La rebelión villista en Jalisco: sus actores, acciones y motivos Samuel O. Ojeda Gastélum1 Introducción El propósito de este trabajo es adentrarse en el análisis de un conjunto de actores que vivieron inmersos en el proceso que vivió la sociedad jalisciense cuando la Revolución Mexicana hizo acto de presencia en la entidad. Específicamente aquellos que se acuerparon dentro del villismo, una de las grandes facciones revolucionarias que se crearon a partir del proceso de escisión ocurrido entre los contingentes revolucionarios durante y tras la derrota del efímero gobierno de Victoriano Huerta. Los principales protagonistas locales adheridos al villismo, así como los contingentes humanos que confluyeron en torno a propósitos similares, han generado variadas impresiones dentro de la historiografía regional. Muchos de ellos son evocados como temibles bandoleros que fueron tenazmente perseguidos por las fuerzas constitucionalistas. Por su accionar, han incursionado en la historia, la literatura y la leyenda de Jalisco. Sin embargo, quienes han abordado, desde distintos géneros, la presencia de estos actores se han centrado en su controvertida personalidad y el trágico desenlace final de sus vidas. Mi pretensión es destacar la connotación que tuvieron los jefes y contingentes villistas dentro del espacio histórico jalisciense, retomándolos bajo una óptica distinta, no solo como protagonistas sino como actores sociales, y específicamente como componentes de una oposición inserta dentro del tejido social de la época. Bajo la premisa de que no se puede explicar cabalmente la trayectoria y significación del bandolerismo y la rebeldía jalisciense, así como a los villistas en particular, si no reemprendemos su análisis a partir de su contextualización dentro del tiempo, espacio y relaciones sociales que los nutrieron. –––––––––––––– 1 Profesor-investigador de la Facultad de Historia, UAS. Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27 126 El estudio de la Revolución en Jalisco y la etapa constitucionalista en particular, requiere no limitarse al análisis de las reformas y acciones políticas establecidas por la revolución hecha gobierno, tras el arribo del Ejército del Noroeste a la entidad; necesita ser ampliado, incorporando los rasgos sociales, ideológico y culturales de los villistas que, si bien no fueron figuras fundamentales del período, dejaron significativas huellas en la entidad, reflejando mucho del sentir de los jaliscienses frente a la presencia de la revolución. La rebelión villista en Jalisco pretendo explicarla de acuerdo con sus objetivos, conducta o creencias. Entender las actitudes colectivas de las multitudes rebeldes, a partir de no considerarlas irracionales o criminales a priori, sino explicar las razones y creencias generalizadas que guiaron su accionar. Los sucesos y sus actores En 1913, tras la destitución y asesinato del presidente Francisco I. Madero, varios de los exdirigentes revolucionarios que habían secundado el Plan de San Luis, volvieron a levantarse en armas contra el gobierno de Huerta: Pedro Zamora cobró fuerza en la zona de Autlán; Eugenio Aviña por los rumbos de Ciudad Guzmán; Julián Medina en Hostotipaquillo y toda la zona de Tequila; Julián del Real adquirió notoriedad en Ameca; siguiendo los mismos pasos, otros jefes rebeldes comandaron pequeñas partidas que pusieron en jaque múltiples puntos del estado como Zapotlanejo, Yahualica, Tepatitlán, Colotlán, Tecolotlán, entre otros. Los sucesos nacionales y estas expresiones locales de rebeldía, pronto, modificaron la estabilidad del estado. La presión constitucionalista sobre el régimen adicto a Huerta y la respuesta de éste ante los ataques rebeldes alteraron la vida habitual de los jaliscienses: los “sorteos de sangre”, levas, acordadas, reclutamientos forzosos y saqueos, crearon un virtual ambiente de guerra en la entidad. Ante tal panorama, la casta político-religiosa acuerpada en torno al Partido Católico se esforzaba por apartar a los jaliscienses del influjo revolucionario. En junio de 1914, el avance triunfal de los constitucionalistas desde el noroeste alcanzó tierras jaliscienses. Tras la toma de la ciudad capital, el alto mando constitucionalista designó al gral. Manuel M. Diéguez como gobernador y comandante militar de Jalisco, ignorando la junta revolucionaria local, establecida para definir el curso de la revolución en la entidad. Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27 127 El nuevo gobierno inició su gestión recabando un préstamo extraordinario aplicable a particulares y el clero. La inconformidad de la sociedad tapatía se hizo presente, aunque se expresó de manera muy limitada. La oposición más dinámica fue escenificada por el clero, al desplegar una campaña de descalificación y una tentativa de complot contra el gobierno constitucionalista. Por tal motivo, más de un centenar de religiosos son apresados y muchos de ellos expulsados de la entidad. En estas fechas, la situación de la población jalisciense no era nada halagadora. El campo padecía los efectos del saqueo y el reclutamiento forzoso llevado a cabo por los dos bandos en disputa. Las haciendas eran abandonadas y los peones mal pagados; los productos de primera necesidad escaseaban; la industria enfrentó dificultades productivas y laborales; los precios se incrementaron significativamente. Ante la negativa al llamado gubernamental para conservar precios justos, varios comerciantes se hacen acreedores a fuertes multas. El clero y diversos propietarios renuentes a pagar la contribución extraordinaria, padecieron la confiscación de sus bienes. Estas medidas pronto se reforzarían con la incautación de edificios eclesiásticos para convertirlos en escuelas, y con ello fomentar la secularización de la enseñanza elemental y la legalización del divorcio, entre otras. Este panorama se observaba en la entidad al momento de realizarse la Convención de Aguascalientes. Entre los revolucionarios jaliscienses asistentes a esta memorable junta revolucionaria figuraron el general Julián C. Medina y, en representación del gobernador Manuel M. Diéguez, el teniente coronel Fermín Carpio. Uno y otro ocuparon bandos distintos al momento de aprobarse los desconocimientos de Francisco Villa, como jefe de la División del Norte, y de Venustiano Carranza como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, encargado del poder ejecutivo. El primero a favor, el segundo en contra. Con esa votación se expresó la división que se hizo patente entre los revolucionarios jaliscienses. Los efectos de esta ruptura pronto se expresaron en la entidad. En poco tiempo, la proliferación de villismo fue impresionante. Al seno de las fuerzas revolucionarias de Jalisco se inició un proceso de desbandada. Un gran número de jefes y oficiales se separaron con todo y tropa, dejando a las fuerzas leales a Venustiano Carranza en notoria debilidad. Los escindidos se proclamaron convencionistas y establecieron su centro de operaciones en el sur de la entidad. A las fuerzas que operaban en el estado, se sumaron las columnas villistas desplazadas desde el bajío. Lo anterior provocó que los Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27 128 constitucionalistas evacuaran la capital tapatía y se replegaran hacia el sur de Jalisco. Las fuerzas de Villa tomaron Guadalajara en diciembre de 1914 y designaron como gobernador a Julián C. Medina. Al tiempo que el gobierno de Manuel M. Diéguez se establecía en Ciudad Guzmán, desde donde los constitucionalistas reemprendieron la reconquista de Guadalajara, lo cual lograron el 18 de enero de 1915. Este rápido retorno al poder se explica porque los constitucionalistas se reforzaron con la 2ª División del Noroeste, que arribó proveniente de Toluca; también aprovecharon que Villa había salido de Guadalajara con destino a la ciudad de México, dejando a Medina disminuido. A mediados de febrero, los convencionistas tomaron de nuevo la capital jalisciense, con el beneplácito del clero, hacendados, comerciantes, políticos tradicionales y buena parte de las clases bajas de Guadalajara, apoyados por el regreso de miles de soldados villistas al mando del propio Centauro del Norte. Las fuerzas de Diéguez emprendieron la huida hacia el sur, hasta refugiarse en Colima. Las tropas de Villa detuvieron su tenaz persecución y partieron rumbo al noreste del país para apoyar la campaña que desarrollaban sus compañeros de lucha en aquella región. Lo anterior permitió que las fuerzas de Diéguez se reagruparan y reforzaran, para que en abril recuperaran definitivamente la capital tapatía. Pese a la recuperación de la capital, los contingentes villistas locales constituían núcleos sólidos y numerosos que continuamente ponían en jaque a las autoridades estatales y municipales. Los grupos armados continuaban operando en la zona rural, ejerciendo su fuerza y hegemonía en varias comunidades. Para desactivar esta amenaza se ejercieron dos medidas: se promulgó una amnistía en el Estado, que beneficiaría a soldados y oficiales villistas; por otra parte, se emprendió un gran operativo militar para lograr su aniquilamiento. Numerosos rebeldes se acogieron a esta ley de amnistía, entre ellos Julián del Real, Leocadio Parra, Julián Medina y hermanos, entre otros. Algunos amnistiaron y dispersaron a cientos de sus seguidores, otros, en cambio, se pasaron al constitucionalismo con sus reducidas tropas para combatir a sus antiguos compañeros de lucha. No obstante, la amenaza villista continuaba. Pedro Zamora, Roberto Moreno, Saturnino Medina, Pedro Chávez, continuaron insubordinados ante las autoridades y al frente de cientos de rebeldes desplegaban sus acciones en el sur jalisciense y en el norte del vecino estado de Colima, donde el enfrentamiento con las fuerzas constitucionalistas iba acompañado de asesinatos, raptos y saqueos. A pesar de que sus acciones ofensivas fueron a la baja y tendieron a adoptar un claro corte defensivo, no por ello disminuyó su Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27 129 peligrosidad y capacidad de liderazgo. Baste señalar que durante la segunda mitad de 1916, Zamora capitaneaba una fuerza superior a mil hombres. También deben contarse una diversidad de pequeños grupos de alzados que