por orden de Cisneros en represalia por lo ocurrido, todos los

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momento habían colaborado muy activamente con la
conquista, se habían sentido desengañados con los invasores y prometieron su apoyo.
A principios de marzo, los 1.200 navarros y bearneses
que había podido reunir el mariscal estaban listos para
el ataque. El rey Juan puso sitio a Donibane Garazi, el
vizconde de Baigorri avanzó sobre Orreaga y el mariscal se movilizó el día 17 hacia Erronkari y Zaraitzu, valles que se levantarían en su apoyo. Tras reunirse las
tres columnas, partirían hacia Iruñea.
Pero los españoles estaban al tanto de lo que se preparaba. El regente de Castilla, el cardenal Cisneros, y el
coronel Villalba se prepararon para hacer frente a la
ofensiva. El coronel abandonó Donibane Garazi, donde
dejó una guarnición, y se situó en Orreaga para evitar
la unión del ejército legitimista. A su paso prácticó
una política de tierra quemada de la que no se libró ni
la Colegiata de Orreaga, que fue pasto de las llamas.
Mientras, en diferentes plazas del reino, los posibles
apoyos a Juan de Albret fueron detenidos o desterrados
para abortar las sublevaciones interiores previstas.
Con el rey Juan bloqueado al norte de los Pirineos y
el vizconde de Baigorri rechazado por Villalba, la situación se volvió crítica para el mariscal, que había recibido muchos menos apoyos de los prometidos por
los valles pirenaicos. Al aproximarse a Orreaga, descubrió la presencia de tropas españolas y decidió retroceder de inmediato hacia Erronkari, seguido de
cerca por el incansable coronel Villalba. La persecución
derivó en un auténtico calvario a causa de la presencia
de abundante nieve y del mal tiempo. La retirada se
prolongó durante horas, hasta que los españoles consiguieron cortar el paso a los legitimistas cerca de
Izaba. Apenas hubo lucha, ya que el mariscal y sus capitanes se rindieron a cambio de que se respetara la
vida de sus hombres. Entre los apresados figuraban
varios primos del futuro San Francisco de Xabier, aunque su hermano Juan consiguió huir.
El mariscal y sus lugartenientes fueron trasladados
de inmediato a Castilla. A su paso por las localidades
navarras, la gente se acercaba a Pedro de Navarra para
besarle las manos en señal de respeto. Los prisioneros
fueron encerrados en el castillo de Atienza, rodeados
de las máximas medidas de seguridad. Mientras, Miguel de Xabier tenía que abandonar su feudo en la Alta
Nafarroa y refugiarse en el Bearne, y hasta el conde de
Lerín se vio obligado a escapar perseguido por el capitán Pizarro, padre del futuro conquistador de Perú,
aunque posteriormente fue perdonado por las autoridades españolas.
Peticiones de libertad. Unos meses más tarde y
mientras en Nafarroa eran desmochados los castillos
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por orden de Cisneros en represalia por lo ocurrido,
todos los prisioneros capturados en Izaba fueron puestos en libertad, salvo el mariscal, a pesar de que su
suegro el duque de Alburquerque se ofreció como valedor. Los reyes de Nafarroa también pidieron su liberación en repetidas ocasiones a Carlos I, que se negaba una y otra vez, porque así «las cosas de Navarra
están en gran paz y quietud» y porque no convenía
«usar de piedad donde no se debe, ni con quien no se
lo merece».
En 1517, Pedro de Navarra fue trasladado de Atienza
a Barcelona, desde donde había requerido su presencia
Carlos I. El rey español le pidió que le jurase como soberano de Nafarroa y a cambio le pondría en libertad
y le restituiría su estado, honras, oficios y otros favores
y mercedes. Pero el mariscal le respondió que no podía
jurarle conforme a su honra, porque ya lo había hecho
con los reyes Catalina y Juan, y tenía «determinado
morir como siempre había vivido».
Tras fracasar en su intento, el rey español ordenó
encerrar a Pedro de Navarra en el castillo de Simancas.
En Valladolid volvería a probar suerte Carlos I con el
mariscal en marzo de 1520 ofreciéndole las mismas
prebendas. Y el navarro le respondió que «por no haber nacido en España ni ser de la casa real de Castilla»,
como buen hidalgo, permanecería «fiel al juramento
que había prestado a Juan de Albret y Catalina, los
verdaderos reyes de Navarra, y jamás renegaría de su
patria».
El mariscal fue devuelto a su celda, de donde los dirigentes agramonteses y el rey de Francia planearon
su fuga, según ha recogido en sus trabajos el historiador Pello Monteano. El plan se habría pergeñado en
el monasterio de La Oliva y en el mismo participaba
el afamado Pedro Navarro, que fue enviado a Simancas
para evaluar la posibilidad de minar los muros del
castillo, tarea en la que era todo un experto, como había demostrado en las guerras de Italia.
Finalmente, el plan no se llevó a cabo porque la situación política vivía unos momentos convulsos. Por
un lado, en Castilla estalló la revuelta de los comuneros,
que quería ser aprovechada por Enrique II, rey de Nafarroa desde la muerte de su madre Catalina en 1517, y
Francisco I de Francia para lanzar un tercer intento de
recuperación del reino. Esa ofensiva se inició en mayo
de 1521 y de ella estaba al tanto el encerrado mariscal,
quien animó a su hijo a huir de Castilla y unirse a las
tropas dirigidas por Asparrots, tal y como hizo.
En su celda, Pedro de Navarra recibió noticias del
fracaso de ese intento tras perder la batalla de Noain
el ejército legitimista. También fue informado de la
nueva incursión franco-navarra de setiembre de ese
mismo año y de la resistencia en el castillo de Amaiur,
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