Incertidumbres habaneras Jorge H. Botero Aun cuando el Gobierno, luego de desbordados los plazos que inicialmente hizo públicos, no ha vuelto a mencionar fechas para la eventual culminación de las negociaciones en Cuba, el mensaje implícito, muy reiterado durante la campaña presidencial, consiste en que la conclusión de un acuerdo con las FARC estaría cerca. Imposible saberlo, dado el sigilo, necesario hasta cierto punto, que rodea las conversaciones. En realidad, no debería sorprender el lento ritmo de las negociaciones. En el acto de su instalación en Oslo, dijeron las FARC: “La pretendida paz exprés que algunos promocionan, por su volátil subjetividad y por sus afanes, sólo conduciría a los precipicios de la frustración”. La cautela gubernamental sobre la finalización del proceso está plenamente justificada. Existe un conjunto de factores de cuyo examen se desprende que no estamos tan cerca, como todos quisiéramos, del fin de una confrontación que mucho daño le hace al país y en cuya solución se realizan denodados esfuerzos que ojalá culminaran con éxito. Poner de presente esas dificultades constituye el objetivo de este escrito. 1.Marco jurídico para la paz. Como es comprensible, la guerrilla condicionará la firma del eventual acuerdo a que se les brinde la certeza de que, luego de los discursos, fotos y brindis inherentes a un acto de esa trascendencia, no se les invitará, así sea de manera cortés, a pasar a bordo de los aviones de la Policía Nacional o de la DEA para ser entregados al poder judicial y recibir, a cambio de sus aportes a la paz, onerosas condenas. Por este motivo el Gobierno tramitó ante el Congreso una reforma transitoria a la Constitución encaminada a facultar al legislador para establecer mecanismos de justicia transicional. Ellos deben diseñarse para “facilitar la terminación del conflicto armado interno y el logro de la paz estable y duradera, con garantías de no repetición y de seguridad para todos los colombianos; y garantizarán en el mayor nivel posible, los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación”. 1 Como suele suceder en Colombia, casi todas las leyes, incluidos los “actos legislativos” que reforman la Constitución, terminan en la Corte Constitucional, bien porque tienen control automático, ya porque pueden ser demandadas por cualquier ciudadano, lo cual puede ocurrir en cualquier momento por remota que sea la fecha de su expedición. (Hay sentencias recientes sobre el Código Civil que es del Siglo XIX). No es pertinente analizar en esta ocasión los efectos de cosa juzgada de las decisiones que adopta la Corte, cuestión que depende, en síntesis, del tipo de control que sea aplicable y de lo que la Corte en cada caso disponga. Importa sí destacar que el “Marco Jurídico para La Paz” ha sido objeto de varias demandas, de las cuales una ha sido fallada en pro de su estabilidad. Hay otra -muy compleja- en trámite; y puede haber otras, de alcances imprevisibles, presentadas en algún momento indeterminado. Como esta grave incertidumbre sobre las reglas de juego es inherente a la extrema judicialización del Derecho que nos caracteriza, el Gobierno no tendría alternativa distinta a llevar al Congreso más pronto que tarde su propuesta de justicia transicional. No serán fáciles -tampoco breves- los debates correspondientes a esa ley. Las víctimas del conflicto, que son numerosas, pedirán penas severas y mecanismos eficaces de reparación, mientras los partidarios de la solución negociada del conflicto pondrán de presente que, sin cierta flexibilidad en la justicia, la paz no es factible. Ciertos sectores políticos dirán que el Estado es el primer responsable y que a él corresponde buena parte de las tareas de reparación a las víctimas; otros señalarán los numerosos crímenes imputables a las FARC. Para poner de presente la magnitud del problema, basta señalar que los dirigentes guerrilleros han dicho recientemente que la responsabilidad máxima del lado estatal corresponde a quienes han ejercido la Presidencia de la República. La implicación de esta afirmación es evidente: nuestros recientes mandatarios deberían responder también ante la Justicia, ya sea doméstica o internacional. Como si lo anterior