combinando –en diversos grados– rebeldía y bandolerismo, asolaban intrincados caminos, haciendas y rancherías apartadas. Sin embargo, el despliegue bélico era cada vez más limitado. Las derrotas se volvieron más frecuentes; importantes jefes villistas perdieron la vida en esos combates. Lo anterior provocó que el liderazgo se concentrara en Pedro Zamora, quien continuó enarbolando las banderas villistas, acaudillando un nutrido grupo que lo acompañó en su iracundo accionar hasta que abandonó las armas en 1920. Con este hecho, se apagó la llama rebelde en Jalisco; pero sólo de manera transitoria, ya que en años posteriores, las tierras recorridas por los villistas volverían a ser escenario de nuevos enfrentamientos bajo el amparo de la rebelión cristera. Algunos protagonistas Una de las principales figuras villistas fue Pedro Zamora, hijo de campesinos del sur jalisciense. Desde joven se dedicó al comercio ambulante en su región de origen. Se incorporó a las fuerzas maderistas en la entidad y, más tarde, optó por combatir bajo las banderas constitucionalista, donde aceptó la jefatura de Lucio Blanco. Cuando Blanco se plegó a los acuerdos convencionistas, Zamora hizo lo mismo. Pedro Zamora encabezó las primeras manifestaciones de ruptura entre el bando revolucionario. En octubre de 1914 recorrió varias poblaciones del sur del estado reclutando hombres y caballos, con la finalidad de nutrir las filas de los partidarios de la Convención, en sus arengas proclamaba la libertad religiosa, ganando numerosos adeptos inconformes por el anticlericalismo de Diéguez. A Zamora lo acompañaba el padre Corona, ambos acaudillaban el grupo armado. La composición numérica de su grupo armado fue oscilante, regularmente sumaba varios cientos. En tiempos de gran pujanza superaba los mil integrantes. Zamora fue un rebelde indómito que proclamó su adhesión al villismo hasta 1920, año en que depuso las armas. A lo largo de todo su accionar se caracterizó por practicar raptos, saqueo y extorsión. Entre los militares disidentes figuró José María Morales Ibarra, exjefe de mando de las fuerzas armadas del gobierno huertista en Michoacán y jefe del 2do. batallón de Jalisco del Ejército del Noroeste. Morales desertó para sumarse a la oposición villista, se llevó consigo a gran parte de la fuerza bajo Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27 130 su mando. Entre sus seguidores iba el ingeniero Salvador Jiménez Loza, diputado jalisciense, fungiendo como su secretario particular; además lo acompañaban algunos vecinos de la capital tapatía, entre los que figuraban empleados estatales. Sus acciones se desarrollaron, en mayor medida, rumbo a los altos de Jalisco. En sus arengas públicas, José Morales enarbolaba la bandera de la religión, como único medio para tener un buen gobierno. Julián del Real fue otro militar que engrosó las filas convencionistas. Desde su empleo de operario en el mineral de Etzatlán, Jalisco, se levantó en armas a favor de la causa maderista. Dos años más tarde, al frente de 300 hombres, volvió a hacer lo mismo en Ameca, ahora contra el gobierno de Huerta. Ante la ruptura revolucionaria se unió a los villistas, donde permaneció combatiendo hasta octubre de 1915, fecha en que aceptó amnistiarse al tiempo que se incorporó a las filas constitucionalista. Se enfrentó ante sus antiguos excompañeros por corto tiempo, pues a principios de 1916, tras una confrontación con soldados constitucionalistas, fue juzgado y fusilado. Julián Medina era originario de Hostotipaquillo. Provenía de una familia económicamente precaria. Para 1910 era empleado de la empresa minera establecida en Etzatlán. En este lugar se enroló en las filas maderistas. Al año siguiente fundó el Club Liberal de Obreros Benito Juárez; posteriormente fue electo presidente municipal de su lugar de origen. Se levantó en armas contra el gobierno de Huerta, nutriéndose con muchos mineros de la localidad. Al participar en la Convención de Aguascalientes se pronunció a favor de Francisco Villa. Tras la ocupación de Guadalajara por los convencionistas, Francisco Villa lo designó gobernador del estado, puesto que desempeñó durante algunos meses. Durante su corto mandato, Medina se distinguió por establecer un nuevo impuesto de guerra, aceptado por los hacendados y comerciantes; distribuir alimentos entre la población más pobre y necesitada; bajar los precios de artículos de primera necesidad; multar a comerciantes especuladores; establecer la circulación forzosa de la moneda y billetes villistas; realizar recorridos por las poblaciones y comunidades a fin de conocer sus necesidades más apremiantes. Todo ello en el marco de tensiones y desequilibrio social que generaban estos tiempos agitados y turbulentos. Una vez que fue desplazado del poder por Diéguez, continuó combatiendo e intentó recuperar Guadalajara sin éxito. A principios de 1916 aceptó el ofrecimiento de amnistía –junto con sus hermanos–, y salió del país, desterrándose a Estados Unidos. Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27 131 Roberto Moreno era un prominente hacendado de la región de Unión de Tula. Padeció las continuas extorsiones de los militares en su hacienda San Clemente, tal situación lo orilló a tomar las armas y conformar un grupo de defensa armado. Al levantarse en armas propagó entre sus trabajadores que la revolución se iba apoderando de las haciendas y mandaba retirar a los trabajadores, por lo tanto, para defenderse era necesario armarse y seguirlo para pelear. Llamado que encontró oídos receptivos en muchos de sus empleados. Las acciones de Moreno subieron de tono al conjuntar esfuerzos con Pedro Zamora; ello le permitió ejercer dominio sobre una amplia zona del sur de Jalisco e irradiar su accionar a las tierras colimenses. A pesar de ser todo un hacendado, en las áreas donde imponía su control y dominio, impulsaba la desaparición de las tiendas de raya y que se les perdonaran las cuentas pendientes a los peones y labradores. Moreno no aceptó los ofrecimientos de amnistía y continuó combatiendo hasta 1917, fecha en que ocurrió su muerte. José Sánchez Gómez, figuró como otro integrante destacado de las filas villistas. Era agricultor y comerciante de la región de La Huerta, donde gozaba de prestigio y cierto cacicazgo local. Adoptó una actitud rebelde ante las incautaciones sufridas a sus bienes por parte de las tropas constitucionalistas. Si bien utilizó métodos tradicionales para financiar su campaña como la imposición de préstamos forzosos, se distinguió por aplicarlos con más equidad. Hacía un uso moderado de la violencia y no toleraba los desmanes de sus seguidores. Lo anterior le ganó apoyo y encubrimiento por parte de los habitantes de la comarca, hecho que le permitió sortear todas las ofensivas militares en su contra hasta que se amnistió en 1920. Uno de los lugartenientes más conocidos de Pedro Zamora fue Saturnino Medina, oriundo de la región de Unión de Tula. Se distinguió por sus prácticas bandoleras y la crueldad que aplicaba a cada una de sus acciones. Murió en combate en 1916. Otro de los famosos lugartenientes de Zamora fue José Covarrubias. Este jalisciense, originario de Juchitlán alcanzó notoriedad porque sus acciones bandoleras se acompañaban de raptos de jovencitas de los sitios donde atacaban. Permaneció leal a Zamora hasta el final, amnistiándose al mismo tiempo. En la zona de Tapalpa, Jalisco, las filas convencionistas se nutrieron desde otras trincheras. Desde 1914, Justo Hueso se adhirió a las fuerzas villistas comandadas por Pedro Zamora. Justo era miembro de una distinguida familia de Tecolotlán; él mismo era dueño de la hacienda La Capula, ubicada Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27 132 en Chiquilixtlán. Tenía como un sólido aliado a su hermano Jesús, párroco de Tapalpa, quien ante el anticlericalismo constitucionalista realizó propaganda a favor del villismo y terminó nutriendo sus filas, al igual que otros clérigos. Otros actores que se sumaron a esta oposición fueron integrantes del Partido Católico, quienes encontraron las condiciones propicias para salir a la palestra con banderas desplegadas y proyectos muy precisos, aunque entremezclados con este amplio espectro opositor. La actuación de los villistas Respecto a las causas de la rebelión, es claro que existieron motivos evidentes e inmediatos. Ellos son una clave para ahondar en la naturaleza de un conflicto. Sin embargo, aun cuando haya motivos que salten a la vista, se deben explorar aquellos que permanecen bajo la superficie, máxime si están implicados individuos de diferentes clases sociales, los cuales pueden tener distintas motivaciones. En un conflicto o movimiento social existirán razones o motivos dominantes y subyacentes. La imbricación de ellos o el predominio de uno determina la magnitud y sentido de las acciones realizadas.2 El nivel de aprehensión de esta realidad permite establecer como factores que articularon la inconformidad local a la dominación política, imposiciones ideológicas, erosión de autonomías locales, disposiciones fiscales, vejaciones y abusos militares realizados por los constitucionalistas. Acciones que afectaron los intereses, vida social, costumbres, y vida cotidiana de gran parte de la población jalisciense. Esta inconformidad permitió la aglutinación bajo la bandera villista a individuos de orígenes y ubicación social diferente. Por ello, se estructuró una oposición multiclasista y polivalente. Dicha oposición simbolizó el surgimiento de una alianza tácita no avizorada por ninguno de los autores, donde coexistieron intereses disímbolos. El rasgo dominante entre los villistas jaliscienses no fue retomar aspiraciones populares o agraristas; su sostén estuvo permeado por el provincianismo que campeaba entre la sociedad –––––––––––––– 2 Para encontrar las causas del comportamiento de los sujetos, se necesita analizarlos no sólo a partir de su ubicación económica, sino de su formación cultural, sus experiencias, tradiciones, mentalidad religiosidad y origen; a fin de no caer en un reduccionismo económico que elimine las complejidades de motivación, conducta y función de los hombres al seno de una sociedad. Partiendo de estas pautas, es imperioso emprender un análisis de dichas acciones y rebeliones centrando su atención en las motivaciones y medios utilizados para legitimar su comportamiento; específicamente, en los medios simbólicos que dan significado a su proceder. Para así entender su grado de unidad no solo por ideas o creencias generalizadas sino por el peso que lemas como: ¡Viva Villa, Viva la Religión!, juegan en la unificación de la multitud misma, y la manera en que moldean y dirigen su opinión y acción. Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27 133 jalisciense; actitud asumida contra “lo externo”, expresado en el constitucionalismo, al menos en sus fases más álgidas, antes de su devenir bandolero. Por ello, parece existir un rasgo medianamente común entre buena parte de los sublevados: su incursión en la contienda bélica se adoptó como una lucha de locales contra los de fuera. Esta conducta humana se genera en un espacio donde la clase media es débil y la influencia de la Iglesia católica es fuerte; región caracterizada por la existencia de comunidades urbanas y campesinas notablemente resistentes y hostiles a las nuevas ideas provenientes del norte del país. Esta sociedad mayoritariamente rural, defiende su vida autónoma, solo permeada por caciques locales, los derechos consuetudinarios, el temor ante un yugo central y el incierto futuro a que conducirían los constitucionalistas. Por su parte, la Iglesia incorpora –ya sea en lo individual o indirectamente– su conservadurismo político, proclamando su adhesión al orden establecido y a las formas tradicionales de vida, en contra de los ataques de los jacobinos, ateos u otros elementos extraños. Las actuaciones típicas de los villistas jaliscienses se sintetizaron en que su descontento lo patentizaron mediante su adhesión a uno de los bandos revolucionarios en disputa, en tiempos cuando éste se presentó dotado de una gran fama y como una opción real para hegemonizar la vida nacional. En cuanto la correlación de fuerzas cambió, muchos se amnistiaron o simplemente abandonaron la lucha armada. En estos tiempos de predominio del villismo local, su actuación hacia el resto de la población se caracterizó por tender puentes de simpatía, apoyo y adhesión, donde la defensa de la libertad religiosa fungió como su "cemento unificador". Los rebeldes villistas no impusieron su autoridad u obtuvieron la aprobación de la mayoría por medio del terror o la violencia destructiva; en sus poblaciones de origen y zonas donde operaron, se fomentó un vínculo de simpatía e intereses comunes entre la minoría activa y los muchos "inactivos". A medida que la correlación de fuerzas les resultó adversa, sus acciones se alejaron de la legitimidad social, hasta devenir en su práctica bandolera, fincada en aspiraciones clientelares, o darle salida a rivalidades, venganzas o aspiraciones personales; la incorporación de muchos jaliscienses al bando convencionista más que adoptar rasgos de bandolerismo social,3 se debió a que les significaba una forma de subsistir. Una forma efectiva para demandar su participación en los beneficios de una sociedad que les daba pocas oportunidades de prosperar. –––––––––––––– 3 Véase Eric Hobsbawm, Bandidos, Barcelona, Ariel, 1976. Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27 134 En su etapa inicial, entre los distintos grupos e individuos adheridos a las acciones militares adjudicadas como villistas, si bien aglutinados en torno a un enemigo común, cada cual tenía sus propias construcciones ideológicas, motivaciones e intereses. En estos meses se caracterizó por un eclecticismo desenfrenado, que toleraba a cualquier poder o interés local que le ofreciera fidelidad o le prometiera ventaja efímera. Su grado de homogeneidad aumentó al tiempo que se convirtieron en una guerrilla de claro corte defensivo. Importantes líderes rebeldes se alejaron de la contienda cuando la presencia beligerante quedaba atrás y se modificaba la correlación de fuerzas; entre mediados de 1915 y principios del año siguiente, ocurrieron las solicitudes de amnistía de los jefes villistas: Espiridión Preciado, Julián del Real, Ricardo Marchain, Juan Garibaldi, Miguel Vargas, Eulogio Silva, N. Godínez, Juan Puertas, Isidro Cárdenas, Daniel C. Gutiérrez, N. Rendón, y Julián, José y Jesús Medina, entre otros; así como diversos funcionarios, empleados y profesores jaliscienses que secundaron al gobierno de Medina. Buena parte de los jefes militares se pasaron al bando carrancista alegando estar luchando por una causa injusta debido a engaños y reconociendo rectitud en los principios constitucionalistas; los menos permanecieron neutrales ante la contienda bélica o sencillamente abandonaron la región. Dentro de los rasgos característicos de estos personajes se encuentra, ya sea una breve práctica militar previa unida al constitucionalismo, o su intención de ser partícipes en la conducción de la vida política-administrativa de la entidad. En lo tocante a quienes rechazaron el ofrecimiento de amnistía, se denota la presencia de rebeldes de origen bandolero, así como representantes de intereses de hacendados o del clero rural. Hacendados u agricultores prósperos como Roberto