el volumen de relatos “Violeta Intermitente” (umsnh) y recientemente escribio el libro El centro de un
círculo imaginario, con el que obtuvo una mención honorífica en el
concurso de narrativa joven “Salvador Gallardo Dávalos”, en su edicion 2007. Actualmente imparte talleres de apreciacion y creacion
literaria en diversos foros. Es licenciado en psicología.
68
Tierra Baldía
tes (o habitantes, no lo sé) que pululan en los
espacios libres. Son tan numerosos que todas
las miradas se encuentran al menos con uno
de ellos. Su cuerpo es lo contrario de lo opaco,
de lo que la transparencia es el punto medio.
No emiten luz, multiplican la que está detrás
de ellos. Su vida transcurre tan veloz que pasa
desapercibida ante mis ojos. No puedo darles
órdenes, aunque estén aquí, ni puedo saber si
me están matando o si es gracias a ellos que
mi pulso no se apaga. Cuando el viento sopla,
alejándose de mí como una espiral en fuga, el
eco de sus incontables murmullos entrelazados avanza en dirección contraria y siento que
me hablan en un idioma que comprendo a través de intuiciones claras.
El cuerpo de mi lengua no es cosa fácil.
Aquí no hay diferencia entre imaginar las palabras, pronunciarlas, escribirlas o esculpirlas
en piedra. Todas ellas son enteras y no hay
otra cosa cuando suceden. Se encadenan como
trozos de cordel anudados entre sí, que serpentean hacia los rincones más ralos del aire,
deshebrándose en hilos cada vez más delgados y dispersos, hasta que no existen o es imposible notarlo. Sólo entonces puede ocurrir
la siguiente cosa. Todo lo que conozco de este
lugar lo debo al olvido de las palabras, algo
que he logrado con el paso del tiempo, luego
de muchos esfuerzos.
Si estiro la mano izquierda hacia abajo encuentro, apenas en la punta de mis dedos, la
cabeza casi pétrea de mi lagarto fiel. (Me lanza una mirada torva de reojo, retoza y parece
sonreír con el saludo, mostrando la punta de
sus dientes). Vive a mi lado porque le alimento. Bebe la tristeza falsa que nace de mis ojos,
cuando paso el día entero extrañando el llanto.
El llanto lo perdí sin remedio cuando se fueron
las razones que lo despiertan. Siento nostalgia
Tierra Baldía
permanente de ellas. Vivo al lado del lagarto
porque su piel transpira lo que recibe de mis
ojos. Su verde enamora con el brillo que toma.
Necesito verlo cada día, es lo único que no soportaría olvidar. Aunque no intento gobernarlo, ni tan sólo para hacerlo que permanezca
conmigo. Las órdenes que se dirigen a alguien
libre sólo encierran al que las formula.
El lagarto me mira con insistencia, quiere
decirme algo más importante que mi necesidad de permanecer en el trono. Es como si
el brillo de una vela distante sobre el océano
me lanzara una urgente súplica. Me incorporo, vacilante, y él avanza, para indicarme el
rumbo. Su marcha es suave y uniforme, es
casi una serpiente que levita y hace murmurar a las plantas que toca cuando se mueve.
Lo veo desaparecer bajo la sombra de tréboles
inmensos. Vuelvo a entender cuán poco sé del
lugar en que vivo, con los estremecimientos
de temor alegre y delgado, casi infantil, que
recorren mi cuerpo al ver la silueta de árboles
que nunca antes había visto. No me preocupa
sentirme perdido, volteo atrás y el trono está
siempre un paso a mi espalda, en el mismo sitio. En cierto momento, me doy cuenta de que
el lagarto ya me espera donde sucede lo que
quiere mostrarme. Entonces el campo, casi
sin que necesite ordenárselo a mis pies, lleva
mis pasos hacia allá y me anticipa el descubrimiento de una flor solitaria, que ya canta
para el lagarto. Él bebe su voz como bebe mi
melancolía imaginaria. Aún se encuentran los
dos, la flor y el lagarto, lejos de aquí, aunque
lo veo como si estuviera junto a ellos. Las cosas que me anuncian los árboles ya suceden,
desde el momento en que las sé. Sólo falta esperar que el tiempo se cumpla.
69
aNgélica martínez
coronel
La trusa impostora
Muchas personas echan en su maleta más de lo que ésta
puede llevar, y se les olvidan los calzones –llevan tanta
pendejada que no dejan espacio para un calzón.– ¿Le
ha pasado a usted que cuando va de viaje, de repente se da cuenta de que le faltan los calzones
en la maleta?... ¿No?... Pues a mí sí. Fíjese que
acababa de llegar de México, lo mío fue un
viaje de negocios. Resulta que tenía que
asistir a una conferencia: ni me acordaba de qué chingaos era, el patrón
me había pedido que asistiera
porque, según él, yo era el más
indicado (Así de jodidos
estábamos)... Le decía
que... ¡Ah! –casi
70
Tierra Baldía
se me olvidaba contarle– la conferencia
era sobre ropa interior y yo tenía que promocionar nuestros productos, pues en ese
entonces, éramos novatos en la industria
calzonera. Iba a exponer nuestra “visión”
de una de las necesidades humanas más
importantes...
Le estaba contando que me faltó llevar
calzones en el equipaje: Yo, que vendía
calzones, no tenía ninguno extra para usar
aquel día. Imagínese: llego al hotel –que
por cierto, ya ni la chingaba mi patroncito, ni a pico de estrella llegaba–, echo las
maletas a la cama (o colchón con manchas
de dudoso proceder), me quito el saco y lo
pongo en la manija de la puerta, abro una
valija y comienzo a preparar mis enseres
para tomar un baño e ir a la dichosa conferencia –hasta eso, el baño parecía decente, de no ser por un grabado en la puerta
(de madera): “Aki me chingué a Juana”.
Cuando lo vi, se me antojó que el baboso que lo había escrito era zurdo, pero en
un vistazo más cercano noté unas raras
extensiones en las letras y concluí que lo
escribió andando bien pedo–. Seguí yo en
la preparación de mis cosas para bañarme
y vestirme... ¡no encontraba mis calzones!
Mi corazón comenzó a latir aceleradamente. No abrí la regadera. Vacié las valijas,
busqué en el cuarto, llamé al aeropuerto,
y nada. Una de las dos maletas que llevaba tenía toda la colección de productos
de la compañía que yo debía mostrar a la
Cámara de la Industria Textilera Mexicana, así que, como dicen por ahí, a falta de
pan, tortillas: Tomé una trusa de las que
todavía ni salían a la venta y me arreglé
(de traje y toda la cosa). Salí muy cómodo del baño, me veía distinguidísimo y
Tierra Baldía
estaba tranquilo. Pero, en ese momento,
que me doy cuenta de que tenía una nueva bronca: ¿Cómo iba a reponer esa pieza
de colección, que ahora cubría mis nalgas
(por no referirme a más cosas)? No, pues
de madrazo me puse a buscar por toda la
habitación para ver qué encontraba; eso
hace la desesperación, pero yo nunca voy
a andar “al-raíz”, siempre debo tener los
calzones puestos (bien o mal, pero en su
lugar). Busqué mucho tiempo y nada. Faltaban sólo treinta minutos para que me
recogiera el taxi de la compañía, pero me
dije: “No mames wey, ya párale porque si
te meas vas a necesitar otro calzón”. Seguía con mi monólogo cuando me llevé
una sorpresota: de las aspas del ventilador, cayó un calzón –seguro algún tipo lo
dejó ahí en una de esas noches que...
Pues sí, tomando mis precauciones, lo
levanté del piso. Era casi igual que el que
robé, pero éste que el ventilador me dio,
estaba como, mmmm..., si quiere, digámosle cochambroso. Medio lo restregué
en el lavabo –usé como guantes un par de
bolsas de plástico para vómito que me habían dado en el avión– y quedó quizá peor
que como estaba, pero al menos ahora parecía que era de una tela al estilo batik.
Por aquello de los olores, le vacié un poco
de mi loción “El camionero seductor” de
Petra Cárdenas –me encantan los perfumes con la firma de Petra–, ella dice: “Si le
logras quitar lo apestoso, habrá valido la
pena.”, así que confié en sus palabras.
Cuando acordé, el taxista me estaba llamando con el cláxon. Tomé la maleta que
tenía la colección y empaqué a la “trusa
impostora” (que, por cierto, quedó como de
fábrica).
71
Al llegar a la conferencia los miembros
de la Cámara notaron que en mi mano derecha llevaba a la “Embustera” en su empaque muy cuco. La sintieron “innovadora” y me pidieron que comenzara a hablar
sobre ella, así que inventé un montón de
pendejadas: “La tela esta teñida según el
arte del batik, es de un estilo que se ajusta
perfectamente al hombre de hoy. La trusa
es audaz y salvaje, además tiene un aroma
de la más reconocida diseñadora mexicana Petra Cárdenas...”. Esas son algunas de
las que me acuerdo ahora. Total que terminé de presentar todo el calzonerío y la Cámara quedó encantada con el calzón que
me dio el ventilador en el hotelucho.
–Sólo una cosa, ¿cómo se llama la línea
con que inició su exposición?– dijo el gerente de la textilera Vestimex.
–Mmmm... este... se llama... –me acordé
de mis célebres palabras–. Se llama Trusa
Impostora– dije finalmente.
–¡Qué profundidad!, excelente. Su compañía ha ganado las acciones de la Cámara.
Y entonces pensé en decirle: –Sabe, yo
la diseñé, en colaboración con Petra, claro
está.
–Mejor aún. Es usted un magnate... es
más, llamaré a su compañía, no necesitamos colecciones aburridas de corporaciones demasiado comerciales, usted tiene
la gracia. Las acciones son suyas, la fábrica de la Cámara de la Industria Textilera
Mexicana estará lista para que disponga
de ella mientras le conseguimos una que
solamente sea para su firma.
Ese día yo saltaba como chapulín en comal (si eso fuera posible). ¡Tenía mi firma!
Todo iba de maravilla, hasta incluimos la
línea femenil, gracias a que un día que pa72
seaba en mi auto, me encontré un brasier
en el asfalto de la carretera...
