Me llamo Sombra y soy una coneja negra de pelo corto muy guapa. Cuando tenía más de un año, mis papis y yo decidimos que queríamos vivir la experiencia de tener gazapos. Así que me buscaron un macho llamado Elvis – muy guapo, blanco de pelo largo – y nos juntaron. El embarazo fue bien y 10 días antes de parir, me puse como loca a hacer el nido. Tenía una pequeña caseta y ahí fui metiendo todo lo que encontraba por mi paso: papel de periódico, las virutas de serrín prensado, una camiseta vieja que me habían dejado, mucho heno... Según quedaba menos para el parto, me iba poniendo más arisca y frenética y comencé a arrancarme mucho pelo. Y a los 30 días más o menos nacieron mis cuatro gazapitos. Cuando parí, les metí en el nido y les tapé con mucho pelo, para que no pasasen frío. Llevaba toda la noche esperando para poder hacer pis lejos de la jaula, porque no quería dejar ningún rastro a los depredadores, por si olían a mis niños y los mataban. Mis papis cada vez que querían ver a mis niños se untaban las manos de heno y miraba a ver qué tal estaban. Yo les daba de mamar una vez al día y mamaban los 4 a la vez. Y después de mamar les chupaba la tripita para que hiciesen sus caquitas. Al principio, no tenían nada de pelo, pero a la semana ya tenían una pelusilla por todo el cuerpo y ya se sabía que color iban a tener: dos iban a ser marroncitos y los otros dos blanquitos. El tiempo que estuvieron en el nido, no les hacía mucho caso. Sólo les molestaba para darles de mamar y para taparles cuando se movían mucho. Eso sí, estaba pendiente de todos los movimientos de mis papis cerca de la jaula. Les pusieron nombres humanos: Gordote, el más grande de todos, un gazapillo blanco de pelo corto con manchas en la nariz y en las patas; Escuchimi, una gazapilla blanca de pelo blanco y la más parecida a su padre; Gremlins, una diablilla marrón que no se estaba quieta; y Sol, una bolita de color marrón y que era la sombra de su mamá. A los 15 días de nacer, mis papis miraron el nido en mi presencia. Y a las 2 semans y media mis niños salieron del nido por primera vez. A partir de la tercera semana, empezaron a imitarme y empezaron a comer también un poco de verdura que tenía yo en mi comedero y trocitos de heno que encontraban. Pero no dejaron de mamar. No paraban quietos y dejaban la cocina llena de conguitos y de pises. Hacían una trastada detrás de otra y lo que no se le ocurría a uno, se le ocurría al otro. Hacían casi todo juntos, pero lo que más les gustaba era quedarse los 4 dormidos todo apretujados. Y a las 6 semanas y media, cuando mis niños ya eran mayores y ya sólo comían cosas sólidas (mis papis me dieron una ramita de perejil al día durante una semana para cortar la leche y que no tuviera una mastitis), se fueron con sus dueños. Y ésta es la historia de mi embarazo. Espero que os haya gustado mucho, porque para mí y para mis papis fueron unos días geniales en los cuales, ellos aprendieron un montón de los conejos y sobre cómo cuidar a unos gazapos.