no fuera de enorme complejidad, es preciso advertir que esa futura ley, encaminada a reconciliar los valores antagónicos de la justicia y la paz, tiene carácter estatutario. Esto 2 significa que requiere control constitucional para que pueda entrar a regir. En su discurso de instalación de las sesiones del Congreso el pasado 20 de julio, el Presidente señaló que “Será tarea de este Congreso expedir en su momento la ley estatutaria que desarrolle el marco jurídico para la paz”. (He destacado). Que se coloque en un futuro indeterminado la presentación al Congreso de una ley que es insumo básico del eventual acuerdo, da pie para pensar que antes de negociar con el Congreso, en esta materia se negocia primero con los subversivos. Este modo de actuar puede tener sentido político aunque su consecuencia evidente consiste en demorar todavía más los tiempos del proceso en curso. Quedaría abierto, además, el riesgo de que el Congreso no acepte jugar un papel pasivo, y rehuse limitarse a validar un producto legislativo ya definido sin su intervención. He aquí, pues, un primer escollo serio para la pronta culminación de un acuerdo en La Habana. 2. La posibilidad de intervención de la Corte Penal Internacional (CPI). El segundo tiene que ver con el mismo tema: las penas aplicables a los delitos imputables a la cúpula guerrillera pero ahora desde la perspectiva de la justicia internacional. Como es sabido, Colombia ratificó en el año 2002 el Tratado de Roma mediante el cual se creó la Corte Penal Internacional para juzgar “los crímenes más graves de trascendencia internacional”. Ellos son el genocidio, los crímenes de lesa humanidad, los crímenes de guerra, y el crimen de agresión, aunque, referente a esta última modalidad de delito, su competencia no se ha abierto todavía. A sabiendas de que la asunción eventual de competencia por la Corte en nuestro país podría dificultar el proceso de paz que a la sazón se negociaba con las FARC, la administración Pastrana con buen juicio aplazó la entrada en vigencia del Estatuto de Roma durante 7 años. Habiendo vencido ese plazo, la Corte puede intervenir en Colombia con relación a tales crímenes si las autoridades judiciales nacionales no lo hacen. Ello puede suceder porque la legislación interna sea inadecuada; o porque, de facto, los jueces no puedan ejercer su competencia. 3 Múltiples razones pueden explicar esta incapacidad: falta de recursos financieros, carencia de personal suficiente, intimidación, venalidad, etc. No es relevante, para los fines perseguidos en este estudio, explicar esos tipos delictuales. El punto de partida consiste en que crímenes de lesa humanidad y guerra se han cometido, y se siguen cometiendo, por los autores del conflicto y que, cumplidos ciertos requisitos de procedibilidad, la Corte podría ejercer sus funciones en Colombia. En carta de la Fiscal de la CPI Fatou Bensouda dirigida al Presidente de la Corte Constitucional en julio 26 de 2013, cita su propio informe de actividades de noviembre de 2012, en el cual su Despacho concluyó que “sujeto a la ejecución apropiada de las sentencias de los condenados, la información disponible indica que quienes tienen la mayor responsabilidad dentro de las FARC y el ELN por los delitos más serios, ya han sido objeto de un proceso judicial interno”. Es claro, entonces, que crímenes de la estirpe de los previstos en el Tratado de Roma se han cometido en Colombia; que es posible que esas modalidades criminales sigan sucediendo; que cabe responsabilidad penal a la comandancia subversiva; que las penas impuestas pueden ser suficientes a condición de que se apliquen; y que se nos vigila por un organismo judicial de naturaleza internacional que escapa a nuestro control. Desde luego, a menos que resolviéramos retirarnos del Tratado de Roma, alternativa que nadie se atrevería a sugerir. La Corte Constitucional, en el proceso de revisión del “Marco Jurídico para La Paz”, estuvo en contacto con la Fiscal de la CPI; seguramente buscará de nuevo su consejo cuando llegue el momento de revisar la constitucionalidad de la ley estatutaria que lo desarrolle. Estas son gestiones prudentes que buscan que en el diseño de las reglas de la justicia transicional para poner fin al conflicto se satisfagan los criterios del derecho internacional. Podrán, entonces, establecerse penas reducidas pero no nimias o irrisorias, al igual que suspensiones de las penas o condenas condicionales, pero sin que, en ningún caso, pueda haber impunidad. Para conjurar el riesgo de que la CPI abra una investigación en Colombia, definir esas reglas es indispensable aunque no suficiente: se precisa también que el aparato judicial funcione adecuadamente. 