La ropa que salía de la fábrica a la venta, había tenido su tratamiento especial:
en el laboratorio sometíamos a cada prenda a las condiciones en las que encontré la
primer Trusa Impostora.
Los empleados cuidaron el secreto de
nuestra receta porque tenían su buena
paga (muy, muy buena), ni los clientes ni
los familiares de mis empleados, se explicaban por qué, quienes trabajaban para
Trusa Impostora, no adquirían nunca productos de la compañía para la que se partían el lomo.
Un día despedí a un tipo que era muy
güevón y fue el fin de las Impostoras, declaró todo sobre nuestro “secreto” a la Secretaría de Salud y nos vetaron. Entonces
fue una bronca con todos: los de la Cámara, los clientes, los empleados y sus familias, Petra Cárdenas que reclamaba derechos (porque nunca le pagué las regalías)
y despotricaba porque su perfume se había degradado...
Fue así como quedé aquí en el Cereso,
tengo cadena perpetua y calzones limpios
todos los días. ¿Oyó?: ¡Calzones limpios
todos los días!... ¡limpios y cómodos todos
los días!
Pero creo que lo aburrí y lo mejor será
que me retire a mi celda, mi abogado me
dijo que tengo esperanza de salir porque
hay un juez que opina que no soy culpable de la existencia de gente tan pendeja
que compra calzones usados y harapientos como si fueran nuevos, nomás porque
dizque son el último gruñido de la moda.
Tierra Baldía
iGnacio solares
La instrucción
Para José Emilio Pacheco
Si tenemos capitán, ¿importan
las prohibiciones?
Julio Cortázar, Los premios
En el puente de mando, atrás de la
ventanilla de grueso cristal violáceo,
el capitán contempla un mar repentinamente calmo, de un azul metálico
que parece casi negro en los bordes de
las olas, los mástiles de vanguardia, el
compacto grupo de pasajeros en la cubierta de proa, la curva tajante que abre
las efímeras espumas. “Mis pasajeros”,
piensa el capitán.
Apenas un instante antes -algo así
como en un parpadeo- dejaron atrás el
puerto, que se les perdió de vista como
un lejano incendio.
El barco cabecea dos o tres veces, con
suavidad.
-Yo, la verdad, capitán, cada vez que salgo a alta mar siento la
misma emoción de la primera vez –le comenta el contramaestre,
un hombre de pequeña estatura, sonriente y de modales resbaladizos–. ¿Cómo dice el poema de Baudelaire? “Hombre libre, tú
siempre añorarás el mar”. Pues yo lo añoro hasta en sueños. El
puro aire salino y yodado me cambia la visión del mundo. Como
si fuera una gaviota suspendida en lo alto del mástil, y desde ahí
Ignacio Solares nació en Ciudad Juárez, Chihuahua, en 1945. Es autor de La noche de Ángeles (premio Diana Novedades, 1989), Madero, el otro y el gran elector, también llevada al teatro. Además,
ha publicado Nen, la inútil (premio Fuentes Mares, 1996), Columbus, El sitio (premio Xavier Villaurrutia, 1999), Cartas a una joven
psicóloga, El espía del aire, No hay tal lugar (premio Mazatlán de
Literatura, 2004) y La invasión. La instrucción y otros cuentos, acaba de aparecer bajo el sello editorial de Alfaguara.
Tierra Baldía
73
mirara el horizonte. Temo que un día esta emoción se me agote,
usted me entiende. El paso del entusiasmo a la rutina es una de
las mejores armas de la muerte, lo sabemos.
El capitán realiza su primer viaje en tan importante cargo, algo
que esperó con ansiedad creciente desde el instante mismo en
que decidió hacerse marinero.
Con actitud ceremoniosa levanta la cabeza, mete la mano al
bolsillo interior del saco de hilo blanco (que apenas estrena) y
toma la instrucción lacrada que, se le advirtió, sólo debería abrir
ya en alta mar.
Desde hace días el corazón se le desboca con facilidad. Y hoy
por fin llega al momento que, supone, pondrá fin a su incertidumbre sobre el rumbo a seguir, la clase de travesía que deberá realizar,
cómo y con qué medios resolverá los problemas que enfrente.
Rompe los sellos como si rasgara su propia piel, abre el sobre
y, para su sorpresa y desconsuelo, se encuentra con un texto fragmentado y casi invisible.
–¡Otra vez esta maldita broma! –dice el contramaestre chasqueando la lengua al descubrir el instructivo por encima del
hombro del capitán–. Siempre la hacen a quienes ocupan el cargo
de capitán por primera vez. Dizque para probar sus habilidades
y capacidad de improvisación.
– Pues me parece una broma de lo más pesada. Y absurda,
porque ahora no sabremos a dónde dirigirnos.
– De eso se trata, he oído decir que dicen, precisamente, que en
éste su primer viaje como capitán usted mismo decida a dónde ir,
qué escalas hacer, cómo enfrentar los problemas que se le presenten. Incluso, cómo explicar y convencer a los pasajeros de la ruta
que decida seguir y el porqué.
– Algunas palabras se leen aquí con cierta claridad –dice el
capitán entrecerrando los ojos para enfocar el amarillento trozo
de papel.
– Y si le ponemos un poco de agua quizá puedan leerse algunas más.
Con la punta del índice, como con un suave pincel, el contramaestre le pasa un poco de agua al papel.
– ¡Mire, se han aclarado otras palabras!
– No demasiadas.
– Quizá sean suficientes. Por lo pronto, nos aclaran el Sur en
vez del Norte y, lo más importante, que el nuestro no debe ser un
74
Tierra Baldía
viaje de recreo sino más bien formal y ceremonioso. Mire, aquí se
lee muy clara la palabra “ceremonioso” y creo que la siguiente
palabra es “ritual”.
– Ya me imagino explicándoles yo a los pa-
sajeros que éste será un viaje “ritual”.
– Pues por lo menos tiene usted una pista de lo que debe decirles. He visto instructivos en que la única palabra que aparece
es “convencerlos”, pero no se sabe de qué ni por qué. Además,
usted por lo menos tiene muy clara la palabra “Sur”. Es mucho
peor cuando le aparece “rumbo desconocido”, porque entonces
toda la responsabilidad recaería sobre usted. Supe de un capitán que malinterpretó las instrucciones que se le daban... –y una
chispita de ironía brilla en los ojos del contramaestre–. Bueno, no
exactamente que se le dieran las instrucciones, sino que él debía
adivinarlas en un papel como éste. Las malinterpretó y zozobró
a los pocos días de haber zarpado. Otro más se desesperó tanto
ante la confusión de las instrucciones que lanzó el trozo de papel
por la borda. Lo único que consiguió fue que pocas horas después
se pararan las máquinas del barco y no pudiéramos volverlas a
echar a andar por más intentos que hicimos –las aletas de la nariz
se le dilatan y respira profundamente–. O, en fin, me contaron de
un caso aún más grave, porque la irresponsable y manifiesta desesperación del capitán provocó enseguida que una enfermedad
infecciosa de lo más rara se declarara a bordo.
–Pero, ¿quién puede asumir unas instrucciones que no
se le dan con suficiente claridad? –pregunta el capitán al
tiempo que se le marcan las comisuras de los labios, en un
gesto casi de asco.
– Creo que éste es el punto más delicado que enfrentará usted, por lo que me ha tocado ver. Hay capitanes que con muchas
menos palabras en su instructivo toman una actitud tan decidida
que así se lo hacen sentir a la tripulación y a los pasajeros. La respuesta por lo general es de lo más positiva. En cambio he visto a
otros que al titubear provocan un verdadero motín a bordo y no
ha faltado la tripulación que se subleva y toma el mando de una
manera violenta, con todas las implicaciones que ello significa
para el resto del viaje.
– ¿Y los pasajeros?
– Con los pasajeros más le vale tener un cuidado supremo.
Tierra Baldía
75
Porque si no están de acuerdo con sus decisiones, una queja por escrito a nuestras altas
autoridades puede costarle a usted el puesto, lo cual significaría que éste fue su debut y
despedida como capitán de un barco. Pueden
hasta fincarle responsabilidades y demandarlo. Supe de un capitán que tardó años en pagar la demanda que le pusieron los pasajeros
por daños y perjuicios.
– ¡Dios Santo!
– Empezarán por cuestionarle el rumbo
que tome. Si va usted al Sur, le dirán que ellos
pagaron su boleto por ir al Norte. Le van a
blandir frente a la cara sus boletos, prepárese.
Pero si decide cambiar de rumbo a ir al Norte,
será peor porque no faltarán los que, en efecto,
prefieran ir al Sur, lo mismo, van a amenazarlo
con quién sabe cuántas demandas. Otro tanto
le sucederá con las escalas que realice. Nunca
conseguirá dejarlos satisfechos a todos, y más
le vale tomar sus decisiones sin consultarlos
demasiado. Simplemente anúncielas como
un hecho dado, y punto. O sea, partir de que
los pasajeros nunca saben lo que en realidad
quieren y tomar las decisiones por encima de
ellos, por decirlo así.
– ¿Y si definitivamente no están de acuerdo
con esas decisiones?
– Rece usted porque no le suceda algo así.
Estuve en un barco en el que los pasajeros se
negaron a aceptar el rumbo que decidió tomar
el capitán y exigieron que les bajaran las lanchas salvavidas para regresar al puerto del que
acababan de zarpar.
El capitán sostuvo el trozo de papel con dos
dedos como pinzas y lo volvió para uno y otro
lado. Suspiró.
– Si por lo menos lograra poner en orden
las palabras que aquí aparecen. Pero son demasiados los espacios en blanco entre ellas.
76
– Consuélese. Recuerdo que un capitán
cayó de rodillas apenas abrió el sobre sellado
y se puso a orar por, según él, la gracia concedida de contar con unas cuantas palabras que
guiarse en su viaje. Luego me decía: “Me complace pensar que los fundadores de religiones,
los profetas, los santos o los videntes, han sido
capaces de leer muchas más palabras que nosotros en estos textos casi invisibles, tras de lo
cual seguramente los han exagerado, adornado y dramatizado, pero la verdad es que nos
dejaron un testimonio invaluable para cada
uno de nuestros viajes”.
