Traducciones libres para fines académicos Prof. Gustavo M. Rodríguez García Sobre el hurto de identidad Gary Becker Hace unos meses recibí un correo electrónico con aspecto de ser un documento oficial de la Oficina del Tesoro de los Estados Unidos informándome que el gobierno federal me debía varios cientos de dólares que me serían remitidos si proporcionaba cierta información personal. No había escuchado de esta estafa pero resulta poco probable que pudiera ser notificado de esta forma sobre un reembolso (¡y más improbable que tuviera derecho a uno!). Para estar seguro, consulté a mi contador. El confirmó mi opinión a pesar que tampoco había escuchado de esta estafa. El hurto de identidad es uno de varios efectos desafortunadamente negativos de la era de la comunicación electrónica de tarjetas de crédito, teléfonos e internet. Un reclamo común, probablemente basado en limitada evidencia, es que aproximadamente nueve millones de americanos cada año son víctimas del hurto de sus identidades y muchas víctimas adicionales pueden ser encontradas en Gran Bretaña, Canadá, Japón y otros países desarrollados. US$ 10,000 suele decirse que es la pérdida promedio por víctima en los Estados Unidos. Si estas cifras están en la dirección correcta, el monto anual defraudado en este país solamente sería de alrededor de US$ 90 billones de dólares. La incidencia global y el costo del hurto de identidad viene incrementándose rápidamente con el pasar del tiempo a medida que las tarjetas de crédito e internet se extienden por el mundo. Los ladrones de identidad se apoderan de los miedos y avaricia de la gente. La avaricia es la explicación del porqué muchos de los correos electrónicos, muchos supuestamente provenientes de Africa, prometen millones de dólares a una persona confiable si puede encargarse de sumas grandes por un tiempo. Todo lo que se le consulta a las víctimas es su información contenida en su número de cuenta bancaria y otra información personal. Estas promesas son tan absurdas que uno se pregunta por qué alguien respondería pero son baratas de remitir y pueden ser lucrativas si solo una diminuta fracción de receptores cae. Otras explicaciones descansan en el miedo antes que la avaricia. Otro ejemplo real es una llamada telefónica de alguien que alega ser un funcionario del gobierno local o central. Esta persona amenaza que existe una orden de captura al no haber acudido al llamado para la integración de un jurado. Sin embargo, asegura que el arresto puede ser evitado si la víctima proporciona cierta información personal que pudiera permitir limpiar sus antecedentes. Es difícil simpatizar con personas que se dejan llevar por tratar de ser ricos rápidamente en formas que usualmente implicarían participar en actividades ilegales. De todos modos, la disuasión efectiva del hurto de identidad sería deseable dado que muchas personas son víctimas. Tal y como refiere Posner, el monto agregado despojado en virtud al hurto de identidad más la inversión en medidas de evasión por parte de las víctimas sumado a la inversión en tiempo y recursos por parte de quienes se dedican a hurtar identidades, excede el costo total de muchos otros crímenes. Posner nota que la teoría económica de la disuasión óptima implica, como primera aproximación, que el costo esperado de aprehensión y castigo de quien se dedica a hurtar identidades sea al menos tan grande como su ganancia esperada por realizar esta conducta. Sin embargo, esta primera aproximación puede no darnos una buena idea de cuál es el mínimo castigo que desincentivaría este crimen dada la baja probabilidad de que los ladrones de identidad sean aprehendidos y castigados Las probabilidades son bajas dado que los crímenes en Internet son difíciles de rastrear hasta su fuente dado que muchos criminales están alojados en pequeños países lejanos o en otros lugares de difícil accesibilidad para los funcionarios correspondientes. Suponga que la probabilidad de resolver un caso representativo de hurto de identidad no fuera mejor que 1 entre 1000, de modo que, digamos, de 9 millones de estos hurtos menos de 9 mil son resueltos mediante la identificación de sus perpetradores. Si la típica cantidad hurtada es de US$ 10,000, hacer que el castigo esperado exceda la ganancia esperada implicaría que un ladrón de identidad debería estar sometido a una pena de 10 millones de dólares. Dado que los ladrones condenados normalmente no tienen tanto dinero, los castigos tomarían típicamente la forma de largos periodos de encarcelamiento. Si los ladrones de identidad son adversos al riesgo, una probabilidad de uno en mil de ser castigados con una pena de 10 millones de dólares sería mucho más onerosa que un castigo de 10 mil dólares con certeza. Así, el castigo requerido para disuadir podría ser inferior a 10 millones de dólares. De otro lado, si a los criminales les gusta el riesgo, y la evidencia sugiere que suele ser así, la disuasión adecuada requeriría de incluso