63((&+ 'LVFXUVRGH5RPDQR3URGL ³+DFLDXQDQXHYRHVStULWXHPSUHVDULDO (XURSHR´ Instituto de Empresa 0DGULG)pYULHU Es para mí un gran honor recibir el diploma de MBA Honoris Causa del Instituto de Empresa. Y me complace especialmente porque el Instituto desempeña un papel importante en el fomento de la cultura y de la iniciativa empresarial en España. El Instituto es sin lugar a dudas uno de los líderes europeos y mundiales en el ámbito de la iniciativa empresarial, desde la creación del Departamento de Estudios Empresariales hace casi 20 años. Su actividad, además, le valió participar en el prestigioso programa Global Entrepreneurship Monitor. Como recalcaron ya Zoltan Acs y David Audretsch, dos autoridades académicas del sector recientemente galardonadas por el International Award for Entrepreneurship and Small Business Research, el papel de la empresa ha cambiado radicalmente durante el último medio siglo. En los años que siguieron a la segunda guerra mundial parecía que el papel de la empresa iba a debilitarse. Actualmente, del mundo de los negocios emergen señales que indican, al contrario, el renacimiento del empresario. Personalmente estoy de acuerdo con quienes afirman que, a pesar del derrumbamiento de las empresas tecnológicas —las llamadas dotcom—, existen razones fundadas para creer que este nuevo impulso de las empresas no se va a agotar en un futuro próximo. Durante los años 60 y 70 pareció, durante algún tiempo, que el sector industrial se iba a concentrar en manos de unas pocas empresas de dimensiones gigantescas. Era una opinión habitual considerar que las economías de escala globales provocarían de modo inevitable la desaparición de la pequeña y mediana empresa y que sólo podrían sobrevivir las que tuvieran un altísimo grado de especialización. Algunos temían este tipo de desarrollo, mientras otros muchos veían con buenos ojos la creciente concentración industrial. No sólo se pensaba que la gran empresa fuese más eficiente, sino que se la consideraba como el motor del desarrollo tecnológico y de la innovación. Estas opiniones procedían en gran medida de las ideas que Schumpeter expresara, en 1942, en su obra Capitalismo, Socialismo y Democracia. Schumpeter afirmaba en su texto que: "Lo que finalmente hemos aceptado es que la gran empresa se ha convertido actualmente en el motor más potente del progreso." En Europa, eran muchos los líderes de opinión que no temían tanto la tendencia a las empresas de dimensiones gigantescas como el hecho de que Europa pudiera perder terreno frente a los Estados Unidos. Empujada por obras como The American Challenge de Servan-Schreiber, la política industrial europea intentó crear superempresas cuyas dimensiones les permitiesen competir con las estadounidenses. La inversión de esta tendencia y la fragmentación de las grandes empresas se inició durante los años 80 como consecuencia de la competencia internacional, de ciertos avances tecnológicos y de la política de los gobiernos. No obstante, una vez más las empresas norteamericanas se adaptaron a los cambios con mayor rapidez que las europeas. En un estudio publicado a mediados de los años 80, mi viejo amigo Alexis Jacquemin, también economista industrial, disparó la primera salva de críticas contra la política industrial de los años 60. Junto con Paul Geroski, Jacquemin sostenía que las nuevas superempresas no provocaban una nueva eficacia competitiva en Europa. Al contrario, la creación de un grupo de empresas con una presencia importante en el mercado protegía a estas de las fuerzas de selección del mercado: "es probable que esta política le haya dado a Europa una población de torpes gigantes industriales" mal preparados para iniciar y responder a las transformaciones económicas. 2 En el transcurso de los años 80 y 90, la política europea consiguió consolidar en gran medida el proceso competitivo en el que operan las empresas europeas. Gracias al programa del mercado único y a una vigorosa política antitrust y sobre las fusiones, las barreras de entrada a los mercados industriales europeos empezaron a deshacerse. Además, las fuerzas de la globalización y del desarrollo tecnológico han producido una mayor presión competitiva en las sociedades europeas. Si por una parte la competencia entre las empresas europeas actualmente en actividad ha aumentado indudablemente, gracias a la globalización, al desarrollo tecnológico y a las políticas europeas, Europa sigue registrando un retraso en la creación de nuevas empresas o, dicho de otro modo, en el ámbito de la iniciativa empresarial. Debemos afrontar con seriedad nuestras lagunas en este ámbito, ya que hay sobradas pruebas de que la clave del crecimiento económico y del desarrollo de la productividad radican en la capacidad empresarial de una economía. Los recientes estudios de David