JOSÉ MIGUEZ BONINO REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE LA VIOLENCIA Violenza: una riflessione teológica, Humanitas, 29 (1974) 752-58 (*) Las discusiones sobre la violencia se plantean a veces como si buscaran una reflexión normativa, en virtud de la cual el cristiano decidiría, o no, aceptar la violencia, o participar en ella. Pero semejante planteamiento es falso. Ese punto de partida neutral, abstraído del juego de violencias no existe. Cristianos o no, estamos siempre envueltos en violencia (represiva, subversiva, establecida, insurreccional abierta u oculta... ). Y estamos envueltos de forma activa: pues nuestra militancia o falta de ella, nuestro uso del instrumental de la sociedad, nuestras decisiones o renuncias éticas nos hacen actores de este drama. Reflexión crítica En este estado de cosas, el sentido de una reflexión teológica es traer a la conciencia nuestra participación en ese proceso, someterla a la instancia crítica de la Palabra de Dios y asumirla como obediencia de la fe. No hay decisión moral y proyecto humano personal o colectivo que no obligue al cristiano a elegir entre obediencia a la voluntad de Dios e infidelidad. Por tanto, nunca partimos de un punto neutral, sino de una práctica determinada que sometemos al control crítico, mediante un discernimiento cristiano de espíritus. El teólogo ha de explicitar los elementos para tal discernimiento; pero no puede reemplazarlos o prescribirnos la decisión. Y en un continente donde diariamente mueren miles de personas víctimas de violencias diversas, no hay puntos de partida neutrales. Mi violencia será directa o indirecta, consciente o no, revolucionaría o no, pero será siempre violencia. Por eso, discutir este tema no es, para el cristiano, un lujo o una moda: es una prueba de su fe y de su obediencia a Dios. Pues mi violencia es obediencia o traición a Jesucristo. Dos puntos de partida Hoy hay dos concepciones cristianas del mundo y del hombre (con la ética derivada de ellas) que sirven de punto de partida a las discusiones sobre el tema de la violencia. a) La primera concepción parte de la racionalidad del universo, de un orden universal que lo penetra todo. Todo, absolutamente todo, busca el equilibrio que corresponde a su lugar racional en ese orden de las cosas. La guarda de este orden es el bien supremo. En su forma más burda, esta concepción identifica esa razón cósmica con el status quo. Como la violencia amenaza a éste, es declarada irracional y mala. Hay que contrarrestarla por un uso racional de la coerción. Resistir la amenaza es obedecer a Dios. Esa identificación entre voluntad de Dios -orden racional-, orden de cosas existente, es ciertamente falsa pese a que aflora repetidamente en la retórica cristiana de derecha. JOSÉ MIGUEZ BONINO Pero si esta concepción no identifica el orden racional con el orden de cosas existente, deja espacio a la posibilidad del cambio y hasta a un uso racional de la fuerza en servicio del cambio. Siendo subversivo del orden existente, ese uso puede ser conforme al orden racional. El problema es cómo se discierne ese orden racional. La tentativa más acabada de ello ha sido la idea de "ley natural" de la ética aristotélico-tomista. Pero su peligro es quedar prisionera de modelos histórícos pertenecientes al pasado o de concepciones ideológicas, que se sacralizan como si fueran eternos. b) La segunda, conc ibe al hombre como un proyecto de liberación que emerge constantemente en lucha contra todas las objetívaciones dadas en la naturaleza, la historia, la sociedad o la religión. El hombre es creador. Y la creación es una violencia ejercida sobre las cosas tal como son, es la afirmación de lo nuevo contra lo existente. En este esquema, la violencia puede tener un papel creador: como una comadrona que ayuda a nacer. También esta concepción puede exacerbarse, elevando la violencia a un principio válido de creación, simplemente porque destruye todo lo que me limita (naturaleza, orden social, divinidad, norma...). Destruyendo, descubro mi libertad y en ella mi humanidad. La exaltación de la irracionalidad creadora es un fenómeno típico de la historia humana. Pero tampoco es necesario buscar esta orientación en su forma extrema: la historia puede ser concebida como una dialéctica en la que la superación de lo viejo comporta siempre cierto elemento de violencia. Nuestra postura Ambas posturas tienen apoyo en la tradición bíblica y eclesiástica. A veces se las identifica con las tradiciones sacerdotal y profética. Pero aunque ambas contienen elementos significativos del pensamiento cristiano, creo que ninguna de ellas corresponde al punto' de partida bíblico. Ni en la forma de plantear: porque tanto la racionalidad como la libertad son conceptos abstractos, ajenos al modo de pensamiento concreto, inserto en situación, típico del mensaje bíblico. Ni en el contenido: porque la Biblia no considera al hombre en función de la razón ni de la libertad, sino de relaciones concretas e históricas, en las que se define la ecuación hombre-cosas-Dios. La palabra bíblica es siempre un anuncio- mandamiento referido a una situación concreta que debe ser corregida y transformada de acuerdo a esa "Palabra". Si preguntamos por los criterios de esa transformación, nos encontramos, por un lado, con que nociones como justicia, misericordia, verdad o paz, son definidas en la Biblia como características de la acción de Yahvé y a la vez como requerimientos de la condición de vida del hombre. Pero su contenido se nos da en forma de relatos y mandatos concretos: en la acción anunciada de Dios o exigida del pueblo en tal situación histórica concreta. Los criterios éticos (sin ser vacíos) no se definen en forma intemporal y abstracta, sino en relación con las condiciones concretas de existencia de hombres históricamente situados. Constituyen más una dirección o una orientación (el Reino de Dios), que un principio universal. Nos permiten decir que una