MENSAJE Marta Alvarez Estar cerca de Dios, estar cerca de los hombres JOSÉ AKTEAGA, S.J. a puerta de su casa en la Población Nogales pasa largas horas entreabierta para que pueda llamar el que necesita el teléfono, una atención cíe enfermería o cualquiera cosa. Es la casa de "Martita" o "la señorita Marta", que vive en medio de los pobladores hace casi cuarenta y dos años. Lo tenía todo. Podía viajar, darse gustos y no le faltaban pretendientes. Su familia era profundamente cristiana; y varias hermanas se habían hecho religiosas y un hermano había entrado a la L Martita se sienle KindameiHalmenle [Hjblddord y goza cuiinrio puede servir y compartir MENSAJE N° 421. AGOSTO 1993 Compañía de Jesús. Era una mujer inquieta, exigente, buscadora. Cayó en sus manos La mujer pobre de León Bloy y se le clavó en el corazón el que «.el dinero del rico es la sangre del pobre». «Fwe un alerta. No podía seguir igual. Me apasioné por la lectura de León Bloy», nos dice. «Sentí la necesidad de solidarizar con los pobres y compartir su vida tan dura». En esos años se encuentra con el padre Alberto Hurtado quien le dice: «Marta, yo te veo en la población como una hermanita de todos». Su respuesta no tardó. «Usted está loco. Yo estoy enamorada, tengo proyectos». «Deja todo eso al Espíritu Santo», fue la respuesta del padre. Fue un tiempo de lucha interior y de búsqueda. Ya estaba yendo a trabajar a la recién fundada escuela María Goretti en Los Nogales. El golpe final lo recibió aJ ver la película Monsieur Vincent, cuando Vicente de Paul entrega su cama a un tísico. «Me voy a ir a vivir a una población», fue su decisión. Alberto Hurtado dio una exclamación de alegría cuando le comunicó la b uena noticia y poco 359 Iglesia lJ tiempo después le dijo que la casita en la escuela estaba lista. La noche del 24 al 25 de septiembre de 1951 fue la primera que durmió entre los pobladores y cuenta que en la mañana despertó con una alegría tan profunda que le confi rmó haber encontrado lo b uscado durante tanto tiempo. Desde entonces empezó a hacerse realmente pobre y a despojarse de sus bienes y a vivir como una más. El mismo Alberto Hurtado la puso en contacto con los hermanitos de Foucau Id que vivían en Nogales. En contacto con ellos y con las hermanitas, descubre que se siente llamada a ser laica, sin ningún privilegio, hombro a hombro con las y los pobladores. Pone al servicio de la gente sus conocimientos de pedagogía y de enfermería y se dedica a cuidar enfermos. Posteriormenteapoyala formación de las primeras "mamas catequistas" que todavía la recuerdan como una figura inspiradora que las ayudó a crecer y a ser más personas y más cristianas. Le atrae profundamente la forma de vivir de los hermanitos «tan cerca de Dios, tan cerc de los hombres». Después de convivir un mes con los y las hermanitas en A frica, acompañada por el pad re Voillau me, se confirma su decisión de ser laica e ingresa a la fraternidad inspirada en la espiritualidad deFoucauld,quehoyes una asociación de fieles. Ha sido profundamente fiel a su vocación de estar presente a Dios y presente a los hombres. Cada vez que hablo con ella en su casa tan sencilla, limpia y decorada con humildes artesanías chilenas, me encuentro con una mujer de oración que me interpela a buscar más a Dios y a vivir más radicalmente el Evangelio. Joven de espíritu, a pesar de sus canas, sigue atentamente el acontecer nacional en su aparato de televisión blanco y negro y se alegra profundamente por todo lo que favorece a los pobladores y por los pequeños signos de crecimiento y de vida de la comunidad cristiana. Pero se siente fundamentalmente pobladora y goza cuando puede servir y compartir. Su vida ha tenido algo de la de Charles de Foucauld que murió solo en el desierto, sin seguidores. Tal vez Marta Alvarez ha vivido con tanta radicalidad el Evangelio que muchas que han pasado por su casa no se han atrevido a compartir su vida y han elegido otros caminos. «Mi gran aspiración es gritara! Señor con mi vida», me dice, y a la vez me confía que en los momentos de oscuridad la consuela el pensar que «ai atardecer de mi vida seré juzgada por el amor». Ya no puede expresar ese amor en la enseñanza de los niños, o a través del polielfnico cercano a su casa, o tej iendu todo el día para poder vi vir, pero ahora ha descubierto que puede cuidar a los niños mientras las mamas salen a hacer sus trámites o a ver al médico. Su vida sigue siendo un signo elocuente de la solidaridad de Dios en el corazón de las masas sencillas. • 360 MENSAJE N° 421, AGOSTO 1993