La mirada cervantina de un maestro

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La mirada cervantina de un maestro:
Isaías Lerner
(un homenaje a las Novelas ejemplares)
José Manuel Lucía Megías
Presidente de la Asociación de Cervantistas
1.
Es difícil no comenzar con una imagen al hablar de Isaías Lerner. Con
una imagen que, en este caso, más tiene que ver con la lectura, con la
imaginación que con la realidad. Una imagen, que como uno de los cuadros
que tanto gustaban al maestro, detiene el tiempo hasta convertirlo en símbolo
de una época, crea redes de miradas que se multiplican en la pluma incisiva
del lector, que se salen de la tela para convertirse en diálogo permanente,
en guiño cómplice con el pasado. La imagen tiene que ser urbana. Una
imagen de calles interminables y de aceras en continua construcción. Una
calle llena de balcones, de ventanas y de alguna que otra puerta entornada.
Una calle bulliciosa, llena de caminantes que se saludan al pasar aunque no
se conozcan, donde las sonrisas se despliegan con la prontitud de los paraguas, segundos antes de las primeras gotas anunciadoras, de los encuentros
fortuitos y de las lecturas y las vivencias compartidas. Una calle donde los
coches parece que circulan, y solo lo parece, pues en realidad son fotografías,
imágenes de otra época que el recuerdo devuelve con las primeras gotas de
lluvia. Solo interesa el camino, la acera, el caminante en medio de ella con
un libro en la mano. Con cientos de libros, en realidad, rondando la cabeza
de nuestro caminante; un caminante con una sonrisa instalada en el balcón
de sus ojos, lecturas que van trenzando redes invisibles que se mezclan con
las líneas del libro que ahora lleva bajo el brazo, y que intenta proteger de
los golpes cotidianos de las prisas de toda gran ciudad. Pero el libro no se
cae. No podría nunca caerse, pues está atado a la red protectora de las lecturas compartidas, de los análisis de cada una de sus palabras, de los giros
inesperados que el caminante ha conseguido desentrañar después de horas y
horas de lectura y que ahora giran en su cabeza como un torbellino a punto de
explotar, a punto de convertirse en gotas de tinta que darán lugar a una nota
a pie de página, a un comentario certero, a la pista necesaria para despertar
del sopor de la ignorancia a tantos estudiantes que han pasado y pasarán
por su magisterio. El caminante sonríe. Lleva tatuada la sonrisa en su cara.
Una sonrisa de diálogo, una sonrisa de lecturas y de escrituras, una sonrisa
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hecha río en la calle, que todo lo inunda porque es una sonrisa solar. Una
sonrisa que se levanta siempre victoriosa por detrás de las nubes negras de
la ignorancia y del olvido. Y camina. El caminante hace lo que sabe hacer,
lo que mejor sabe hacer: camina. Y caminar es vivir. Y caminar es leer. Y
caminar es discutir, dialogar con los textos y los otros caminantes que un día
también tropezaron en las mismas aceras, que también llevaron sus libros
bajo el brazo amarrados con las cuerdas de sus propias lecturas, que también
se cruzaron con otros anónimos lectores que un día, por aquello del vuelo
caótico de la mariposa, terminaron compartiendo un café en la esquina febril
de cualquier lectura, de cualquier artículo o congreso.
Y es curioso que hable de sonrisas y de balcones de miradas, pues en la
imagen el caminante está de espaldas. Caminando más allá de nuestro horizonte. Allá siempre por delante, como sus lecturas, como sus diálogos con el
pasado, como las preguntas pertinentes que son el inicio del conocimiento.
Hace tiempo que el caminante sabe que en la vida lo importante es ser capaz
de plantear las preguntas adecuadas y no perderse y fracasar en la búsqueda
de respuestas, que no son más que una quimera, un sueño, una fantasía.
Y así dejamos que el caminante se haga cada vez más pequeño, más y más
pequeño. Y a medida que le perdemos en el horizonte de las perspectivas, a
medida que le confundimos con otras espaldas con las que se cruza, a medida
que su sonrisa solar va dejando un resplandor cada vez más débil, la fotografía
de los coches y el bullicio de los atascos y de las bocinas, los frenazos y los
suspiros desesperados de los conductores se hacen cada vez más presentes.