Moreno, José Sánchez Gómez y Justo Hueso; al lado de humildes hombres de campo como Pedro Zamora, Saturnino Medina, José Covarrubias, Leovigildo Pelayo, José Valle, Nicolás Soto, Francisco Quintero, etcétera. Sus prácticas dominantes son la toma sorpresiva de pueblos, el saqueo y la imposición de préstamos forzosos. Sus bases sociales son más débiles o tienden a diluirse a medida que se acrecentaban este tipo de acciones. Por otra parte, los vínculos e identificaciones de sectores de la población jalisciense con los villistas eran sumamente notorias. Baste señalar que durante el ataque y derrota que infringieron los villistas a las fuerzas de Diéguez en Sayula, los pobladores locales contribuyeron al enfrentamiento abriendo puertas y zaguanes para que los rebeldes ocuparan los techos de sus casas y tuvieran una mejor posición de tiro, también les facilitaron escaleras para el mismo propósito. Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27 135 Otra muestra de apoyo se puede encontrar en la actitud del pueblo de Mascota, Jalisco, donde por conducto de un emisario norteamericano dirigieron una misiva al alto mando constitucionalista avalando la iniciativa de Del Real, destacando que de aceptarse su amnistía, ellos mismos se pasarían al bando constitucionalista. Esta actitud se tomó como si la República de San Marino impusiera condiciones a Alemania. Una actitud similar mantenía el pueblo de Ejutla, donde los constitucionalistas encontraron que se rezaban oraciones por el regreso de Villa y que muchos animales domésticos llevaban el nombre de sus altos jefes militares. Asimismo, la prensa de la época consignaba la tenaz labor que realizaban las maestras auxiliares de la Escuela Modelo de Guadalajara a favor de la causa villista; así como los clamores y quejas que lanzaban los hombres de las altas clases sociales de Guadalajara, censurando al nuevo régimen y pidiendo la llegada de Francisco Villa para salvación de la sociedad aristocrática y la Iglesia, tras el cierre de templos, expulsión de sacerdotes y dureza con que se trataba a hombres prominentes del lugar. En términos generales, la población creía que con el triunfo de Francisco Villa se garantizaría el regreso a sus formas de vida anterior, alterada con la llegada del constitucionalismo. ¿Un comportamiento racional? En este nivel de la descripción del fenómeno villista en Jalisco, bien vale reflexionar un poco sobre las bases en que se fincó este accionar humano, su sentido y congruencia con la realidad social y aspiraciones, en términos de la racionalidad de sus actores. Para esto es sumamente útil recoger algunas de las consideraciones que al respecto nos brinda Jon Elster, quien considera que para explicar una acción se requiere observarla como el resultado de dos operaciones: la oportunidad y los deseos, remarcándonos que no siempre se puede apelar a estos dos elementos. A veces las restricciones son tan rigurosas que no queda espacio para lo segundo.4 La oportunidad está marcada por las restricciones físicas, económicas, legales y psicológicas que enfrenta el individuo, es decir son de carácter externo y objetivo. Si lo anterior lo trasladamos al caso del inicio de la rebelión villista en Jalisco encontramos que hasta antes de la gran ruptura entre las dos –––––––––––––– 4 Jon Elster, Tuercas y tornillos. Una introducción a los conceptos básicos de las ciencias sociales, Barcelona, Gedisa, 1996. Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27 136 facciones revolucionarias (villistas y carrancistas) la marginación de que fueron objeto los revolucionarios locales por parte los grandes jefes del constitucionalismo (Venustiano Carranza y Álvaro Obregón) al establecer nuevos poderes militares y políticos, no desencadenó ninguna expresión significativa de disidencia. Como tampoco ocurrió con pobladores rurales y hacendados ante los constantes saqueos y vejaciones sufridas de manos de las tropas y jefes del Ejército del Noroeste. Lo más que realizaron fue enviar, o cartas de denuncia o peticiones de restitución ante las autoridades establecidas. Sin embargo, al conocer la ruptura revolucionaria y la clara gran posibilidad que Francisco Villa consolidara su hegemonía a nivel nacional mediante el triunfo sobre los constitucionalistas, dado el poderío militar, posición estratégica de sus fuerzas en la geografía nacional, así como su gran prestigio militar, la inconformidad que existía en las filas revolucionarias locales afloró y rápidamente colocó a los constitucionalistas en jaque. Al conocer o sentir los efectos de esta ruptura, pobladores, hacendados y clérigos dieron rienda suelta a ese deseo reprimido de liberarse y expulsar de sus tierras a unos militares extraños, que practicaban y profesaban conductas ajenas a su vida local, sumándose a la contienda armada para la salvaguarda de sus intereses e ideas. Es decir, la oposición al constitucionalismo en Jalisco presentó tintes armados, no porque la sociedad local tuviera una vasta tradición, experiencia y condiciones de dar un paso de esa magnitud; se expresó, incentivada y condicionada, en mucho, por la propagación