EDUCACIÓ I CONFLICTE: LA MEDIACIÓ COM A RECURS. CURS 2009-2010 Annabel Fontanet i Caparrós Conflictos y emociones: un aprendizaje necesario Montserrat Moreno Marimon, Genoveva Sastre Vilarrasa Universitat de Barcelona El currículo escolar y el funcionamiento de las instituciones educativas son el reflejo de la ideología -tanto explícita como oculta- que predomina en una sociedad. Si practicamos el sano ejercicio de sorprendernos de lo que es habitual, tendremos excelentes ocasiones de ejercer el uso de la sorpresa cuando contemplemos el universo de la educación con una mirada «deseducada», es decir, capaz de asombrarse frente a lo común del cotidiano educativo, frente a aquello que tantas veces hemos considerado «lo normal» lo que, por evidente, no hace falta cuestionarse. Las evidencias, sin embargo, no han sido siempre las mismas a lo largo de la historia, ni en todos los lugares del mundo, sino que han ido cambiando al ritmo de los avances científicos sociales y culturales. Estas evidencias, a veces, crean prejuicios. Uno de ellos consiste en considerar la cognición y la emoción como dos cuestiones claramente separadas una de otra o incluso opuestas. Tanto que, en ocasiones, una de ellas -la emoción- puede interferir el «buen funcionamiento» de la otra, desorganizándola y distorsionándola hasta el punto de que ha sido considerada muy negativamente por filósofos como Séneca que la responsabilizaba de esclavizar la razón o como Kant, que la consideraba una enfermedad de la mente. La creencia en esta oposición constituye uno de los mitos culturales que más ha influido en nuestro comportamiento, tanto cognitivo como emocional. Consecuentemente, también ha influido en la manera como ambos han sido tratados en la educación. El pensamiento lógico es considerado «frío», «cerebral», «calculador», mientras que las emociones son «cálidas», se sitúan en el «corazón» y provocan conductas «impulsivas». El primero se considera capaz de conducir al individuo hacia actitudes «racionales» e «inteligentes», y su máximo exponente es el pensamiento matemático y científico. Hacia allí, pues, se ha encaminado la educación, concluyéndose que hay que priorizar todo lo relativo al conocimiento matemático, científico y las materias que permiten desarrollarlo o aquellas que proporcionan cualquier tipo de formación intelectual. El terreno de las emociones es, por el contrario, un territorio que no debe ser hollado por la educación formal, ya que pertenece al dominio de lo privado, de lo íntimo, personal y cotidiano, y que está en el polo opuesto de lo público, lo científico y lo racional. Evidencias que sorprenden En el caso de que diéramos por aceptable el tópico de la oposición entre cognición y emoción (razones nos sobran para dudar de él), empieza a aparecer la primera sorpresa que nace de la contradicción que supone esta forma de proceder. En efecto si las emociones pueden ser tan nefastas para el pensamiento ¿por que, precisamente no educarlas? Si pueden distorsionar el uso correcto de la razón, ¿por que ignorarlas? ¿Por qué no proporcionar al alumnado instrumentos para su conocimiento y organización? Un descuido realmente sorprendente. Pero la sorpresa no termina aquí y no nace de la contemplación de lo que vemos en el sistema educativo sino, precisamente, de lo que no vemos. Para poder ver lo que no existe es conveniente primero echar una ojeada, aunque sea rápida, a lo que si existe. El actual sistema educativo, principalmente en lo que se refiere a la enseñanza obligatoria -aquel bagaje cultural que se supone que toda persona debe poseer-, está volcado en transmitir una serie de conocimientos -las materias curriculares- que se supone que cada ciudadana y ciudadano necesitan para desenvolverse adecuadamente en la vida pública y para prepararse para el mundo laboral en el que deberán insertarse en un futuro. Estos conocimientos se suponen fundamentales para la formación intelectual y cultural del alumnado, y para dotarles de instrumentos cognitivos que les permitan el acceso al pensamiento científico y a la cultura. Pero no hay que olvidar que la ciencia clásica que se transmite: • Está concebida por un pensamiento patriarcal, reduccionista, excluyente y parcializado. Fragmenta el universo para poderlo reducir a modelos lineales que eviten los escollos de la complejidad. La enseñanza transmite también una ciencia parcializada, en un calidoscopio en el que al alumnado le es imposible reconocer nada de lo que le rodea en la vida cotidiana. • Excluye las emociones, que son vistas como lo que perturba la imparcialidad y la pretendida «objetividad» del pensamiento científico. Pero hoy día hace falta mucha ingenuidad para seguir creyendo en la objetividad de la cienciay cada vez hay menos personas ingenuas. Sabemos que una ciencia hecha por individuos que ignoran sus emociones es como una ciencia hecha por individuos que ignoraran que piensan. La enseñanza, siguiendo el ejemplo de la ciencia clásica, también excluye las emociones del currículo. • Excluye al sujeto, incluido el mismo sujeto que produce la ciencia: su ideología sus características personales, su estatus social, sus creencias, sus características de género, es decir, todo aquello que determina su manera de ver el mundo y de concebir los fenómenos que estudia. La enseñanza, siguiendo esta pauta, también excluye al sujeto, con sus características personales, con todo lo que le es próximo, de tal manera que le impide verse reflejado y sentirse partícipe de la ciencia que se le enseña. • Excluye lo cotidiano, porque se centra en el estudio de fenómenos generales que requieren explicaciones abstractas y lo cotidiano es particular y concreto. La enseñanza, por tanto, también excluye lo cotidiano, para desarrollar la capacidad de abstracción del alumnado, sin ver que al hacerlo se elimina la base de la que podría partir la abstracción. En definitiva, se forma al alumnado en todo aquello que se cree que prepara para lo público, pero no se considera