4 Si así no sucediera ella podría intervenir, lo cual, por supuesto, constituiría una afrenta para nuestras instituciones. Nada de lo que se escriba en el acuerdo de paz, la legislación interna o en los fallos de nuestros tribunales puede clausurar esa posibilidad. Los líderes de las FARC podrán tomar decisiones que afectan su libertad personal -no ya pero sí más adelante- cuando culmine este complejo ciclo de leyes y sentencias de la Corte Constitucional, con mayores elementos de juicio. Cabe conjeturar que, para facilitarlas, sus preocupaciones en una materia tan delicada serán transmitidas al Gobierno en la mesa de la Habana y por este al Congreso. Y que éste (y en su momento la Corte Constitucional) las tendrá en cuenta. No obstante, quedará vigente un riesgo importante sobre la cúpula de la guerrilla. Por eso cabe preguntar si, pese a ello, estarán sus integrantes dispuestos a firmar el fin del conflicto. Ante un obstáculo tan grande como éste, que podría dar al traste con las negociaciones, valdría la pena explorar la posibilidad de que se le conceda a un grupo de líderes de la subversión precisamente determinado un status internacional de protección, condicionado a reglas estrictas de buena conducta, y con la excepciones que se consideren adecuadas para impedir la impunidad en los casos de mayor envergadura. Este status les permitiría permanecer, luego de suscrito el eventual acuerdo, indefinidamente en el territorio de un país amigo que no esté sometido a la jurisdicción de la CPI. 3. Refrendación del eventual acuerdo mediante referendo constitucional. Se lee en el Acuerdo que define el contenido y reglas de las negociaciones que su firma “da inicio a la implementación de todos los puntos acordados”; y que, además, habrá mecanismos de “verificación y refrendación”. Como nada más se dice, no sorprende que las partes sostengan posiciones encontradas al respecto. Mientras el Gobierno considera que el instrumento básico son los referendos constitucionales, las FARC se han matriculado en la figura de una asamblea nacional constituyente. Hasta donde se sabe, la discusión, que es difícil de zanjar, se encuentra abierta. Para avanzar en el camino que considera correcto, el Gobierno llevó al Congreso un proyecto de reforma a la ley de mecanismos de participación ciudadana para permitir, lo cual hoy está prohibido, que la “realización de referendos constitucionales con ocasión de un 5 acuerdo final para la terminación del conflicto armado”, pueda coincidir con otros actos electorales. Esta medida se considera necesaria para mitigar el albur, nada despreciable, de que uno de los instrumentos básicos para la puesta en marcha del acuerdo fracase si en la votación no participan ciudadanos que equivalgan, al menos, al 25% del censo electoral. La ley fue aprobada por el Congreso y está actualmente bajo el escrutinio de la Corte Constitucional. Ésta tiene plazo hasta mediados de octubre de este año para decidir. Ahora bien: como los comicios para renovar las autoridades territoriales serán el último domingo de octubre de 2015, esa sería la fecha más temprana posible para que ese eventual referendo coincida con otro proceso electoral que le sirva de arrastre. Son enormes las dificultades para que se pueda votar la refrendación popular del acuerdo en esta fecha. En primer lugar, como ya se advirtió, por la necesidad de que previamente se expida y someta a escrutinio judicial la ley de justicia transicional; en segundo, por cuanto las convocatorias a referendo requieren ley del Congreso cuya constitucionalidad debe ser previamente verificada por la Corte Constitucional; y, en tercero, en tanto entre la convocatoria de un referendo y su votación debe mediar, por mandato legal, un