La fotografía, como por arte de tiempo, cobra vida y ahora somos lo que
siempre somos, lejos de ese momento de paz que el caminante ha dejado
a su paso, con sus lecturas, con sus comentarios, con esa red de preguntas
que inunda su pensamiento. Pero antes de perderlo, antes de saber que en
cualquier otro momento volveremos a encontrárnoslo en una esquina y que
compartiremos con él el paseo creativo de un nuevo comentario en la calle
del conocimiento, antes de saber que esta imagen es cíclica y que volverá a
nosotros como la pertinaz humedad de la calle que imaginamos y en la que
vivimos cotidianamente, tenemos un último segundo para mirar el libro, ese
libro que lleva el caminante en la mano. Ese libro de tapa negra y en dos
volúmenes. Ese libro que dibuja en blanco la imagen de una caballero sobre
su rocín, un caballero que parece estirarse, buscar los límites de la página
para ganar el cielo, para perderse en el cielo lluvioso de las lecturas. Ese
caballero que un día se llamó don Quijote de la Mancha según lo imaginara
el genial Roberto J. Páez, y que hoy bien podría llevar el nombre de Isaías
Lerner. El mismo caballero, el mismo caminante que ahora se pierde en el
negro del horizonte, que se vuelve letra, pensamiento, mirada cervantina y
pregunta que a todos nos reta. Ahora y para siempre.
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2.
“La gitanilla invita desde el título mismo al estudio del elemento
marginal y su función dentro de la narración. ¿De qué manera se
presenta este elemento de la trama, qué función representa y cómo entra en
relación sintagmática con el resto del discurso? Al equilibrar los datos del
referente histórico social que cada lector aporta en su lectura, con los paradójicos sucesos del relato, la novela parece proponer un cuestionamiento de
los lugares comunes históricos y literarios” (Lerner, 2005a, 290).
De la mano de esta pregunta programática, del análisis del texto con
que Cervantes encabeza su serie de Novelas ejemplares, nos adentraremos
en la mirada cervantina de Isaías Lerner, en la capacidad de “cuestionar los
lugares críticos”, que fue una de sus batallas, que sigue siendo una de sus
enseñanzas más reconocidas.
Retrocedamos al principio, el comienzo de todo. El inicio de las Novelas
ejemplares, el inicio de su análisis, la voz del narrador que parece, y solo
parece, hablar de verdades por todos aceptadas. Volvamos a deleitarnos, una
vez más, con el texto de Cervantes, a paladear cada una de sus palabras:
Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser
ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para
ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo
ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos como acidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte.1
Y al leer el relato cervantino podemos creernos que partimos de una
“verdad” que nos llevará a una historia novedosa pues nunca antes hasta
entonces una “gitana” había protagonizado una obra literaria. Una obra que,
si se sigue el guion de la trama, parece que se acomoda a lo expresado en
este primer párrafo, y se correspondería a lo que un lector de la época esperaría de un relato de gitanos, es decir, un relato de engaños, de robos y de
falsedades: “falsas denuncias, jóvenes nobles que eligen la vida aventurera
tras el atractivo de un amor imposible, reconocimientos finales de padres
e hijos distanciados, lances desdichados, destierros por obligación y huida
por montes…”. Pero bajo esta apariencia de un relato tradicional, Cervantes,
desde la primera palabra, ha entretejido una serie de contradicciones, que nos
conduce al corazón de la ejemplaridad de la novela: “cuestionar verdades
aparentes y códigos aceptados”, según nos recuerda Isaías.
Y así este código, esta verdad aceptada (e impuesta desde los grupos
dominantes), comienza a ser atacada en su base desde el inicio de la propia
novela: desde el diminutivo del título “la gitanilla”, y desde ese “parece que”
1 Cito por la edición de Jorge García López, Miguel de Cervantes, Novelas ejemplares, Barcelona,
Crítica, 2001, p. 27.
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con que comienza el relato. Nada en Cervantes (como nada en la mirada
cervantina de Isaías Lerner) es inocente, prescindible:
Así, la novela se inicia con un comentario del narrador sobre la condición
tipificadora de los gitanos según el estereotipo marcado por los grupos
dominantes: su natural inclinación al robo. Estos comentarios, empero,
quedarán limitados exclusivamente al plano de la enunciación o a los párrafos resumidores de la trama, siempre secundarios respecto de los episodios
que organizan el relato. No es casual, pues, que este primer comentario se
inicie con la expresión modal de duda “Parece que” (Lerner, 2005a, 290).
