TRADICIÓN Y MAGISTERIO ESOS DOS DESCONOCIDOS ¿Y A ESTOS QUIÉN LOS CONOCE? Si realizáramos una encuesta entre bautizados, basada en esta sola pregunta: “¿Dónde está contenida la Palabra de Dios?”, la respuesta mayoritaria sería, sin duda: “En la Biblia”. Esta respuesta es correcta en parte, pero no es una respuesta católica. De incompleta que es termina siendo protestante. En efecto, son muy pocos los bautizados que saben que la Palabra de Dios (el Depósito de la Fe o la Revelación Divina) se encuentra presente en dos fuentes complementarias e indivisibles: la muy conocida y no muy leída Tradición Escrita (Sagrada Escritura o Biblia) y la escasamente conocida Tradición Oral (Sagrada Tradición o simplemente Tradición). Y no podemos quedarnos sólo con esto, pues si la Revelación está “depositada” sobre estas fuentes, al modo de una mesa sobre dos patas, resultaría que la mesa se caería. Se precisa al menos un tercer soporte, un trípode. Y aquí es donde aparece el Magisterio de la Iglesia —sobre el cual se tienen menos noticias aún— que si bien no es propiamente fuente de la Revelación, constituye junto con la Escritura y con la Tradición una relación tan íntima y estrecha que ninguno de ellas existe sin las otras. Estas tres columnas, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de los hombres. Por tanto, es claro que para hablar con propiedad de los contenidos de la fe católica resulta conveniente detenernos un instante en tan ilustres desconocidos, que la contienen. ¿QUÉ ES ENTONCES ESA TRADICIÓN? La Tradición Apostólica es la transmisión del Evangelio de Cristo llevada a cabo, desde los comienzos del cristianismo, por la predicación, el testimonio, las instituciones, el culto y los escritos inspirados (Biblia). Los Apóstoles, que recibieron de boca de Jesús toda su saludable enseñanza, transmitieron a sus sucesores, los obispos y, a través de éstos, a todas las generaciones, todo lo que habían recibido de Cristo y aprendido del Espíritu Santo. Pero no debe suponerse que se trata de “un boca a boca transgeneracional” pues esto no hubiera perdurado indemne con el correr de los siglos. Así, la mayor parte de las enseñanzas de Jesús fueron puestas por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y son las que encontramos en los cuatro evangelios bíblicos (canónicos) y en los demás escritos del Nuevo Testamento. Por tanto, la Tradición es anterior a la Escritura, y es cuantitativamente mayor porque, en esas mismas páginas inspiradas, encontramos aclaraciones como ésta del apóstol san Juan: “Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran” (Jn 21,25). Entonces, todo lo que Jesús enseñó y no fue puesto por escrito en la Biblia ¿se perdió? De ninguna manera, la Iglesia se encargó de conservar cuidadosamente todas las enseñanzas del Salvador en diversos “soportes” o “fuentes”, además de la Escritura inspirada. Es que Cristo dijo: “vayan y enseñen [todo lo que dije e hice]” (cfr Mt 28,19-20), y no dijo: “vayan y escriban”. La enseñanza, como es sabido, puede ser básicamente tanto escrita como oral, y de hecho Jesucristo no escribió nada, y de boca y con obras enseñó todo su Mensaje. Y así las muchas partes que no están en la Escritura podemos encontrarlas en las “fuentes de la Tradición”, por ejemplo, en los antiguos Símbolos (o “Credos”) de la Fe (como nuestro conocido “Credo de los Apóstoles”, el bastante olvidado “Credo Niceno—Constantinopolitano”, o el casi desconocido “Credo Atanasiano”). También en los ritos de la liturgia y en la vida misma de la Iglesia, esto es, que el ejemplo de las obras y vida de Jesús fue continuado en la persona y ministerio de sus Apóstoles y sucesores, todo ello plasmado en las instituciones de la Iglesia y en el mismo “sentir de la fe” del pueblo cristiano. Igualmente podemos encontrar esa Tradición plasmada en los escritos de los Santos Padres y los Santos Doctores de la Iglesia, en tanto y en cuanto haya mayoría de opinión en un tema de fe que hayan puesto por escrito, y ninguna voz disidente. Los primeros son los escritores de los primeros VIII siglos de la era cristiana, que se distinguen por su santidad de vida y por su pureza de fe (como San Ignacio de Antioquía). Los