obreros martires de la libertad

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OBREROS MARTIRES
DE LA LIBERTAD
Joan Llarch
Entrada de Anselmo Lorenzo Asperilla (p.9)
En noviembre de 1868 desembarcó en el puerto de Barcelona un
hombre que iba a influir extraordinariamente en el desenvolvimiento del
movimiento obrero español. Se llamaba Giuseppe Fanelli, ingeniero de
profesión, de nacionalidad italiana y diputado del Parlamento de Italia,
pero que, rasgo característico de su indiferencia a toda representatividad,
declaró, con singular desenfado, que aquel cargo y desempeño le eran
útiles sólo porque le permitían viajar gratuitamente por ferrocarril. Se
trataba de un personaje que, tanto por su ideología como por su estampa,
no podría pasar, en modo alguno, inadvertido. Alto y corpulento de figura,
ojos negros y brillantes y aureolado el rostro por una negrísima y
abundante barba, Giuseppe Fanelli era en realidad el emisario de la más
grandiosa figura revolucionaria: el anarquista ruso Bakunin.
En Barcelona procuró inútilmente entrar en relación con los medios
obreros, por lo que se trasladó a la capital de España. Fue en Madrid
donde conoció a Tomás González Morago, de oficio grabador, uno de los
primeros en España en autodenominarse libertario. En Madrid, gracias a
Morago, que le sirvió de introductor en los ambientes idóneos, Fanelli
contactó con los jóvenes obreros del siglo pasado que frecuentaban el
Fomento de las Artes, en donde las ideas de Proudhom y el federalismo
de Francisco Pi y Margall gozaban de simpatías y predicamento.
La presencia y paso fugaz por España del enviado del legendario Mijail
Bakunin, produjo un deslumbramiento meteórico en las mentes de
quienes le conocieron y escucharon, porque, a su manera, Giuseppe
Fanelli era portador de una “buena nueva” para todos los pobres de la
Tierra que Bakunin preconizaba a escala europea con la creación de la
Alianza Internacional de la Democracia Socialista. Entre la cuarentena de
asistentes que se reunieron en la casa de Rubau Donadeu, se hallaba un
joven de 28 años que se llamaba Anselmo Lorenzo Asperilla. Había
nacido el 21 de abril de 1841 en Toledo, ciudad que abandonó a los 11
años de edad para trasladarse a Madrid, donde trabajó primeramente en
una cerería, para luego entrar en las artes gráficas, donde aprendió el
oficio de tipógrafo. Fue en su adolescencia cuando Lorenzo, aquejado de
una enfermedad que duró unos cuatro años, ayudaba a su madre en los
quehaceres que precisaba, cuando su enfermedad se lo permitía. En
aquel período Anselmo Lorenzo cobró gran inclinación hacia la lectura y
leía cuanto caía en sus jóvenes manos. Su afición llegaba a tal punto que,
no disponiendo de dinero para adquirir sus lecturas, recurría a los
familiares y amigos para que le prestaran libros.
Singularmente, las conferencias dadas por Fanelli a sus oyentes eran
pronunciadas en italiano, ya que Giuseppe Fanelli sólo hablaba su idioma
nativo y además el francés mas para sus oyentes ninguno de los dos
idiomas les era ni siquiera familiar; sin embargo, parecía que la misma
universalidad de las ideas que exponía eran perfectamente comprensibles
a todos. Quizá donde no alcanzaba la palabra, la vehemencia de la
exposición, el ademán, el signo mímico, la telepatía ideológica del
pensamiento hacía lo demás.