Y a partir de este hilo, a partir de este “parece que”, que es la muestra
lingüística de la duda, de la contradicción de aquello que se tiene por “verdad”
y que se impone como una única mirada a la sociedad del momento (y a los
lectores venideros de las obras literarias que fraguan y en las que se apoyan),
Isaías Lerner irá proyectando una nueva mirada a la novela cervantina con
el cometido de desentrañar el complejo juego narrativo (e ideológico) que
el autor complutense despliega en su obra. Juego de contrastes, juego de
contradicciones, juego de críticas, y juego de cuestionamiento de la realidad
del momento, apoyado por las dudas sobre todas las leyes y costumbres
literarias habidas y por haber.
Y así se destaca la enorme contradicción entre las continuas menciones de
la codicia de la abuela (que vendría a apoyar la opinión general del “parece
que” del tono crítico inicial de la obra), y “la más arriesgada y generosa
muestra de desprendimiento y falta de codicia” que ofrece cuando “encuentra
su redención al acusarse del rapto de la hija de los corregidores, aunque le
vaya en ello la vida, por asegurar, en cambio, la felicidad, sin recompensas
para ella, de su nieta” (291).
En la contradicción de las críticas a los gitanos, que son tenidas por verdades y derramadas como tales por el narrador y algunas voces significativas
dentro de la obra, La gitanilla se construye en “paradójico contraste” entre
lo que se dice sobre los gitanos y sus acciones, que son todas ellas virtuosas:
“Los gitanos son los más fieles guardianes de un secreto” (293).
“son los gitanos los que darán el primer indicio de caridad verdadera en el
relato al recoger, hospedar y curar al paje perdido en el monte y atacado
por los perros” (293), tal y como lo expresa el propio Cervantes, jugando
con los dos planos en que se articula el relato, que no son otros que el de
las “verdades recibidas” y las “verdades vividas”: “Veníos con nosotros que,
aunque somos gitanos, no lo parecemos en la caridad”.
“Frente al desorden emocional de la Corte, la firmeza y honestidad deben
buscarse en los aduares, en la vida gitanesca que no sabe de celos, traiciones
ni crímenes” (296).
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Pero la mirada cervantina de Isaías Lerner para desenmascarar el “paradójico contraste”, que es “un rasgo permanente del relato” no se detiene tan solo
en el plano de las tramas narrativas, sino que se abrirá a otros distintos, como
la propia figura y función del narrador que “aparece hábilmente variada o
desplazada de su tradicional papel informador en varios segmentos del texto,
para volver a asumir, en armonía con el resto de los elementos del discurso,
su función característica al final de la novela” (296). De este modo, frente
a la posición “tradicional”, el narrador sufrirá una serie de desplazamientos
en su función a lo largo de la historia, mostrándose más acorde con la visión
“vivida” del relato que con la visión “recibida” de la ideología oficial, e
incluso contradiciendo lo que previamente se ha defendido:
Llegose a él Andrés, y otro gitano caritativo -que aun entre los demonios,
hay unos peores que otros, y entre muchos malos hombres suele haber algún
bueno-, y entre los dos le llevaron (ed. cit., p. 80).
¿Y qué decir de Preciosa? Frente a las dudas que el narrador va dejando
en el camino de su presentación y primera descripción, sembrando de sospechas su identidad:
“Crió una muchacha, en nombre de nieta suya”
“Y a los quince años de su edad, su abuela putativa la volvió a la Corte”
“Llamávala nieta, y ella la tenía por abuela”…
Lo cierto es que Preciosa contradice estas dudas (como la de su incapacidad de “deslustrar su rostro ni curtir las manos”) con su propias palabras,
con el entramado lingüístico con que Cervantes la presenta, con que el lector
la hace vivir en las páginas del libro, como recuerda y pone de manifiesto,
una vez más, la mirada cervantina de Isaías Lerner:
Sin embargo, en el plano de los usos léxicos, en las figuras retóricas que
emplea, Preciosa parece identificarse con los modos expresivos más cercanos
a los imaginados para el aduar. Frente a la lengua de Andrés, o a la del paje
poeta, la de Preciosa aparece como la más popular en el léxico, la menos
elaborada en la sintaxis y la más libre en los usos de fórmulas. (299)
De esta manera, al terminar el relato nada es lo que era, nada es lo que
parece, y el “paradójico contraste” se ha instalado en la mente del lector.