alcanzada por el villismo en el occidente mexicano, gracias a la gran movilidad y fuerza alcanzada por la División del Norte en el plano nacional. Fueron estas dinámicas externas las condicionadoras de su devenir, de su explosión abrupta. Este elemento fue básico para modificar (y hasta trasmutar) el carácter de la inconformidad y la protesta de una sociedad sin tradición de reacción colectiva y violenta. Sin embargo, por este mismo motivo, tras las grandes derrotas del villismo en el plano nacional, y su proceso de desarticulación como una gran coalición nacional para expresarse como un movimiento regional, condujo a que numerosos rebeldes consideraran que su éxito era improbable y optaran por pactar su amnistía, máxime cuando la gran fuerza del villismo se encontraba muy lejana para apoyar sus acciones. Para muchos, el reingreso al constitucionalismo era una oportunidad de recomponer sus liderazgos e influencia local. Resulta evidente que varios rebeldes que recurrieron a dicha amnistía se convirtieron en jefes militares de las regiones donde operaban bajo las siglas villistas. El peso que jugaron aparentes sentimientos regionalistas Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27 137 sobre las oportunidades e intereses individuales, de momento no se pueden valorar por lo incipiente de la observación del tema, pero es obvio que su imbricación en tiempos de conflicto o guerra se acentúan considerablemente.5 Estas actitudes también es factible observarlas a la luz de los estudios orientados a destacar los llamados “efectos de adhesión a la mayoría”,6 expresamente sobre la actitud de los individuos en situaciones coercitivas, durante las cuales negocian sus propios intereses ante el temor de quedar al margen de la coalición dominante. Por tanto, un individuo sólo puede oponerse a una coerción que padece si se constituye al mismo tiempo una gran coalición alternativa; ello ocasiona la presencia de rupturas repentinas y cambio de lealtades; estos aspectos estuvieron presentes entre varios de los adictos temporales al villismo en Jalisco. Lo anterior implica que en la explicación de estas acciones deban tomarse en cuenta tanto al individuo, como al contexto donde establece este tipo de negociaciones. Ligado al peso de las oportunidades, se encuentra la explicación de la composición del villismo y sus formas de adhesión social. Porque no se puede desprender automáticamente que debido a su ubicación social contasen con el apoyo y la solidaridad de clase o por el contario tratarlos como una multitud rebelde minoritaria diferenciada de su entorno social. Los comportamientos de los hombres no dependen sólo de sus deseos. Ya se señalaba que muchas veces las oportunidades restringen, limitan el deseo o aspiración del individuo, condicionando su forma de actuar. Por ejemplo, los pobladores del medio rural tenían más posibilidades de acuerpar dicha rebelión debido a que el campo es más apto para la guerra de guerrillas, así como también se encuentra más alejado de los centros neurálgicos del poder, es, al decir de Fernand Braudel, “un espacio de libertades”. Elementos, si bien importantes, no definitorios para articular un contingente armado, pues el hecho de participar en una rebelión como la escenificada por los villistas jaliscienses requería combinarla con sus actividades productivas que le posibilitaran su sustento o bien que la práctica armada cubriera esta necesidad. Para los pequeños campesinos, aparceros o medieros que dependían de los frutos de su trabajo diario para garantizar su sustento, era muy difícil incorporarse de manera regular en un grupo armado estable y organizado. No así para un agricultor o hacendado prominente que poseía reservas suficientes –––––––––––––– 5 Russel Hardin, One for all: the logia of group conflict, Princeton, Princeton University Press, 1995. 6 Randall Collins, Cuatro tradiciones sociologicas, México, UAM-Iztapalapa, 1996. Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27 138 para resolver estas necesidades y que además experimentaba la ocupación de sus bienes y la paralización de sus actividades productivas. De igual manera, era más factible la incorporación de individuos que para el desarrollo de sus actividades laborales y sociales desarrollaran una mayor movilidad social. No es casual que Eugenio Aviña y Pedro Zamora hayan nutrido las filas revolucionarias desde su oficio de pequeños comerciantes ambulantes. Como lo era también el contar con apoyos financieros y logísticos externos, en el caso de los recibidos por los empleados Julián del Real y Julián Medina por parte de funcionarios de la misma empresa donde laboraban, The Amparo Mining Company, establecida en Etzatlán, Jalisco. Aun más, nutrirse de bandoleros e infractores de la ley era mucho más fácil, pues éstos no tenían ninguna atadura laboral o productiva, además de compartir un enemigo común y un mismo espacio de acción, por ello su confluencia implicaba fortaleza mutua. Lo anterior no implicaba que las motivaciones giraran en ese mismo sentido. A partir de lo anterior, la participación real de los hombres en una acción depende tanto