Giuseppe Fanelli trastornaba a los auditorios que le escuchaban. El
mismo Anselmo Lorenzo describiría posteriormente aquella seducción
personal, la magia de la idea transmitida a quienes habiéndola intuido
aguardaban su comunicación para hacerla propia ya que, en cada uno de
aquéllos, hallábase presentida pero todavía no formulada. Lorenzo,
testigo de lo sucedido y a la vez destinado a ser uno de los dirigentes más
sobresalientes
del anarquismo ibérico,
recreó aquellas
reuniones retratando gráficamente la personalidad de Faneili:
históricas
“Su voz (la de Giuseppe Fanelli), poseía sonoridad metálica. Era capaz
de tomar todas las inflexiones que conviniera, pasando instantáneamente
de la cólera y la amenaza, cuando atacaba a los tiranos y opresores, a un
tono de piedad, de pena, o de consuelo, al evocar el sufrimiento de los
oprimidos, puesto que les comprendía sin haber sufrido y se mostraba
verdaderamente altruista, a la par que satisfecho, cuando presentaba un
ideal ultrarrevolucionario de paz y fraternidad”.
Al respecto, como interpretación de esta inmediata aceptación de la
ideología bakuninista por parte de los oyentes de Fanelli, la interpretación
de Juan Díaz del Moral, perfecto y profundo conocedor del movimiento
ácrata español, define evocadoramente la reunión y el efecto de las
palabras del italiano en los españoles, que sin apenas entender su idioma
comprendían con toda claridad la exposición de las ideas: “Descendían
lenguas de fuego sobre la cabeza de los reunidos en ese cenáculo.
Tuvieron la impresión de alcanzar, de una vez, las más altas cumbres de
los dogmas, principios y axiomas inmutables de la ciencia obrera. En una
palabra: de encontrarse en lo sucesivo en posesión de verdades
absolutas”.
Tres meses más duraría la estancia de Giuseppe Fanelli en España.
Agotado el subsidio que le enviaba Bakunin, o la prolongada demora de
esta ayuda económica, le obligaron a trasladarse a Marsella. Sin
embargo, todavía pudo permanecer tiempo suficiente en Barcelona,
donde en esta segunda vez su misión fue más afortunada en la difusión
de las ideas de Bakunin, pilar titánico de la Primera Internacional, ya
escindida por los primeros enfrentamientos ideológicos entre Marx y
Bakunin. Al cientifismo frío y racionalista del alemán de raza judía, se
oponía la sencillez espontánea, generosa, apasionada e inspirada del
aristócrata ruso, revolucionario planetario auténtica fuerza de la
Naturaleza, gigante con la testa adornada de una rizada y revuelta
cabellera como la copa de un árbol gigantesco ornado de frondoso follaje.
Orador de verbo centelleante, capaz de las iras más desatadas o de los
enternecimientos
más
desconcertantes.
Corazón
de
ilimitada
generosidad, talento desmedido, contrastando con la inocencia de un
niño. Toda su filosofía, en su apocalíptica grandiosidad, estaba
impregnada al mismo tiempo de un gran lirismo de amor al género
humano y a su libertad mutilada. Marx era el científico, positivista, de
mentalidad de corte occidental, realista y planificadora, esquemática y
estructural. Bakunin era la pasión revolucionaria, la imaginación visionaria
del futuro del hombre sin trabas ni autoritarismos que cercenaran su
libertad y su comportamiento espontáneo. El bardo, de un mesianismo
cuyos ecos todavía no se han extinguido por su fusión con la esperanza
en el futuro del ser humano, libre de todo dogma político que la somete de
distintas maneras.
Quizá, por su idiosincrasia, obtuviera al punto tan fervientes adeptos en
un país latino como España, por añadidura marcado por un profundo
sentido ético de la interpretación de la vida. La idea de Bakunin partía de
la sencillez. Era como una piedra arrojada a un estanque que, al punto, se
agrandara en círculos concéntricos, cada vez más amplios, abarcando
toda la superficie de la alberca y chocara con sus andenes y rebotaran
ondas, indefinidamente. La sociedad se levantaba sobre una iniquidad
total. Por lo mismo, tal injusticia era intolerable y había que ponerle fin, de
forma que en el banquete de la vida participaran todos por igual. Los
humanos, y los sirvientes del convite, tomaran asiento entre los
comensales que, en pago a los servicios de los más a los menos,
paradójicamente, les arrojaban las migajas del banquete. Pero Bakunin, al
contrario de las religiones, no quería retrasar la justicia hasta más allá de
la vida.