Ese “parece que…” del inicio ha explotado, y ya nada de lo que viene detrás
de él puede sostenerse como una verdad incuestionable. Y así no puede
extrañarnos la coda final con que el narrador –una vez más en uno de sus
típicos desplazamientos- termina la obra, recordando el único robo descrito
en el texto, que no lo hace un gitano si no que lo trama Juana Carducha,
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deslegitimando, por último y de manera definitiva, ese “parece que” todos
los gitanos son unos ladrones:
Olvidábaseme de decir cómo la enamorada mesonera descubrió a la justicia
no ser verdad lo del hurto de Andrés el gitano, y confesó su amor y su culpa,
a quien no respondió pena alguna, porque en la alegría del hallazgo de los
desposados se enterró la venganza y resucitó la clemencia (ed. cit., p. 108).
Todo parece volver a su orden. Toda la luz vuelve al relato y la convención
sigue siendo el límite en el que se mueve Cervantes. Un límite que desplaza
hasta espacios insospechados. Pero límite que siempre respeta, como nos
recuerda la mirada cervantina de Isaías al final de su trabajo:
El final convencional, de tranquilizadores descubrimientos e igualador de
linajes ordena, en el plano del relato, todo lo que tenía que ordenarse para
que se cumpla la ejemplariedad de las convenciones y para que, en la recreación, “el afligido espíritu descanse. (301)
3.
“Quiero decir que en Las dos doncellas también se cumple lo que
me parece ser uno de los rasgos que dan una unidad fundamental a
todos los textos cervantinos: la persistencia de temas y estructuras en constante estado de variación; la incesante exploración de variantes de conflictos
o de propuestas narrativas similares, como el mejor modo de entender la
realidad que adquiere la imaginación en cuanto la expresa la literatura”
(Lerner, 2005b, 325).
Si el diálogo de la obra cervantina con su tiempo es esencial, no lo será
menos con el resto de su producción. Obras que dialogan, obras que permiten
mostrar algunos de los rasgos propios del taller del escritor Cervantes, que
nos lo iluminan, siempre tras la mirada cervantina de Isaías Lerner.
Las dos doncellas ha sido considerada desde una parte de la crítica como
una de las obras menores de Cervantes, sobre todo en esas taxonomías
empobrecedoras de dividir las novelas ejemplares entre las que son de tono
o de tipo idealista, o italianizante o de aventuras, frente a las realistas, “más
cercanas a lo que se considera el modo de narrar cervantino” (323). Pero es
otra la mirada de Isaías Lerner, la mirada que ahora me gustaría destacar:
volver a colocar al texto y su complejidad de fuentes, visiones y relaciones
para poder comprenderlo, para poder leerlo:
Creo preferible que el crítico-lector, desprendido de obsesiones taxonómicas,
deje que el texto mismo salga en su defensa para justificar su inclusión en el
conjunto no como relleno de último momento de una narración descartable
sino por méritos artísticos de los que Cervantes estaba seguro. (324)
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De este modo, Las dos doncellas puede leerse como una recomposición
y variación de un episodio de la primera parte del Quijote, el rico y complejo entramado narrativo de los amores de Luscinda, Cardenio, Dorotea y
Fernando, que ahora tendrán su espejo y su corolario en los de Leocadia,
Marco Antonio, Teodosia y Rafael. ¿Cuál es el paso adelante que quiere
dar Cervantes con esta obra? Así lo deja escrito Isaías Lerner: “Creo que la
crítica ha prestado poca atención al interés de Cervantes por crear situaciones
aparentemente irreversibles o extremas en los conflictos amorosos” (329).