lapso para que se pueda hacer campaña a favor y en contra del referendo. El anexo de este documento muestra los tiempos legales que deben respetarse y la secuencia de los diferentes procesos jurídicos que es preciso adelantar. De su examen se desprenden las razones que permiten conjeturar que no sería posible cumplir la cita de octubre del 2015. La próxima ocasión para hacer coincidir la votación del referendo de paz con otro acto electoral sería marzo de 2018. Como para ese entonces el Presidente Santos estará culminando su mandato, serían los candidatos a sucederle quienes tendrían la fuerza política para impulsar -o frenar- un proceso que llevaría más de 6 años de duración. Si todos los requisitos previos que se han mencionado se hubieren cumplido luego de octubre de 2015, pero antes de las elecciones parlamentarias del 2018, sería factible convocar a una votación exclusiva para el referendo de paz. En tal hipótesis se haría más probable el riesgo que el gobierno quiere evitar: que la iniciativa fracase porque el pueblo no concurre en número suficiente a las 6 urnas y, por lo tanto, no se supere el umbral del 25% del censo electoral, o sea algo así como 8.2 millones de votos, una cifra mayor a la que obtuvo el Presidente Santos en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. 4. Indivisibilidad del acuerdo; fraccionamiento de la refrendación. Recordemos que un referendo “es la convocatoria que se hace al pueblo para que apruebe o rechace un proyecto de norma jurídica o derogue o no una norma ya vigente”. Una de sus categorías es el referendo constitucional que el Gobierno tiene en mente. El marco pactado con las FARC para adelantar las negociaciones, tanto como las reiteradas manifestaciones del equipo negociador, permiten asumir que los ajustes en la Constitución serían mínimos. Sin embargo, como cada proyecto de norma podría ser votada de manera autónoma, y es probable que, sin ser muchas, sean varias, es factible que unas logren respaldo suficiente del electorado y otras no. Si así sucediere se rompería el carácter integral o indivisible de la negociación que se expresa en el principio, tantas veces repetido, según el cual “nada está acordado hasta que todo esté acordado”. No es un riesgo remoto. En el referendo presentado en el 2003 -el cual, hasta ahora, es la única experiencia que el país tiene con este mecanismo de participación directa de la ciudadanía- contenía 15 preguntas, de las cuales solo una pasó el umbral, a pesar de hallarse su promotor -el Presidente Uribe- en el ápice de su popularidad. ¿Podría subsistir el acuerdo eventual si su respaldo en las urnas, por lo que refiere a los ajustes constitucionales que implique, es apenas parcial o, incluso, nulo? Esta posibilidad no ha pasado desapercibida para las partes negociadoras. Las FARC han difundido, en comunicado de agosto 25 de 2013, la fórmula que, según ellas, tendría el gobierno para resolver este problema. “El gobierno nacional no ha dicho aún una palabra pública sobre la ley que convocaría el referendo. Ha hecho creer que ella dispondría una elección en la que la ciudadanía votará por el sí o el no a cada uno de los puntos del Acuerdo Final de La Habana.....Lo que Santos pretende con ese Referendo es que el país vote sí o no, a dotar de facultades extraordinarias al Presidente para expedir decretos con fuerza de ley encaminados a poner en vigencia los Acuerdos firmados en La Habana. Para lo cual el país debe votar sí o no a la 7 conformación de un pequeño Congreso o cuerpo legislativo encargado de redactar los decretos. Ese Congreso estaría conformado por voceros de todos los partidos políticos y en él tendrá cabida una pequeña representación de las FARC”. Un mecanismo semejante a este fue contemplado por los constituyentes de 1991 para facilitar la transición entre el orden constitucional antiguo y el nuevo. Su factibilidad era incuestionable en tanto la Asamblea Constituyente se había proclamado “soberana”; es decir, dotada de poderes omnímodos. Hoy la situación es distinta. Así decirlo resulte obvio, existe una Constitución que no se puede echar por la borda; tenemos un gobierno al que nadie acusaría de propiciar un golpe de Estado. Por este motivo, habría que analizar si la iniciativa divulgada por las FARC y atribuida por éstas al Gobierno tiene asidero. En principio, caben dudas: prohijarla implicaría atribuir el poder de reformar el orden jurídico a un órgano no previsto en la Constitución el cual, al parecer, no tendría origen popular. En diversas ocasiones la Corte Constitucional ha dicho que reformar la Constitución es posible pero que ella no puede ser sustituida; es menester respetar las “cláusulas pétreas”, aquellas que perfilan un estado social de derecho. Una de ellas es la democracia representativa que nace del voto universal de los ciudadanos. 