Acercaba las fronteras a la existencia real y cotidiana y, si un lejano día
perdióse el Paraíso, no deseaba tampoco, como Mahoma, reservarlo para
cuando se inicia la otra vida como continuidad de la muerte. Siendo ateo,
Bakunin quiere que el Paraíso se construya en la Tierra, y sea levantado
con la unidad de todos los desposeídos, de los miserables, de los que
sufrían hambre de pan y de justicia. En consecuencia, para lograrlo había
que predicar el advenimiento de un nuevo orden contrario y opuesto al
desorden de la sociedad imperante, de donde se dedujo que la nueva
concepción que era preciso llevar a cabo era la instauración de la Acracia.
La ausencia de todo Gobierno y del instrumento de poder coercitivo deí
mismo, o sea de la autoridad. Es decir, que los que en adelante, haciendo
su ideología como propia, por reflexionada, dieron en llamarse
anarquistas, fueron anarquistas, precisamente, porque no aceptaban ni
reconocían como propia de su mentalidad a una sociedad que era
realmente anárquica en su irracional organización. Bakunin no se
conformó con la predicación de un orden nuevo, más acorde, según él,
con la Naturaleza. Al mismo tiempo indicaba los procedimientos para
conseguir llevar a cabo la realización del anarquismo. Se trataba de
desmoronar los pilares de la sociedad sobre los que se sustentaba la
injusticia. Era necesario derrocar para siempre el Estado, la Religión y el
Capital y sustituirlos respectivamente por la Acracia llevada a la práctica
por el Ateísmo y el Colectivismo. Esta era, y no otra, la labor objetiva de la
verdadera revolución social. Bakunin, contrariamente a Marx, frío y
científico, oponía un optimismo y una ilimitada confianza en eí ser
humano y en el uso de la libertad integral del mismo. Su imaginación
visionaria y creadora era luminosa, espontánea y optimista. Se oponía
apasionadamente a Marx considerándolo la representación ideológica de
una nueva clase opresora de la libertad. Si por una parte Bakunin era la
confianza desmedida en las posibilidades del ser humano emancipado,
por su parte, Marx era como un modelista de zapatos que había ideado
una nueva plantilla para cortar calzados todos del mismo modelo y
olvidado de las distintas medidas y formas de los pies quería que fuesen
todos los hombres según su plantilla de zapatero. Quizá la mentalidad y la
situación geográfica de España, por mediterránea, estuviese más
sensibilizada para aceptar las ideas bakuninistas, pero lo cierto es que el
anarquismo obtuvo, desde los primeros momentos, mejor acogida en la
península Ibérica que el comunismo autoritario marxista. Para Bakunin, la
“utopía” de la acracia era equivalente a la realidad del mañana, pues a
cada día que nace, se inicia el comienzo del futuro. En Barcelona, las
tesis bakunianas fueron acogidas por el mismo Lorenzo y por Farga
Pellicer, quienes formaron el núcleo inicial de la Federación Regional
Española como sección ibérica de la A.I.T. (Asociación Internacional de
Trabajadores), adherida a la Primera Internacional.