un castigo mayor a 10 millones de dólares o su equivale en encarcelamiento. El castigo esperado requerido para disuadir el hurto de identidad podría ser también mucho menor que la pérdida para la víctima dado que en muchos casos la ganancia de los ladrones es mucho menos que la pérdida para las víctimas. La relativamente baja ganancia derivada de acceder a la información personal de la víctima puede ser vista notando cuán poco se solicita en línea por dicha información –típicamente menos de 100 dólares. Esto es parcialmente así porque las víctimas y las empresas de tarjetas de créditos invierten recursos valiosos en limitar el riesgo de pérdidas derivadas de esta forma de hurto. La ganancia es relativamente baja también porque las víctimas potenciales sufren una pérdida psicológica al preocuparse sobre el posible hurto de sus identidades, y las víctimas reales son heridas y se enfurecen por la invasión a su privacidad. Las ganancias netas para los ladrones se ven más reducidas con respecto a las pérdidas de las víctimas porque los ladrones de identidad invierten tiempo y otros recursos en actividades criminales; recursos que podrían haber sido invertidos en actividades socialmente más productivas. Disuadiendo el hurto de identidad Richard A. Posner El hurto de identidad (o fraude de identidad) se refiere al fraude efectuado mediante el hurto de información personal tal como el número de tarjeta de crédito o el número de seguridad social usualmente por medio del hackeo de una computadora o mediante correos electrónicos en los que el remitente se hace pasar por un individuo, empresa o agencia que tiene una necesidad legítima por la información identificadora. El hurto de identidad se ha vuelto extremadamente común y se estima que viene defraudando a los americanos por un total de más de 50 billones de dólares al año. Esta es una subestimación de los costos sociales del hurto de identidad porque las víctimas normalmente invierten cientos de horas restaurando su crédito. Los castigos máximos son severos pero la gran variedad de hurtos de identidad no es castigada de forma enérgica con relación a las ganancias potenciales. Por ejemplo, un ladrón de identidad hurta un millón de dólares y no tiene antecedentes criminales es, en caso fuera procesado por violar la ley federal, probable que reciba una condena de menos de cinco años en prisión, salvo que se le aplique la recientemente aprobada Identity Theft Penalty Act por la que podría recibir dos años adicionales. La teoría económica del castigo enseña que, como primera aproximación, el costo esperado de una multa u otro castigo por un crimen debe exceder la ganancia esperada del criminal a fin de hacerlo menos valioso. Si no estamos lo suficientemente seguros con respecto a la ganancia derivada del crimen (o si creemos que algunos crímenes, como irrumpir en una casa de campo desocupada durante una tormenta de nieve no deberían ser disuadidos) quizás preferiríamos basar nuestra sentencia en la pérdida de la víctima en lugar de la ganancia del perpetrador. En el caso normal de hurto de identidad, la pérdida para la víctima excederá la ganancia del ladrón porque los costos en tiempo de la víctima no son recuperados por el ladrón de forma alguna. Extrañamente para un economista, estos costos junto a los costos incurridos por la víctima potencial para evitar volverse una víctima real así como los costos que incurren los ladrones para materializar sus hurtos, son los verdaderos costos sociales del hurto de identidad. La mera transferencia de riqueza de la víctima al ladrón no reduce el producto social sino que meramente lo reacomoda. La palabra “esperado” que se emplea en el párrafo precedente pretende distinguir entre un valor certero y uno probabilístico. El valor esperado de un 100% de probabilidades de incurrir en un costo de 100 dólares es 100 dólares, pero también lo es el valor esperado de un 1% de probabilidades de incurrir en un costo de 10 mil dólares (US$ 100 = .01 X US$ 10,000). Si la probabilidad de aprehender y castigar al ladrón es muy baja, el castigo debería ser bien elevado para tener efecto disuasivo. Suponga que un ladrón de identidades remite 100,000 correos “phishing” (haciéndose pasar por personas o empresas que podrían tener una necesidad legítima de acceder a la información personal de identificación) anticipa una ganancia de US$ 10,000. Si la probabilidad de que sea atrapado y castigado por este fraude es de 1%, entonces una multa ligeramente superior a un millón de dólares sería necesaria para desincentivarlo. Probablemente no pueda pagar una multa así por lo que una sentencia que lo encarcele sería un sustituto apropiado para imponer una desutilidad equivalente en cabeza del ladrón. Mi intuición me dice que muy pocos hurtos de identidad son atrapados y también que muchos de los ladrones hacen más de US$ 10,000 por fraude dada la existencia de técnicas como el phishing que permiten que una solicitud