Mi nombre es María Magdalena Calva Ramírez. Nací en el estado de Hidalgo; la sexta de diez hermanos, estudie en escuelas públicas, no había otras. Mi niñez fue muy tranquila, con mucho tiempo para jugar y divertirme. Lo más fascinarte era cuando acompañaba a mi madre al río a lavar la ropa, porque no había agua potable en casas, solo una llave pública en la esquina de mi casa pero solo podíamos apartar el agua indispensable para los alimentos y el aseo de la casa. El fin de semana el río se llenaba de familias, mientras las madres lavaban la ropa, los hijos nos divertíamos nadando. A la hora de la comida hacíamos fogatas para calentar los alimentos, mi madre compartía su comida hasta con gente que no conocía y terminábamos saboreando los platillos de los demás. Yo tendría como seis años. Me encanta el olor de los berros porque tienen el aroma del río de mi pueblo. Cuando ingresé a la preparatoria, esperaba aprender algo diferente, que me diera una dirección, a que me iba a dedicar el resto de mi vida. Pero no fue así, era como cursar el cuarto año de secundaria, los mismos compañeros, las mismas materias, y a excepción de la maestra de inglés y el de química, los demás ya me habían dado clase. Cuando yo estudiaba era la única opción, dos años después inauguraron el CBTIS. Soy muy inquieta, me gusta hacer cosas nuevas y estar con gente interesante de la que puedo aprender. Escuche en la radio un comercial de CONAFE es el Concejo Nacional de Fomento Educativo. Una institución que capacitaba a egresados de secundaria para que fueran a dar clase a las comunidades rurales. Era una buena opción para hacerme cargo de mi misma y conocer otras personas. No fue cosa fácil convencer a mi padre, tenía ideas muy machistas, decía que si quería el titulo para colgarlo en la cocina. Solo porque era la consentida me dejó llegar a la preparatoria, creo que saber que mi educación ya no le costaría, fue lo que lo convenció; porque tendría un pago mensual y además tendría una beca para cursar el bachillerato. Acredité el examen de admisión, y recibí capacitación en verano. La escuela donde me mandaron era hermosa, era la única construcción que daba señales de vida en la comunidad, las pocas casas se perdían entre los cerros y los árboles; el municipio estaba a una hora caminando, no había transporte, era un lugar árido lleno de cactus, donde se veía vegetación era a la orilla del rio. No había agua potable, ni luz, asistan a la escuela 15 alumnos de primero a sexto y poco a poco se fueron integrando más, hasta que tuve treinta alumnos en una comunidad de 150 habitantes. Yo tenía 16 años, no sé cómo pero pude asumir mi papel con mucha responsabilidad, el juez y yo éramos la máxima autoridad. Iba por un año y me quedé tres. No fue fácil adaptarme a la vida de la comunidad se carecía de todos los servicios. Todo me cambio, dormíamos a las siete y despertábamos a las cuatro de la mañana, para preparar el almuerzo, para los que se iban al campo, a sembrar o a pastorear, la comida era exquisita porque se cocinaba con leña, yo molía el nixtamal para las tortillas y ayudaba al aseo. Las personas eran muy generosas, con una calidad humana enorme, cada día aprendía algo nuevo. Lo más importante que aprendí fue a dar sin esperar nada a cambio, ahí supe lo que era la humildad, aprendí a ser agradecida, valore lo que mis padres me daban. Mis padres conocieron la comunidad hasta el tercer año de estancia, mi padre lloró porque decía que era muy valiente para vivir en esas condiciones y que sería un ejemplo para mis hermanas. Me dio mucho gusto porque después él mismo motivaba a mis hermanas para que estudiaran y dejo de pensar que las mujeres debían prepararse solo para ser amas de casa. Despedirme de la comunidad fue muy triste, mis alumnos no paraban de llorar y los padres de familia me dieron muchos obsequios, desde huevos, hasta la gallina, una maseta, en fin cualquier cosa que representara una parte de ellos. Me gradué como técnico en contabilidad, yo quería ser contador público, y estudiar en el Politécnico, donde uno de mis hermanos se graduó como contador público. Pero desgraciadamente una de mis hermanas que estudiaba en el CBTIS falleció y mi padre me pidió que no me fuera hasta que mi mamá se recuperara, así que entre a trabajar en el CBTIS como auxiliar contable y más tarde fui contralor, busque otras opciones para continuar estudiando, ingrese a estudiar la licenciatura en Relaciones Industriales en el Instituto Tecnológico de Tlalnepantla, era la escuela que me quedaba más cerca, y el horario de clases me permitía viajar diario del estado de Hidalgo y seguir trabajando. Me case hace 22 años, radico en el D.F. porque mi esposo es oriundo de aquí, fue director del CBTis donde trabajé en Hidalgo. Tengo tres hijos, dos varones de 20 y 9 años y una pequeña de 15 años; de los grandes regalos que dios me dio y que me llenan de orgullo y satisfacción. Yo quería estudiar en el IPN y lo cumplí, ingresé en el 2004 a estudiar la carrera de Relaciones Comerciales, ya con mis tres hijos y trabajando como docente en el CETis No. 56. Estudié una maestría en Administración de negocios, Soy socia fundadora de una empresa de publicidad que creamos con tres de mis compañeros, yo me encargo de la coordinación de las campañas promocionales, les trabajamos a otras empresas igual de publicidad. Trabajé en la Universidad Tecnológica de Netzahualcóyotl dando clase a la primera generación de licenciatura en Ingeniería de negocios y Gestión Empresarial; no continué ahí por la distancia. Hace cuatro años cumplí otra de mis metas, quedarme en mi alma mater la ESCA Santo Tomás a dar clases; primero como maestra invitada y hace dos años como docente titular. Hoy puedo decir “Gracias a la vida que me ha dado tanto” MARIA MAGDALENA CALVA RAMIREZ