– Prefiero atenerme a mis limitadas capacidades. ¿Y si le ponemos un poco más de agua?
– Inténtelo. Aunque si lo moja demasiado
corre el riesgo de borrar alguna palabra. Lo
mismo con la saliva, he comprobado que puede dar pésimos resultados. Quizá sea preferible conformarse con lo que tiene a la mano y
no ambicionar más. Concéntrese en algunas
de las palabras que se le dieron, léalas una y
otra vez, búsqueles su sentido más profundo.
Ahí tiene una, por ejemplo, que si la sabe apreciar, debería estremecerlo hasta la médula.
– ¿Cuál?
– ”Constelación”. ¿Le parece poco? Nomás
calcule todas las implicaciones que puede encontrarle. Experiméntelo esta misma noche.
¿O no ha percibido usted el acorde, el ritmo
que une a las estrellas de una constelación?
¿O tampoco ha notado que las estrellas sueltas, las pobres que no alcanzan a integrarse
en una constelación, parecen insignificantes al
lado de esa escritura indescifrable?
– ¡No me hable más de escritura indescifrable, por favor! –dijo el capitán con un gesto de
dolor.
El contramaestre no pareció escucharlo y
miró fijamente hacia el cielo azul, como si sus
Tierra Baldía
palabras vehementes consiguieran ya empezar a oscurecerlo.
– El hombre debe de haber sentido desde
el principio de la historia que cada constelación era como un clan, una sociedad, una raza.
Algunas noches yo he vivido la guerra de las
estrellas, su juego insoportable de tensiones, y
si quiere un buen consejo espérese a la noche
para contemplar el cielo antes de tomar cualquier decisión.
El barco tiembla, crece en velas y gavias, en
aparejos desusados, como si un viento contrario lo arrastrara por un instante a un rumbo
imprevisto.
Aquella noche, en efecto, el capitán ni siquiera intenta dormir (quizá tampoco lo intente las siguientes noches) y furtivamente sale de
su camarote a pasear por la cubierta de proa.
El cielo incandescente, el aire húmedo en la
cara, lo exaltan y le atemperan la angustia que
lo invade. El espectáculo sube bruscamente de
color, empieza a quemarle los párpados. Los
astros giran levemente.
“Ahí tiene una palabra que si supiera leerla lo estremecería hasta la médula”, recuerda
que le dijo el contramaestre.
Contempla el trazo lechoso de la Vía Láctea
cortado por oscuras grietas, el suave tejido de
araña de la nebulosa de Orión, el brillo límpido de Venus, el resplandor contrastante de las
estrellas azules y de las estrellas rojas. ¿Quién
advierte la muerte de una estrella cuando todas
ellas viven quemándose a cada instante? La luz
que vemos es quizá tan sólo el espectro de un
astro que murió hace millones de años, y sólo
existe porque la contemplan nuestros pobres
ojos. ¿Existe sólo por eso? ¿Existe sólo para eso?
El palo mayor del barco deja de acariciar a
Perseo, oscila hacia Andrómeda, la pincha y la
hostiga hasta alejarla.
Tierra Baldía
El capitán quiere establecer y ahincar un
contacto con su nave y para eso ha esperado
el sueño que iguala a sus tripulantes, se ha impuesto la vigilia celosa que ha de comunicarlo
con la sustancia fluida de la noche. ¿Será posible tomar hoy mismo una decisión?
Recuerda algunas de las otras palabras
sueltas del instructivo, algún sustantivo redondo y pesado. Baja la cabeza y reconoce su
incapacidad para descifrar el jeroglífico. Ya
casi no entiende que no ha entendido nada.
Siente que la fatalidad trepa como una mancha por las solapas de su saco nuevo. ¿Renunciar de una buena vez, aceptar que le finquen
responsabilidades, pagar las demandas de los
pasajeros? ¿O seguir, resistir un poco más, trepar los primeros escalones de la escalera de la
iniciación?
Visiones culposas de barcos fantasmas, sin
timonel, cruzan ante sus ojos.
Pero le basta levantar la cabeza y mirar
los racimos resplandecientes en el cielo para
que regrese el fervor. Entorna los labios y osa
pronunciar otra palabra del instructivo, luego
otra y otra más, sosteniéndolas con un aliento
que le revienta los pulmones. ¿Qué otra cosa
somos sino verbo encarnado?, piensa. De tanta fragmentaria proeza sobreviven fulgores
instantáneos. La fragorosa batalla del sí y del
no parece amainar, escampa el griterío que le
punza en las sienes. Sus dedos se hunden en
el hierro de la borda.
Se vuelve y mira hacia el puente de mando. El arco del radar gira perezoso. El capitán
tiembla y se estremece cuando una silueta se
recorta, inmóvil, de pie, contra el cristal violáceo. “Soy yo mismo”, supone. “Tenemos
capitán”. Y es como si en su sangre helada se
coagulara la intuición de una ruta futura, por
más que se trate de una ruta inexorable.
77
sAlvador gallardo (el hijo)
Pequeña rata blanca
Pequeña rata blanca
fuiste la primera en saltar al mar,
ante el presagio de naufragio.
Roto el añoso casco,
entró a mi costado,
con sus corrosivos minerales,
que quemaron mi ya, ardido
el agua salina
corazón..
78
Tierra Baldía
Lluvia
Llueve sobre Venecia
(agua sobre agua).
Una lágrima de mármol
cae hasta mi corazón.
Tierra Baldía
79
Me duele
Me duele la flor que no te aroma,
el cántico del grillo adormilado,
el viento que me duele en el costado
y el dolor que se duele en mi carcoma.
80
Tierra Baldía
Una voz pidiendo auxilio
Desperté, quise levantarme y no pude, no logré ni siquiera mover un dedo.
Había un lucerón de la chingada. Qué jijos de su madre me pasa. Otro
intento por incorporarme y nada; puta madre, quiero saber qué pasa, qué
es lo que me pasa.
Recuerdo que me acosté a las once de la noche, después de ver el noticiario
en la tele, no más, y ahora por qué chingaos no puedo moverme... Oigo la
voz de mi mujer: “–Doctor, mi esposo me dijo muchas veces, que si sufría
un accidente o una enfermedad grave, que lo privara del conocimiento,
no quería que lo conserváramos en estado vegetativo, como a una lechuga–”; luego, una voz de hombre, desconocida para mí, respondió: –”No,
señora, su esposo apenas tiene cinco días privado de la conciencia, y los
monitoreos que le hemos realizado no revelan muerte cerebral–”.
Quise hablar y decirle a mi María que no estaba muerto, que yo la estaba
oyendo, que iba a despertar, a ponerme bien, que no me desconectara;
pero no pude mover los labios, emitir un sonido que demostrara que estaba con vida, fue inútil, lo intenté una y cientos de veces, todo en vano,
como inútil resultó el deseo de mover las manos, los brazos, los ojos.
Todo lo intenté, ni siquiera logré que el corazón aumentara su ritmo para
que lo registraran los aparatos a que me tenían enchufado; permanecí en
cero, en nada, en un pinche vacío de mierda.
Yo agarré una semana de pedo y comilonas; el viernes por la tarde me sentí
mal, traía un dolorón de cabeza, me vino una hemorragia nasal y me
asusté, les dije a mis cuates que me llevaran a casa, antes de eso me bañé
con agua fría y me tomé como tres tazas de café bien cargado. El dolor de
cabeza se me fue aminorando en el camino; cuando llegué, María ya estaba acostada, yo creo que se hizo la dormida para no pelear conmigo; me
fui a la sala de estar, me serví un güisqui en la rocas, me quedé viendo el
noticiero hasta que se terminó y me fui a acostar, eso es lo que recuerdo.
De pronto, un borborigmo: lo oí y sentí en mi vientre un gigantesco pedo
recorriendo mis tripas, gorgoreando veloz en busca de salida. ¡Eso es!,
me dije, será la señal que necesito lanzar para que se sepa que estoy vivo.
Pujé con denuedo, esperanzado en producir uno ruidoso; sentí que mis
tripas sí me obedecían, que una masa de aire abandonaba mi cuerpo,
pero sin el estruendo esperado; luego percibí una fetidez insoportable,
al tiempo que escuché a mi mujer decir: –”Doctor, desconéctenlo por el
amor de Dios, que ya se está pudriendo”–.
Tierra Baldía
81
rAmón claverán alonso
Si tan sólo
– Usted no es el primero que
ha llegado hasta acá a preguntar por el padre, ya han venido
muchos, licenciado ¿o es ingeniero?, ¿qué me dijo que era?–.
– Ingeniero, don Tomás–.
–Bueno, ingeniero, yo creo
que ese hombre es muy importante y poderoso para que
muchas gentes como usted se
tomen la molestia de manejar
cuatro horas por brechas tan
malas y solitarias, para llegar
hasta San Pedro de la Sierra;
antes nadie se preocupaba por
venir a visitarnos.– Dijo don
Tomás mientras servía dos vasos de tequila bajo la sombra
fresca de los árboles del patio
de su casa.
Ramón Claverán Alonso, es nativo de la ciudad de Aguascalientes.
Doctor en Agricultura, ha ocupado altos cargos a nivel nacional y
mundial. Una vez jubilado se ha dedicado a la narrativa.
82
Tierra Baldía
– Lo que sucede en mi caso, don Tomás, es que así como me recomendaron
que viniera a verlo a usted, también me
insistieron que lo viera a él. Esto me lo
dijeron no sólo las gentes de Morelia
sino también las de México.
Me aseguraron todos que el padre
participaba con mucho entusiasmo en
todas aquellas cosas en beneficio de la
comunidad, pero no sabían que ya se
había ido del pueblo.– Comentó el ingeniero reacomodándose en la silla de
tule, todavía estaba adolorido de las
nalgas, después de más de cuatro horas de brincar en brechas pésimas. No
solamente era el cansancio físico que lo
agobiaba, también la tensión a que estuvo sujeto por el temor de encontrarse
en esos parajes, a los narcotraficantes y
también a los que los persiguen; a pesar de las cartas explicatorios que traía
consigo, donde se describía con detalle, el trabajo técnico que haría en San
Pedro de la Sierra.
