UNA EXPERIENCIA INOLVIDABLE A Carlos siempre le había gustado contemplar el cielo por las noches. Ensimismado, podía pasar largos ratos observando el titilar de las estrellas y jugando a descubrir nuevas constelaciones. Se sentía muy pequeño ante la inmensidad de aquel universo formado por millones de galaxias porque sabía que, en comparación con la magnitud del espacio, él, o incluso la Tierra, no eran nada. Su pasión se debía en gran medida a su abuelo, que había estudiado astronomía y solía contarle historias acerca de lo que sucedía allá afuera; a Carlos le encantaba escucharle hablar sobre planetas, satélites, asteroides, cometas y agujeros negros. Gracias a su abuelo, había descubierto cosas impresionantes como, por ejemplo, que todo el universo había surgido a partir de una gran explosión conocida como Big Bang y todavía se hallaba en expansión. No obstante, en los últimos meses apenas le había visto ya que, según le había explicado su padre, el abuelo estaba muy ocupado y había pedido expresamente que no fueran a visitarlo, al menos, durante un tiempo. Ante esta petición, Carlos se había sentido extrañado y bastante dolido de que su abuelo no tuviese suficiente tiempo para él; aunque había intentado continuar manteniéndose informado a través de Internet y enciclopedias, sin las explicaciones de su abuelo, no era lo mismo, muchas veces no comprendía la información y, a sus once años, no entendía muchas palabras. Por eso, cada noche antes de dormir miraba hacia el cielo desde su ventana y esperanzado, aguardaba ver una estrella fugaz a la que pedirle un deseo. Como gran conocedor del universo que era, sabía que estas estrellas eran en realidad meteoros, pedazos de roca que ardían al penetrar en la atmósfera terrestre, pero mantenía la esperanza de que tal vez si lo pedía con muchísima intensidad acabaría por cumplirse. Por eso, cuando al fin vislumbró una estrella fugaz en el oscuro cielo, cerró los ojos con fuerza y pidió su deseo. Después de aquella noche, los días se sucedieron sin incidentes y, antes de que se diese cuenta, faltaba tan sólo un día para su décimo segundo cumpleaños. La víspera de su aniversario el niño no conseguía conciliar el sueño. Se removía bajo las sábanas imaginando cuándo se cumpliría aquello que había pedido ¿faltaría mucho todavía? De pronto sus pensamientos se vieron interrumpidos, alguien había lanzado algo contra su ventana. Corriendo se puso las zapatillas y descorrió las cortinas para a continuación poner los ojos como platos ¡Aquello no podía ser cierto! Bajó las escaleras a trompicones para llegar cuanto antes al jardín, donde le esperaba la imprevista visita. -¡Abuelo! ¡Has venido! Su abuelo le dio un abrazo al tiempo que le felicitaba y le estiraba de las orejas. -¿Qué te pensabas? Bueno, y ahora, ¿no quieres ver tu regalo? Carlos asintió, encantado de que su deseo se hubiese cumplido y su abuelo volviese a visitarle. Al parecer, éste había escondido su regalo en alguna parte, pues comenzó a caminar por la calle desierta indicándole que le siguiese. -¿Adónde vamos?- preguntó curioso el chico, pero no hizo falta que Miguel, así se llamaba su abuelo, respondiese pues la respuesta estaba delante de él: habían llegado a la entrada del parque. -¿El parque? Abuelo, voy en pijama… No quiero columpiarme ahora. Miguel se puso un dedo en los labios indicándole que callara y le señaló una extraña máquina en la que el niño no había reparado, situada justo en el centro del parque, en el recinto de arena en el que los niños pequeños jugaban a hacer castillos. Al principio Carlos no fue capaz de reconocer de qué se trataba debido a la mortecina luz de las farolas pero al observarla detenidamente… -Abuelo… ¡Es un cohete! -Es la causa por la que he estado tan ocupado estos meses y también tu regalo de cumpleaños, Carlos. ¡Ahora serás capaz de observar de cerca todo aquello de lo que te he hablado! Una vez el nieto y el abuelo hubieron subido al cohete y despegado hacia el espacio, Carlos decidió qué planetas quería visitar. -Primero quiero conocer Marte. El Planeta Rojo, situado a 102 millones de quilómetros de la Tierra en el afelio, es decir, en el punto de su órbita más alejado del Sol, resultó ser muy simpático. En cuanto entraron en su campo de visión exclamó: -¡Ya era hora de que algún humano me visitase! -¿No te hacen compañía los marcianos?