Audretsch y Roy Thurik de la OCDE, por ejemplo, demuestran que el incremento de la actividad empresarial tiende a provocar el correspondiente incremento de los índices de desarrollo y la disminución del paro. La iniciativa empresarial es un fenómeno dinámico y complejo. La coexistencia de múltiples enfoques procedentes de distintas disciplinas como la economía, la psicología, la sociología, la antropología o los estudios sobre las regiones demuestra su riqueza y complejidad. La iniciativa empresarial es difícilmente cuantificable por naturaleza propia. Algunas investigaciones utilizan los sondeos para medir la proporción de individuos que intentan poner en marcha una nueva actividad o que lo han intentado. Otras, en cambio, estudian la proporción de trabajadores por cuenta propia en la población activa, la preferencia manifestada por las actividades autónomas o, incluso, la proporción de la actividad económica que corresponde a la pequeña empresa. Sea cual sea la definición de iniciativa empresarial que se quiera adoptar, conviene distinguir entre la iniciativa empresarial real y la latente, que constituye un indicio de la voluntad de emprender una actividad empresarial cuando se den las condiciones "adecuadas". Según los resultados de la investigación internacional más amplia y reciente, el nivel real de iniciativa empresarial en la Unión Europea es casi la mitad del existente en los Estados Unidos. En la 2001 Global Entrepreneurship Monitor se escribe que sólo el 7% de los adultos europeos entre los 18 y los 64 años está a punto de emprender una nueva actividad o ya lo ha hecho. Este índice en los Estados Unidos, en cambio, es del 12%. Análoga diferencia separa la Unión Europea y los Estados Unidos en cuanto a la iniciativa empresarial latente. Según los datos de un sondeo realizados por cuenta de la Comisión Europea en septiembre del 2000, la proporción de individuos que, si pudiesen elegir, decidirían ser trabajadores por cuenta propia en lugar de serlo por cuenta ajena asciende al 50% en la Unión Europea y al 70% en los Estados Unidos. 3 No hay duda de que, en conjunto, la iniciativa empresarial en la Unión Europea está más atrasada que en los Estados Unidos. No obstante, conviene observar que la situación es mucho más compleja de lo que a primera vista pudiera parecer. Hay que introducir otras dos dimensiones. En primer lugar, está claro que la Unión Europea no es un conjunto homogéneo. El nivel real de iniciativa empresarial varía enormemente de un país de la Unión a otro. Según la 2001 Global Entrepreneurship Monitor, la proporción de adultos que están a punto de emprender una nueva actividad o que ya lo ha hecho representa menos del 5% en Bélgica contra el 10% en Irlanda y en Italia. El espíritu empresarial registra una diferencia parecida. En segundo lugar, también dentro de cada país varía enormemente entre las regiones el grado de espíritu empresarial. Valga el ejemplo de la región de Bolonia, en Italia, donde he vivido y enseñado Organización Industrial durante gran parte de mi vida. Como observó hace más de una década Michael Porter en The Competitive Advantage of Nations, la provincia de Bolonia ofrece un ejemplo de gran éxito de varias zonas geográficas. Por ejemplo, en la región de Bolonia tienen su sede la mayoría de los productores italianos de maquinarias de envase y transformación de alimentos. Numerosas empresas del denominado “Packaging Valley” fueron fundadas bien por quienes diseñaban, bien por quienes sometían a ensayo las propias máquinas. Estas personas, que suelen proceder de un número sumamente reducido de empresas matrices, se valen de sus conocimientos técnicos para crear sus propias empresas. La experiencia acumulada en el pasado permite a estos nuevos empresarios actuar dentro de una compleja red de contactos personales con otros productores, con los clientes potenciales y con los proveedores más innovadores. Por suerte, Europa posee una larga tradición de zonas geográficas de gran éxito. En toda la Unión hay muchas regiones en las que florece la empresa industrial gracias a la concentración de productores rivales, proveedores expertos y consumidores exigentes. Sin embargo, precisamos de otras muchas zonas de este tipo, sobre todo en los sectores de alta tecnología. Silicon Valley representa por muchos motivos una experiencia única y es sin duda la zona de alta tecnología de mayor éxito de las últimas décadas. Como muchos han señalado, la combinación de la demanda local con las capacidades técnicas y de gestión de las principales empresas ha brindado a Silicon Valley una ventaja sin precedentes. A su vez, esta ventaja ha permitido a Estados Unidos mantener su primacía en gran número de sectores de lo que ahora denominamos tecnologías de la información. Por el carácter único de esta oportunidad tecnológica y por las ventajas que ofrece el haber sido la primera región en aprovecharla, siempre se ha tenido por improbable que pudiese repetirse en otras la experiencia de Silicon Valley. Sin embargo, fuera de Silicon Valley o de Estados Unidos se han dado algunos éxitos. Particularmente acertado sido el planteamiento basado en el desarrollo de capacidades complementarias, y no tanto competitivas, con respecto a las de Silicon Valley. Muchas empresas asiáticas dieron sus primeros pasos montando a bajo coste productos estadounidenses, para, a continuación, ir desarrollando conocimientos propios en materia de diseño y construcción de los productos. En Irlanda el curso seguido fue algo diferente. 