¿Por qué el presidente sirio, Bashar Al-Assad, se mantiene incólume en el poder? Juan Carlos Guerrero Bernal* Hace ya diez meses que las confrontaciones entre el gobierno sirio y sus opositores vienen llevándose a cabo, sin que ellas hayan generado un cambio político mayor. En efecto, a diferencia de Túnez, Egipto y Libia, donde las revueltas de la sociedad civil desembocaron –por vías y dinámicas diferentes– en la caída de líderes autócratas que por largos años se entronizaron en el poder, en Siria, el presidente sirio, Bashar Al-Assad, parece mantenerse incólume. Claro está, el precio de esta “proeza” política ha sido elevado, pues las Naciones Unidas han estimado que más de 5000 personas han muerto desde el inicio de las manifestaciones (no todas necesariamente a manos del gobierno sirio, ni todas únicamente víctimas civiles). Si bien es cierto que la represión gubernamental al movimiento contestatario sirio ha sido extremadamente violenta –la cifra de muertos habla por sí sola–, ella no explica por si sola por qué razón no ha sido depuesto el presidente Al-Assad. En realidad, la represión, en lugar de acallar la oposición –como ocurrió en Bahrein–, la ha exacerbado y fortalecido. Ciertamente, cuando la primavera árabe llegó a Siria, el 15 de marzo de 2011 (dos meses después de que comenzaran las primeras revueltas en Túnez), el movimiento de contestación que surgió inicialmente en Damasco fue muy marginal y débil. Pero, pocos días después, una represión brutal de los manifestantes de la ciudad de Deraa, encendió la ira y los ánimos de grupos opositores al gobierno, y las revueltas tomaron con rapidez proporciones mayores en varias ciudades sirias intermedias. Asimismo, desde mediados del 2011, varios soldados sirios que no deseaban disparar sobre las masas de manifestantes, desertaron de las fuerzas gubernamentales y se dedicaron a organizar emboscadas para impedir el despliegue de las tropas oficiales. Varios de esos disidentes, refugiados en Turquía, terminaron organizando un “Ejército sirio libre”. De esa manera, progresivamente, lo que comenzó como una revuelta pacífica se ha ido convirtiendo en una lucha armada contra el régimen. Aquí surge una pregunta cuya respuesta no es simple: ¿si el gobierno de Bashar Al-Assad no ha podido ahogar a la oposición con la violencia, cómo ha logrado entonces mantenerse en el poder hasta ahora? Primero que todo, el proceso de “militarización” de la revuelta (es decir, el tránsito paulatino de la protesta pacífica a la insurgencia armada) le ha permitido al gobierno sirio justificar su recurso a la violencia y hasta cierto punto legitimarse internamente. Las autoridades sirias han insistido en que es necesario evitar que los opositores (“las fuerzas terroristas apoyadas desde el extranjero”) se fortalezcan, pues eso llevaría al país a quedar sumergido en un caos intercomunitario, similar el que ha vivido Irak desde la invasión norteamericana en el 2003. Con ese discurso político, el presidente Al-Assad ha obtenido el apoyo de varios sectores de la sociedad: no solo el de la mayoría de la comunidad alauita1, sino también el de varios cristianos sirios y el de las burguesías de Damasco y Alep (las dos grandes metrópolis del país, donde no se han dado manifestaciones masivas). * Profesor principal de las Facultades de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales, e investigador del Centro de Estudios Políticos e Internacionales (CEPI) de la Universidad del Rosario. 1 La comunidad alauita surgió hace mucho tiempo de una disidencia al Islam chiita. El clan de la familia Al-Assad pertenece a esta comunidad, que hoy en día puede representar aproximadamente un 12% de la población siria. Segundo, a diferencia del caso tunecino, el régimen de Bashar Al-Assad sigue teniendo a su disposición un aparato militar suficientemente sólido como para resistir una sublevación que de todos modos sigue siendo difusa y coordinada en el terreno sobre todo por militantes espontáneos, sin pasado político, ni mayor experiencia militar. Contrariamente también al caso egipcio, la extrema verticalidad del poder sirio lo ha preservado hasta hoy de “un golpe de Estado dentro del palacio”, parecido al que le permitió al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas apartar del poder a Hosni Mubarak. Y, a diferencia de Libia, el régimen ha podido conservar el control del terreno: en ninguna porción del territorio sirio (ni siquiera en las zonas fronterizas con Turquía y Jordania), la oposición ha podido crear un santuario, como ocurrió en buena parte de la región cirenaica libia, desde el comienzo de la revuelta contra Muamar el Gadafi. Tercero, el régimen sirio se ha mantenido al abrigo de una intervención extranjera armada, como ocurrió en Libia. Fundamentalmente porque, en el seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Rusia y China se han opuesto a cualquier injerencia internacional en nombre de la protección de los civiles. A esto hay que sumarle el hecho de que en un comienzo la oposición siria fue hostil a una intervención de ese tipo, y tan solo recientemente ha comenzado a reclamarla. Así, por ahora, la comunidad internacional apenas ha impuesto algunas sanciones ligeras a Siria, dejando en manos de la Liga Árabe la gestión de la crisis. En ese contexto, el gobierno sirio ha tratado de maniobrar, enviando señales de una supuesta voluntad reformadora (por ejemplo, proponiendo una reforma constitucional que será sometida a referéndum). Estas señales dilatan la adopción de cualquier forma de intervención internacional más dura. Pero: ¿qué tanto tiempo más podrá mantenerse el presidente Al-Assad en el poder? Todo depende, no solo de cómo se comporte la economía del país (los recursos provenientes del petróleo y del turismo comienzan a disminuir) y de cómo evolucione la correlación de fuerzas entre el gobierno y la oposición (las deserciones en el ejército siguen aumentando, sobre todo en los altos rangos, como lo demuestra el caso reciente del General Moustapha Ahmed Al Cheykh). También depende de qué tanto se siga erosionando la credibilidad del régimen en la escena internacional. Al ser excluida de la Liga Árabe, Siria se ha visto despojada de los oropeles de un nacionalismo árabe arrogante, izado en contra de Israel y de Occidente. El ejército sirio parece estar haciéndole la guerra cada vez menos al Estado judío y cada vez más a su propia población.