3er. TEMA VIVIENDO UN NUEVO PENTECOSTÉS, SOMOS

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SEMINARIO DE PREPARACIÓN PARA LA CONSAGRACIÓN AL
ESPÍRITU SANTO
3er. TEMA
VIVIENDO UN NUEVO PENTECOSTÉS, SOMOS
VICTORIOSOS
Objetivo: Tomar conciencia de la importancia de vivir nuestro Pentecostés cada día
fortaleciendo al hombre interior para ser vencedores en Cristo Jesús.
I. El título de este capítulo nos invita a reflexionar en dos aspectos:
1. La victoria es de Dios. Dios es el que vence a los enemigos del hombre.
2. La victoria que los hombres experimentamos en la Iglesia hoy es obra del Espíritu
Santo.
Nos podemos preguntar ¿Qué debemos vencer con el Espíritu Santo? ¿A quién o a qué
vencemos? ¿Dios es nuestra victoria?
II. LA VICTORIA DE DIOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO:
El pueblo de Israel a lo largo de su historia es el más pequeño de los pueblos con los que se
relaciona. Es un pueblo vulnerable y débil humanamente hablando. Las batallas a las que se tiene
que enfrentar son difíciles. Desde el Éxodo, tiempo en el que Dios hace una Alianza con su
pueblo y se hace su protector, su Dios, Israel tiene que aprender a confiar sólo en Dios.
Desde sus comienzos Israel vencerá a poderosos enemigos. El Faraón será castigado ( Ex 7)y
vencido ( Ex 14, 5-31) por Dios. Israel desde el comienzo de su historia se tiene que fiar de Dios.
Es Moisés el que les enseña que su Dios es un Dios poderoso que les dará la victoria:
“No temáis; estad firmes, y veréis la salvación que Yahveh os otorgará en este día, pues los
egipcios que ahora veréis no los volveréis a ver nunca jamás. Yahveh peleará por vosotros,
vosotros no tendréis que ocuparos.”( Ex 14,13-14)
Dios lleva a su pueblo a combates en los que Él realiza victorias ante pueblos enemigos de Israel.
Aquellos egipcios tienen una experiencia del Dios de Israel. Su Dios es poderoso, por eso ellos
exclamarán:
“Huyamos ante Israel, porque Yahveh pelea por ellos contra los egipcios”(Ex 14,25).
Esta experiencia de un Dios que da la victoria no se agota en la historia de Israel en aquellos
primeros años del nacimiento como pueblo de Dios. Este Dios dará muchas veces su victoria a
Israel (I Sam 14,6; 14,23; 14,45; 19 5; 2 Sam 23, 10- 12; 2Rey 5,1; 1 Cro 11,14)
Los textos de la Sagrada Escritura nos hablan una y otra vez de la victoria que obró “allí Yahveh”.
Estas victorias son acontecimientos que Israel mantiene en su memoria como pueblo. Algo ha
aprendido este pueblo:
“…que en la guerra no depende la victoria de la muchedumbre del ejercito, sino de la fuerza
que viene del cielo… El les quebrantará ante nosotros; no les temáis.” (1 Mac 3,19.22).
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¿QUÉ HACE ISRAEL DESPUÉS DE SUS VICTORIAS?: ALABAR Y BENDECIR A DIOS.
Dice el 2 libro de los Macabeos:
“Al término de estas proezas, con himnos y alabanzas bendecían al Señor que hacía grandes
beneficios a Israel y a ellos les daba la victoria.” (2 Mac 10,38)
Por lo tanto la Palabra de Dios nos habla abundantemente de un Dios Todopoderoso, y de un
pueblo que vence gracias al auxilio de Dios (2Mac 12,11), Dios es el que concede la victoria
cuando ese pueblo por sí mismo se muestra débil e indefenso (2Mac 15,8). Y un pueblo que
reconociendo que su Dios es poderoso tiene que aprender a confiar sólo en Él y por lo tanto a
no temer. Las victorias de Dios enseñan a su pueblo a no dudar de su amor. Si Dios se hace
presente en su historia es por amor. La gran lección es esta: el amor de Dios por su pueblo les
lleva a la victoria. Y así el pueblo rezó en sus salmos:
“Oh Dios, con nuestros propios oídos lo oímos, nos lo contaron nuestros padres,
La obra que tú hiciste en sus días, en los días antiguos, y con su propia mano.
