631 SIGNOS DEL TIEMPO ¿LA ULTIMA VICTIMA? Las elecciones norteamericanas y la crisis de las democracias (larlos Na tu Ion Victoria Demócrata El amplísimo triunfo del Partido Demócrata en tas redemos elecciones parlamentarias de Estados Unidos. parece evidenciar que han sido los Republicanos las úflimas víctimas del asunto Watcrgale. En efecto, tan vasto ha sido el exilo de los Demócratas que les ha permitido controlar ambas Cámaras, de modo tal que el Presidente Ford ha perdido el lerdo constitucional necesario para insistir en las leyes rechazadas por el Parlamento o anular por la vía del velo las aprobadas. Al mismo tiempo, han obtenido las nueve gobernaciones más importantes del país. Ha sido ésta, además, unn amarga derrota personal para Ford, quien empleó toda su influencia y prestigio para evitarlo. El predominio político Demócrata viene desde la gran depresión de fines de la década de los años 20 y principios del decenio 1930: pero, claro esl:i. nunca había alcanzado, en el orden parlamentario, los niveles de este año. La larga presidencia del segundo Roosevell y el gobierno de Truman permitieron al Partido Demócrata cubrir una época que fue desde 1932 hasta 1952. fecha de la victoria di Risenhower, candidato republicano; pero cuyas dimensiones políticas y humanas iban mucho más allá que el partido que le nominó. En 1961) John Kennedy logró continuar la línea Demócrata, haciendo lo mismo Johnson en 1964: pero la crisis vietnamita, actuando como detonante de una bomba constituida por varios oíros elementos, decapitó la hasta entonces triunfal carrera del lejano e impidió su reelección. Así, en 1968 se produjo el primer éxito presidencial de Nixon, notable, pues todo anteriormente hacía predecir que era un hombre politicamente acabado. En 1972 fue reelegido por la votación más ¡ilta alcanzada jamás por presidente alguno en los Estados Unidos. La ¡trroüadora victoria de Nixon en 1972. sin embargo, no condujo a un éxito parlamentario Republicano, sino que coexistió con la de los Demócratas en ambas Cámaras. Varios analista-- señalaron este hecho, único también por las enormes diferencias que separaron los resultados de las elecciones para los Republicanos en el orden presidencial y en el parlamentario. El triunfo Demócrata de 1972 no fue sino la continuación de otros anteriores. En efecto, pese a que en se produjo una ^preciable avance Republicano, no lograron ésios arrebatar al Partido Demócrata su control parlamentario. En 1968, tampoco el éxito de Nixon condujo a un cambio en esta situación. Las elecciones de "medio período" de 1970 profundizaron el predominio Demócrata en las dos Cámaras. Algo más que Watergate Explicar la victoria Demócrata de noviembre último como el sólo efecto del escándalo de Watergate, es señalar no más que una d: sus causas, sin duda la más inmediata. La realidad es que esas elecciones se inscriben en un vasto drama político, humano y social de r--la.li». Unidos, del que son apenas una mínima parte. Cuando durante su campaña electoral el contendor de Nixon, el Demócrata McCiovern, calificó a! gobierno de aquél de ser "el más corrompido en los dos siglos de gobiernos norteamericanos", muchos pensaron que eran juicios injustos y aún los más enconados enemigos de Nixon estimaron que "eran apenas justificados", como lo señaló Reston en su crítica a la campana del Demócrata. Los hechos posteriores, sin embargo, demostraron que McGovern no estuvo tan equivocado. El propio Reston tuvo que reconocer, en medio de las apocalípticas revelaciones ijuc iban surgiendo a medida que el escándalo de Wateryate crecía como un tumor maligno, que "ahora existe una corrupción brulal y relevante en la política norteamericana; una apatía moral y una confusión espiritual en nuestra tierra". Es que Watergate puso de relieve una situación política tan grave que ha hecho peligrar "la totalidad del sistema que sustenta la forma democrática del gobierno norteamericano", como lo señaló el historiador Arihur Link. describiendo ese "affaire" como "la más grande crisis moral de la presidencia de los Estados Unidos". No se trató sólo (con ttidn lo grave que ello es) de un Presidente que deliberadamente engañó al pueblo y empleó medios éticamente ilícitos y cuyos principales colaboradores demostraron no saber distinguir entre el bien y el mal en los términos más simples, no deteniéndose en espiar y robar, sino que quiso colocarse por encima de los otros poderes del Estado y de la 632 5ÍÍ imagen sigue penando opinión pública. Fue su arropante voluntad anular lodos los controles políticos y moratel que el sistema democrático, en lo que tiene de más auténtico y verdadero, levanta para impedir los excesos de un poder que quiere carecer de límites. Por eso su corrupción fue tan grande: pretendió icncr un poder tuM absoluto y éste corrompe absolutamente. Durante los últimos cuatro años sobre todo, el