4 Muchas empresas de alta tecnología fueron creadas por empresarios locales que habían empezado como empleados de sociedades irlandesas controladas desde Estados Unidos. Otro camino, y más difícil, fue el desarrollo de segmentos del mercado de las tecnologías de la información aún no dominados por las grandes empresas norteamericanas. Tal fue la estrategia que siguieron Nokia en Finlandia y Ericsson en Suecia. Sus éxitos en el campo de la telefonía móvil han contribuido a la creación de dos dinámicas zonas en los alrededores de Oulu, en Finlandia, y en Estocolmo, que han atraído a numerosísimas nuevas empresas e inversiones de empresas extranjeras. Estos ejemplos demuestran que las regiones europeas son capaces de crear nuevas zonas de alta tecnología. Vemos pues que, pese a nuestro grado en conjunto insatisfactorio de iniciativa empresarial, las perspectivas no son ni mucho menos aciagas para Europa. Las condiciones estructurales que influyen en la iniciativa empresarial mejoran a todas luces dentro de la Unión. A este respecto quisiera sugerir, a riesgo ciertamente de generalizar, que existen dos campos de fuerza que influyen en el nivel de actividad empresarial de nuestra sociedad. El primero es aquél en que es más difícil influir, el del entorno sociocultural en sentido amplio, el de los principios que trasmitimos a los niños y los estudiantes, en la familia o en la escuela. Uno de los principales obstáculos al espíritu empresarial en gran número de países de la Unión es el alto grado de rechazo del riesgo y la preferencia por unos ingresos estables. En la actualidad es aún bastante bajo el grado de aceptación tanto del éxito como del fracaso empresarial. Crear una nueva empresa después de sufrir una quiebra es algo que a menudo suscita recelos en nuestro continente. Como se ha señalado, "si fundas una sociedad en Londres o París y quiebras, te juegas el futuro; si lo haces en Silicon Valley, dirán que has aprendido todo lo que debe saber un empresario.” Modificar la estructura de valores y motivaciones en nuestra sociedad es a todas luces una tarea a largo plazo. El cometido recae en parte en el sistema educativo. En los centros de todos los niveles debemos otorgar mayor importancia a los valores empresariales, tales como la creatividad, la asunción de riesgos y la responsabilidad personal. En Holanda se está llevando a cabo un interesante experimento. En el año 2000, el Ministerio de Asuntos Económicos y el Ministerio de Educación crearon una comisión sobre iniciativa empresarial y educación. Su objetivo es garantizar que la escuela desempeñe un papel activo en el fomento de la iniciativa empresarial. El segundo campo de fuerza que influye en el grado de iniciativa empresarial en nuestras sociedades es de carácter más inmediato y, creo, más fácil de tratar y modelar. Radica en el conjunto de normas que rigen las condiciones estructurales y el rendimiento de la actividad empresarial. En estas normas las decisiones políticas pueden influir directamente. Y se trata de un campo en el que las instituciones europeas desempeñan un papel vital. Europa ofrece no pocos ejemplos de empresarios de éxito, pero es preciso que estos ejemplos se multipliquen. Entre los responsables políticos existe un consenso fundamental sobre la creación y desarrollo de nuevas empresas como factor esencial para la renovación del tejido económico europeo. En este proceso la Comisión Europea desempeña un importante papel. Mediante la eliminación de las viejas barreras nacionales y la creación en su lugar de nuevas normas comunes, la Comisión tiene por cometido económico crear un vasto y vital espacio económico favorable a la empresa. 