Una situación que en la novela cervantina (frente a lo que sucede en El
amante liberal o en el citado episodio del Quijote) se complica, al ser los
cuatro personajes de la misma clase social. De este modo, solo en la lectura
cruzada de los textos cervantinos es posible adentrarse en la riqueza de
lecturas de los lectores coetáneos de la obra, en los complejos propósitos
defendidos por Cervantes en cada una de sus obras, tanto en sus líneas argumentales como en la importancia que le presta a las cuestiones lingüísticas
(e incluso de hibridación genérica, con la importancia que se le otorga al
diálogo, en claro puente hacia el teatro):
¿Qué queremos señalar con este paralelo? Simplemente que con Las dos doncellas estamos ante un texto que se escribe en el momento del mejor ejercicio
de narrar de Cervantes y no ante una malograda novela corta olvidable.
Que uno de los principios que guía su escritura es la exploración de diversos empleos de recursos retóricos semejantes en diversidad de situaciones
narrativas y que esta exploración supone siempre variación, experimentación
y mutación con una serie discreta y voluntariamente de elementos. (331)
¡Qué lejos nos lleva la mirada cervantina de Isaías Lerner! ¡Qué ricas
y creadoras las propuestas de una nueva lectura, de moverse por la riqueza
literaria de un Cervantes, más allá de las clasificaciones, de las taxonomías!
Cervantes que crece cuando se lee en conjunto, en diálogo continuo con su
obra, con sus obras, con las obras de su tiempo.
4.
“Me propongo en este trabajo llamar la atención sobre un aspecto
de la representación que aclara, en el texto cervantino, la pluralidad
de alusiones culturales, y del carácter intertextual que enriquece, con reminiscencias claras para el lector competente, la complejidad semántica de un
pasaje descriptivo” (Lerner, 2005c, 314).
La obra, por fin, entendida como un universo. Cervantes liberado de la
isla de la genialidad a donde fue exiliado por el cervantismo del siglo XVIII,
donde es encarcelado por muchos estudiosos en la actualidad. Cervantes
como hombre de su tiempo que se dirige a los lectores de su época, que
comparte lecturas y visiones, imágenes que, rescatadas ahora del pasado,
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permita iluminar pasajes de la obra, en este caso El amante liberal. Un
último ejemplo de la mirada cervantina de Isaías Lerner, esa que permite
sacar sus obras del pozo absurdo de lo único o de las leyes innecesarias de
las taxonomías… ¡dejemos que los textos hablen! ¡Adentrémonos, como
hace Isaías, en sus detalles para comprender la grandeza de su propuesta, la
genialidad de su ambición literaria!
La escena que se analiza es la descripción del primer encuentro de Leonisa
y Ricardo en el palacio del cadí. Un análisis de las “necesidades de focalización” de la descripción para comprender el mensaje de cada escena, los
juegos literarios que Cervantes pone en juego para conseguir su propósito.
Y así, si en la primera aparición de Leonisa después de su “falsa muerte”, el
narrador ha focalizado su atención en la descripción de su rica indumentaria
–que realzará su belleza, causa de su compra por sus enamorados postulantes-, ahora será otro el interés, que se centrará en los “elementos gestuales”:
Estaba Leonisa del mismo modo y traje que cuando entró en la tienda del
Bajá, sentada al pie de una escalera grande de mármol que a los corredores
subía. Tenía la cabeza inclinada sobre la palma de la mano derecha y el brazo
sobre las rodillas, los ojos a la parte contraria de la puerta por donde entró
Mario, de manera que, aunque él iba hacia la parte donde ella estaba, ella
no le veía. Así como entró Ricardo, paseó toda la casa con los ojos, y no
vio en toda ella sino un mudo y sosegado silencio, hasta que paró la vista
donde Leonisa estaba (ed. cit., p. 141).
La posición de la cabeza apoyada en la mano, el brazo sobre las rodillas
permite relacionar esta representación con la imagen de la Melancolía. Isaías
Lerner concreta la función y la maestría de esa elección: “Cervantes prefiere
crear un momento icónico, resaltar el valor de escena de este punto en el
relato y valerse de recuerdos pictóricos para traducir el modo más inmediato el estado interior del personaje” (316). Si la tristeza inicial de Ricardo
se ha convertido en lamento oral ante las ruinas de Nicosia, la tristeza de
Leonisa se mostrará a partir de un referente pictórico. Imagen al servicio
de la descripción literaria.