Compitiendo con la labor realizada por Fanelli a su paso por España,
Carlos Marx, se afanó celosamente por contrarrestar los éxitos de
Bakunin, apresurándose a ofrecer su mercadería y mandó para mostrar el
paño, a su yerno “el Gascón”, como le había apodado. Su yerno, Paul
Lafargue, hablaba perfectamente el español por haber sido educado en
Cuba, pero no obtuvo en España la acogida que había conseguido
Fanelli. El anarquismo de Bakunin había encontrado en el país a
admiradores de Proudhorn predispuestos, por tanto, ideológicamente, a
asimilar las ideas y la praxis anarquistas. La Sección de la Internacional
Española se puso al lado de Bakunin, produciéndose una escisión en la
que los que se separaron de la Federación Regional formaron el núcleo
precursor de lo que iba a ser el Partido Socialista Español que se creó en
1879, seis años después de la adhesión de 1873 a Bakunin y a la Primera
Internacional por los anarquistas españoles. La dirección socialista fue
encabezada por Pablo Iglesias. En adelante, el movimiento obrero
español iba a quedar marcado por las dos actitudes contrapuestas. Pero
el movimiento obrero encontró una gran personalidad representativa en el
joven tipógrafo que en Madrid había conocido a Giuseppe Fanelli, con el
que había consolidado prontamente una firme y sincera amistad, como
asimismo con el intemacionalista, ya mencionado anteriormente, Tomás
González Morago, corresponsal en España de Bakunin.
Anselmo Lorenzo, en 1869, figuraba como uno de los que suscribieron
el primer manifiesto de la Internacional española. Un año después
aparecía el periódico La Solidaridad como portavoz de la A.I.T. Durante el
mismo año asistió al primer Congreso de los internacionalistas españoles
celebrado en el Gran Price de Barcelona, en el que fue nombrado
miembro del Consejo Federal. En septiembre del mismo año, en Valencia,
fue elegido para asistir en representación de sus compañeros a la
conferencia secreta de Londres que la Internacional había convocado.
Desde Valencia fue a Madrid, tomando el tren para Francia, y pasando el
Canal de la Mancha llegó a Londres, recibiendo acomodo en casa de
Carlos Marx. Engels le hizo de cicerone durante su estancia en la capital
inglesa pero, independientemente de tales muestras de hospitalidad y
cortesía, no pasaron inadvertidas para Anselmo Lorenzo las frases de
sentido peyorativo y las intrigas que desarrollaban Marx y Engels, en
descrédito y desprestigio de Bakunin. Tal comportamiento no podía por
menos que ofender la propia estimación de Anselmo Lorenzo, quien
además de ser un alma noble, poseía la generosidad de miras
característica de los libertarios españoles. El contraste entre la fama de
que gozaban los dos creadores del marxismo y su mezquina dimensión
humana, no dejaron de defraudar a Lorenzo, que regresó a España
decepcionado
del
efecto que
le
había ocasionado
la personal
aproximación a Marx y Engels, como escribió posteriormente: “...esperaba
ver yo grandes pensadores, heroicos defensores del trabajador,
entusiastas propagadores de las nueva ideas, precursores de aquella
sociedad transformada por la Revolución en que se practicará la justicia y
se disfrutará la felicidad; en su lugar hallé graves rencillas y tremendas
enemistades entre los que debían estar unidos en una voluntad para
alcanzar un mismo fin”.
Las actividades de Anselmo Lorenzo, a su regreso de Londres, ya no
cesarán a lo largo de su vida, y si debido a su fina sensibilidad y
extremado idealismo, en ocasiones las intrigas y divisiones en el mismo
seno de la organización le causaban desilusión, sabía al fin sobreponerse
a las mezquindades y reintegrarse a la lucha a la que dedicó toda su
existencia. Asombra, en todos aquellos que fueron la semilla de las ideas
más generosas y al mismo tiempo más opuestas a la realidad
circundante, su abnegación sin límites y la entrega desinteresada hasta el
autosacrificio personal ilimitado. Cualquiera de esos hombres que con
ejemplaridad humana desfilarán por las páginas de este libro, hubiese
cosechado bienestar personal aplicando el mismo tesón e inteligencia en
cualquier otra actividad a su propio servicio. Pero ninguno de ellos dejó
sobornar su inteligencia alumbrada, casi hechizada hasta la muerte, por
los ideales que proclamaron. Es no menos interesante observar que, a su
vez, todos ellos encontraron compañeras magníficas, heroicas, y
anónimas, con una fidelidad ideológica compartida hasta lo inconcebible,
adaptables a todos los rigores de las circunstancias, leales compañeras
del hombre que todo lo sacrificaba por sus ideas. Mujer del preso,
camarada
del
luchador
infatigable,
amantes
y
valerosas,
vidas
arrebatadas en un vértigo racional y entusiasta de altruistas propósitos.
