Sofia Solovij (Alceste) y Tom Randle (Admeto) Foto: Javier del Real Oliemans en el personaje de Hércules. Ambos poseen voces bien timbradas y frasean con elegancia y dentro del estilo. Dicen que el que “tuvo, retuvo” y al veterano bajo-barítono Willard White se le puede aplicar, aunque ya se le notó forzado, en los dos personajes que interpretó (El sumo sacerdote y Tánatos). El Admeto del tenor Tom Randle fue empequeñeciéndose vocalmente, porque a nivel actoral es un huracán, hasta hacerme temer que no terminaría la representación de esa noche. Tuvo problemas en los agudos y en los graves y el centro sonó opaco todo el tiempo. Quizá pasaba una mal día porque no estaba así en la función de Brokeback Mountain que le escuché un mes antes. El resto de personajes estuvieron bien defendidos por cantantes relativamente jóvenes que se van abriendo paso en los grandes escenarios. Los aplausos a lo puramente musical fueron de tibios a entusiastas. Los abucheos (y gritos de indignación en el entreacto) estuvieron bien dados a una propuesta escénica que, cuando menos, podría llamarse de contrarreforma. A Gluck se le recuerda como “el padre de la reforma operística”, que luchó por eliminar los adornos superfluos del mundo barroco. Y en unas funciones que se estiman como homenaje en su 300 aniversario no es de recibo llevarle la contraria. El régisseur polaco decidió realizar un capricho escénico de principio a fin e insertar textos hablados en inglés (en ninguna parte del programa de mano encontré referencia de dónde salieron), supuestamente para darle “mayor profundidad” a la obra. Ópera en España Alceste en Madrid Marzo 11. Ivor Bolton, flamante nuevo director musical del Teatro Real, nombrado pocos días antes del estreno de estas representaciones, se encontró con un regalo envenenado en su presentación ante el público madrileño. La nueva producción firmada por Krzysztof Warlikowski fue contestada con el tremendo abucheo al que unos tímidos aplausos no logró acallar. Pero vamos por partes. Bolton ya había dirigido en el Real, en 2007, la versión concierto de Leonore (es decir, el beethoveniano Fidelio de 1806) y un par de años después unas aplaudidas funciones de Jenůfa. Se le recordaba con admiración y se esperaba mucho de él en un repertorio, el clasicismo, con el que se ha labrado una brillante carrera. Su lectura de esta gran obra de Gluck mostró lo respetuoso que es con el tejido sonoro de la orquesta, cuidadoso con los ataques y serio con el fraseo. Quizá un poco más de tensión en las partes más dramáticas hizo falta, pero en general su lectura dejó buen sabor de boca en el auditorio. El coro respondió con potencia y bien empastado y entre los solistas, sobresaliendo la soprano ucraniana Sofia Soloviy en el papel que da nombre a la ópera y el barítono holandés Thomas mayo-junio 2014 Por otro lado, buscó el paralelismo y retorció el libreto —sin obtener frutos— desde el inicio. Se abre el telón y nos encontramos con la proyección de una entrevista grabada a Alceste-Lady Diana. En ella nos informa de la separación de su marido, al que ha dejado de amar. Y es que el paralelismo entre la abnegada (o tonta, o lo que usted quiera) Alceste y su sacrificio es todo lo contrario a lo que hizo la Princesa Diana, que fue capaz de renunciar a la custodia de sus hijos por continuar con su vida personal. Si Warlikowski deseaba buscar ese nexo en alguien actual bien podría haberse fijado en la Reina Sofía de España, mujer que ha aguantado carros y carretas en pos de mantener el equilibrio de su familia y país adoptivo. De ese inicio, obsequio vano, a la deriva faltó un minuto. Los cotoneos de una bailarina flamenca en el momento más dramático de la representación (cuando Admeto se entera que es su propia esposa la que sacrificará su vida por él) y los zombies contorsionistas (que tienen tiempo de ir a servirse una bebida en una máquina) sólo podían causar risa o enfado. Warlikowski dice que él trabaja para espectadores “inteligentes”, pero lo que no contaba es que tontos ya quedan pocos y la medianía se decanta por gritar, patalear y no dejarse llevar al huerto así como así. Lástima de la espectacular escenografía de Malgorzata Szczęśniak y el cuidado diseño de iluminación de Felice Ross. Aquí la materia de sacrificio fue la obra del compositor reformista. por Federico Figueroa Il barbiere di Siviglia en Madrid Abril 4. El público madrileño tiene la oportunidad de asistir a una representación operística pagando un precio razonable a cambio de una representación más que digna. Es lo que está ocurriendo con la temporada que se inició el pasado mes de marzo en el Teatro Reina Victoria, ubicado en pleno centro de la capital. pro ópera El juramento en Oviedo Febrero 27. El XXI Festival de Teatro Lírico Español se inauguró en Oviedo con El juramento, “zarzuela grande” en tres actos con música de Joaquín Gaztambide y texto de Luis de Olona. Estrenada en el madrileño Teatro de la Zarzuela en 1858, fue ese mismo escenario el que acogió su reestreno en tiempos modernos en el año 2000, gracias a una edición crítica realizada por el catedrático Ramón Sobrino publicada por el Instituto Complutense de Ciencias Musicales. Escena de la serenata de Il barbiere di Siviglia La Compañía Ópera de Madrid presentó su segundo título con la ópera más popular de Rossini. La propuesta escénica de Juan Manuel Cifuentes situó la acción en la Semana Santa sevillana con un par de pinceladas del típico ambiente que se vive en esa ciudad durante esos días. Mostró una Sevilla de nuestro tiempo, con su ambiente religioso y, sobre todo, de fiesta. La hilaridad se sucede en cada una de las escenas, llevando al espectador en volandas mediante una cómica y ágil propuesta escénica. La escenografía, sencilla pero efectiva, representa una plaza de la ciudad, fiel a los requerimientos del libreto, delante de la vivienda en la que convive la joven Rosina con su tutor, el doctor Bartolo. En el terreno vocal el estreno contó con voces que tienen ya una amplia trayectoria y reconocimiento dentro y fuera de la península. Entre ellas el bajo Víctor García Sierra que nos sedujo con su interpretación de la famosa aria ‘La calunnia è un venticello’ de Don Basilio, el maestro de música, haciendo gala de una estilizada línea de canto. El joven pero experimentado Borja Quiza como Figaro, derrochó energía y fuerza vocal, incluso en exceso en algunos momentos, pero aportó frescura y presencia a la representación. En el papel del enamorado, el tenor Pablo Martín Reyes interpretó un Conde de Almaviva convincente, a pesar de que resolvió los difíciles pasajes a los que debía enfrentarse utilizando recursos poco ortodoxos, como en su presentación del aria ‘Ecco ridente in cielo’. En el aspecto actoral, su desenvoltura lo a convertirse en el más apreciado del público. Completando el cuadro masculino protagonista, Alberto Arrabal encarnó a Don Bartolo, ejecutando un rol redondo gracias a su dominio vocal del rol: un canto seguro y solvencia en el escenario, que también hizo patente durante toda la representación y que, junto al tenor, protagonizó algunos de los momentos más divertidos. La sección femenina mostró un nivel inferior en cuanto a lo musical. Aun así, la mezzosoprano brasileña Joana Thomé, que comenzó con una voz fría y un sonido duro, consiguió a partir del segundo acto meterse lo suficiente en el personaje como para resolver sus momentos musicales, no sin dejar de mostrar incomodidad en algunos pasajes. Completaron el elenco vocal Hévila Cardeña y Alexis Heath, en los personajes de Berta y Fiorello, respectivamente, ofreciendo un aporte positivo a la función. La Orquesta y Coro de la Ópera de Madrid realizaron una buena labor bajo las órdenes de José Fabra quien, atento a los cantantes y a los músicos, imprimió agilidad y buen ritmo a la función. por Federico Figueroa pro ópera Además de la excelente calidad musical de la partitura, tres son los pilares sobre los que se