Para plantarlos a ellos, expulsaste naciones, para ensancharlos, maltrataste pueblos;
No por su espada conquistaron la tierra, ni su brazo les dio la victoria, sino que fueron tu
diestra y tu brazo, y la luz de tu rostro, PORQUE LOS AMABAS.
Tu sólo oh Rey, Dios mío decidías las victorias de Jacob;
Por ti nosotros hundíamos a nuestros adversarios, por tu nombre pisábamos a nuestros
agresores… Tu das a los reyes la victoria” (Salmo 44).
Dios es un Dios salvador y amoroso. Los agresores de Israel encuentran en el Dios de Israel
un defensor de su pueblo. No es un Dios violento. Es un Dios celoso que enseña con una
pedagogía de amor a confiar sólo en Él. Israel no necesita hacer alianzas con poderosos. Eso le
ofende a Dios y verán, cómo Dios retira su mano y protección cuando su pueblo desconfía de
ÉL. Porque… “sólo en Yahveh hay victoria y fuerza… Por Yahveh triunfará y será gloriosa la
casa de Israel” (Isaías 45 ,24-25)
Y así el pueblo ve en sus victorias no un motivo de orgullo o vanidad sino un motivo de alegría
y alabanza porque su Dios les da la victoria. Surge un canto nuevo por las maravillas de Dios.
Las victorias de Dios llevan a la alabanza y a la bendición. (Salmo 98 ,1)
La Sagrada Escritura nos ha mostrado un Dios que se enfrenta a unos enemigos concretos:
pueblos adversarios de Israel. Los enemigos principalmente son los pueblos circundantes. Los
combates que deben librar son batallas y guerras que les dan la tierra, que los defienden de
pueblos poderosos o que les sirven como a los Macabeos para mantener integra su fe.
III. LA VICTORIA DE DIOS Y EL COMBATE DEL NUEVO PUEBLO DE DIOS.
En el Nuevo testamento nos encontramos con el Nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia. ¿Cómo se
va a hacer presente este Dios victorioso en la historia de su Pueblo? ¿Cuáles son nuestras
luchas y combates hoy en día?
Dios no cambia. Sólo Él da la Victoria. El Dios del amor que tanto hizo por Israel, debe llevar a
su nuevo pueblo a una victoria final, a un combate escatológico (Ap. 19,10) donde las
naciones paganas serán exterminadas, donde el pecado y la muerte será definitivamente
vencido. Donde la Bestia, el falso profeta y sus adoradores serán “arrojados vivos al lago del
fuego que arde con azufre” (AP 19, 20) Se dará el triunfo de aquel que es “Rey de Reyes y
Señor de Señores.” (Ap. 19, 16). Después de este combate se dará un combate definitivo
donde Satán, el diablo, será arrojado “al lago de fuego y azufre, donde están también la Bestia
y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.” (Ap. 20,10).
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Nuestros enemigos ya no son los pueblos cananeos, amorreos o egipcios. La Iglesia es un
pueblo débil en medio de los enemigos: el mundo, el demonio y la carne que es la debilidad
que cada uno de sus hijos lleva en sí a causa del pecado original (Mt 13,18.23; Mt 13,2430). La
barca de Pedro (la Iglesia) a veces siente las embestidas fuertes del mar (Mt 8,23-27). Pero
hemos recibido hoy una nueva invitación de nuestros pastores en Aparecida a poner nuestra
confianza en Dios sin miedo; “Llevemos nuestras naves mar adentro, con el soplo potente del
Espíritu Santo, sin miedo a las tormentas, sabiendo de que la Providencia de Dios, nos
deparará grandes sorpresas” (Aparecida nº 551).