Presidente Nixon había instado en que e! Congreso era demasiado insistente y vigilante; que los tribunales eran demasiado tolerantes con las lilíertades públicas, en cuanto interpretaban cada vez más ampliamente los derechos constitucionales de los ciudadanos; la prensa, la radio y la televisión, en extremo curiosas y apresuradas en sus análisis de l:i actividad presidencial. El gobierno de Nixon no sólo hablaba de revisar el equilibrio de poderes, sino que procedió a afirmar su autoridad amenazando con aplicar nuevos métodos de moralización; proponiendo nuevas leyes para penar con mullas y/O cárcel a los funcionarios federales que entregaran documentos calificados di- M-cretos a la prensa y :i cualesqtaer periodista que los recibiera o utíSzala; prohibiendo a MIS empleados prestar declaraciones ante el Congreso, ni siquiera sobro presuntos delitos, sin autorización del Presidente; en íin, prometiendo éste, después de haber designado cuatro de los nueve miembros de la Corle Suprema, que durante los próximos años continuaría nombrando en el poder judicial a personas que compartieran su propia filosofía jurídica. Fue^ en esl» atmósfera enrarecida y contra este telón de fondo de un gobierno tan lleno de la arrogancia del poder qu: lendía a hacerlo absoluto, en contradicción con el espíritu de la democracia, que se recortaron los escándalos de ¡a. renuncia del Vicepresidente Agnew y IÍLS acusaciones de soborno de Tom Connolly; la depresión económica y la crisis energética. Cuantío a mediados de octubre de 1973 Nixon designó a Gerald Ford como sucesor de Agnew y cuando el nuevo Vicepresidente asumió la Presidencia luego de la renuncia de aquél, un suspiro de alivio brotó del cuerpo mismo di la nación, pues se pensaba que Ford, por MI vida política anterior, respondería a la necesidad de una ética política. Sin embargo, cuando a principios de septiembre de este año, el mandatario extendió a Nixon un perdón irrestriclo y aún anticipado (en cuanto la clemencia presidencial abarcó aún delitos todavía 00 conocidos), pareció que sus enfáticas anteriores afirmaciones de que la renuncia de Nixon no estuvo condicionada a semejante acto, perdieron credibilidad. Ahora la victoria Demócrata, que rompe, por ve/, primera, por lo absoluta que fue, el relativo equilibrio entre ambos partidos, con todas sus imprevisibles consecuencias, coloca, a Ford en una posición nada confortable debido a su declarada voluntad de postular a la Presidencia en 1976. Es este conjunto de hechos y no sólo Watergate lo que provocó el triunfo parlamentario de los Demócratas. Victoria, por lo demás, cargada de incógnitas, por su magnitud inusitada; por lo gravemente que compromete los años restantes de Ford y porque el partido del éxito carece de un claro líder o. lo que es lo mismo para el caso, tiene muchos aspirantes a la Presidencia, es decir, a recoger una cosecha producida por tan variadas y conflictivas semillas. Nixon y Watergate, los detonantes Sería en extremo injusto el silenciar que la mayoría de los elementos de esta crisis existían ya desde mucho ames üe Nixon y Watergate. Ambos hicieron el papel de un detonante de esos factores pre-existentes. F.n efecto, la tendencia al poder absoluto se hizo evidente bajo Johnson. Recuérdese que si Nixon insistió en su derecho a bombardear Camboya sin previa aprobación del Congreso, aquél actuó muchas veces de idéntica manera después de 1965 en lu guerra vietnamita. La sustancia del escándalo de los llamados Documentos del Pentágono no fue otra que el engaño de que el Presidente Johnson hizo objeto al pueblo norteamericano y del modo carente de ética con que usó una autorización del Congreso obtenida con ardides. Una grave crisis política y moral tiene que afectar a EK. UU. cuando, en rápida sucesión, se mata a un Presidente: se asesina a personas como Kobert Kennedy y Luther Kiny: s; utiliza la violencia como usual arma política (Wallace. paralítico desde el atentado de mayo de 1972. es un ejemplo viviente de quien cae victima do los propios métodos que fomenta); su capital se convierte en "la capital de! crimen" (así la describió Nixon no hace mucho üempu) y las camparías electorales, en 633 un "bis bussincs" del cual quedan excluidas las personas que no pueden hacer frente a los gastos cuantiosísimos que elhis representan leu abril Je 1972 eí contendor de Nixon dentro' del Partido Republicano, Paul Mac Closkey, se retiró aSegando esa imposibilidad). Es fin. el drama etii. más vastamente considerado aún, en t¡ue son política y moralmente incompatibles hi conducta imperial del puní poder en el exterior, la tesis de que el fin justifica los medios y la tendencia al absolutismo del poder en el interior, con los ideales democráticos que constituyen la base del sistema norteamericano. Es en esta incompatibilidad en donde se encuentra la raí/, del drama que ha costado la vida física a un