asienta buena parte del éxito de esta producción. A la dirección escénica de Emilio Sagi, llevada a cabo en Oviedo por su ayudante Javier Ulacia, se unen la sobria y elegante escenografía de Gerardo Trotti y la iluminación magistral de Eduardo Bravo, que combina con acierto y gusto por el detalle varios elementos que constituyen marcas de la casa. Bravo es un artesano de las luces y sombras que sabe moldear el contraluz y el claroscuro para crear escenas de gran belleza visual, como la “Romanza de María” del primer acto o el amanecer en el “Coro de la Diana” a comienzos del tercero. La acción se sitúa en los primeros años del siglo XVIII y los figurines del desaparecido Jesús del Pozo, inspirados en la moda de esa centuria con un toque de modernidad, inundaron la escena de sofisticación y elegancia, dentro de una gama cromática reducida con predominio del color blanco. El reparto que actuó en Oviedo fue casi idéntico al que interpretó la obra en el Teatro de la Zarzuela a comienzos de la temporada pasada. La soprano Sabina Puértolas enriqueció el personaje de María con un plus de carga dramática bien dosificada y cantó con elegancia y musicalidad. Aunque el timbre resulta ligeramente entubado, su voz se mueve sin problemas en el registro agudo —con un destacado sobreagudo en el número final del primer acto—, y ha ganado seguridad en el grave. En el exigente papel de la Baronesa, Carmen González demostró la habilidad técnica necesaria para superar los amplios saltos de registro durante la cavatina del segundo acto, si bien le faltó potencia en los graves y una mayor riqueza tímbrica. Como contrapartida, sus dotes actorales fueron magníficos. El barítono David Menéndez cantó la bella romanza de Don Carlos ‘Gracias, fortuna mía’ con convicción y una línea de canto noble y bien fraseada, aunque con excesivo vibrato. Su compañero de cuerda, Gabriel Bermúdez, se entregó con ganas al papel de Marqués, compensando así un timbre de voz algo opaco. Javier Galán cumplió con corrección su papel de Peralta, y Manuel de Diego fue de menos a más en su interpretación de Sebastián. El dúo de ambos personajes en el tercer acto resultó brillantemente ejecutado y fue muy aplaudido. El papel de Conde recayó en Xavier Ribera-Vall, que estuvo correcto vocalmente y muy bien en el aspecto actoral. La Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, preparada por Rubén Díez, tuvo ciertos problemas de ajuste, que no fueron a más, en sus numerosas y breves intervenciones durante el “Coro de la murmuración”. En general cumplió bien con su papel en lo dramático y en lo vocal. El maestro Miguel Ángel Gómez Martínez, que por primera vez se ponía al frente de la Orquesta Oviedo Filarmonía, firmó una lectura de la partitura ágil y rica en matices. por Roberto San Juan mayo-junio 2014 Escena de El juramento en Oviedo Rigoletto en Madrid Marzo 12. Ha iniciado su andadura una compañía privada en Madrid para ocupar un espacio vacío en la oferta lírica de la capital de España. Ese de precios asequibles y espectáculos dignos. Su nombre es Ópera de Madrid y como presentación para esta temporada ofrecen más de 20 funciones de la ópera Rigoletto. Continuarán con Il barbiere di Siviglia, La bohème, un programa doble de zarzuela, Carmina Burana y varios recitales. Una temporada en firme. La noche que aquí nos ocupa mostró el entusiasmo de los artistas y el calor de un público hambriento de ópera. No es el Teatro Real, ni pretende caminar por esa vía. El presupuesto con el que se bota esta nave es minúsculo si lo comparamos con los dos grandes teatros públicos de Madrid. La intención es ofrecer títulos populares, con puestas en escena que sigan con suficiente fidelidad al texto original y sirvan de escaparate a cantantes que pueden afrontar los personajes principales con solvencia y hasta brillantemente. se llevaron las palmas del público. El tenor José Manuel Sánchez no encontró la colocación idónea como Duque de Mantua. El bajo belga Piet Vansinchen