5 Mucho se ha conseguido en los últimos años. En 1992 se hizo realidad el sueño de un mercado único europeo. En la mayoría de los mercados de productos, los fragmentados mercados nacionales han dado paso a mercados verdaderamente paneuropeos. El mercado único es importante no sólo por ofrecer mayores oportunidades de economías de escala, sino por aumentar la competencia. Al mismo tiempo, gracias a nuestra diversidad de culturas y gustos, el mercado único no amenaza con tornarse homogéneo. Este mercado europeo unificado, pero diversificado, ofrece grandes oportunidades a los empresarios. La competencia y la diversidad constituyen un impulso y una fuente de innovación, mientras que la unidad del mercado ofrece posibilidades comerciales favorables a los nuevos productos. En los últimos años, la Comisión ha sostenido vigorosamente la idea de que una política de competencia activa constituye un componente vital de un mercado único que funcione adecuadamente. Es sabido que la política de competencia de Europa se concibe sobre todo a fin de garantizar que el mercado único se traduzca en el máximo de beneficios para los consumidores europeos. Para ello contamos con normas rigurosas que protegen a las fuerzas del mercado contra restricciones y falseamientos por parte de los Estados miembros —por ejemplo, en forma de ayudas estatales— y de los grandes agentes económicos. Pero una política de competencia vigorosa también va en provecho de las pequeñas y medianas empresas, principal fuente de innovación y empleo en Europa. Debido a su limitado poder de mercado, las pequeñas y medianas empresas se hallan más expuestas a comportamientos anticompetitivos por parte de los gobiernos y las empresas de mayores dimensiones, las cuales pueden también incurrir en comportamientos contrarios a la competencia. Las pequeñas y medianas empresas más emprendedoras tienen gran interés en una política de competencia vigorosa. Por ello, las empresas nuevas o de reciente creación intentan poner en práctica ideas empresariales que a menudo entran en conflicto con los intereses de las sociedades mayores y más potentes. El mes pasado se cumplió otro viejo sueño. Con la introducción de las monedas y billetes de euro, coronada por un gran éxito, en Europa nuestra moneda ha conseguido finalmente "entrar en la vida cotidiana". Con entusiasmo y decisión, el euro ha pasado a ser la moneda de más de 300 millones de ciudadanos europeos. Un gran resultado. Podemos sentirnos todos orgullosos de nuestro éxito, que demuestra la capacidad de Europa para aceptar los cambios. La moneda única ha eliminado la incertidumbre de los tipos de cambio dentro de la zona euro. Recordemos la inestabilidad de los tipos de cambio en Europa incluso no hace tanto, a comienzos de los años 90. Tengo un doloroso recuerdo de los días en que Italia y España tuvieron que abandonar el mecanismo de cambio y fueron acusadas de practicar la devaluación con fines competitivos. Recuerdo bien lo que este hecho significó para el mercado único y para las inversiones en Europa. ¡Afortunadamente, tales episodios pertenecen al pasado! 6 El euro ha traído también la estabilidad de los precios, especialmente en países como Italia y España, que hasta hace no mucho presentaban unos índices de inflación bastante altos. Gracias a la consolidación de las finanzas públicas conseguida en la fase de preparación al euro, y gracias a la política del Banco Central Europeo, nuestros dos países gozan actualmente de índices de inflación muy inferiores. El euro es y seguirá siendo una divisa estable. La Comisión, tal y como ya demostró la semana pasada, está plenamente dispuesta a desempeñar su papel en la aplicación del pacto de estabilidad y crecimiento, con el fin de garantizar la solidez de las finanzas públicas y la estabilidad del euro. ¡Sabed que podéis contar con nosotros! El mercado único, una decidida política de competencia y la estabilidad generada por el euro representan los tres pilares del desarrollo de la iniciativa empresarial europea. Sin embargo, no podemos olvidar el hecho de que aún siguen existiendo algunas importantes barreras que suponen un obstáculo para nuestras empresas más innovadoras. Permitidme señalaros tres de ellas. En primer lugar, todavía existen demasiadas barreras para el acceso al mercado de las nuevas empresas, singularmente en el sector de los servicios. Esto es especialmente preocupante en la medida en que los servicios son la clave de la creación de empleo en Europa. En este sentido, la comparación con los Estados Unidos resulta muy reveladora. En 1975, la tasa de empleo era de aproximadamente el 64% en la Unión Europea, y del 63% en los Estados Unidos. A finales de los años 90, la tasa norteamericana había llegado al 74%, mientras que en Europa había descendido al 61%. Esta diferencia se debe enteramente al aumento del empleo en el sector de los servicios en Estados Unidos. Una reciente investigación que ha contado con la participación del Banco Mundial y ha corrido a cargo de Rafael La Porta y Andrei Shleifer, de la Universidad de Harvard, ha analizado lo que los Gobiernos exigen a los empresarios antes de que éstos puedan iniciar una actividad. Los investigadores han descubierto que en muchos países de la