– Lo que usted dijo, ingeniero, es la
pura verdad; lo que sea de cada quien,
ese hombre hizo mucho por este pueblo, pero también es cierto que nos jodió con ganas. No había cosa difícil para
él, le atoraba a todo como los machos y
lo terminaba bien. Pero, eso sí, la gente jalaba muy parejo con él, no había
quien no cooperara. Yo no sé qué era,
algo tenía, que acababa por convencernos aunque hubiéramos dicho que no
al principio. Eso era con los hombres,
´ora usted imagínese, Ingeniero, cómo
sería con las mujeres que ellas se le ponían siempre de pechito. Lo que ahora sabemos es que no nomás aquí nos
Tierra Baldía
perjudicó, en otros lugares hizo cosas
piores, ¿cómo ve?
Don Tomás hizo una pausa porque
pasó frente a ellos un grupo de mujeres
jóvenes, con niños, que fueron a sentarse en el otro extremo del patio.
El ingeniero terminó de tomarse su
tequila, se limpió la boca y dijo:
– Le repito, Don Tomás, que yo ni
siquiera conozco a ese señor, pero sí
me voy a quedar en San Pedro por una
temporada; me gustaría saber cómo
llegó aquí y qué fue lo que pasó. Por
lo que usted dice, la gente lo quería y
lo admiraba mucho, pero también él se
portó mal con la comunidad.–
Don Tomás encendió un cigarro, llenó nuevamente los vasos de tequila, se
pasó dos veces los dedos por el bigote
y con toda calma continuó:
– Bueno, le voy a platicar la historia desde el principio, mejor que se la
cuente yo y no otra persona, porque se
la pueden contar mal. Aquí en la iglesia de nuestro patrón San Pedro estábamos sin padre, y por más que lo pedíamos a Morelia y hasta a Guadalajara,
no lo mandaban porque decían que no
había padres disponibles, ya nos avisarían. Al fin, un día va llegando el nuevo curita, pero más bien era un curota,
porque estaba muy grandote, güero,
de plano parecía gringo. Los otros curas que habíamos tenido eran prietitos
y chaparritos. ¿Y éste de dónde salió?,
decíamos todos. Muy pronto, se acomodó muy bien en el pueblo, todos lo
queríamos porque era muy buena gente, muy simpático, con decirle que hasta tocaba la guitarra y cantaba. Él solito
83
consiguió mucho dinero para arreglar
la iglesia, la escuela y la plaza. Siempre nos decía que tenía buenos amigos
aquí en Michoacán, en la Ciudad de
México y hasta en Estados Unidos, y a
esos amigos les gustaba mucho ayudar
a la gente pobre; los trajo de visita varias veces, y nos dimos cuenta que eran
ricos o muy poderosos, porque vinieron
en un helicóptero grandote; los únicos
helicópteros que habían bajado aquí
antes eran los de los judiciales. Una de
las veces vinieron algunos gringos, que
nos trajeron a regalar muchas cosas.
Hizo don Tomás otra pausa mientras
bebía medio vaso de tequila y volvió a
tomar el hilo del relato:
– Pero las que más querían
al padre eran las mujeres, hasta dieron por decirle San Martín, porque una vieja dijo que
cuando el padre andaba a caballo era idéntico al santo. Lo
cierto es que yo nunca le vi el
parecido, pero de ahí para adelante, todas las mujeres y hasta
algunos hombres traían medallas de San Martín colgadas en
el pescuezo, que habían sido
bendecidas por nuestro San
Martín de carne y hueso. Todo
iba muy bonito, pero se comenzaron
a saber las travesuras que el Padre andaba haciendo por toda la región. El
desgraciado se había echado al plato
a siete muchachas del pueblo, y a seis
de ellas las embarazó; dos de las perjudicadas son mis hijas, y como usted
puede ver allá, todos los escuincles
son güeros, igualitos al padre.–
84
Don Tomás interrumpió su historia
para señalar con su dedo al otro extremo del patio, donde sus dos nietos y
otros niños y niñas jugaban con un venadito.
– En esta vida todo tiene un límite.
Un día nos hartamos de ese cabrón y
nos juntamos todos en la escuela. Después de mucho alegar, porque aunque
usted no lo crea, había algunos fulanos
que lo defendían. Uno de ellos propuso, que lo correcto era que corriéramos
a las muchachas y a sus hijos del pueblo, porque eran ellas las que habían tenido la culpa y no el padre. A mí se me
subió el coraje a la cabeza y le quebré
los dientes con el lomo del machete.–
– Al fin nos pusimos todos de
acuerdo: decidimos agarrarlo y
colgarlo de un pino inmediatamente. Fuimos a buscarlo, pero
nos madrugó, ya se nos había
escapado al monte. Después
supimos que una mujer corrió
a llevarle el chisme. ¡Así era lo
que las vieja lo querían!–
– Salimos todos bienes armados a
darle alcance, pero el padre era muy
listo y se nos fue. A mi compadre Jesús
fue al único que se le puso a tiro y el
pendejo le falló el plomazo. Si tan sólo
mi compadre le hubiera atinado, no viviríamos tan a disgusto en este pueblo,
y ya nos hubieran dejado en paz los
fuereños.–
Tierra Baldía
nÉstor duch-gary
Simetrías de la vida
Días pasados me encontré con el Dr.
Artemio Alcántara. Hacía tiempo que
no sabíamos el uno del otro y ese hecho contribuyó a la alegría que nos
produjo volver a vernos. Para celebrarlo, decidimos entrar al café El
Barco, situado enfrente de donde nos
encontramos. Se trataba de conversar
un rato con la intención de ponernos
al tanto de nuestras vidas cotidianas y
familiares. Sin embargo, no pudimos
evitar otros temas de interés profesional. El Dr. Alcántara evocó algunas de
las experiencias que le ocurrieron en
los inicios de su carrera. Escribo ahora el recuerdo de lo que me contó en
aquella ocasión. Espero, así, justificar
esta tarde tenuemente gris de principios de diciembre, que no me ofrece
ninguna otra opción más atractiva.
El Dr. Artemio Alcántara, una vez terminadas
las clases en la universidad, en su último año
de ingeniería, había optado por hacer su servicio social en un poblado del sureste del país.
Ahí se encontró con un niño maya que asistía
a las clases de los últimos años de primaria.
Un día ese niño se había acercado a la vieja
estación del tren donde vivía y le había preguntado si podía comentarle algo que él creía
haber descubierto en su clase de geometría.
Artemio asintió y entonces Jacinto le dijo que
Tierra Baldía
en todos los cuerpos que su profesor le había
enseñado, a los que les decían poliedros regulares, si se contaba el número de caras y se le
sumaba el número de los vértices y se restaba
el número de las aristas, el resultado era siempre dos. Y esto era cierto para los cubos, las
pirámides, los prismas...
Artemio se había quedado perplejo ante la
afirmación de Jacinto, porque este niño maya,
en un pueblecito del sureste mexicano, había
enunciado un teorema famoso. Se trataba de
85
uno de los primeros teoremas sobre invariantes de la topología combinatoria. Y recordaba
que la versión más general y actual de ese teorema se asocia con el nombre de dos de los
grandes matemáticos de todos los tiempos:
Euler y Poincaré.
Se dieron otros episodios en que Jacinto
seguía sorprendiendo a Artemio. Ante estos
hechos, Artemio habló con su maestro. Entre
ambos redactaron y mandaron una carta a la
Delegación de la Secretaría de Educación en el
estado. La respuesta tardó algunos meses en
regresar. Además, imponía tal cantidad de requisitos para otorgar una beca a Jacinto que le
permitiese ir a estudiar a la capital del estado,
y sobrevivir durante sus estudios, que, tanto
el profesor, como el mismo Artemio, no abrigaron ninguna esperanza de que algo bueno
saliera de la contestación que recibieron de la
autoridad educativa.
Artemio estaba muy presionado para regresar a la universidad. La doctora Ponce lo
quería ya en la capital para iniciar los cursos
de la maestría en matemáticas, disciplina a
la que Artemio ya había decidido dedicar su
vida profesional futura. Pero insistía en que
antes de dejar el pueblo hizo sus últimos intentos. Habló con la familia de Ja-
cinto, pero eran campesinos pobres, sin ninguna relación con
el mundo de la ciencia y no estaba en sus manos favorecer el
desarrollo del genio de su hijo.
Así, dejó a Jacinto a su suerte y se regresó a la
universidad. En ese momento no se le ocurrió
hacer otra cosa.
Había vivido tiempos difíciles durante
sus estudios de la maestría en México, dado
el rigor y la claridad en los desarrollos de los
trabajos que exigía la doctora Ponce. También
86
la vida había sido dura durante su doctorado
en París, toda vez que, en este caso, a las dificultades propias de su materia se agregaban
las del idioma. Pero aun en estas condiciones
no dejó de subrayar que en sus últimas vacaciones, durante su estadía en Francia, regresó
al pueblito de Jacinto, pero no lo encontró. El
pueblo había cambiado, ya no estaba la estación del tren, la escuela era un edificio moderno, había varios profesores nuevos, pero no
estaba el antiguo profesor de Jacinto. Sólo el
padre sabía algo de él. Le dijo que Jacinto se
había ido con sus hermanos a trabajar al “otro
lado”, pero no dijo mucho más o no consideraba que debiera decir más.
Todos esos hechos le suscitaron a Artemio
un sentimiento de culpa que lo afectaba cada
vez que su recuerdo volvía a esos sucesos. Insistía en que le era difícil aceptar la idea de que
hubiese estado en sus manos la posibilidad de
formar un genio y que la dejara pasar sin comprometerse con firmeza en esa tarea. Sólo el
correr del tiempo pudo mitigar poco a poco
ese malestar que su falta de decisión y su falta
de coraje le depararan. Y en esas estaba cuando le ocurrió el acontecimiento que lo llevaría
a platicarme todo este asunto y a recordar los
tiempos y circunstancias que compartimos en
nuestra juventud.
Hacía unas semanas lo habían invitado a
dar unas conferencias al Instituto Tecnológico de California. Los miembros del laboratorio de matemática experimental tenían
interés en las técnicas de representación visual, que desarrolló como parte de su tesis
doctoral, para el estudio de una amplia clase
de sistemas dinámicos. Fue a California con
su esposa Gaby y decidieron aprovechar la
invitación para darse un paseo viajando en
automóvil.