segundos (de cualquier época de la Iglesia) son todos aquellos que, además de distinguirse por su santidad de vida y por la pureza de su fe, se destacan por su ciencia eminentísima (sobre todo en Santo Tomás de Aquino). Algunos Santos Padres son igualmente reconocidos como Doctores de la Iglesia (por ejemplo, San Agustín de Hipona). Veamos un ejemplo: la Asunción de la Santísima Virgen María en cuerpo y alma a los cielos es una verdad de Fe declarada dogmáticamente por el papa Pío XII ¡recién en el siglo XX! Sin embargo no está contenida ni explícita ni implícitamente en la Escritura (tal vez sólo insinuada), pero sí ampliamente expresada por el testimonio de los Padres, y creída por ese “sentir de la Fe” del pueblo cristiano durante todos esos siglos. ¿Podría entonces no ser verdad de fe algo testimoniado por tantos santos ilustres, y por los fieles de la Iglesia que creyeron en eso a lo largo de tantos siglos, sin oposición de nadie? Con todo, como en los escritos de los Padres algunos hablan de la muerte física de María y su inmediata resurrección gloriosa, y otros de su “dormición” o “tránsito” de la vida terrena a la vida gloriosa del cielo sin pasar por la muerte, entonces en el dogma no hay mención al tema de la muerte o no de la Virgen Santísima, sino sólo se pronuncia sobre su ingreso íntegro, en cuerpo y alma gloriosos, a la vida eterna. ¿Y EL MAGISTERIO? Ya sabemos que Jesús es Dios (por sus milagros y profecías, entre otras pruebas de su divinidad), y que es Hombre por la experiencia de sus contemporáneos. Pues bien, como Hombre que es, Jesús no es un ingenuo soñador como algunos pretenden presentarlo. Todo lo contrario, es un Hombre íntegro, perfectamente atento a todas las circunstancias y acontecimientos reales y posibles. ¿No iría a tener en cuenta que su Mensaje, una vez desaparecidos sus testigos directos, se iría deformando hasta el punto quizás de desaparecer o convertirse en cualquier otra cosa? Claramente. Por ello encomendó a su Iglesia, en la persona Pedro y los demás Apóstoles, y luego en sus legítimos sucesores (papa y obispos en comunión con él), la fundamental misión de custodiarlo para que no fuera adulterado con el correr del tiempo. Y también —para que por todos fuese entendido— para que sea interpretado rectamente según su Voluntad, y no según caprichos humanos o las tan variables opiniones de cada época. Y por ello mismo dispuso que fuera enseñado a todos sin error. Este es el Magisterio de la Iglesia (del latín magistri = “maestro”), gracias al cual conocemos y entendemos, tal como lo predicó Jesús, su Mensaje de Salvación, garantizando en la persona de Pedro que eso nunca cambiaría (“Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca” Lc 22,32), sostenido por la guía (asistencia) infalible e infaltable del Espíritu Santo. Esa es la misión de la Iglesia en la persona de sus pastores: ser la custodio, intérprete y maestra de la fe revelada, y no una mera representante de Dios ante el mundo para negociar qué predicar y qué no, según el humor de los tiempos. Causa, pues, perplejidad y hasta justa indignación cuando el mundo, al cual Cristo vino a salvar, quiere que el papa cambie alegremente aquí y allá verdades de fe y moral reveladas, sólo para que la Iglesia se adecúe “a los tiempos que corren”. De esa manera el papa, en vez de sucesor de Pedro se haría discípulo de Judas Iscariote. Pero sabemos que eso nunca ha ocurrido en más de 20 siglos, y que nunca ha de ocurrir porque ¡Firme está Cristo, mientras se mueve el mundo! Prof. Juan Carlos Bilyk Profesor de la Universidad FASTA Alumno de la Licenciatura en Educación Religiosa “TRIVIA” DE PREGUNTAS: a) b) c) d) e) ¿Con qué fin Dios se revela? ¿Cuáles son las fuentes de la Revelación donde está contenida la Palabra de Dios? ¿Cuál es ese “trípode” del que habla el artículo? ¿Todo lo que Cristo anunció se conservó? ¿Bajo qué condición los escritos de los Santos Padres y los Santos Doctores se constituyen como fuente de la Tradición? f) ¿Qué es, en definitiva, el Magisterio de la Iglesia? g) ¿Quiénes, en la Iglesia, constituyen el Magisterio? h) ¿Puede la Iglesia cambiar el Mensaje de Cristo para adecuarse a “los tiempos que corren”?