5. Utilización de otros mecanismos de validación popular. Es claro, entonces, que el referendo constitucional solo serviría para reformar normas constitucionales precisamente determinadas, lo que puede dar lugar a la escisión del acuerdo que se suscriba, sí así lo deciden los electores; y que su suerte en las urnas resulta incierta por la dificultad de que se logre la votación suficiente para que se sobrepase el umbral. Debemos, por lo tanto, pensar si, para complementar el referendo constitucional, pueden utilizarse otros de los mecanismos de democracia participativa o directa previstos en la Carta Política. Consideremos, en primer lugar, un plebiscito. Esta figura consiste en que el Presidente puede convocar al pueblo para que se pronuncie, con ciertas excepciones, “sobre las políticas del Ejecutivo que no requieran aprobación del Congreso”. La suscripción de un acuerdo con los alzados en armas constituye, por antonomasia, una política de la mayor jerarquía, aunque resulta 8 difícil aceptar que no implica “aprobación del Congreso”. A esta primera limitación se añade otra que proviene de la Ley de Mecanismos de Participación Ciudadana. Esta dispone que: “El pueblo decidirá, en plebiscito, por la mayoría del censo electoral”. Hasta donde hemos podido investigarlo, en ninguna elección celebrada en Colombia, al menos desde 1991, la votación total ha superado la mitad del censo electoral. Es, por lo tanto, utópico pensar que se superará esa cota en un plebiscito de paz con las FARC, tanto en el número de votos, como en los que se depositen a favor de la iniciativa. Inaplicable, por estas poderosas razones, el plebiscito, debe considerarse la posibilidad de una consulta popular, la cual se define como una convocatoria del pueblo a las urnas, efectuada por el Presidente con la previa autorización del Senado, para que se exprese sobre “una decisión de trascendencia nacional”. Que un acuerdo con las FARC cumpliría este requisito es incuestionable. Hay, sin embargo, una limitación legal: “No se podrán realizar consultas sobre temas que impliquen modificación a la Constitución Política”. Para superar este obstáculo, podría concebirse la consulta como complemento de un referendo constitucional, celebrados ambos el mismo día bajo el supuesto de que la ley que lo permitiría pasa el examen de constitucionalidad que se encuentra pendiente. Por supuesto, subsistiría la incertidumbre derivada de que la votación supere el umbral (un tercio del censo electoral, en este caso) y que la mayoría de los ciudadanos la respalde. Es evidente que nada de lo anterior, si fuere posible, resulta sencillo de instrumentar. 6. La propuesta de las FARC: convocatoria de una asamblea nacional constituyente. Como antes se señaló, a los alzados en armas no les satisface la opción de referendo constitucional para validar los acuerdos, como lo pretende el Gobierno; y menos aún en la forma que, según ellas, ha sido diseñada. En el documento “100 Propuestas Mínimas; Ejército del Pueblo, FARC-EP” han presentado una iniciativa de asamblea constituyente que, más allá de refrendar los acuerdos que se logren en desarrollo de la agenda pactada, sirvan para una verdadera “refundación de la Patria”. En efecto: 9 “La Asamblea Nacional Constituyente posee un doble carácter. Es una Asamblea de refrendación de acuerdos, en la medida en que éstos comprometan el orden constitucional vigente o de acuerdos no logrados en la Mesa de diálogos, frente a lo cual se atenderá la voluntad del constituyente primario y soberano.... En todo caso, al momento de refrendación de la ley de convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente también se someterán a consideración los temas que hayan sido acordados entre el Gobierno y las FARC-EP. Dichos temas no serán objeto de estudio por parte de la Asamblea”. (Hemos destacado) Esta fórmula ha sido rechazada por el Gobierno con un argumento jurídico elemental: una constituyente no es un mecanismo para validar acuerdos sino para lograrlos. Adicionalmente, por laxa que sea la interpretación del marco regulador de las negociaciones en curso, su texto no da para inferir un compromiso de reforma del modelo político y social de vastos alcances. Tan vastos como que, por ejemplo, en el caso de la Junta Directiva del Banco de la República,” al menos uno de sus integrantes deberá ser elegido democráticamente de candidatos postulados por los trabajadores organizados, las comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes”. El Consejo Nacional Electoral debe ser reestructurado para que “sus miembros deben ser elegidos de manera directa, garantizando la participación de los partidos políticos y de los movimientos políticos y sociales, así como de las mujeres, los jóvenes, las comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes y demás sectores sociales excluidos”. También sería tema de la constituyente, “La política de seguridad del Estado y la doctrina militar y policial (las cuales) serán reformuladas para desproveerlas de los contenidos propios de la “guerra fría...” En última instancia, el objetivo consiste en la sustitución de la democracia liberal de los ciudadanos por un modelo totalitario o corporativo, parecido al de la Unión Soviética, la actual Venezuela o la España de Franco. Para estos fines se crearía el “poder popular”, que estaría integrado por gremios, sindicatos y otros grupos sociales. La constituyente postulada por la guerrilla tendría 141 integrantes, buena parte de ellos de origen estamental: campesinos, indígenas, 10 comunidades LGTBI, refugiados, exiliados, estudiantes, antiguos militares, etc; otros serían guerrilleros designados directamente por su comandancia; y “el resto por representantes de las fuerzas políticas, económicas y sociales de la Nación”, estos sí elegidos bajo las reglas ordinarias del sufragio popular y, quizás, colocados en minoría. Como esta iniciativa carece de factibilidad política, resulta ocioso demostrar que la forma de integrar la asamblea constituyente no satisface los requerimientos que contempla la Carta vigente. Violarla intencionalmente es posible porque, como atinadamente lo advierten las FARC, la fuente última del Derecho es el poder, aunque, como es evidente, hacerlo implicaría una revolución; en eso consiste la sustitución de un orden político y jurídico por otro. Para cerrar esta sección, se dirá que a nadie debe sorprender que los alzados en armas insistan en los elementos centrales de su programa político. La coherencia es, por cierto, una de sus virtudes. Eso es precisamente lo que preocupa: para firmar el acuerdo, al menos implícitamente tendrían que aceptar que sus ideales revolucionarios de allí en adelante han de perseguirlos en la arena política, buscando el respaldo popular y sin el poder coercitivo de las armas. Hasta ahora no han dado señales de estar dispuestas a dar ese viraje radical. ¿Estarán dispuestos a darlo en el futuro cercano? 7. La utilización de los mecanismos ordinarios de representación política para validar el acuerdo de paz. De lo expuesto en secciones precedentes debe resultar claro que los mecanismos propios de la democracia participativa son potentes, de muy compleja instrumentación y de muy inciertos resultados. El referendo, el plebiscito y la consulta popular, en tanto requieren un elevado respaldo popular en las ánforas electorales, y están sometidos al cumplimiento de complejos requisitos previos, pueden conducir al fracaso, como sucedió, por ejemplo, en Guatemala con su acuerdo de paz. Por tal motivo conviene pensar, para poner en marcha un acuerdo de paz con los alzados en armas, en la utilización de los mecanismos ordinarios de la democracia representativa; es decir, los que derivan de los compromisos políticos que se forjan en el Congreso con fundamento en los