presidente y la vida política de dos. Por eso es válido y patínenle preguntarse: ¿será Nixon la última victima de estos apocalípticos hechos? Una crisis más amplia Es indudable que los sucesos norteamericanos se inscriben en una crisis más amplia, que parece afectar, en mayor o menor grado, a todas las democracias occidentales. Todas ellas, en efecto, con sus más y sus menos, pasan por un corredor eriz-ado de dificultades económicas, políticas y sociales, de las que son evidencias gobiernos inestables, inflación creciente, terrorismo, violencia desatada, desconfian/;i en el sistema de valores del que salieron esos regímeaes, "La y r. ni tragedia de las democracias —ha escrito Maritnin— es que aún no han realizado la democracia", lis verdad. Durante largos años (y esto, sin duda, a causa de las, circunstancias históricas en que el régimen democrático nació a la vida mundial) el énfasis se ha puesto mucho más en los aspectos políticos que en las dimensiones sociales y económicas de la democracia. Ello es bien visible en el campa de la educación, cuya democratización es tan lenta que mientras entre 1962 y 1967 el número de estudiantes universitarios en los seis países que entonces constituían la Comunidad Económica Europea aumentó en un 70%, los de extracción obrera aumentaron en sólo 9 % : en Alemania Federal, mientras en el período 1967/1968 el porcentaje de universitarios hijos de obreros era del 7.6%. entre 1971-1972 progresó nada más que al 11,7%. Hechos como éstos conducen a paralizar o desnaturalizar la democracia. Frente a las carencias de las democracias. Hitler auguró su fin y habló de "las podridas democracias liberales.". Su nuevo régimen (que iba a durar mil años) extirparía de raíz esos males. Para superarlos y para erigirse en nuevos modelos políticos, se levantaron también Oiiveira Sala?;ir, Franco y mus de algún dictador en el Tercer Mundo. Detrás de la "cortina -de hierro", las "democracias populares" pretendieron sustituir "la legalidad burguesa". Resulta ejemplarizado! y elocuente destacar los rebultados de estos regímenes. El saluzurismo se derrumbó no sólo sin superar las corrupciones democráticas que denunciaba, sino que sin dar siquiera un poco de justicia social, Ln la España de Franco nadie parece saber •i ciencia cierta a quién y cómo se va a producir el trusp;iso de sus poderes absolutos. Las dictaduras latinoamericanas —para referirnos sólo a nuestro continente— pasaron sin pena ni gloria (¿Quién recuerda hoy el "cesarismo democrático" que Pérez Jiménez pretendió levantar como modelo alternativo frente a la democracia?). Las •"democracins populares", en fin, si han dado más justicia social y desarrollo económico, lo han hecho, en medida apreciíible, a expensas del progreso político y del ejercicio real de los derechos humanos. Así pues, la crisis de los valores democráticos —que implican un climn de libertad personal, elecciones lihres, régimen de multipartidos, un sistema economice» que opere en favor de la mayoría de la población y una organización social i)ue acreciente la actividad y la responsabilidad individuales y la solidaridad colectiva— hace extenderse el campo de !a opresión, de la conversión de ios ciudadanos en autómatas conformistas, del "capricho del déspota", como decía Shakespeare. Consciente o inconscientemente esto es percibido por los pueblos, debido u un hecho capital de la historia moderna: su toma de conciencia de que nadie puede sustituirlos en su genuina y natural función de gobernarse a si mismos. Y el despotismo ilustrado, la dictadura del proletariado, el cesarismu democrático, la dictadura con respaldo popular y todas las demás teorías míe sutentan una especie de "tiranía saludable", como las ha calificado Jouvenel, no son otra cosa que una creencia de que el pueblo todavía está constituido por menores de edad a los cuales hay que conducir bacía un destino que no es capaz ds elaborar ni menos alcanzar por si solo. Por eso en medio de la indudable crisis que afecta a las democracias occidentales, y pese a ella, los pueblos S2 han esforzado por liberarse de las tiranías (se crean o no "saludables"). Y es así como han caído los regímenes de Salazar, de los coroneles griegos y el imperial de Etiopía, recientemente. La actual crisis de las democracias recuerda la que sufrieran entre las dos guerras mundiales. Fue superada con nuevos contenidos y practicas políticas que las enriquecieron en relación a etapas anteriores. Lo propio, me parece a mí. sucederá ahora, porque es el único régimen perfectible y en la medida en que va realizándose a si misma, se rescata de los errores que la afligen en su desarrollo histórico concreto. Por eso, tengo confianza en que la democracia norteamericana, en lo que tiene de más auténtico y verdadero, no será la última víctima de Walcrgate, sino que encontrará en estos penosos sucesos una oportunidad de superación.