de los deseos como de las oportunidades, elementos que regularmente no corren a la par, máxime en períodos críticos o circunstancias extremas. Elementos a considerar para valorar los distintos grados de participación dentro de la causa villista: grupos armados de vanguardia, elementos de apoyo o retaguardia y bases sociales. Grados de participación que no necesariamente estaban en correspondencia con sus grados de convencimiento o motivación. Otro elemento a considerar es el comportamiento de los rebeldes que no aceptaron los ofrecimientos de amnistía y continuaron luchando. Un primer aspecto que debe señalarse es la confluencia en actitudes similares entre jefes rebeldes con orígenes distintos (hacendados, bandidos, excuras) hermanados en torno al secuestro, saqueo y robo como prácticas reiteradas. Es posible que entre estos grupos rebeldes que compartían un espacio y actuaban más o menos mancomunadamente, haya operado de acuerdo a la “Ley de Homans”, la cual establece que cuando más interactúan los individuos más tienden a adaptarse unos a otros, empiezan a formar un grupo cohesivo, desarrollan una cultura de grupo que antes no existía y vigilan mutuamente el acatamiento de sus normas, aunque esto es aplicable sólo a partir de relaciones horizontales. Lo cierto es que, al parecer, el uso excesivo de la violencia la utilizaron como norma más notoria a partir de 1916, cuando experimentaban el paso de acciones ofensivas a defensivas, a la vez que cuando ocurría bajas y deserciones en sus filas, cuando además se presentó el traslado de numerosas Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27 139 fuerzas desplazadas desde el centro para combatirlos. Lo cual indica que este uso excesivo de violencia pudo ser una forma de manifestar su fuerza y ganar autoridad ante el enemigo. Aunque conviene destacar que estos exabruptos violentos se practicaron generalmente por grupos dirigidos por personajes con antecedentes bandoleros, quienes ejercían cierto dominio de tipo caciquil sobre determinadas áreas, establecieron normas sociales al interior de sus grupos donde el saqueo, violación y el asesinato a civiles estaba proscrito (el grupo rebelde capitaneado por José Sánchez Gómez es un claro ejemplo), para evitar la obtención de sanciones sociales que condujeran a la desaprobación, pérdida de apoyo y legitimidad;7 esto se ponderaba por sobre la derrama que traería el saqueo para fortalecer al grupo mismo. Lo anterior implicó balancear costos y beneficios para la adopción de una decisión racional. En fin, la problemática de las acciones villistas en Jalisco son muy variadas por la diversidad de actores e intereses que se mezclaron y sobrepusieron en su corta, pero convulsa existencia. Lo referente a las creencias y motivaciones es un asunto pendiente debido al acercamiento limitado con esta temática y, como acertadamente refiere Collingwood, la historia no parte de supuestos sino de hechos u acontecimientos del pasado inaccesibles a nuestra observación directa; por lo tanto, los estudia inferencialmente a partir de testimonios históricos8, cuya ausencia impide brindar más elementos sobre el probable sentido de las acciones villistas, en el entendido de que para esa explicación, es necesario el uso de la crítica histórica (tanto externa como interna) sobre dichos documentos. Ello es necesario con el fin de destacar lo que dicen y no dicen dichos testimonios, ya que no podemos creerles por completo a nuestras fuentes; debemos considerar que fueron elaboradas por sujetos dotados de intencionalidad y en un contexto histórico determinado. Sin embargo, lo que parece evidente a las acciones del villismo es que no fueron conductas puramente reactivas, sino orientadas a un fin, donde los actores buscaron los medios a su alcance para acercarse al mismo. Acciones que estuvieron impregnadas por una gran dosis de racionalidad. En térrminos de Weber, una racionalidad con arreglo a fines.9 Acciones enmarcadas dentro de un proceso caótico y convulso, de donde seleccionaron elementos –––––––––––––– 7 Jon Elster, The cement of society: a study of social order, Nueva York, Cambrige University Press, 1989. 8 Robin George Collingwood, Idea de la historia, México, FCE, 1980. 9 Max Weber, Economía y sociedad, México, FCE, 1944. Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27 140 particulares, los que tenían a su alcance y consideraban mejor para el logro de sus fines. Por ello, debemos tomar en cuenta que, por decirlo de alguna manera, en la racionalidad subyace una dosis de relatividad. Por lo mismo, como asienta Alfred Scultz, se actúa con probabilidades, nunca con certidumbre, se corren riesgos, donde afloran esperanzas y temores innatos a la subjetividad humana.10 No existe una meta segura y predeteminada por la cual deba conducirse la humanidad; el futuro es más abierto y plural. Finalmente, quede el presente como un primer acercamiento a esta temática, la cual reclama el concurso de nuevos y mejores esfuerzos. –––––––––––––– 10 Alfred Schutz, El problema de la realidad social, Buenos Aires, Amorrortu, 1974. Clío, 2002, Nueva Época, vol. 1, núm. 27