Tierra Baldía
Todo les salió bien. Las conferencias que
ofreció fueron un éxito e incluso se habló
de una posible estancia post doctoral en el
Caltech. Regresaron paseándose por tierras
californianas, disfrutando de los rasgos arquitectónicos que dejaron los españoles por esas
tierras. Ya cerca de la frontera con México, se
detuvieron en una estación a cargar gasolina.
A punto de reiniciar la marcha, el joven que
los había atendido le dijo: ingeniero, el
número 1729 de las placas de su coche es el menor número que se puede expresar como la suma de dos
cubos: es igual a nueve al cubo más
diez al cubo o uno al cubo más doce
al cubo.
Era Jacinto, moreno y risueño como su padre; no podría ser otro parado ahí bajo el sol
de esa excepcional tarde de finales de otoño.
Artemio y Gaby se habían detenido un momento; Jacinto les comentó que sus hermanos
mayores lo habían invitado a trabajar en la
Tierra Baldía
gasolinera. Le iba bien. Se había casado con
una paisana y tenía dos niños. Finalmente les
dijo que lo esperaran un momento; cuan-
do regresó le dio a Artemio un
grueso cuaderno muy usado,
pero al mismo tiempo tratado
con esmero. No había que decir nada
más. Todo quedaba claro.
Artemio y Gaby regresaron México. Ahora,
el doctor Alcántara está escribiendo un libro
a partir de las notas del cuaderno que le entregó Jacinto, que publicará con el nombre de
Jacinto, y que Jacinto no pudo elaborar por las
circunstancias que he comentado.
En ese momento, cuando me anunció su
decisión de escribir el libro de Jacinto, tuve
la intuición de que el doctor Artemio Alcántara era un hombre feliz. Yo conjeturo que la
felicidad del doctor Alcántara resulta de esa
simetría de la vida que le otorgó el privilegio
de corregir, de algún modo, su pasado.
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aLejandra molina
Carta breve y caritativa a un pintor ciego
Señor pintor:
El camino rojo que lleva a su casa,
esta tarde se ha inundado de ojos.
Todos nadan parpadeando
despreocupados, en las aceras,
y yo,
he ido a buscarle como es costumbre,
mordiendo el asfalto, susurrando silencios
y he tropezado, pupilosamente
entre pestañas necias y puntiagudas.
No lo encontré, pero usted ha estado ahí
pintándole ojos a la calle,
–pues sus escasas riquezas le han privado de lienzos–
y en lo retorcido de mi mente, he pensado
que usted pudiese pintar unos ojos,
sin remuneración.
Yo
me ofrezco como lienzo.
Alejandra Molina Valeria, 7 de diciembre de 1990, cursa el sexto
semestre en la preparatoria de la UAA. Escribe poesía y cuento.
Pertenece al Taller de cuento y Varia Invención, del Salvador Gallardo Topete.
88
Tierra Baldía
iLse díaz
Tardes de juegos y de gatos
Cuando la familia llegó al nuevo departamento, el buzón seguía lleno con las cartas del inquilino anterior. La familia eran el padre, la
joven hija y un gato ronroneador.
Por las tardes, a la hora en que el padre
se sentaba junto a la ventana, con el gato a un
lado y los dos adoptaban una postura muy
similar, y miraban con los mismos ojos, pues
los tenían parecidísimos, la hija se ponía a
leer las cartas que había extraído del buzón
el primer día.
Tardó solamente tres tardes en terminarlas, y en ese tercer crepúsculo, creyendo que
su padre seguía sentado junto a la gran ventana de cara al edificio antiguo del frente, con
el gato al costado, los dos muy parecidos, casi
iguales, ella fue poseedora de todos los secretos del ex inquilino ya perdido en la muchedumbre de una nueva ciudad, quizá del otro
lado del mar. La joven se sintió repentinamente feliz, como hacía mucho que no lo estaba.
Y paralelamente a ese arrebato de plenitud, iluminación, mordedura de alegría, endorfinas en el cuerpo, sucedió que un ovillo
color moka llegó rodando, desenrollándose
desde el salón, hasta la habitación de ella.
Era el ovillo de estambre con el que estaba
tejiendo un suéter para su padre ahora que se
acercaba noviembre, y el mismo ovillo con el
que jugaba el gato por la mañana cuando en
la estufa había huevos fritos y en la mesa café
con leche y croissants, en ese nuevo apartamento tan color de arena, ventana grande para
el padre, zona vieja de la ciudad, barandillas
negras con adornos rococó, no me pregunten
qué piso era.
La hija entonces, extrañadísima, sacada
de golpe de su euforia, salió andando a gatas
de la habitación, siguiendo el dichoso ovillo.
Cuando llegó al salón vio al gato despatarrado en la alfombra persa, tan feliz también con
su miau-miau y su ron-ron, y fue ver como si
Estudió la licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad
Autónoma de Aguascalientes y en la Universidad de Almería. Premio
universitario de poesía “Desiderio Macías Silva” y de cuento “Elena
Poniatowska” en el 2006. Ha participado en los talleres del cielaFraguas. Actualmente es becaria del Fondo Estatal para la Cultura
y las Artes.
Tierra Baldía
89
los ojos del padre se
hubieran instalado
en definitiva dentro
de las cuencas del felino. Esos ojos ahora apuntaba a la ven-
tana abierta, a su ráfaga helada de viento, ya
más cerca los meses fríos.
La joven se acercó a la baranda y quiso ver
allá abajo, en la calle, un charco de sangre y
gente. Se asomó con el temor de verse gritando, llorando, desgarrada y con el temor de la
muerte ajena en la cara, pero no vio absolutamente nada. La calle estaba tan tranquila como
siempre. Sintió solamente el aire helado en la
cara, cerró la gran ventana y buscó el chal.
A partir de ese día ya no quiso leer las cartas que llegaban a su buzón, pues sentía que
era una forma de prevenir futuras desgracias.
Cuidaba al gato muchísimo y le daba la mejor comida; lo dejaba sentarse todas las tardes
junto a la ventana y a veces, echada en el diván, tejiéndole un suetercillo muy a su medida, se concentraba por si acaso se escuchaban
pasos en el tejado o en los tubos de la calefacción que subían por las paredes del edificio, y
un ron-ron o un miau-miau en el que se reconociera el timbre del padre.
90
Tierra Baldía
cAleb olvera
Tristísimo dolor: la sangre
He vivido un dolor que estaba muerto, inserto en lo más muerto
de los desiertos muertos. Que lloraba su invalidez de hombre, que se
extendía enorme bajo el mar del cielo. Entre el cielo y el mar el suelo, y en el suelo
se yergue inmenso, un profundo dolor ya muerto. Un dolor que vuelve
la sangre recinto de espinas y silencios. Un dolor que se sufre
de pie, un dolor que te ahoga en el seno de su pecho mientras juega a los matices
de las palabras, de los nombres. Un dolor que crece sobre su cadera como flor de
pétalos nocturnos. Imposible escapar a este sentimiento, que maldice la vida con
los tonos de esa flor anaranjada sobre el negro de un vientre húmedo, de un vientre
muerto. Es un dolor que escupirá sobre los huesos de una humanidad aciaga, de
una humanidad ya sin sol, sin sed, sin sombra. Es la caricia de las gotas que
caen sobre los labios del desierto, como sobre una piara de cadáveres, es ese
último beso. Sin embargo, mi dolor también es el milagro de la resurrección. Es
como este piano que ya sin cuerdas viaja en silencio hacia adentro. Mi dolor es
como un alarido de huertos, como el hábito de los gatos que se escabullen para
mirar en la penumbra las carnes de doncellas indispuestas. Es un dolor tan viejo
que es alcohólico, tan ancestral que es ateo. Es la voz ante la cual el espacio quiere
huir. Mi dolor conoce de la atracción del sexo de la mujer como tumba. Mujer
alarido, mujer, tristissima mujer que bien podría llamar al viento por
su nombre de pila y que nos invita a cavar profundo entre sus carnes en busca
de rebautizar a dios, con un solo nombre Dolor, o Teresa, da lo mismo. Dolor,
tristissimo dolor, la sangre. Un dolor que en medio del la noche afirma que podría
cambiarse de nombre y que no desaparecerá jamás, que ira en busca de recuerdos
para vestirse de julios y amarillos. Contra este sentimiento ya no
quiero soñar, porque me falta sangre para anochecer,
porque me sobra dolor para gritar, que no me doblegare
y que seré eterno. Que me mantendré de pie al borde de tu cama por los
siglos de los siglos hasta que la pasión se haga trizas.
Tierra Baldía
91
kUrt levi
De un lado a otro
De un lado a otro
he andado
he ido arrastrándome
he ido en avión y manejando.
Aún anhela mi corazón el cielo
con los brazos abiertos
como las alas de un águila.
Identidad desconocida
apenas una pepita de semillas en la bolsa
más allá de la libertad de necesidades
para aprender cómo ser hombre.
Apenas un poquito de sabiduría
antes de que el tiempo acabe.
Judío alemán, huyó de la Alemania nazi y vino a dar a los Estados
Unidos para hacerse de amigos como Ginsberg, Bouroughs y otros
beatniks. Hoy vive en Aguascalientes. Tiene 83 años de edad.
92
Tierra Baldía
El jardín de Frida Kahlo
Uno puede sentir la energía fluir.
Cejas negras
sobre una intensidad que le viene del espíritu.
Bigote de Stalin,
tan negro,
de sonrisa chueca.
Detrás el hombre de gran cabeza,
detrás una masa de cabello blanco,
una filosofía para cambiar el mundo.
Esperanza de libertad
de la esclavitud
y la lucha de clases
que dio comienzo a todo.
La dialéctica de la revolución.
Dos amantes
sin ser opuestos pero sí admirados
trascendiendo las muletas de la vida,
uno para ser muerto
uno para vivir.
La energía aún fluye en un jardín
tan verde.
Entre las hojas que se mecen,
siento
como si aún estuvieran aquí.
Creímos
y deseamos.
Tal vez todo fue una ilusión,
pero fue hermoso.
Después de todo, somos hermanos.