acción es digna (o indigna) del Reino de Dios, pero siempre contrastada con las palabras concretas de Dios. JOSÉ MIGUEZ BONINO En este contexto, la violencia aparece bastantes veces en la Biblia. No como una forma general de conducta humana que deba ser aceptada o rechazada, sino como elemento del anuncio-mandamiento de Dios, como acción concreta que debe ser llevada a cabo o evitada, de cara a un resultado indicado en aquel anunciomandamiento. La Ley prohíbe algunas violencías y autoriza (o manda) otras. Se prohíben algunas guerras (a veces favorables a Israel) y se ordenan otras (a veces contra Israel). Si buscamos alguna congruencia en estas indicaciones, encontraremos que la invitación a ejercer o evitar la violencia tiende a abrir espacio en que los hombres (extranjero, viuda, huérfano, pueblo, familia...) puedan existir sobre la tierra en una condición que corresponda a su humanidad particular. La tendencia general es la de eliminar todas las condiciones (esclavitud, capricho, venganza, despojo, indefensión... ) que dejan a una persona o a un grupo en situación para ser y obrar como responsable ante Dios, los demás y las cosas. Y si esta es la dirección general del anuncio- mandamiento de la Biblia, no debe sorprendernos que la paz sea preferible a la enemistad, la generosidad a la venganza, la producción a la destrucción, la tranquilidad al temor. Esto es lo que da a la idea del orden y la racionalidad un lugar significativo, aunque subordinado, en una ética cristiana. Pero a la vez, dadas las condiciones en que, según el testimonio bíblico, se desarrolla la vida humana, no es extraño que el anuncio y el mandamiento de Dios asuman casi siempre la forma de una llamada a crear situaciones nuevas y transformar las presentes: a la conversión y a la justicia. Esta es la verdad indiscutible de la segunda concepción. Liberación y orden no son, sin embargo, claves conceptuales para una filosofía de la historia. Son elementos que guían nuestra reflexión sobre la palabra de Dios en una situación determinada. Tampoco son dos elementos simétricos: para la Biblia (con su centro en jesucristo y su eje escatológico), la dimensión del orden está incluida siempre en el interior de la dinámica de transformación, no al revés. De donde se sigue que la realidad humana concreta que señalábamos como locus de la ética cristiana no consiste simplemente en el hombre tal como existe en sus circunstancias inmediatas, sino el hombre en la dinámica del hombre nuevo, de la nueva humanidad dada en Cristo como anuncio-mandamiento. Consecuencias Si todo este enc uadre es aceptable, la reflexión habrá de seguir en varias direcciones. 1) Hay que guardarse de sustancializar la violencia, como suele ocurrir en todos los debates, hablando de la violencia en cuanto tal. La discusión en torno a la violencia sólo puede ser complemento adjetivo, de alguna otra cosa. La reflexión sólo puede girar en torno a las violencias y las condiciones violentas actuales en Latinoamérica, en torno a aquellos que ejercen y sufren la violencia, a los objetivos que persiguen las distintas violencias y cómo los realizan o no. 2) El elemento sustantivo que puede ser adjetivado con la reflexión sobre la violencia es la obediencia concreta a la Palabra de Dios. Y en este punto, la situación latinoamericana (política, económica, cultural, religiosa... ) es en tal grado contraria a la Palabra de Dios que no hacen falta grandes exégesis para comprender lo que nos pide la obediencia. La violencia debe ser discutida en relación con la búsqueda de la liberación. JOSÉ MIGUEZ BONINO 3) Esta opción, que me parece indiscutib le para los cristianos, no excluye las dimensiones de orden, racionalidad o conservación, sino que las incorpora, así como el respeto a la realidad objetiva, natural y humana. Nuestro análisis no diviniza la violencia, ni la identifica con la liberación; más bien impide "entusiasmarse" por la violencia. 4) El valor humano, tanto personal como comunitario, es otra restricción de la relación liberación-violencia. Aspectos importantes del proceso revolucionario son el costo humano de la revolución y la consideración del enemigo. No en el sentido de un sentimentalismo superficial que enmascara -bajo actitudes reaccionarias más inhumanas y más costosas a la larga. Pero este hecho no debe ocultarnos el problema de que los cristianos son responsables de toda pérdida de sensibilidad por lo humano y de toda erección del odio y la represalia en categorías éticas supremas, y de toda destrucción no dialéctica del enemigo. Estos peligros no son nada ilusorios, y se dan repetidamente con los procesos de liberación. 5) En este contexto, el problema de la no-violencia cambia de significado: no es un problema de pureza personal. Casi ni siquiera es un problema de no-violencia, sino de calidades, formas y limites de violencia. Es legítimo que el cristiano se pregunte cómo puede ser posible humanizar al máximo la lucha. Pero también aquí deberá eliminar principios abstractos (como liberación, revolución, orden...) que tienden a sacrificar la condición humana concreta, ideologizando de tal modo la lucha liberadora, que se transforma en una dialéctica de términos, no en una liberación de hombres. Pero ¿al quitar base ideológica a la lucha no corremos el peligro de quitarle significado y relativizarla en exceso? Yo diría que la perspectiva escatológica del evangelio, permite al cristiano participar en la lucha actual (incluso en iniciativas vinculadas a una ideología particular), sin que tenga que absolutizar teológicamente esa ideología y someterse a ella como a un códice normativo. En última instancia, absolutizar una ideología es una tentación de idolatría que los cristianos han de combatir en todo proceso revolucionario. Los ídolos destruyen siempre al hombre. Quizás esta reflexión o esta autocríticaes lo más importante que puede sugerir el cristiano al tratar de la violencia. Tradujo y extractó: MIGUEL PÉREZ