Esos seres de arcilla como todos los seres humanos, llevaban,
indudablemente, en su propio barro aquella otra materia intangible con la
que los grandes poetas tejieron los más bellos sueños. No reconocerlo
así es marginar su realidad indiscutible, es ocultar en sombras una de las
zonas de la naturaleza humana más digna y luminosa.
En el Congreso de Zaragoza, celebrado en abril de 1872, Anselmo
Lorenzo fue elegido Secretario General del Consejo Federal de la Región
Española, de la que anteriormente ya había sido reelegido miembro del
Consejo. El año anterior, Lorenzo había realizado un viaje por Andalucía
con objeto de seleccionar posibles cuadros de militantes, visitando las
federaciones de Utrera, Sevilla, Carmona y Cádiz, Puerto Real, San
Fernando, Málaga, Granada Loja y Linares. En ese viaje tuvo oportunidad
de conocer a otra gran personalidad libertaria: Fermín Salvochea.
Todo el esfuerzo de Anselmo Lorenzo, en aquel período, se concentró
en lograr la unidad sindical de los obreros españoles en su calidad de
secretario general, ya que las rencillas derivadas de las diferencias
surgidas entre los partidarios de Marx y de Bakunin, habían provocado
una escisión en el movimiento obrero que, a toda costa, había que evitar.
Sus intentos como mediador en el problema acabaron convirtiéndole en
víctima de unos y de otros, despertando recelos injutos por infundados.
Deprimido por la incomprensión de que era objeto, el 20 de junio de 1872
Lorenzo presentó la dimisión como secretario general y reanudó su
profesión de tipógrafo.
Desde Valencia se marchó a Vitoria, donde encontró el apoyo moral de
su leal amigo Manuel Cano. En Vitoria sus esfuerzos para encontrar
trabajo fueron inútiles. Dos meses después emprendió viaje a Bilbao,
donde durante unas semanas fundó una organización bilbaína de la
Internacional. Marchó de Bilbao a Burdeos, donde sin encontrar trabajo
partió para Marsella. Su periplo fue incesante y la búsqueda de trabajo
vana. De paso por Tolouse recorrió inútilmente todas las imprentas en
demanda de trabajo. Un laberinto de sinsabores. Para pagarse el billete
de tren se vendió el reloj. Por fin, en Marsella encontró empleo en una
imprenta. Sin embargo, sin familia, sin otros contactos afines que las
tertulias en las que se reunía con otros españoles en un café,
transcurriendo las veladas en conversaciones estériles, aumentaron su
nostalgia y, al fin, regresó a Barcelona en marzo de 1874.
En Barcelona se revigorizó en sus ansias de lucha ideológica y de
renovación de la Humanidad. En Barcelona coincidió con un grupo de
amigos entre los que se encontraba su correligionario Viñas Fargas
Pellicer y otros más que, por su inquebrantable idealismo y voluntad,
dirigían desde la ciudad condal el movimiento obrero en toda España.
