Capítulo 23: 199-203 Manuel de Montolíu y la incorporación de la Estilística en la etapa fundacional del Instituto de Filología Emiliano Battista En Víctor M. Castel y Liliana Cubo de Severino, Editores (2010) La renovación de la palabra en el bicentenario de la Argentina. Los colores de la mirada lingüística. Mendoza: Editorial FFyL, UNCuyo. ISBN 978-950-774-193-7 La renovación de la palabra / 200 Manuel de Montolíu y la incorporación de la Estilística en la etapa fundacional del Instituto de Filología Emiliano Battista Universidad de Buenos Aires – CONICET Buenos Aires – Argentina ironlingua@hotmail.com Resumen En el presente trabajo, consideramos que la emergencia de la filología y la lingüística como disciplinas académicas en la Argentina, debida a la fundación del Instituto de Filología (Weber de Kurlat 1975, Barrenechea 1988, Toscano y García 2009), puede verse asociada a una interpretación específica de la estilística, cuyas particularidades son producto de una fuerte tensión con la tradición menéndezpidaliana. Si bien la crítica (Portolés 1986, López Sánchez 2006, Catalán 1974, entre otros) ha sostenido de modo unánime que la introducción del paradigma idealista en la tradición hispánica se debe a Amado Alonso –Director del Instituto entre 1927 y 1946–, nuestro trabajo procurará demostrar que los primeros intentos de incorporación de la estilística y de la lingüística idealista en el Instituto de Filología aparecen ligados a la figura de Manuel de Montolíu, quien oficia como Director en 1925. De modo más específico, advertimos que la producción discursiva de Montolíu, con anterioridad a la gestión de Alonso, ofrece una versión particular de la estilística que, sin perder de vista el sistema, apunta como constitutiva su relación con el usuario, es decir, con el sujeto que usa la lengua en situaciones específicas. Nuestro trabajo se inscribe en el marco del proyecto UBACyT titulado “La historia del Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas `Dr. Amado Alonso´: un enfoque estratégico-discursivo”, dirigido por Salvio Martín Menéndez.1 Introducción El Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires es fundado en 1922 bajo el decanato de Ricardo Rojas. Su creación busca que la actividad académica se desarrolle fundamentalmente vinculada a la investigación, una iniciativa de modernización científica que se remonta a la creación de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en el año 1896. En este marco, el proyecto inicial de 19202, a partir del cual las autoridades de la Facultad fundan el Instituto en 1922, y lo inauguran en 1923, entra en conflicto con el proyecto de las autoridades del Centro de Estudios Históricos3, ambos dirigidos por Ramón Menéndez Pidal. Siguiendo a Menéndez (1998), la etapa fundacional de la historia del Instituto de Filología se despliega entre 1922 y 1946, y está conformada por las gestiones de Américo Castro (1923), Agustín Millares (1924), Manuel de Montolíu (1925), Roberto Lehmann-Nitsche (1926) y Amado Alonso (19271946). La incorporación de la estilística en la etapa fundacional del Instituto de Filología Existe cierto acuerdo crítico acerca de que la clave del éxito logrado por el Instituto de Filología en el ámbito cultural hispánico se debe a la excepcional capacidad científica de Amado Alonso (Barrenechea 1998, Coseriu 1953, Guitarte 1952). De acuerdo con Portolés (1986), Amado Alonso es en la filología española el representante más sobresaliente del paulatino desplazamiento del historicismo positivista, propio de la filología menéndezpidaliana, hacia el idealismo lingüístico y la estilística. Portolés encuentra también que Alonso ofrece una versión de la estilística firmemente arraigada en una concepción no positivista acerca del lenguaje; para este autor, Alonso es el principal difusor en toda la América Hispana de la obra de Vossler, al que sitúa de modo equidistante y superador de la estética de Croce, y del positivismo de Saussure. En esta misma línea argumenta López Sánchez (2006), quien considera también a Amado Alonso como uno de los lingüistas españoles más influyentes del siglo XX; uno de los “adalides del idealismo vossleriano”, y como aquel que se encarga de introducir las nuevas formas de investigación lingüística en la Argentina (2006: 346). Específicamente, lo define como “el mejor intérprete del idealismo alemán en el mundo hispánico” (2006: 349). De modo semejante, Catalán (1974) señala que con posterioridad a Menéndez Pidal, sólo Amado Alonso, desplazado a Buenos Aires y a Harvard, trató de desarrollar