Cada uno de nosotros dependemos de ese fuego del cielo que devorará a nuestros enemigos:
“Pero bajó fuego del cielo y los devoró” (Ap. 20,9). Estamos inmersos en una batalla donde ya
sabemos el resultado final; la victoria es de nuestro Dios:
“Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie puede contar, de toda nación
razas, pueblos y lenguas, de pie delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con
palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: la salvación es de nuestro Dios, que está
sentado en el trono, y del Cordero.” (Ap. 7,9-10).
Pero hasta ese final definitivo de la historia, seguimos teniendo que librar nuestras batallas.
¿Contra quién luchamos día tras día? San Pablo dice en la carta a los Efesios;
“…fortaleceos en el Señor… Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino
contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo
tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas” (Ef 6,10-12). Estos son los
grandes enemigos del hombre. Los espíritus malignos.
La muerte, el gran enemigo del hombre, ya ha sido vencido por Cristo. Por eso podemos decir
como San Pablo ¿Dónde está oh muerte tu victoria? (1Cor 15,54) La muerte, dice San Pablo,
”ha sido devorada en la victoria” de Jesús. (1Cor. 15,54). San Pablo nos llama al combate de la
fe, a permanecer en la fe y en la conciencia recta (1 Tim 1,18) a soportar un combate que
tiene como objetivo cumplir la voluntad de Dios para la cual nos debemos llenar de paciencia
en medio de las tribulaciones (Hb. 10,32- 36). Tenemos un enemigo y su nombre es: Pecado
Por lo tanto estamos en combate contra los espíritus inmundos; llamados a permanecer en la
fe; conscientes de la propia debilidad y enfrentándonos también al mundo. Pero Cristo ha
vencido al mundo. San Juan recordaba a los primeros cristianos: “habéis vencido al maligno”
(1Jn. 2,13) y estamos en un combate con el mundo, porque todo lo que hay en el mundo no
viene del Padre. El mundo es la concupiscencia de la carne, de los ojos, la jactancia de las
riquezas (1Jn. 2,16). Sin embargo, el Espíritu de la Verdad que está en nosotros, el Espíritu de
Cristo es más fuerte que el espíritu del mundo que es el espíritu del error, “pues el que está en
vosotros es más que el que está en el mundo” (1Jn 4, 14).
La Iglesia por lo tanto es consciente… “de la victoria pascual de Cristo pero viviendo en el
mundo que está aún bajo poder del pecado con su secuela de contradicciones, dominaciones y
muerte.” (Aparecida nº 523)
IV. LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO:
Si en el Antiguo testamento Dios, la fuerza de lo alto, era el que conseguía las victorias al
Pueblo de Israel, ahora es Cristo el que ha vencido por su muerte y resurrección. La muerte
ha sido vencida, el demonio y el mundo con ella, por la redención de Cristo. Sin embargo, se
nos advierte que el combate continúa. ¿Cómo combatir en este momento contra nuestros
enemigos? ¿Cómo ser nosotros victoriosos y no vernos una y otra vez sometidos al poder del
maligno, que vencido todavía actúa y tiene poder?
“Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito, pero
si me voy os lo enviaré” (Jn. 16,7)
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Nosotros venceremos cuando vivamos unidos como los sarmientos a la vid (Jn15, 1-17) y
recibamos de la raíz de la planta la savia que da la vida, que no es otro que el Espíritu Santo.
