97 LATERCERA Sábado 6 de agosto de 2016 Sociedad Cultura D iego Zúñiga publicó una novela muy buena siendo bastante joven. Luego escribió otra, más ambiciosa, que hoy, transcurrido el tiempo, no me parece tan efectiva o sorprendente como la primera. Y ahora nos ofrece un libro de cuentos mediocres, en los que abundan taras vistosas e irremediables: infantilismo, intrascendencia, desprolijidad, flojera. De hecho, cuesta creer que el autor de Camanchaca y Racimo sea el mismo sujeto que produjo Niños héroes. Aunque, por otro lado, la literatura está llena de ejemplos similares: decadencia y caída. Comparados con los cuentos de otros escritores chilenos menores de 30 años, los diez relatos de Zúñiga evidencian una puerilidad notoria. Tal vez por lo mismo sea difícil establecer con precisión la edad que habría de tener el lector ideal de Niños héroes. Puedo aventurar, en cualquier caso, que se trataría de alguien cuyo desarrollo intelectual se tambalea en el límite entre un niño medianamente despierto y un adolescente lento. El juicio anterior no guarda relación con el hecho de que la gran mayoría de los personajes del libro son escolares o jóvenes que abandonaron hace poco tiempo la enseñanza media, por cierto. Pero sí tiene que ver con nociones empobrecidas sobre lo que es ser joven, con un voluntarismo ciego que en el caso de Zúñiga se expresa, más que nada, en contar anécdotas sin un manejo adecuado del suspenso y, también, con declaraciones de dudosa catadura, como la que a pito de nada lanza un escolar al que uno supone bastante analfabeto a juzgar por la manera en que narra: “La juventud se parece demasiado a una hipérbole”. La pretensión latente tras ciertos ornamentos también resulta un poco ridícula. ¿Era necesario ponerle un epígrafe de Perec y uno de Bernhard a un par de narraciones manifiestamente defectuosas? Como sea, los guiños literatosos no terminan allí: un cuento se titula El lenguaje de los pájaros y otro La tierra baldía; se habla de Bukowski, de Lorrie Moore, de la carrera de Literatura, de talleres literarios. Todo ello pasaría desapercibido, o sería incluso un aporte, si la escritura de Zúñiga estuviera a la altura de sus aspiraciones. Pero lo que uno obtiene a cambio es una prosa plagada de errores colegiales, como por ejemplo el uso de la metáfora cliché por excelencia (cierta iglesia parece “un animal gigante, imponente”); o la frase floja, descuidada (“Se acabó el tiempo de la paciencia, empezó, se acabaron las regalías y las faltas de respeto”); o la manía de escribir palabras entre guiones que no enfatizan algo relevante; o el abuso de algunas muletillas –“quién sabe qué” y sus variantes– destinadas a salir del paso de modo un tanto vergonzoso. También hay inconsistencias y momentos de torpeza flagrante. Tal vez el más llamativo de éstos sea el siguiente: de una madre se nos dice que es maestra “en el arte de elegir las palabras precisas para herir al otro”. ¿La prueba de ello?: le lanza a su hija a la cara “que esos aros no la ayudaban” y, demostrándose aún más despiadada, cuando su hijo le cuenta que va a estudiar historia, la mujer responde “que se iba a morir de hambre como profesor de colegio”. A diferencia de los niños héroes que al final de Amuleto, la novela de Roberto Bolaño, se despeñan en un precipicio entonando un canto de guerra y de amor que conmueve y enloquece a la narradora, los personajes de Zúñiga son seres unidimensionales, incapaces de modular algún gorjeo singular, condenados en esencia a no emitir ni una sola frase atractiva o sugerente. El vacío, en este caso, opera como un espacio que no ofrece más que disonancias. NIÑOS HÉROES Diego Zúñiga. Literatura Random House, 2016. 196 págs. $12.000. CRITICA DE LIBROS Decadencia y caída Juan Manuel Vial Crítico literario Cuesta establecer con precisión la edad que habría de tener el lector ideal de Niños héroes, el libro de cuentos de Diego Zúñiga. Si me apuran, yo diría que hablamos de alguien cuyo desarrollo intelectual está entre un niño medianamente despierto y un adolescente lento.