y renovar la tradición metodológica de la escuela española, participando de forma abierta y decidida en el estudio de los grandes problemas de la lingüística. Puntualmente, considera que es Alonso el que encuentra el modo de continuar el integralismo menendezpidaliano a partir de la estilística, un nuevo intento de construir un puente entre la lingüística y la literatura (1974: 43-44). Castel y Cubo, Editores (2010) 201 / Manuel de Montolíu y la incorporación … Sin embargo, tal cual hemos anunciado, nosotros encontramos que, antes que Alonso, Manuel de Montolíu se propone presentar y difundir el paradigma de la lingüística idealista en el mundo hispano. Específicamente, en “El lenguaje como fenómeno estético” (1926), Montolíu no sólo expone cuál es su concepción acerca de la naturaleza del objeto de la disciplina, sino que también señala cuál es la tradición en la que se inscribe su propuesta: Hay verdades científicas que han visto pasar muchos siglos antes de ser descubiertas. Una de ellas ha sido la de la naturaleza estética del lenguaje, presentida por Herder, descubierta por Humboldt, demostrada por Croce, comentada y desarrollada por Vossler (1926: 201). Montolíu ubica en el pensamiento de Humboldt el inicio del paradigma idealista, y con su obra registra entonces un punto de inflexión en cuanto al modo de abordar el estudio del lenguaje. Así lo expresa en el siguiente pasaje: Humboldt presenta en esta obra [Sobre la diferencia de la estructura del lenguaje humano] ideas completamente nuevas y originales y con ella abre una nueva vía de investigación y descubre con método seguro la verdadera naturaleza estética del lenguaje (Montolíu 1926: 213). A continuación, tras exponer brevemente los postulados esenciales de la doctrina humboldtiana, Montolíu completa con la misma claridad el derrotero de la tradición idealista4 tal cual lo anunció al comienzo: Vossler, educado en las tendencias historicistas, dominantes en la actual enseñanza de la filología, y dotado al mismo tiempo de un sólido sentido filosófico, ha sido el hombre providencial llamado a trasladar la doctrina de Croce de su esfera puramente teórica al campo mismo de la técnica filológica (Montolíu 1926: 215). Montolíu es claro entonces con respecto a la tradición a la que suscribe la concepción sobre el lenguaje que pretende difundir. Traza el derrotero de la lingüística idealista desde Humboldt, vía Croce, hacia Vossler5, y busca respaldar en dicha tradición el paulatino alejamiento de la visión neogramática. No obstante, la tensión entre ambos modelos teóricos –el del paradigma idealista y el positivista– no sólo se establece en la lingüística por la misma contemporaneidad de las perspectivas, sino también porque, según Montolíu, es la propia doctrina vossleriana la que incorpora los métodos de la filología tradicional para dar cuenta de los problemas relevados por la estilística, tal cual lo expresa el siguiente pasaje: Pero contento [Vossler] con haber descubierto la verdadera naturaleza del lenguaje, nos advierte que podemos seguir trabajando sin peligro a base de las antiguas casillas de los métodos tradicionales, mientras no olvidemos que toda la construcción metodológica es interina y convencional (Montolíu 1926: 238). En cuanto a este punto, resulta conveniente remitirnos a un artículo de 1918, llamado “Karl Vossler. Su significación dentro de las ciencias del lenguaje”, donde Montolíu expresa una fuerte objeción con respecto a la estilística vossleriana. Puntualmente, Montolíu efectúa una crítica hacia esta postura al advertir la falta de un método desde el cual abordar el estudio del lenguaje, y sin el cual “sus ideas no se sostienen más que en el terreno de la pura teoría o especulación filosófica” (1918: 72). Sin embargo, en dicho artículo Montolíu no esboza ninguna propuesta que difiera o anticipe la expresada en su trabajo de 1926, donde la carencia de un método propio para la estilística es salvada por la provisoria asimilación de la metodología tradicional.6 A su vez, dentro del marco general de la incorporación de la estilística en la etapa fundacional del Instituto, deberíamos precisar cuáles son las definiciones que le permiten a Montolíu relevar en el lenguaje un fenómeno de naturaleza estética. En otras palabras, más allá de los dos temas específicos que hemos problematizado hasta aquí –tradición y método de la lingüística idealista– nos resta dar al menos una breve caracterización de la concepción del lenguaje que Montolíu pretende difundir. Para ello, nos detendremos en una serie de definiciones