Las palabras de Jn16, 7, nos indican la importancia de que recibamos el Espíritu Santo. Es el
mismo Cristo el que dice que es necesario para vivir la victoria de su redención que Él se vaya
y actúe en nosotros el Espíritu Santo. Que vivamos como nos recuerda el documento de
Aparecida: “Animados por el Espíritu Santo” (Aparecida nº 148) Es decir, el fruto principal de
la redención del Señor es el Paráclito. Nuestro defensor. Frente al “Acusador” (Zac 3,1) Satán,
aparece la figura del Espíritu Santo en los tiempos de la Iglesia que nos hace salir victoriosos
de nuestras luchas y combates. La victoria sigue siendo de Dios que al enviarnos su Espíritu
Santo, nos permite vivir una verdadera amistad con Él a través del perdón de los pecados:
“Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo recibid el Espíritu Santo” (Jn20, 22.23). Cristo
resucitado sopla y concede su Espíritu sobre los apóstoles, cimientos de su Iglesia para donar
el perdón. A partir de ese momento, el Espíritu se mueve libre en la Iglesia. Así como se había
movido libremente en Israel (Num 11,25-26) cuando Eldad y Medad recibieron el Espíritu, así
se mueve hoy en la Iglesia.
El Espíritu Santo irrumpe de una manera nueva y poderosa en Pentecostés en la vida de los
apóstoles, y posteriormente en las comunidades cristianas. La iglesia en ese momento queda
“marcada con Espíritu Santo y fuego” (Aparecida nº 151)
Dones y carismas son concedidos a su Iglesia, por el alma de la Iglesia que es el Espíritu Santo.
Ya el hombre no se siente solo en un combate contra sus enemigos, Cristo nos ha concedido
su Espíritu que nos hace capaces de afrontar una Nueva Evangelización con poder. El Reino de
Cristo es posible en este mundo a través de las transformaciones de los corazones de los
hombres por el Espíritu Santo. Estos hombres transformados, victoriosos, deben hacer que
Cristo reine en la sociedad. Se ha repetido, de una forma nueva el Pentecostés de la Iglesia
naciente. Sólo el Espíritu Santo puede transformar vidas, sanar corazones.
Así nos lo decían los obispos latinoamericanos en su documento resumen del encuentro de
La Ceja en Colombia en Septiembre de 1987: “El Espíritu Santo va realizando una renovación
de criterios y de conducta en quienes se dejan poseer y conducir por Él. Solamente su gracia
puede cambiar al hombre carnal en hombre espiritual… sólo el Espíritu Santo puede cambiar el
corazón de piedra por el corazón de carne y sanar las relaciones interpersonales en las familias
y en todas las comunidades” (La Ceja nº 76)
Por eso el mismo demonio tiene una experiencia nueva de su derrota cuando el “dedo de
Dios”, irrumpe con fuerza liberadora en medio de nosotros y nos hace pasar de hombres
derrotados a hombres victoriosos, hombres sanados en nuestro corazón y en nuestras
relaciones con los demás. Así nos lo enseñaron los obispos Latinoamericanos en Colombia: “Y
esta Fuerza del Espíritu del Señor, nos capacita para triunfar en el combate espiritual que
todos tenemos que librar contra el maligno cuya presencia, acción y poder aparecen por todas
partes” (La Ceja, nº 40)
El Espíritu Santo Transforma corazones secos y toca las bocas de sus hijos impulsando a la
Iglesia a repetir la experiencia del Israel antiguo que bendecía y alababa en las victorias.
La alabanza surge con fuerza en los grupos de oración que hace de la Iglesia un nuevo pueblo
de alabanza. Esta alabanza nos recordaban los obispos en la Ceja: “es señal de madurez en
estos grupos y fuente de abundantes bendiciones celestiales” (La Ceja. Nº65). Por eso
podemos decir ¡SOMOS VICTORIOSOS! La victoria sabemos que no es nuestra, es de Cristo
que a través de su Espíritu Santo nos hace criaturas nuevas desde el bautismo y que nos
sostiene en nuestras luchas. Que nos invita a una experiencia de sanación y de liberación.