Se estableció en Barcelona, cuando después de sobrepasadas las
primeras angustias económicas, a las que ya estaba, como tantos otros,
acostumbrado, encontró por fin un empleo de corrector en una editorial
barcelonesa. Cuando con el tiempo falleció su amigo y compañero de
ideas, José Miranda, en cuyo hogar se hospedaba, Lorenzo se
responsabilizó de la familia compartiendo con la viuda y el pequeño hijo
de aquella, sus modestos ingresos. Trancurrido cierto tiempo, Anselmo
Lorenzo acabó uniéndose y manteniéndose absolutamente fiel a su
compañera, con la que rehusó desposarse legalmente. Lorenzo
perteneció a las generaciones de anarquistas puritanos, cuya austeridad
en sus costumbres afín a su ideología ejemplarizaba a los demás
militantes. La norma de su vida era de gran simplicidad. No bebían ni
fumaban
y
en
sus
relaciones
sexuales
mantenían
una
lealtad
inquebrantable con la compañera que habían elegido para toda su vida de
común acuerdo, en tanto el amor se mantuviera entre ambos, como así
solía ocurrir salvo algunas excepciones que con no menos frecuencia se
daban entre los matrimonios consagrados por la Iglesia. El amor era libre
entre los internacionalistas y un vínculo que les unía, residía en el mutuo
afecto, la comprensión y la identidad ideológica, similar entre los
componentes de la pareja. No era una perpetua cadena, y la opción de
cada una de las partes a deshacer el pacto, daba con el derecho a tal
libertad más fuerza a dicha unión. Hablar con menosprecio del amor libre
es ignorancia del mismo, frivolidad o intención deliberada de no respetar
aquellas relaciones afectivas y sexuales que se apartan de los
convencionalismos sociales. El amor no obedece otras leyes que las de
su propia naturaleza. Su comportamiento no se sujeta a esquemas
determinados y se escapa de todo cuanto quiere constreñir sus libres
manifestaciones en las relaciones entre los sexos. Engañar a la
Naturaleza no es posible y al ser desviada de sus inclinaciones se aparta
de la función natural dando lugar a las aberraciones psicopáticas, semillas
de tantos delitos en una sociedad que en su propia absurda estructura los
crea y a la vez se muestra totalmente incapacitada para curar las
enfermedades que engendra por sí misma. La reacción social es
discriminatoria con cuanto no le es afín. Margina lo que su inteligencia no
comprende; la marginación es el aislamiento. Por eso las cárceles y los
manicomios son las buhardillas donde ia sociedad esconde avergonzada
e impotente a los monstruos que crea con su estructura irracional, dando
lugar a comportamientos alienantes. Es una máquina cuyos subproductos
son la llamada hez de la sociedad. Paradójicamente, esta escoria amoral
es dorada en las alturas, pero no menos embrutecida en la base. A unos,
la amoralidad procede del exceso, a otros de la miseria comprada por el
vicio que les arroja al abismo.
Anselmo Lorenzo, una vez resuelta provisionalmente su situación
profesional con sus modestos ingresos económicos como corrector de
pruebas, se dedicó, ya domiciliado en Barcelona, a las tareas de militante
obrero. Sin embargo, la lucha era difícil hasta en el mismo seno de la
organización obrera por una tara humana muy frecuente: el culto al
personalismo. Motivo este de tantas deserciones y problemas en ámbitos
tan exigentes de desinterés personal como los anarquistas. El liderismo
de su amigo, el doctor García Viñas, acrecentado por sus mismos
compañeros que desarrollaban con sus admiraciones un injustificado
culto a la personalidad, resultaba del todo ridículo e inadmisible desde
todo punto de vista ácrata, por lo que Anselmo Lorenzo advirtió del gran
error que tal conducta acarreaba en contradicción con la ideología. Las
consecuencias fueron la hostilidad de sus mismos compañeros y la cólera
del doctor García Viñas que, herido en su presunción, se enemistó con
quien seguía siendo su amigo.