Unión Europea un empresario tiene que esperar más de 50 días y pagar más de 4.000 dólares para obtener todos los permisos necesarios. En cambio en los Estados Unidos se pueden se pueden efectuar estos trámites en tan sólo cuatro días, ¡y con un coste de 200 dólares! Por suerte, también en Europa hay ejemplos positivos, como los del Reino Unido, Dinamarca y Suecia. En segundo lugar, el crecimiento de las sociedades empresariales se ve frenado por la falta de un mercado de capitales europeo verdaderamente integrado. En particular, Europa está bastante más atrasada que los Estados Unidos en materia de capitales de riesgo. En 2000, el porcentaje de capital de riesgo efectivamente invertido con respecto al PIB era allí de casi el 1%, frente al 0,2% de la Unión Europea. No hace falta que insista en la enorme importancia de esta fuente de financiación para el mantenimiento de un entorno favorable para los empresarios y empresas. Puedo en cambio recordar dos experiencias importantes. La primera se refiere al extraordinario comportamiento, durante los años 90, de la economía americana, que creció gracias a una interacción dinámica entre la innovación, la tecnología y el capital de riesgo. Por sí sola, ninguna de estas tres condiciones habría sido suficiente para reforzar y sostener el crecimiento económico: juntas, no obstante, han creado las circunstancias necesarias para el crecimiento. 7 Un segundo ejemplo en que la presencia del capital de riesgo fue crucial para el liderazgo de los Estados Unidos lo constituye el ámbito de las biotecnologías, donde el capital de riesgo ha venido financiando a los empresarios del entorno académico, y un gran número de Doctores ha terminado trabajando para las empresas financieras que suministraban dicho capital. Afortunadamente, en los últimos años también en Europa el capital de riesgo empieza a afluir hacia las pequeñas empresas de biotecnología. La tercera cuestión de la que quisiera hablar es el problema de la difusión de la innovación a través de las fronteras internas de la Unión. La Unión es muy fuerte por lo que se refiere a la investigación académica y de base, pero los investigadores y las empresas europeas no capitalizan lo suficiente el conocimiento en las tecnologías punta. El problema radica parcialmente en la falta de integración de los mercados financieros y de los capitales de riesgo. La ausencia de una patente comunitaria también supone un obstáculo para las empresas más innovadoras. Y me gustaría añadir una última cosa. Estoy convencido de que para garantizar el crecimiento armonioso de las empresas europeas, es esencial ofrecer reglas más eficientes y trasparentes al mundo de los negocios. Esto no significa armonizar nuestros distintos reglamentos, sino más bien aprender los unos de los otros, y mejorar un poco todos. Los responsables políticos europeos son perfectamente conscientes de que estas importantes barreras siguen constituyendo un obstáculo para las empresas innovadoras. Hace dos años, en el Consejo Europeo de Lisboa, los Jefes de Estado y de Gobierno se comprometieron con una ambiciosa agenda de reformas que prevé, entre otras cosas, la supresión de estos obstáculos. Como sabéis, los objetivos de la estrategia de Lisboa es la transformación de Europa en una economía basada en un conocimiento más dinámico del mundo de aquí a 2010. El objetivo de Lisboa es muy ambicioso, y es mucho y urgente lo que tenemos que hacer para garantizar el cumplimiento del objetivo. La Comisión Europea ha expuesto sus propias ideas sobre el estado de adelanto de las prioridades para 2002 en un Informe aprobado hace apenas unas semanas. Dicho Informe se presentará el próximo mes al Consejo Europeo de primavera que se celebrará en Barcelona. Por el momento, la Comisión ha identificado tres sectores prioritarios en los que el Consejo Europeo de Barcelona deberá dar un impulso decidido a la acción comunitaria: − Impulsar el desarrollo de las políticas de empleo, con especial atención a las reformas del mercado de trabajo. − Extender las reformas y las inversiones en los principales sectores de redes, así como acelerar la integración de los mercados financieros mediante la institución de una buena estructura reglamentaria. − Aumentar las inversiones en conocimiento y adoptar un enfoque integrado en favor de la investigación y la innovación. Creo firmemente que esta estrategia de amplio espectro podrá reforzar las ambiciones empresariales de Europa, y convertirlas en realidad. Por lo tanto, pediré en Barcelona a los Jefes de Estado y de Gobierno que alcancen un acuerdo político en estos ámbitos. Pediré también que, a través de su acción de Gobierno, den curso a las reformas sobre las que ya existe un acuerdo de principio, pero que todavía no se han materializado en ninguna Ley. Muchas gracias. 8