El análisis de un detalle le lleva al maestro a criticar el uso y abuso
taxonómico de las novelas ejemplares como si fueran islas en la obra de
Cervantes y de su época. Todo lo contrario: para poder comprender los
textos cervantinos –y las novelas en particular- se hace necesario ampliar la
mirada, insertar a Cervantes en el tiempo en que escribió, en los referentes
culturales, literarios y pictóricos que compartía o que poseían sus lectores:
A riesgo de repetir una verdad que por demasiado sabida se tiende a descuidar, conviene tener en cuenta que todo esfuerzo de clasificación de las Novelas
ejemplares y de los textos cervantinos en general debe prestar consideración
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especial a la complejidad del sistema cultural desde el que Cervantes ofrece
su modelo de realidad. (319)
5.
“Estamos, pues, ante la búsqueda de un equilibrio de elementos narrativos para dar vida a personajes que deben admirarnos, convencernos
y, sobre todo deleitarnos con sus palabras y acciones. Y en esta difícil combinación de elementos es en la que Cervantes se muestra insuperable en su
época” (Lerner, 2005b, 329).
En la mirada cervantina de Isaías Lerner, las Novelas ejemplares vuelven
a ocupar el puesto central del que nunca debieran haber salido, para perderse
en clasificaciones y taxonomías que hablan más bien de nuestro universo
cultural que en el que le vio nacer. Unas clasificaciones que entienden a un
Cervantes que va aislándose de su tiempo hasta transformarse en una “isla
literaria”. Nada más lejos de la realidad. La obra cervantina, como toda obra
de un autor genial, admira por ser hija de su tiempo, en diálogo creativo
con la literatura y el arte de su tiempo, de la tradición en que se inserta, y
a la que Cervantes busca sus límites, sus fronteras, sus posibilidades. Un
arte que huye de las “imposiciones” y las “reglas”, como también lo harán
muchos de sus personajes, las tramas en que se insertan y en las que viven.
La mirada cervantina de Isaías Lerner, en la que se muestra un maestro
como el propio Cervantes, ya que a un tiempo nos admira por la complejidad
y la exhaustividad de su análisis, como nos convence pues llega a hacernos
cambiar de opinión después de su lectura, sin dejar de deleitarnos y dar
contento, tanto por lo que nos cuenta como por la forma de hacerlo.
6.
(coda final). En una esquina, casi en el olvido. En una de esas esquinas
de cuento o de poesía, en una esquina de encuentros inesperados, de
pronto, el caminante se da la vuelta. Así sin haberlo previsto, sin haberlo
imaginado. Sin indicios. Sin avisos ni propagandas. El caminante que no ha
dejado de hacer lo que mejor sabe hacer, lo que siempre ha querido y quiere
seguir haciendo: caminar y caminar. Caminar en las lecturas. Caminar en
las letras y en la escritura. Caminar en las interpretaciones, siempre dejando
que los textos hablen, que se expresen, que encuentren su espacio en nuestra
memoria y conocimiento. Caminar entre las palabras, en las aceras levantadas
de las columnas no siempre rectas de los diccionarios. Caminar y caminar.
Caminar sin dejar de mirar todo con la admiración, el convencimiento y el
deleite de la primera vez. De esa que sigue siendo para siempre la primera
vez. Y el caminante se ha dado la vuelta, durante tan solo unos segundos, y
nos ha iluminado, una vez más, con su sonrisa solar. Esa sonrisa que ilumina
cada uno de sus escritos, esos que hacen más transitables, más humanas las
laberínticas calles del conocimiento, esas calles interminables, llenas de
aceras en continua construcción.
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Bibliografía
García López, Jorge, ed., 2001. Miguel de
Cervantes, Novelas ejemplares. Barcelona:
Crítica.
Lerner, Isaías, 2005a. “Marginalidad en las
novelas ejemplares. La gitanilla”, Lecturas
de Cervantes, Málaga: Universidad, pp.
289-301.
Lerner, Isaías, 2005b. “Teoría y práctica de la
novela: Las dos doncellas”, Lecturas de Cervantes, Málaga: Universidad, pp. 323-39.
Lerner, Isaías, 2005c, “Aspectos de la representación en El amante liberal”, Lecturas
de Cervantes, Málaga: Universidad, pp.
314-21.
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