que Montolíu ofrece en la conferencia que pronuncia en 1925 en el marco del acto de asunción de su cargo como Director. La siguiente, en primer lugar, despierta un interés particular: El lenguaje es expresión de nuestro espíritu y es impresión de nuestro espíritu sobre el resto de los hombres. Es un medio que posee cada individuo para lograr la plena conciencia de sí mismo y es un medio para lograr la comunicación de cada individuo con los demás (Montolíu 1925: 98). Así, según Montolíu, la lengua es un medio de comunicación, un conjunto de recursos para lograr determinados fines, y debe ser estudiada desde una perspectiva cuyo foco esté puesto necesariamente sobre el uso. Ubica entonces en primer plano a un sujeto que hace uso del sistema con fines comunicativos, y en el que reconoce la verdadera naturaleza del fenómeno lenguaje. De este modo, encontramos que la estilística opera con una concepción del lenguaje en la que la definición del sistema no puede darse de manera autónoma ni inmanente, pues cuando estudia el lenguaje no considera legítimas ni la desaparición del sujeto ni la descontextualización del fenómeno. Este es el modo con el que procura ir contra una visión estática de la lengua y contra la concepción de ciencia de la tradición neogramática La siguiente cita, también perteneciente al discurso con el que Montolíu inicia su gestión, permite comprender los postulados de la estilística como teoría lingüística: Emiliano Battista La renovación de la palabra / 202 El lenguaje es en esencia y en la vida de cada individuo una obra de arte y no un producto del análisis y de la abstracción, y, como toda obra de arte, no puede ser comprendido ni explicado por métodos puramente científicos (Montolíu 1925: 94). Para Montolíu, entonces, el lenguaje es un fenómeno estético, y los enfoques que pretenden abordarlo sin centrarse en la acción del individuo no alcanzan más que un objeto abstracto, cuyos fines son meramente analíticos. A continuación aclara: … las categorías, grupos y clasificaciones gramaticales sólo existen en nuestra mente, no en la realidad del lenguaje vivo. La realidad única es la vida total del lenguaje, es el lenguaje viviendo, de la misma manera que la realidad única del cuerpo humano no es la suma del hígado, del estómago y de los pulmones, ni de la cabeza, tronco y extremidades, ni la de cada uno de los miembros y vísceras en la que la anatomía lo divide, sino pura y exclusivamente el cuerpo vivo en la totalidad, en la integridad de su ser (Montolíu 1925: 95). Montolíu retoma entonces la visión humboldtiana del lenguaje como proceso, esto es, como una vida en perpetua e incesante organización; de tal modo, el lenguaje es siempre visto como una actividad dinámica e inherentemente variable. El siguiente fragmento destaca justamente dicha particularidad: … un hecho como el lenguaje, cuya característica es la continua variabilidad, la inestabilidad permanente y la evolución sin límites (Montolíu 1925: 96). Desde este punto de vista, esta propuesta puede ser valorada como anticipo de muchas de las críticas que las teorías funcionalistas luego realizarán a las teorías formalistas (Menéndez 1998), pues al ubicar el acto del sujeto individual como el aspecto privilegiado del lenguaje, piensa su objeto como un fenómeno inherentemente ligado al contexto y, por tanto, inseparable de las situaciones de uso. Todas ellas –sujeto, contexto, uso– son categorías que anticipan cualquier tipo de enfoque de naturaleza funcional. Más adelante, Montolíu vuelve a precisar su definición reparando en algunos aspectos que dan cuenta, una vez más, de su desacuerdo con la tradición neogramática7 y de su adhesión al paradigma idealista: … el lenguaje es en todos sus momentos un fenómeno vivo, un fenómeno hecho de intuiciones concretas, individuales y variables, y por lo tanto difícilmente reducible a leyes y clasificaciones de carácter permanente y general (Montolíu 1925: 96). Por lo tanto, para Montolíu, la lengua es entendida como un medio de comunicación, como un conjunto de recursos para lograr determinados fines, y es estudiada desde una perspectiva en la que el foco debe estar necesariamente puesto sobre el uso. Y es justamente en el uso, en la actividad individual en la que los elementos lingüísticos cuentan como medios estilísticos de expresión, donde se resuelve la tensión entre el aspecto individual y el aspecto social, entre la actividad del espíritu y el automatismo del sistema. Es precisamente en esa tensión donde puede verse en el discurso de Montolíu el influjo del idealismo