Un recordatorio del esculpido de piedras
de épocas ya muertas
elimina la avaricia
ambiciones y promesas de cielos vacíos.
¿Qué sucedió?
Creímos con la resonancia de la música,
la intensidad del latido de nuestros corazones.
Pero el camino centelleante
de algún modo perdió de vista
a las rosas rojas.
El rugir de un avión
Una realidad presente,
la gente camina y el tiempo pasa
y aun así encuentra su salida
como un gato callejero.
Una belleza en sí misma
para la búsqueda del hombre
de paz
y de amor.
Tierra Baldía
93
Sobre el amor
¿Qué se apodera de mí
cuando te necesito?
Cuando imagino tu cuerpo
siento tus besos
tu cercanía y calor.
Querer tu amor,
estar celoso de tu otro ser.
Tus pensamientos
y tus placeres
con alguien más.
¿Dónde está mi intuición ahora?
Esta necesidad compulsiva de poseer.
Tu necesidad de placer
sin compromisos.
Recibir lo que en abundancia existe
en la carencia,
o en la realidad.
Déjame sentir el ser, sin tiempo
alguno,
convertirme de nuevo
en lo que no es.
De sentir lo nuevo lo que no es,
de sentir dolor,
tener de nuevo, una respuesta a
objetos inanimados
–objetos inamovibles ilusorios–
puedo verlos en abstracto,
casi tan vivido
como la realidad.
¿Realidad de qué?
Del tiempo, la casa, el amor.
¿Qué pueden significar
cuando el tiempo es nada
y yo soy nada?
Perseguir una idea
un sueño
tal vez un nuevo camino.
¿Dónde encontrar la profundidad del
alma o la intuición?
94
Tierra Baldía
Y encuentro en la repetición
espejismos de cuerpos inamovibles.
Tener la noción,
de abolir la maldad externa
y encontrar la paz para todos.
El consumo compulsivo de alimento
para el alma
sanar el ansia interna,
calmar
la inquietud de no tener
riqueza, paz, o a ti,
o una realidad en el amor.
En mi tiempo
tuyo
suyo
o nuestro,
la fusión de lo externo y lo interno.
El alma
o lo que llaman realidad objetiva
percibir lo intelectual
después, yo seré sumergido.
Se completa el círculo.
Hambre sin solución.
Un horno caliente para el niño
hambriento
que mira el plato vacío.
Una serenidad sin sustento,
estómago lleno con todos los adornos
borrados
un paño de sensualidad.
¡Ayuden
aquellos que se encuentren en la
búsqueda!
Los dioses les habrán de perdonar.
Deja que el sol traiga la belleza
intrínseca del ser,
la pureza del amor sencillo
en meditación
para encontrar eso que se encuentra
en el más allá,
es el ahora.
Tierra Baldía
95
aLberto buzali
La cita
“Así mi vida es una fuga
y todo lo pierdo y todo es del olvido,
o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página”.
“Borges y Yo”, J.L. Borges
Hoy decido volver a echar la suerte... tal vez hoy sí me toque.
Llego caminando a las 8:30 de la mañana. Quince minutos antes de la cita, como es mi costumbre. Me instalo en la
mesa del fondo, es la precisa para vigilar su arribo; llegará,
de eso estoy seguro; aunque nunca ha sido muy puntual
supongo que será después de las nueve de la mañana. A
partir de entonces comenzaré a cuantificar su tradicional
tiempo de retraso.
A las 8:50 termino un café exprés cortado. Ahora estoy
más despierto; ¡uf!, qué falta me hacía: a estas horas y sin
café, ni siquiera podía articular palabra, mucho menos sostener una conversación; si es que alcanzo a tenerla... hoy,
tal vez, ni eso. Ya es un cuarto después de las nueve y aún
a solas, a excepción de esta mosca mañanera, pegajosa, que
no me deja; qué tal que salió del baño sucio y viene hasta mi
La página de Alberto Buzali (1949) y su esfuerzo han sido calificados por Alberto Ruy-Sánchez y Juan Villoro, entre otros, como el
divulgador de la cultura en México. Ha colaborado con prácticamente todos los suplementos culturales que se publican en México.
Su trayectoria se resume en el sitio www.lapaginadebetobuzali.com
y agradece satisfecho haber participado en talleres literarios como
los de Hugo Argüelles (qepd), Alberto Chimal y Edilberto Aldán.
96
Tierra Baldía
mesa a dejar excremento de otra gente. Son las 9:29, Roxana
ya podría aparecer en cualquier momento; al menos debería; pero no, soberbia y vanidosa, se tomará más tiempo.
Entonces me descubro allí, cínico, recién llego en mi automóvil. ¡Claro!, ¿cómo podría faltar a esta cita? No me la iba
yo a perder, se trata más de una obsesión que de otra cosa.
Acabo de llegar y me estaciono –suertudo– justo frente a la
cafetería, a unos cuantos metros de distancia donde yo estoy
sentado. Desciendo del auto y busco instintivamente a mi
alrededor: ¡Ajá!, descubro a Roxana que viene caminando.
Me ve, dibuja una generosa sonrisa, acelera el paso y me
planta un delicioso beso en la boca.
Ahora me percato que estoy allí sentado en la mesa, esperando, como un idiota suspendido en el tiempo. Sonrío
en tono burlón y hasta desafiante. Observo a mi alrededor
cuidadosamente y decido largarme de aquí. Ahora sí que
nomás por joder. A manera de despedida no me resisto hacerme una señal obscena anunciando la victoria y guiño
discretamente para ignorarme enseguida. Le propongo a
Roxana caminar rumbo a un lugar distinto. ¿Motivo? –me
pregunta ella con la mirada–. Realmente ninguno, quisiera
decir. Aunque... bueno, ¡pues sí! Me señalo y le comento:
hay un fisgón en una de las mesas, ese güey no nos quita la
vista. Roxana voltea a verme entrecerrando los ojos, protegiéndose con la mano el sol brillante. Intenta identificarme.
Quiero pensar que no puede. Levanto tímido la mano pero
no me reconoce. Yo sí alcanzo a leer en sus labios. ¿Y quién
puede ser el tipo ése? Alzo indiferente los hombros, tomo a
Roxana por la cintura y comienzo a caminar a su lado.
Pago y me voy. ¡Volví a perder!
Extrañamente empieza a llover.
Por suerte estacioné mi carro a sólo unos metros de distancia.
Tierra Baldía
97
aLberto chimal
Equipo celeste
El Astros sorprende en la cancha desde la hora de entrar, porque entra uno solo:
Luis Augusto, el portero, quien ya se ha puesto su uniforme azul y va hasta su
lugar y se afana en calentamientos de lo más raro. Sube tan alto un brazo que
parece a punto de desprendérsele del hombro y salir volando; una pierna se tensa y se relaja, la otra se estremece, la cabeza gira y la cintura también y la lengua
sale y bailotea entre los dientes (–¡El zangolotéyele!– exclama el comentarista
de la televisión), y los once del equipo contrario, por no hablar de los miles de
espectadores en el estadio y los millones en sus casas, se llenan de terror (o creen
que todo es un truco, parte del show, efectos especiales) cuando los arduos pases
mágicos de Luis Augusto logran por fin su cometido y la portería, o más bien el
espacio rectangular que delimita su arco, se ilumina y resplandece con viva luz
blanca, y de ella, como de una niebla, salen uno por uno los Luises Augustos
delanteros, los mediocampistas, los defensas, prestos a comenzar el juego, todos
con el mismo rostro y el mismo cuerpo flaco, duro, listo para correr y correr.
Al rato: –¡Luis Augusto! ¿Qué tal el partido?
– Muy bien, muy entregados... Jugamos muy compenetrados... Tuvimos buenas
llegadas...
– ¿Cómo se coordinan tan bien en el equipo?
– Pues es que somos... como hermanos...
– Oye, ¿y no serán hermanos? –pregunta el otro comentarista, cuando la
transmisión vuelve al estudio- Así como... cuatrillizos... Pero más. ¿No?
Junto a él, la cantante famosa no sabe qué decir, así que guiña y sonríe a la cámara. A su derecha, Juan José Arreola no se digna a mirarla, pero tampoco (pues
ya casi no se invita a narradores ni poetas de su generación a discutir encuentros
de futbol) opina sobre ella ni sobre el hombre, quien justo ahora agrega:
– ¡Oncellizos!
En cambio, levanta un poco su mano derecha y con perfecta dicción, sin tropezar una sola vez, comienza a perorar acerca del libro de no recuerda qué autor
comunista, que postula la idea de infinitos universos simultáneos en los que
cada hombre se repite hasta la eternidad. El comercial entra antes de que pueda
terminar, pero en los vestidores, lejos ya de toda otra mirada, los Luises Augustos platican y se cuentan historias (u once veces una misma historia (o casi una
misma historia: salen siempre los mismos personajes, los mismos lugares, pero
de un Luis Augusto al otro varían los detalles, las tribulaciones, la tristeza y la
alegría de los finales)).
98
Tierra Baldía
eDilberto aldán
Último resto del naufragio
Madre me toma de la mano, aprieta, con la tenaza de sus dedos me
apura a cruzar la calle, me está
diciendo que no pare. Corremos
sin precaución, apenas fijándonos
en los autos que no aminoran la
marcha y dejan en la espalda un
golpe de aire premonitorio. Alcanzado el camellón, ella aprieta
aún más, me está doliendo pero
no digo nada porque sé que no
es el momento (me ha enseñado
a descifrar esos instantes en que
sólo necesita mi compañía sin
voz), aprieto los párpados para
soportar, no quejarme, mantener
el silencio.
Unos cuantos carriles nos separan de irnos para siempre. Sobre
el camellón de la avenida le estamos dando la espalda al mundo,
a casa, a él, sobre todo a él que es
todo eso quedando atrás.
Edilberto Aldán. Lector y mentiroso consuetudinario.
Tierra Baldía
99
Al frente, apenas un paso, no distinguimos la forma de los autos que
van, como nosotros, a otra parte,
lo único cierto es el sonido con que
aplastan los charcos que dejó la lluvia sobre el pavimento y el agua salpica nuestras piernas.
