El coche de los toreros ¡Qué pronto comenzaron a viajar, intentando descabezar el sueño en un coche, atravesando pueblos dormidos, como las grandes figuras antiguas, cuando los coches llevaban baca y en una de las esquinas, el botijo! ¡El coche de los toreros! El coche de los toreros, era como quien dice el más coche de todos los coches, porque transportaba a los ídolos, a los admirados, a ésos que parecían estar fuera de todo lo común. Cuando el coche de los toreros llegaba a una ciudad, despertaba tanta admiración como envidia. Eran otros tiempos. Recuerdo todavía el Buick azul de «Manolete», lo que entonces se llamaba un «haiga», y después otros grandes coches negros, llenos de polvo, alrededor de los que se arremolinaba la chiquillería, y que eran observados con reverencia por los aficionados… Los chavales que se matricularon en la Escuela de Tauromaquia de Salamanca, seguramente no le dieron al hecho de ir en coche la importancia que le hubieran dado en su tiempo, los arrapiezos que intentaban colarse en las plazas de toros para poder ver a Luis Miguel, o a Pepe Luis. (Recuerdo a los primeros profesores de la Escuela, así como a Juan José, su director, prestando sus coches particulares para llevar a los alumnos al campo. José Luis Barrero y Adolfo Lafuente convertían sus vehículos en auténticas aulas y mientras duraba el viaje de ida, lo mismo que el de vuelta, ni que decir tiene que no se oía hablar más que de toros y de toreros; de cómo eran y qué hacían los toreros de ayer, a quienes los chavales apenas conocían de nombre; del tentadero en el que XX ANIVERSARIO DE LA ESCUELA DE TAUROMAQUIA DE SALAMANCA 15 acababan de participar, haciendo una minuciosa disección de todo cuanto en él había tenido lugar; repasando los conceptos que a diario se exponían en clase, y comparándolos con la práctica de una jornada campera). Si resultaban impresionantes el Hispano-Suiza o el Buick, ¡qué sería haber visto a los toreros ir a la plaza en coche de caballos, como Vicente Pastor, o el Papa Negro, o a aquel Antonio Sánchez, que salía de su taberna, dejándose ver de las vecinitas de Mesón de Paredes, a la vera de la plaza del «Pogreso», cuando iba a torear a la vieja plaza de toros de Madrid, su pueblo! Los tiempos han cambiado, y aquellos lujosos automóviles, se han convertido en confortables y costosas furgonetas, funcionales y prácticas…, pero que, por fuera, recuerdan horrores a las que usan los calefactores o los instaladores de antenas de televisión, pongamos como ejemplo. El coche de los toreros, majestuoso, imponente, casi mágico, bien puede decirse que pasó a la historia. (Apunte: un gran éxito fue el triunfo en la Liga de escuelas de Tauromaquia, con Julio Norte, pero no fue ése el único éxito de la escuela en este curso. Otro, no menos importante fue el número de becerradas organizadas, los becerros estoqueados y los alumnos como actuantes. Y un tercero; el número de becerras toreadas en el campo. Pese a la colaboración de los ganaderos, que siempre se ha puesto de relieve, sobre todo en aquellos que han venido a convertirse en algo así como proveedores oficiales, lo cierto es que cada año parece más difícil conseguir el número mínimo deseable. Sencillamente porque las becerras no se pueden partir por la mitad, para atender el doble de las peticiones recibidas y porque, aparte la Escuela, los ganaderos tienen sus compromisos profesionales. Hay que atender al torero que luego, quizá, mate una corrida «de la casa» y como pasa en todos los negocios (y la ganadería lo es en el último tramo de la crianza del toro principalmente), no sólo hay que tratar de ampliar la clientela, sino que conviene atender como es debido las peticiones de los ya clientes. Toda la vida ha sido así y no hay razones lógicas para pensar que pueda ser diferente en el futuro). 16 CARLOS MANUEL PERELÉTEGUI VICENTE