resultados de las elecciones presidenciales y parlamentarias. Ellos son menos “populares” -es verdad- aunque tienen la ventaja de su mayor flexibilidad y previsibilidad. En última 11 instancia, la Corte Constitucional goza de las potestades necesarios para hacer respetar la Carta Política. Para sustentar esta idea cabe afirmar que la búsqueda de un acuerdo con las FARC tuvo un amplísimo respaldo en la elecciones presidenciales recientes. Lo demuestra el hecho de que Santos y Zuluaga, los candidatos que participaron en la segunda vuelta, expusieron visiones antagónicas sobre las condiciones que deben establecerse para continuar las negociaciones, pero no sobre el proceso como tal y su marco temático. Tendría sentido, entonces, afirmar que existe ya un respaldo popular sólido para un acuerdo que se suscriba dentro de las fronteras establecidas; y que luego de los debates que sean necesarios en el Congreso -que es, no se olvide, el máximo órgano de representación de la ciudadanía- podría ponerse en marcha la fase de implementación de los acuerdos, a sabiendas de que si se requieren reformas constitucionales o legales podrían ellas tramitarse por la vía ordinaria del Congreso. 8. “Dejación” de las armas; tregua bilateral. El acuerdo que regula las negociaciones prescribe que la implementación comienza una vez se firmen los acuerdos, o sea que no habría que esperar a su ratificación. Esto significaría que la “dejación” de las armas por la guerrilla tendría que ocurrir antes de que ellos queden en firme. El alcance de esa “dejación” es problemático. No necesariamente implica, como muchos, con cierto candor, lo suponen, que se entregarán al Gobierno o a un tercero en el que éste tenga confianza. Lo esencial es que los “fierros” dejen de estar, de modo irreversible, a disposición de los alzados en armas. Cómo garantizarlo es tema que, hasta dónde se sabe, se encuentra pendiente. Pero más allá del alcance de los textos, ¿Será posible que las FARC dejen las armas sin tener certeza de que los acuerdos han pasado por los filtros de refrendación que se acuerden? Difícil creerlo. Si la refrendación fracasa, habrían perdido la disponibilidad de las armas, sin las cuales no estarían negociando en la Habana y no lo habrían podido hacer en el Caguán. Así las cosas, tendría que considerarse una tregua bilateral que estaría vigente en el intervalo entre la firma del acuerdo y su ratificación. Como consecuencia de la dispersión de las tropas 12 guerrilleras, resultaría muy difícil verificar su cumplimiento a menos que se concentraran en uno o varios puntos del territorio. ¿Sería esa concentración políticamente factible? Si la respuesta fuere negativa, la tregua, desde el lado guerrillero, sería un compromiso de mera buena fe. Ningún organismo de la comunidad internacional podría ayudarle a Colombia, al menos de manera eficaz, a verificar su cumplimiento. 9. Conclusión. El fin del conflicto, cuestión distinta a la conquista de la paz, que es una utopía nunca cabalmente realizable, es de alta conveniencia nacional, especialmente para los colombianos, en su mayoría pobres, que lo padecen en zonas rurales. Estas razones humanitarias son las primordiales aunque haya otras muy importantes, tales como “el dividendo de paz”, que nos permitiría gradualmente reorientar el gasto militar hacia otros objetivos, desplegar a plenitud el potencial de desarrollo del campo, lograr una mayor tasa de crecimiento y mejorar la equidad social. No obstante, quizás sea preciso asumir, por las razones aquí expuestas, que las negociaciones no sólo son inciertas en sus resultados, sino también de muy dilatado trámite, si se mantiene la metodología en curso. Por eso conviene pensar en alternativas para salir de lo que parece un laberinto de extrema complejidad. La búsqueda de un status acotado y bajo precisas condiciones de proteccion internacional para la comandancia guerrillera, la realización de acuerdos políticos con sectores que no han acompañado la estrategia seguida por el Presidente Santos, y el uso de los mecanismos de la democracia representativa para poner en funcionamiento el acuerdo de paz, son, entre otras, alternativas que valdría la pena explorar. Bogotá, julio de 2014 13