Estamos en medio de todo sin movernos, dejando que las cosas pasen,
en espera, eso significa la dureza de
su cuerpo, la espalda recta, el galope
de la sangre que es el pulso vibrando en el cuello y la indecisión del siguiente paso que planta sus piernas
en el camellón, esa aspiración a roble de quienes se quedan detenidos
mucho tiempo en un solo lugar.
La observo, busco su mirada para
obtener el permiso de hacer preguntas, para saber que al decir algo,
cualquier cosa, estará dispuesta a
responder, pero sigue con la mirada
fija en las luces de las casas al otro
lado de la calle.
Al fin se da cuenta que está conmigo, que somos dos los que no
echarán raíces en ese camellón aunque esperemos ahí la eternidad, sin
mirarme también se da cuenta de la
presión de su mano en la mía, de
cómo se ha ido cerrando en puño
sobre mis dedos, que me lastima.
La siento temblar en el intento de
un gesto distinto, un abrazo quizá;
inútil, llevarlo a cabo es tanto como
pedirle que al fin se decida a cruzar
la calle o explique qué hacemos a esa
hora de la noche, ella con una bolsa
de pan en la mano y en la otra yo
mismo en pijama.
100
El impulso de explicar cruza su
mirada, vibra en el latir de su pulso que se funde con el sudor de mis
dedos apretujados, una tenaza desmañada, pero no se vuelve palabra
o movimiento. Me mira, desde la
distancia de su altura aún mayor
que la mía, me observa detenidamente, entreabre los labios, pasa la
saliva, incluso impulsa hacia delante el rostro, pero apenas y brota un
hilillo de palabras que no alcanzo a
distinguir.
El murmullo la sorprende, esperaba algo más que esa hebra confusa.
La estremece una furia que va creciendo desde el centro del pecho y
hace que suelte la bolsa de pan. Eso
es todo lo que alcanzamos a traer de
casa, una bolsa de pan que miramos
descender sobre la calle mojada con
el abandono de una pluma. La bolsa se estrella en el camellón con un
ruido seco, rápido se vence el papel
y las piezas de pan se desbordan.
Como si esa fuera la señal se anima al paso siguiente, ahora corremos
hacia la otra acera, abandonamos las
piezas de pan, las migajas, la bolsa de
estraza deshaciéndose en un charco,
a nuestra espalda también la casa, él,
todo va quedando atrás.
¿A donde vamos Mamá? No alcanzo a preguntarle. Ella tiene treinta años, me lleva de la mano, en silencio. Sigue lloviendo.
Tierra Baldía
gUillermo vega zaragoza
Zoología poética
Before I sink
into the big sleep,
I want to hear
the scream of the butterfly...
James Douglas Morrison
Esto es lo que entiendo:
Para ser poeta
tienes que convertirte en un animal,
adoptarlo como tema,
sin importar que sea el más deleznable,
el más traicionero, el más terrible,
el más salvaje, el más ponzoñoso,
el más desgraciado, el más ingrato,
el más amargo.
Guillermo Vega Zaragoza (México, D.F., 1967). Es escritor, periodista y maestro universitario. Es autor del libro de cuentos Antología de lo indecible (Plan C Editores/fonca/conaculta, 2004), que
obtuvo mención honorífica en el Premio Nacional de Cuento Efraín
Huerta 2001. Sus cuentos han sido incluidos en diversas antologías
del género, entre las que destacan Los mejores cuentos mexicanos, ediciones 2002 y 2003, publicado por Joaquín Mortiz/Planeta.
Recientemente Editorial Fridaura le publicó el poemario Desde la
patria del insomnio, al que pertenece este texto.
Tierra Baldía
101
Conozco tantos poetas como animales.
Un cocodrilo, un tigre,
una zorra, una pantera,
un maxmordón
(no es un animal, pero como si lo fuera).
O puedes ser un dinosaurio,
una cebra o una llaga
(llaga dije, no llama, pendejos),
un animal con el costado herido.
Pero yo escojo ser el más ruin de todos,
del que todos huyen,
al que todos temen,
del que nadie habla,
el que al final se queda siempre solo.
102
Tierra Baldía
jOsé antonio alvarado
XIII
El tío Francisco
con la bicicleta de medio turismo
todavía entre las piernas
cambió la búfalo por una saeta
más ligera decían
pero no tanto como la 38 súper del panadero
Tanta rabia por revivir el vientre enmohecido
de una mujer oscura
La tormenta intentando lavar las heridas
calle abajo navegando el tardan
iba buscando auxilio
nadie daba crédito
se abrió la cabeza en la caída
José Antonio Alvarado, Zacapu, Michoacán, 1943. Ha publicado
varios títulos reunidos en el volumen Algo ha quedado desde entonces (Ed. Gobierno del Estado de Michoacán). Profesor Investigador
de la umsnh.
Tierra Baldía
103
decían los curiosos desafiando la lluvia
No recuerdo si era viuda o
como dicen en el pueblo
señorita quedada
mancillando el orgullo paterno
No se sabe si apuntó intentando
borrar de la memoria
la imagen que sin la mínima gala
pasaba el día envuelta en un suéter
de preuso bajo el mandil ceniciento
Así supe lo que es crimen pasional
hubo quien dijo
que el panadero debería estar alegre
porque alguien atrevido
hizo vibrar un sexo
reducido a la caricia solitaria
Y no faltó
quien refiriera relaciones incestuosas
que hicieron crecer el odio
para asechar al rival
oculto en la maleza
104
Tierra Baldía
XV
Envidio la sabiduría de las hormigas
para anunciar tormentas
ellas seguramente supieron con Noé
de los viernes exactos que duraría el diluvio
No sé si este suelo me llegó envejecido
o los viernes se me muere un poco entre las manos
polvo mohoso
que ahuyenta a los fantasmas
cuando la vieja se santigua
Siempre supe que los viernes
no son días de guardar
menos de comunión
son días de levantar los pájaros muertos
que buscaron encontrar refugio
atrás de los cristales
son días de abrazarse a su cadáver
Tierra Baldía
105
mArio alonso
Murmullos
***
Una hermosa lata en su
alocado aluminio
un objeto luminoso
una lata estéril ya
en el borde
febril
de la nueva carretera central cincuenta y siete
kilómetro treinta y dos
Un auto destrozado
un hombre
Una hermosa lata
reciclable.
Mario Alonso. Nació en Guadalupe, Nuevo Léon, en 1959, nacionalizado potosino, se formó en el taller literario de Miguel Donoso
Pareja, quien desde ese momento reniega de haberle conocido.
Forma parte de la generación de los Poetas silvestres, del cual es
miembro destacado y único ideólogo. Tiene un taller literario llamado, no si cierta pomposidad, “Manuel José Othón” desde 1989.
Trabaja en la Secretaría de Cultura de San Luis Potosí, donde es
responsable de planes y programas culturales. Desde el año 2005
organiza el Festival Internacional de Poesía abbapalabra.
106
Tierra Baldía
***
El hombre es un animal modesto. Se levanta, come, lee, corre, corta,
sangra, bebe.
Ama a sus hijos y los ajenos. Ama a su mujer. Ensambla, enhebra, ensarta, envidia, suspira, engendra, engorda.
Hace sinfonías, cenizas, estatuas.
Se enternece al enfermar su gato, suda, seda, sueña.
A veces, escribe.
***
que no era mío,
Bajo sus ramas toqué alguna vez un labio
bajo sus aleros percibí levemente cercanías de tormenta, bajo sus
dientes pude ver toda mi ceniza,
la razón del homicidio, su tumulto.
Bajo sus ramas volví muchas veces a seguir soñando
nuestra primera
derrota.
la dicha del mundo,
punteando soledad adolorida,
Tierra Baldía
107
mArtha favila
Las lavanderas
Como una iluminación, al bajar la calle
profundidad:
frescura, sombra de mezquites,
lavaderos.
Corre la vida desde un cubo
de cantera donde nace,
en medio de la sequedad,
la bendición del agua.
A lo lejos, músicas de campo, de acordeón,
se encuentran
en el viento, chocan,
se mezclan con el sonido de la ropa
restregada contra la piedra.
Martha Favila (Durango, Dgo., 1962), ha publicado textos poéticos,
reseñas y entrevistas en diversas revistas literarias y suplementos
culturales del país, y los libros de poemas Después de la lluvia (Centro Queretano de Escritores- Gobierno del Estado de Querétaro);
Imágenes para coleccionar en el colectivo Creció el mediodía (Col.
El Ala del Tigre, unam) y Estancias (Fondo Editorial de Querétaro).
“Las lavanderas” forma parte del libro, en proceso de edición, La
superficie del día.
108
Tierra Baldía
Un ritmo monótono
genera la blancura de la sábana;
el vaivén de torsos femeninos
anima el resplandor
del día común
en la holgura de su centro.
Cubetas de plástico
chillante con sus cargas sucia y limpia
ofrendan los pies de las mujeres.
Somos los invasores de la calma,
de la levedad del agua, del brillo
de las nubes que forman
el jabón y el roce de las telas.
Las mujeres friegan, exprimen,
sacuden, evitan la presencia extraña.
Sin movernos, por segundos
entramos a otro tiempo;
se acorta la distancia
entre el instante ritual
de las lavanderas en su acto de amor
y la sorpresa en nuestras caras.
Tierra Baldía
109
mIriam perales
Cuatro poemas
Avaricia III
Guardar una moneda
que se esfuma al respirar
Envidia I
Me corroe
habita en mí
el solo deseo de pensarlo
transforma esta piel
todo lo quisiera
lo merezco
y lo apetezco
voy a hurtadillas
armando este sueño
suyo alguna vez
ahora sólo mío
Miriam Perales, San Luis Potosí, 1977. Actual becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de San Luis Potosí, miembro del
Taller Literario Manuel José Othón.