Todo se hace en el Amor y por el AMOR. En efecto, si Israel experimentaba la victoria era
porque eran amados y si hoy vivimos en la cultura del Nuevo Pentecostés donde se repiten
entre nosotros los “milagros” de los primeros cristianos, es porque somos AMADOS. Si
decimos somos victoriosos, si Cristo ha vencido y nosotros con Él, es porque somos AMADOS
por Dios de una manera nueva como Iglesia y personalmente. De hecho su amor nos llega por
el Espíritu Santo como nos recordaban nuestros pastores en Aparecida: “Lo alabamos porque
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ahora continúa derramando su amor en nosotros por el Espíritu Santo y alimentándonos con
la Eucaristía, Pan de Vida. (Aparecida nº106). Dios no deja de amarnos.
Dios conoce nuestra debilidad y nuestras necesidades. Por eso, su amor, nos hace VENCER.
Sin amor no podremos decir somos victoriosos. “Mientras no domine en nosotros el amor que
es el fruto del Espíritu Santo (Gal 5,22), no podremos hablar de verdadera renovación
espiritual. La Iglesia y el mundo cambiarán cuando nos llenemos del amor divino y nos
amemos unos a otros como Jesús nos ha amado” (La Ceja nº 52)
Finalmente podemos recordar unas palabras de Juan Pablo II en su encíclica “Dominum et
Vivificantem” del 18 de Mayo de 1986: “Escribe San Pablo: « El Señor es el Espíritu, y donde
está el Espíritu del Señor, allí está la libertad ». Cuando Dios Uno y Trino se abre al hombre por
el Espíritu Santo, esta « apertura » suya revela y, a la vez, da a la creatura-hombre la plenitud
de la libertad. Esta plenitud, de modo sublime, se ha manifestado precisamente mediante la fe
de María, mediante « la obediencia a la fe » Sí, “ ¡feliz la que ha creído!” (D.et V. nº 51)
La experiencia del Nuevo pentecostés nos hace victoriosos si finalmente acabamos pasando
por esta experiencia de sentirnos libres. El pecado esclaviza. Dios nos hace libres. El Espíritu
santo es el garante de nuestra libertad. Y no hay ejemplo mayor de libertad que el de la
Virgen María que como modelo nuestro, dice Sí, fiat, a Dios y por su obediencia nacida de la
fe se llenó del Espíritu Santo.
Resumen esquema.
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Yahvhé es el que lucha y vence. Lucha por los israelitas pueblo pobre y débil.
Si Dios es poderoso nada hay que temer.
Israel aprende a bendecir y alabar a Dios después de las victorias de Dios.
Dios vence a los enemigos de Israel porque AMA a su pueblo.
Cristo vencedor está llevando a su Iglesia a una victoria final escatológica.
La Iglesia tiene todavía que afrontar muchas luchas. El mundo, el demonio han sido
vencidos. La carne en nosotros es enemigo a vencer. Son enemigos que ya han sido
vencidos, pero que se oponen todavía al Reinado de Cristo por su Espíritu Santo.
Cristo da su Espíritu Santo a la Iglesia. Lo dio de forma única en Pentecostés. Lo da hoy en
este “nuevo pentecostés” nacido del Concilio vaticano II.
Podemos vencer en Cristo por el Espíritu Santo a nuestros enemigos. Nada debemos
temer.
Vencerá el que viva unido como el sarmiento a la Vid, a Cristo, que da su Espíritu Santo
que es ese fuego del cielo que devora.
Viviendo un nuevo Pentecostés somos victoriosos.
PREGUNTAS PARA COMPARTIR EN LAS PRÓXIMAS REUNIONES DE ASAMBLEA 10’ a 15’
1. ¿Sabías que Dios luchaba por ti por amor y que es Él quien da la victoria? si tu respuesta es
sí, narra una experiencia; y si es no, ¿Qué piensas ahora?
2. ¿A qué enemigos debes vencer en tu vida con el poder del Espíritu Santo?
3. ¿Experimentas en tu vida la victoria en Cristo por el poder de Espíritu? ¿Cómo?
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