La peripecia vital de Anselmo Lorenzo cobra mayor dimensión, respeto
y grandeza cuando, fiel a su propia honestidad y como consecuencia de
su postura sincera ante la vanidad elitista de algunos, se convirtió en
víctima de sus mismos compañeros de ideas: “Aquellos compañeros,
todos amigos míos, en tiempos normales, habían tomado en serio su
papel de justicieros. Me designaron un asiento en medio del local, y frente
a la mesa, produciendo bien el efecto de tribunal ésta y banquillo de
acusado aquél. Se me interrogó y acusó duramente. Respondí y me
defendí con sencillez y sinceridad, y tuve el sentimiento de oír las más
apasionadas, falsas y calumniosas acusaciones... La Conferencia
extraordinaria estuvo al ínfimo nivel que correspondía a la pequefiaz de
su objeto. Cuando los jueces de la farsa se creyeron satisfechos, sin más
defensa que la que yo mismo me hice con la sencillez de mis respuestas,
me despidieron, y me retiré con la dolorosa sensación de ver mi
entusiasmo por el ideal y mi constante trabajo, recompensado por
segunda vez con negra ingratitud”, tal como así lo transcribe Heleno Saña
en su obra Líderes Obreros.
Víctima del odio desatado de sus mismos correligionarios, el
desdichado Lorenzo se vio aislado totalmente, y expulsado de la
Federación Regional. Pero Lorenzo poseía un alma tan noble, que se
sobrepuso a tamaña injusticia reconfortándose en su soledad en el
pensamiento de la honestidad de todo su proceder. Su aislamiento no le
hundió en la amargura. Por el contrario, los pocos años que permaneció
ajeno a toda actividad militante, los dedicó al estudio y a la reflexión, con
lo
que
su
conocimiento
se
sintió
beneficiado
y
engrandecido,
considerando que cuando la tempestad de pasiones se hubiese alejado,
podría proseguir su lucha por la emancipación del ser humano.
El mejor historiador del anarquismo, Max Nettlau, quien frecuentemente
visitaba España recalando en Barcelona siguiendo las huellas de la vida
de Anselmo Lorenzo, señaló el ingreso de Lorenzo en La Asociación,
órgano de los tipógrafos, en el año 1885, colocando en esta publicación
sus artículos. En 1886 comenzó a colaborar en Acracia, que servía de
portavoz a personalidades tan relevantes como Tárrida del Mármol,
Pellicer, Ricardo Mella y Antonio Pellicer, hermano del anterior. En 1888,
Lorenzo alcanzó el grado 18 en el seno de la masonería, a la que
pertenecía. Cuando el 6 de junio de 1898 se produjo la misteriosa
explosión de la bomba arrojada en la calle de Cambios Nuevos, Anselmo
Lorenzo fue uno de los muchos detenidos y encarcelados en la fortaleza
de Montjuich, que tanto escándalo iba a causar con su famoso proceso.
Al recobrar la libertad emigró a Francia, domiciliándose en París, donde
trabajó como corrector de pruebas. A su regreso a España, Federico
Urales había fundado La Revista Blanca y Lorenzo figuró entre sus
colaboradores. Francisco Ferrer y Guardia, fusilado años más tarde al
resposabilizarse en él los sucesos de “La Semana Trágica” de 1909,
llamó a Lorenzo, al que nombró director de las publicaciones de la
“Escuela Moderna”. Anselmo Lorenzo fue el traductor de Reclus y de
Kropotkine, del primero hizo la versión al español de su obra El Hombre y
la Tierra y del segundo La gran revolución. Figuró asimismo en la
redacción del semanario La Huelga General en 1901 y hasta 1903, pasó
a la revista Natura, publicando en este año su obra Vía Libre, resumiendo
medio siglo de lucha obrera en España. En 1907 comenzó a colaborar en
Solidaridad Obrera, diario histórico en el movimiento obrero, y desde sus
páginas se lanzó activamente a la propulsión de la idea que los
anarquistas se afiliaran a las organizaciones sindicales. Sus artículos
sobre sindicalismo decidieron el nacimiento de la Confederación Nacional
del Trabajo (C.N.T.) fundada como tal en el año 1911. En 1912, Anselmo
Lorenzo publicó su libro Vida anarquista, compilación de artículos suyos
aparecidos anteriormente en distintas publicaciones.