- inquirió Carlos provocando las risas del planeta. -¿Esos hombrecillos verdes que los terrícolas decís que viven aquí? No, aquí no hay de esos. -Es verdad, Carlos- añadió su abuelo- hace ya tiempo que los científicos descartaron la existencia de vida macroscópica en Marte. -¿Me visitaréis los humanos a partir de ahora? -Tranquilo Marte, cuando los humanos seamos capaces de conocer con exactitud el riesgo que supondría viajar hasta aquí y se construyan las naves adecuadas, los astronautas de la NASA vendrán a hacerte una visita- le dijo Miguel y después se despidieron del planeta para continuar con su viaje. -¿Adónde quieres ir ahora? -¡A Plutón! ¡Quiero preguntarle por qué le han relegado a la categoría de planeta enano! Tardaron bastante en llegar a Plutón, que se encontraba a una gran distancia del Sol. A Carlos le sorprendió lo triste que parecía, además pudo deducir que estaba constipado por los continuos estornudos. -¡Hola Plutón! ¿Te has resfriado? -¡Hola! sí, eso me temo… Es que la temperatura de mi superficie es de -218ºC y casi siempre estoy constipado. -¿Y por qué estás triste? -Porque en el año 2006 los científicos pasaron a considerarme un planeta enano, después de haber sido considerado durante más de 75 años el noveno planeta del Sistema Solar. -¿Por qué? -Porque aunque tengo la suficiente masa como para que mi gravedad me proporcione una forma esférica, no he barrido mi órbita de cuerpos de tamaño relevante. -Lo que significa que no ha limpiado su órbita y por tanto durante su recorrido en torno al Sol se cruza con cuerpos de distintos tamaños- le aclaró su abuelo. Una vez se hubieron despedido de Plutón, Carlos decidió que en último lugar quería hablar con la Tierra, pues tenía muchas cosas que preguntarle. -¡Guau! ¡Eres sin duda el planeta más bonito del Sistema Solar!- dijo Carlos nada más ver a la Tierra. -Gracias Carlos- le respondió ella. -¿Cómo sabes mi nombre? La Tierra respondió con una risa y su abuelo exclamó: -¡Es la Madre Tierra, Carlos! Nos conoce a todos. Después de charlar un rato sobre temas banales Carlos procedió a preguntar aquello que realmente le interesaba. -Tierra, no te ofendas pero… ¿cuántos años tienes? -Mmm… ¡Muchos! Entre 4500 y 5000 millones de años. -¿Y cómo te formaste? -Por procesos de acreción. Te lo explicaré: la acreción es el proceso de formación de todos los planetas y es semejante al proceso de formación de una perla. En él, los planetesimales o partículas que se unen para dar lugar a cuerpos mayores, de acumulan en torno a un núcleo compacto. En mi caso los materiales más densos constituyen el núcleo y los más ligeros forman las capas exteriores. -Muchas gracias por la explicación Tierra. Ahora ya sólo me queda una pregunta ¿Cómo se formó la Luna? -Como ya sabrás, la Luna es un asteroide, es decir, un cuerpo rocoso que gira alrededor de un planeta, y existen dos teorías sobre su formación. Una de ellas afirma que se formó al mismo tiempo que yo y la otra que surgió cuando algún cuerpo, al colisionar contra mí accidentalmente, produjo mi desgajamiento. En cualquier caso, yo era muy joven cuando se formó y no podría decirte qué sucedió exactamente. -Entonces, según la primera teoría, la Luna y tú seríais algo así como hermanas y según la segunda, madre e hija ¿no? -¡Exacto!- exclamaron Miguel y la Tierra al unísono contentos de que Carlos lo hubiese entendido tan rápido. -Bueno, ya va siendo hora de que nos despidamos- dijo su abuelo- pero tranquila, Tierra, que esta no será la última visita que te hagamos. -¡Es verdad, iros ya que mañana tienes colegio, Carlos!- dijo ésta y después se despidió, y Carlos notó cómo su voz se alejaba más y más a medida que se acercaban a ella hasta desaparecer cuando atravesaron la atmósfera y llegaron a Valencia. Su abuelo le acompañó hasta la puerta de su casa y, cuando se dieron un beso de despedida, Carlos aprovechó para decirle al oído que aquel había sido el mejor regalo de su vida. A la mañana siguiente, tras felicitarle, su madre le anunció que tenía visita, allí estaba su abuelo que, con un guiño cómplice, le tendió un librito que contaba la historia de un niño que recorría el universo en una nave. Cuando por la noche, al leer el librito, se preguntó si todo lo vivido durante la noche anterior había sido real, se dio cuenta de que, en realidad, no le importaba, sueño o no, aquella había sido una experiencia inolvidable. Carmen Arveras Martínez 1º Bachillerato