vossleriano. El siguiente pasaje de Filosofía del lenguaje (1923), de Vossler, refiere específicamente a esa tensión, y señala que sobre ella se concentra la atención del que hace teoría lingüística. … lo que propiamente le interesa [al gramático] no es ni la energía espiritual como tal, ni el mecanismo como tal, sino el continuo anudarse de lo uno en lo otro, vale decir, el camino que lleva desde el punto de partida al de llegada, el movimiento, la perpetua dirección de movimiento que conduce desde el dominio de la energía espiritual hasta lo hondo de la mecánica natural (Vossler 1923: 109). (Las cursivas son mías). En definitiva, es el estudio del uso el que abre la puerta al estudio sistemático del lenguaje, en cuya naturaleza se enfatiza la continua variabilidad. De este modo, la estilística reconoce una unidad de análisis y un objeto de estudio en los cuales aparece como foco la actividad del sujeto. La evidencia empírica es el punto de partida. El estilo como uso individual del lenguaje es el objeto de estudio. Y la actividad del sujeto es el elemento que permite integrar en el análisis del sistema el aspecto social y el aspecto individual. Consideraciones finales Nuestro trabajo ha intentado mostrar que en lo que hemos denominado el “Discurso del Instituto de Filología” en su etapa fundacional (1922-1946), el idealismo vossleriano ha sido difundido, desarrollado y reinterpretado por dos de sus directores. Sin embargo, de modo más específico, hemos visto que Manuel de Montolíu, inclusive antes que Amado Alonso, ha procurado incorporar el paradigma de la lingüística idealista en el Instituto de Filología. Así, tras suscribir su enfoque a una tradición que posiciona como iniciador a Humboldt y que, vía Croce, llega hasta Vossler, Montolíu postula una versión de la estilística en la que el trabajo sobre la lengua debe necesariamente integrarse con categorías como las de sujeto y contexto, en tanto considera que el estudio del sistema debe tener como punto de partida el análisis del uso que los hablantes hacen de él. Notas7 Castel y Cubo, Editores (2010) 203 / Manuel de Montolíu y la incorporación … 1 Entre los objetivos generales del proyecto está el de mostrar que la estilística resulta un antecedente fundamental de toda perspectiva de naturaleza funcional, pues ya desde los inicios del siglo XX piensa al lenguaje como un fenómeno contextualmente dependiente y en el que, por lo tanto, el sujeto hablante desempeña un rol central. 2 El proyecto inicial con el que las autoridades de la Facultad crean en 1922 el Instituto de Filología busca asociar la investigación lingüística al estudio de las variedades nacionales del español. 3 El proyecto de las autoridades del Centro de Estudios Históricos desde 1910 consiste en preservar la homogeneidad de la lengua española y, en este caso, descalificar cualquier intento de reivindicación de las peculiaridades de un supuesto idioma argentino. 4 En este sentido, Montolíu expresa más adelante en el mismo artículo: “[…] Vossler, que a la primera impresión puede parecer un destructor, en realidad es sólo el continuador de una escuela idealista de la lingüística, que contaba ya con ilustres representantes” (Montolíu 1926: 238). 5 Para un análisis crítico de estos aspectos, véase Iordan (1967: 182), para quien Humboldt es uno de los dos maestros que, junto a Benedetto Croce, en mayor grado contribuyeron con la constitución de la doctrina vossleriana. En este sentido, Iordan (1967: 189) sostiene que “entre las teorías de W. v. Humboldt y las de Vossler hay más semejanzas de lo que habitualmente se afirma”. 6 Quizás sea justamente por ese motivo –la falta de un método propio– que el desarrollo posterior de la disciplina en el Instituto presentará durante la gestión de Alonso una versión particular de la estilística, donde el idealismo vossleriano se valdrá tanto del rigor científico de la tradición filológica como del rigor metodológico del estructuralismo saussureano. 7 En la época de los neogramáticos –esto es, en la segunda mitad del siglo XIX–, siguiendo a Iordan (1967: 32), “la actividad intelectual estaba dominada en todos los campos por el espíritu naturalista, que se había impuesto con bastante facilidad gracias al progreso extraordinario de las ciencias naturales. Referencias Barrenechea, A. M. (1998). “Amado Alonso en el Instituto de Filología de la Argentina”. En “Homenaje a Amado Alonso (1986-1996)”. Cauce. 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Buenos Aires: Artes Gráficas Bartolomé U. Chiesino S.A., 1-11. Emiliano Battista