fraudulenta sea diseminada prácticamente sin costo a un inmenso número potencial de víctimas; incluso si un diminuto porcentaje de víctimas cae, el ladrón puede dar un gran golpe. Si este análisis es correcto, el castigo óptimo para castigar el hurto de identidad es extremadamente alto pudiendo ser, incluso, cadena perpetua. Cualquier propuesta para imponer un castigo tan estricto encontraría una gran variedad de objeciones –todas superficiales. La primera es que el castigo debe ser proporcional a la gravedad del crimen, esto es, teniendo en cuenta el costo que el crimen impone a la víctima. Bajo este criterio, el hurto de un banco es más serio que el hurto de identidad (y de hecho es castigado de forma más severa) porque asusta y pone en peligro a los trabajadores del banco (solo algunas veces porque hoy en día muchos robos se generan por nota –el ladrón entrega una nota diciendo que está armado cuando no lo está). Pero el robo de un banco es realmente el crimen de un tonto dado que casi todos los asaltantes son atrapados dada la combinación de cámaras de vigilancia y los paquetes de dinero que los cajeros están instruidos a dar a los ladrones, los cuales luego explotan tan solo unos minutos luego cubriendo al ladrón de tinta indeleble. Es más, es solo porque los crímenes que crean un riesgo de daño físico son tratados más seriamente que los crímenes de cuello blanco que los atracos a los bancos son considerados como crímenes más serios que el hurto de identidad. Probablemente el hurto de identidad sea un problema social más grande (la tajada promedio que un ladrón de banco se lleva es de US$ 7,000) e, incluso si no lo es, casi con certeza debe ser castigado de forma más severa dado que la probabilidad de aprehensión y castigo es mucho más baja que el caso del robo a un banco. Tampoco deberíamos preocuparnos, como lo hacemos con muchos crímenes, de que hacer el castigo para un crimen particular demasiado severo pudiera incrementar la incidencia de crímenes más graves –podría, en otros términos, afectar la disuasión marginal. En eso consiste la política de imponer castigos más severos para crímenes más severos; no porque el castigo debe ser equivalente al crimen en un sentido retributivo (ojo por ojo) pero a fin de evitar la sustitución de crímenes menos severos por crímenes más severos. Si el hurto fuera castigado tan fuertemente como el asesinato, los ladrones tendrían incentivos mayores para matar a sus víctimas dado que ello reduciría la probabilidad de castigo (mediante la eliminación de un testigo) sin incrementar la severidad. Es difícil de imaginar a los ladrones de identidad sustituyendo crímenes más serios por el hurto de identidad. Un argumento adicional contra castigos severos es que el hurto de identidad es fácilmente evitable por parte de las potenciales víctimas y es menos costoso para la sociedad que cada uno tome precauciones a que los contribuyentes paguen más prisiones. Existen dos falacias aquí. La primera es la asunción de que aumentar el tamaño de las prisiones equivale a incrementar el número de prisioneros. Eso depende de la respuesta de criminales potenciales a un mayor costo esperado del castigo. Si es elevado, entonces un incremento en el castigo puede reducir el número de prisioneros mediante la elevación de la disuasión en mayor nivel que el incremento del tiempo de encarcelamiento (…) La segunda falacia es desestimar los altos costos agregados de auto protección contra el hurto de identidad. Todos los que tenemos una tarjeta de crédito o un carné de seguridad social o alguna otra información personal (es decir, cualquiera), y adicionalmente tiene algunos recursos económicos, es una víctima potencial de un hurto de identidad. Entre este grupo de personas, todos los cuidadosos tomarán medidas para evitar el hurto de su identidad. Estos costos, que serían evitados si el hurto de identidad fuera desterrado, deben ser comparados con los costos de incrementar el castigo para los ladrones de identidad. Estos costos podrían ser pocos si la amenaza de castigos más severos tuviera un enérgico efecto disuasivo al punto que la amenaza ni siquiera sería necesaria de materializarse. Una razón para esperar una respuesta superior al promedio es que los ladrones de identidad suelen ser personas educadas o al menos con buenas habilidades técnicas. Las personas educadas suelen tener bajas tasas de descuento y las personas con bajas tasas de descuento responden mejor a los términos largos de prisión dado que implican años adicionales encarcelado (…) Es más, una personas educada suele tener más alternativas legítimas superiores al crimen que una persona no tan educada; y lo más cerca que un sustituto esté de una oportunidad de ingreso legítima, se necesita menos reducir la ganancia espera del crimen mediante el incremento de los castigos a fin de inducir la sustitución. Esta es la otra cara de mi punto anterior sobre la disuasión marginal. ------------------------