La visión sindicalista de Anselmo Lorenzo queda reflejada en los
siguientes textos:
“El Sindicato es la moderna forma adoptada por los trabajadores para
concertarse, defenderse y dirigirse a la libertad y a la igualdad”.
“El salario, repitámoslo una vez más, es una variedad de la esclavitud,
y ha de ser la última”.
“La producción en general, favorecida por los adelantos científicos y
monopolizada por las compañías capitalistas, ha venido a parar al
contrasentido más absurdo que pudiera imaginarse: se produce el triple
de lo necesario, hay capacidad productora incalculable, y la Humanidad
padece hambre”.
“Hay sobreprodución; no hay demanda; los almacenes rebosan;
paralízase el trabajo; no hay jornal para el obrero”.
“De acuerdo con Ricardo Mella en su Táctica Socialista, pienso que la
organización obrera emancipadora ha de ser asociación voluntaria, sin
disciplina (sumisión a un dogma o una autoridad) ni jerarquía (escalafón
de mandarines)”.
“Para asociarse cierto número de trabajadores para la constitución de
un sindicato dedicado a la realización de un fin emancipador, donde no lo
haya constituido aún, se reúnen, formulan claramente su objetivo,
determinan la manera de constituir una fuerza poderosa con el esfuerzo
de cada uno y de todos juntos, y con ello queda constituida y organizada
en principio una sociedad o sindicato”.
“En un sindicato así formado, el individuo adquiere la totalidad del
propio valer, multiplicado por el valer de todos sus coasociados”.
“Todo sindicato emancipador es un contrato o pacto que puede
formularse en pocas palabras como recuerdo, como acta de constitución,
como compromiso de honor entre los asociados, tanto para los
fundadores como para los que se asocien durante su funcionamiento”.
“En un sindicato obrero emancipador, por ejemplo, puede consignarse
en su pacto constitucional:
Objeto.- Este sindicato se propone la resistencia a la explotación
capitalista como táctica constante, y la supresión del salario por la
participación de los actuales desheredados en el patrimonio universal
como finalidad única.
Medios.- En el funcionamiento universal no ha de haber delegación, ni
autoridad, ni disciplina; sólo hay división del trabajo. Miembros iguales en
deberes y derechos en una asociación, aunque con la diversidad de
aptitudes físicas, morales o intelectuales propias del temperamento, de la
educación de la edad de la cultura de cada uno, cooperando
voluntariamente a determinado propósito, y voluntaria y libremente se
distribuyen las labores comunes, manteniendo la relación necesaria para
que resulte el debido concierto”.
“Penetrémonos bien de esta idea: en ningún caso, ni autoridad
personal, ni mayoría de socios que se imponga a la minoría. La verdad, la
bondad y la justicia, que pueden ser reconocidas por una inteligencia
común especialmente capacitada, ha de prevalecer siempre. Contra un
dictado razonado y evidente no hay decreto ni votación que valga. La
razón y la voluntad han de tener siempre libre y expedito el paso para lo
verdadero, lo bueno y lo justo en cuanto sea reconocido”.
Tal era, sintéticamente, el pensamiento sindicalista de Anselmo
Lorenzo, y por su contenido y generosa proyección, refiérase la calidad
del hombre que dedicó todos sus afanes y su vida a lucha tan dura como
idealista como la de la emancipación del hombre.
Independientemente de su logro, queda su anhelo de futuro más
hermoso para la Humanidad. Anselmo Lorenzo Asperilla, nacido en la
ciudad de Toledo el 21 de abril de 1841 falleció en Barcelona el 30 de
noviembre de 1914, cuando sobre Europa llameaban los rojos y
ensangrentados crespones de la Primera Guerra Europea que con su
cosecha de 6.000.000 de muertos iba a ocasionar una gran convulsión
del movimiento obrero internacional.
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