fue un contundente Sparafucile y la mezzosoprano María José Trullu exhibió su bien timbrado instrumento como Maddalena. El coro, reducido a una decena y apoyados siempre por los personajes comprimarios, realizaron una excelente labor vocal y escénica. Al frente de la orquesta de unos 35 músicos que sonó con suficiencia estuvo el maestro José Fabra con un manejo tiempos ligeramente rápidos que casaron muy bien con lo que sucedía sobre el escenario. La iniciativa de Ópera de Madrid merece ser conocida para que consolide su presencia en el futuro. o por Federico Figueroa La producción de este Rigoletto vino del Festival de Alsen Biesen (Bélgica), que tiene lugar en verano al aire libre, y lleva la firma de Carlos Wagner. La reposición, en un escenario completamente diferente, mucho más pequeño y un medio foso para la orquesta, corrió a cargo de Tom Baert. Consiguió mantener la claridad en la distribución del espacio para cada una de las escenas, aunque el abigarramiento ahogara algunos momentos que requieren mayor intimidad. Una Gilda infantil, muy bien delineada por la soprano Ruth González, y el excesivamente tosco Rigoletto de Marco Moncloa, mayo-junio 2014 Marco Moncloa como Rigoletto en Madrid pro ópera Recitales en Barcelona E n su ciclo de recitales de cámara, el Liceu presentó en la misma semana dos de idéntico nivel (altísimo) y desigual acogida. Nina Stemme y Jonas Kaufmann son nombres de primera línea en el mundo lírico de hoy, pero el segundo se ha convertido —no sé si a su pesar o no— en mediático, y cada vez que canta (o cancela, que lo hace con frecuencia: aquí en el Liceu, tras una Messsa Solemnis de Beethoven canceló a última hora un recital Schubert) se produce el fenómeno de localidades agotadas. Aunque no parece que Die Winterreise (Viaje de invierno) de Schubert sea lo que más atraiga a un público que lo aclamó en Peralada (y seguramente volverá a hacerlo el próximo verano) en un concierto operístico con orquesta. Aquí hubo ovaciones lo mismo, pero menos, y el tenor, que insistió siempre en dar el debido relieve a su fantástico acompañante, Helmut Deutsch, decidió correctamente no acceder a bises que se le pedían con tanto frenesí como escaso respeto por el programa que había presentado. Su actuación fue magnífica, pero ni es el único ni el mejor de los que hoy pueden cantar este Schubert, aunque cuando se llega a los tenores sin duda es el primero y tal vez el único. Estuvo algo distante en algunos números y su insistencia en alternar forte con piano roza el amaneramiento, pero lo dijo y cantó todo muy bien, con una emisión libre de engolamientos que se le observan en otras ocasiones. Como él, Stemme es más una cantante de ópera que de concierto, pero de una seriedad total, y capaz de adaptar —como lo hacían los Hotter y Crespin, por ejemplo— su enorme instrumento a las dimensiones más íntimas y flexibles del lied. Si su acompañante (Matti Hirvonen) fue correcto sin llegar a las cotas de Deutsch, no es eso lo que decidió que la asistencia fuera mucho menor. Nina Stemme El programa era variado (Schumann, Mahler, Wagner y Weil, con bises de Brahms y Weil) y absolutamente notable a partir de Mahler (en Schumann hubo un momento de “rodaje” que por suerte coincidió con lo mejor de Hirvonen): la calidez de la voz, la claridad de la articulación (como Kaufmann), el sentido de la frase dieron la sorpresa en Mahler y sobre todo en Weil, donde el público aplaudió con frenesí (Wagner, siendo como es la intérprete wagneriana de referencia de hoy, se le supone y fue tan artista que logró decepcionar a los que iban a escuchar un minifestival de Isolda ya que el clarín de su agudo se hizo sólo presente cuando era absolutamente necesario). Como cantante de concierto es claramente superior a la inolvidable Birgit Nilsson, quien, sin embargo, cuando no había “marketing”, con su solo nombre conseguía llenar los teatros. o por Jorge Binaghi pro ópera Jonas Kaufmann, con Helmut Deutsch mayo-junio 2014