110
Tierra Baldía
Por mí púdrete
de envidia
no mereces menos
Yo
simplemente
tomo el fruto
habitante de tu boca
y lo disfruto
Gula I
Entrada
Ensalada de labios a la vinagreta
Bebida
Cristalina
Espumosa
De plato fuerte
Pechugas tiernas
Acompañadas de alcachofas
Bañadas en leche
Como postre
Plátanos machos
Manzanas
Al final los comensales
vuelven a empezar
Tierra Baldía
111
hasta el último eructo
hasta su último jadeo
Ira VII
Un viaje
La oscuridad nauseabunda
Un toque nada más
Oquedad entre falos
Sin voluntad
El muro lamentó su dureza
Le arrebataron el carmesí
de los labios
mientras le cortaban
112
Tierra Baldía
pAloma mora
Marino en casa
Me gusta ver cómo te vuelves barco de madrugada,
cómo extiendes y eriges el cuello,
los brazos, los senos, las piernas, los dedos,
tus aldares reciben un soplo y te arrastran, te vas.
Yo faro te lleno de luz y camino
en esta miríada abreviada de sal.
Ambos dejamos los ojos sin luz y sin sombras,
sin ruido y con olas,
escuchando el respiro del eco
del roce de peces, de agua y de ti.
Una tormenta cae de una nube plateada y pequeña
más pequeña que tú,
recae calurosa en tus velas tan negras
que peinas para no naufragar.
Apresurada me buscas,
(o buscas salvarte)
reconoces el suelo de mi abra extendida,
y con tus luces de barco parpadeas y suspiras
para anunciar tu llegar.
Pero sé que ya has vuelto
y lo sé porque huele a calor,
a la brisa empeñada de poseerte el aliento.
Al final mi rostro de faro se inclina
a tu cuerpo de barco, y ambicioso
sin seña,
de madrugada,
Paloma Mora. (México, D.F., 1977) Licenciada en Letras Hispánicas,
realizó estudios de maestría en Lingüística Aplicada. Becaria del
feca 1988. Gusta de traducir a Pavese y leer a Enrique Lizalde, Ana
Ajmátova y Pessoa.
Tierra Baldía
113
te comienzo a embarcar.
Equis:
No, no me he visto pero sé que mi rostro se ha vuelto absurdo, la maldad
me sale por la piel y todo por la pinche soledad. Todo porque dejaste tus
aretes negros y no me atrevo a tocarlos (pues me siguen gritando bestialidades desde la mesa).
Pero tú sólo me dices que se me pasará, que tome un café y unas pastillas, que duerma, que me suicide, que de alguna manera a tus odios se los
llevará la nostalgia, pero yo te espero.
Te angustia.
Rubén.
P. D. Perdón por las gotas de café.
Ésta ya se durmió, sólo quedamos la tinta, los fantasmas y yo, yo que me
cansé de padecerte. No quisiera terminar así la historia pero, ¿qué hacer
después de que me enfrentaste todos los espejos?
Lorena de los ojos chicos, del cabello chico, ya no crezcas o vas a terminar pisándolo todo. Lorena de niña, Lorena de joven, Lorena dura y
andrógina.
Entonces me quedo como invocación, entras al cuarto y me miras escondido en el closet, llorando; me dices con desprecio que sólo has venido
por tus aretes.
-No, si regresaste es por mí que soy tu guía.
-Vine por los aretes, te digo.
-Yo no te he pedido que te los lleves.
-Pero sé que lo harás, tarde o más tarde te molestarían.
Alguno te ha llamado desde otro infierno y así como llegaste, te vas; destruyendo.
– Aplausos –
El comediante mira las seis manos que le aplauden, se quita las lágrimas y sale, piensa que mañana habrá mas gente, será quincena y fin de
semana, le cambiarán el nombre a la obra y cree que algo de lo que dijo
pudo ser cierto.
114
Tierra Baldía
rEgina kalach atri
Fragmentos de un poemario
IV
Quieres unos labios carnosos y oscuros. Como los suyos pero que no
sean de nadie. Labios llenos. Fuegos. Comer desde las comisuras,
lentamente. Labios que sólo sean labios. Boca sin dientes. Quieres
serte en esa boca de nadie.
V
Tan en tu piel.
Te duele estar ahí. Tan ahí.
Te gustaría hacerte agua, gota. Resbalar. Tierna. Agua salada, azul aguamarina.
Espuma. Te gustaría elevarte, rasgar velos, velas. Una nube. Te gustaría no ser tanto, pero tu cuerpo ansía labios. Comerte al otro, ser
devorada. Anhelas estar donde has estado sin estar. Y tus
deseos chocan, se enfrentan cada día. Si pudieras romper el yugo de
tu sangre y sus llamados, si pudieras tenderte al sol e irte secando.
Volar como ceniza o regresar a la espuma. Al mar, a sus sonidos. De
la brisa recogerías un rumor, una palabra. Deseas tan sólo
aspirar la presencia del amado. Él te volvería a llamar. Irías por siempre atada a un nombre. Un nombre que no sabes qué significa,
a una mirada que se esfuma, a una voz que al cabo de algún
rato se destempla, a un ser que nunca ha terminado de encarnar
y tú persigues.
Regina Kalach Atri es madre, esposa y poeta. Tiene en prensa su
segundo poemario.
Tierra Baldía
115
rOdrigo romo cardona
Prosa de la piedra
La orilla de una orilla en una playa se desprende de sí en arena al viento
y revela los surcos de un designio que observo fascinado, labrándose en
la palma de mi mano.
Una veta en la piedra, partículas de nada, restos del mineral originario,
soy uno entre un todo y ese todo soy yo.
Soy un grano de sal disuelto en el océano.
Habito el punto ciego en el ojo de Dios.
Futuro
Hay un lugar pendiente –cono de luz suspendido en la noche
en el que yacen los acontecimientos que aún no han sucedido.
Donde podrás decir: vi el casco de un barco encallado en el desierto
y el hueso de un mamut desenterrado,
vi regresar al bosque -como un prodigioso canto que se elevauna tercera generación de mariposas migratorias
que no lo conocían.
Un paraje del tiempo que será construido eligiendo un camino sobre
otro
y aun sobre otro más.
Un ensueño profundo, como el rumor del trote de caballos. Una idea
fija
o remota. Una simple palabra que promete.
Rodrigo Romo Cardona. Poeta y comunicólogo. Nació en San Luis
Potosí en 1972. Tallerista del Instituto Cultural de Aguascalientes
desde 1991. Su obra se encuentra dispersa en publicaciones locales
y nacionales.
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Tierra Baldía
rUbén chávez ruiz esparza
Bijou
[Los pechos de piel] la espalda de piel las voces de piel los
dientes ya limpios. Torres suicidas sus dedos de madera. La
luna con gorro de dormir. Incendiada en el vientre abismal.
Las alas de los cisnes. Brazos gigantescos de grúa. El silbido
de las guadañas.
[Que nos oriente un grifo] si habrá tierras secas. Levamos costas a millares. Una humareda hierve los pulmones. El juguete. Apenas si oyes respiración. Entra viento y luz. Vamos a
descansar sobre tu nuca. Ahora. Esta tarde que empieza a
amanecer.
[Nos apostamos a llegar tarde] Después de la ambulancia y
los autos sacramentales. Unos instantes más y alcanzamos
la escena como caballitos. Las miradas salen locas de furia.
Cuán indecentes son algunos rostros. Nos dicen. Y morimos
muy tranquilos.
[Una lenta circulación] de martes y jueves. La batalla se lleva a otra parte. Nos da pena retener prisioneros. Echados a
suertes. El 1º volverá a casa. El 2º no volverá. El 3º perdido.
A causa de esa incorrección nos degradan a nubes rasas. Las
estrellas esos animales de artificio. El triunfo en definitiva
no es para nosotros.
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[Sufre el ojo un alfa privativa] ese alfiler no deja dormir. Ahí reside el apuro de tantas noches. La impericia. Cincuenta pasos
que no bastan. Dentro de la cabeza está el cuerpo. Te repites.
No se haría del rogar. Si embargo vas a ser padre. Tal es la
urgencia.
[Me escuchaba pronunciándola] y seguía todo en silencio. El
cuarto de las provocaciones. El rincón precipicio de la fe.
Tuve frío. Tuve que responder por ella. Aún así supiste jugar
al escondite. Aún quema esa llama. Guardándole su presa al
miedo.
[Andará a zancos el puente venidero] las ciudades cubiertas
ahora de nubes y aeroplanos. Te nacen horas de alerta. Severas reflexiones. Qué esperar. A que el aire pase por los poros.
A qué. Como de una boca a otra. El mundo dé la mano a sus
munditos.
[En obsequio de canciones] el cielo humea. Risas asilo. Monte
imantado. Me quema y se apaga en mi boca. Donde alimento
con trozos de espejos los cascarones del día. Un bosque talado
bajo esas cejas azules. Nubes rojas que habita un Dios airado.
[Separación de tierra y aguas] he aquí la llave estrella fugaz
peineta de labios verticales. Ciruela sensible. En tan pequeño
corazón. Barca desplegada cometa. Levamos pies. Vencidos
una vez más. De rodillas ante una luna siempre llena.
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bEnjamín valdivia
No sólo de pan
No sólo de pan sino de cosas imposibles
vive el hombre.
Mastica un esplendor
con avideces dignas de mejor destino.
O bien la sombra de un suceso,
adolorido más que un tango,
lo rumia en su rencor
carrascaloso
e indecente.
Deslizado —mas ruin—
navega su barcaza.
Lo simple es su alimento superior
porque no sabe de otra.
Aquí lo veo andar medio desnudo
creyéndose ferviente la leyenda
de que sigue siendo el rey.
Roídos los mendrugos
ya no tiene signos vitales
con los qué presumir.
Porque el diablillo
se lo lleva del secreto.
Y en un traspié que nadie se esperaba
se escuchan unas risas
más tardíos
del infierno.
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Perduración bañada en lo terrestre
A dulces jicaradas de mercurio
baño tu piel
en este espacio sin sentido.
Ah, la tenue prisión
de ser
con plena libertad.
Lúcido el interés de la ambición:
por eso salgo
hacia lo descampado de esta estrella
todo entregado
y tomo posesión
de cantos que se aroman alhelíes
de los que más prefieres.
La fuerza temporal
—la que me queda—
se ocupa en
la melodía
que revela tu estar.
Espeto a la embestida
de nuestra finitud
hilvanar
el cancelarnos lo eterno.
Pero mientras perdura y es la hora
del baño con el agua de este cielo
no nos pesa la cierta incertidumbre
ni el espectro
del mal.
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