competencia del sistema educativo prepararle para lo privado; se pretende prepararle para que tenga una buena formación cognitiva, pero no se hace nada para que tenga también una buena formación emocional; se desarrolla su pensamiento para que pueda entender lo científico, pero no se intenta que llegue a entender lo cotidiano. Se prepara al alumnado para lo público, lo cognitivo y lo científico, y se le mantiene en la ignorancia de lo privado, lo emocional y lo cotidiano, es decir, se le mantiene en la ignorancia de aquellos conocimientos que se han considerado, tradicionalmente, como pertenecientes al universo de lo femenino. Hace poco apareció en los periódicos los resultados de un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) según el cual la primera causa de muerte violenta en el mundo es el suicidio, aventajando incluso a las muertes por causa de guerra. En Cataluña, por ejemplo, hay tres suicidios cada dos días y veinte ingresos diarios por intento de suicidio. La mayoría son varones (tres de cada cuatro). Al leer estos resultados cabe preguntarse: ¿Alguna de estas personas se habrá suicidado por ignorar el teorema de Pitágoras, los sistemas cristalinos o los ríos que desembocan en el Atlántico? Parece difícil de imaginar. Sin embargo, tal vez tenga mucho que ver en ello la ausencia de recursos para gestionar las propias emociones y para resolver los conflictos Ínter o intrapersonales que con gran frecuencia aparecen en nuestra vida cotidiana. La violencia creciente en nuestra sociedad y en el mundo entero, ¿no indica acaso una incapacidad para encontrar otras formas de encauzar los conflictos? ¿Acaso a quienes hacen uso cotidiano de la violencia se les enseñó específicamente otras formas de resolver sus propios conflictos emocionales o los conflictos con los demás? ¿Por qué la mayoría de las agresiones físicas son imputables a los varones? El sistema educativo vuelve la espalda a cuestiones importantísimas, vitales para los individuos y para la sociedad. Pero cabe preguntarse: ¿Consigue realmente los principales objetivos que se propone sobre la adquisición de conocimientos? A juzgar por los resultados que hemos encontrado en un reciente estudio (Sastre y Moreno Marimon, 2002) sobre lo que recuerda el alumnado de primer curso de universidad, sobre lo que aprendió en secundaria, queda claro que no. También queda claro en dicho estudio que la inmensa mayoría del alumnado dice no haber utilizado nunca o casi nunca, fuera de las instituciones educativas, la mayoría de los conocimientos aprendidos en las aulas. Afirma, por otro lado, haber aprendido fuera de ellas la mayoría de los conocimientos que le han sido más útiles. De todas formas, esto puede no parecer tan alarmante si estamos de acuerdo con alguien que dijo que «educación es lo que queda cuando se olvida lo que se aprendió en las clases». Pero ¿qué es lo que queda? Quedan las actitudes, la forma de abordar los problemas, la manera de pensar y de comportarse, y también la manera de sentir y de vivir, es decir, aquellos modelos de comportamiento que guían en la vida personal y en la laboral. La formación de buenos profesionales, ¿depende únicamente de su formación intelectual? Es evidente que en ello juegan un papel muy importante –tal vez determinante- las actitudes personales, sentimientos como la autoconfianza, la capacidad de relación interpersonal y la capacidad de gestionar las emociones y de resolver los conflictos que se presentan, con frecuencia, en los grupos humanos. Los aprendizajes ausentes Sin duda, este descuido del sistema educativo tiene orígenes históricos. Las materias curriculares actuales se derivan, en su mayoría, de otras que se han venido enseñando en la cultura occidental, desde hace muchos siglos. Los currículos que se han ido sucediendo no han puesto en tela de juicio los contenidos de la enseñanza, o lo han hecho muy poco, hasta el punto de que estas grandes ausencias del sistema educativo no han sido detectadas ni, por tanto, rectificadas. Claro está que, siempre, los currículos han sido elaborados bajo una concepción patriarcal del conocimiento -que tiene muchos más siglos de existencia que las instituciones de enseñanza-, con una visión unilateral y rehuyendo la complejidad del pensamiento que podría permitir una visión integradora de lo público y lo privado. En el momento actual se dan una serie de circunstancias que permiten tomar conciencia de estos déficits en nuestro sistema educativo. A partir de esta toma de posición, es posible introducir en él unos aprendizajes tan ausentes como necesarios, encaminados a desarrollar el conocimiento y manejo de los propios sentimientos, el conocimiento de las demás personas, y el análisis y la resolución de conflictos. Se trata de introducir el saber sobre los sujetos en una enseñanza en la que predomina el saber sobre los objetos, dicho en otros términos, se trata de humanizar el conocimiento desarrollando el conocimiento sobre lo humano. Para llevar a término este objetivo, nuevo en la enseñanza, no podemos recurrir a viejos métodos, sino que hay que desarrollar una metodología imaginativa que no lo reduzca a lo de siempre. Es necesario partir de la idea de que todo aprendizaje es un proceso dinámico y como tal proceso requiere una construcción y ésta, a su vez, requiere un tiempo. En dicho proceso deben irse tejiendo relaciones entre aspectos cognitivos y afectivos, entre fenómenos científicos y cotidianos, entre las razones que se consideran pertenecientes a la vida pública y los que se consideran exclusivos de la vida privada, para reunir aquello que ha sido arbitrariamente separado y que provoca escisiones, también arbitrarias, en el pensamiento del alumnado. Una propuesta metodológica El aprendizaje emocional Los conflictos interpersonales van siempre acompañados de una carga emocional que, en ocasiones, constituye la causa principal del conflicto. Por esta razón, todo aprendizaje de resolución de conflictos debe ir acompañado de un aprendizaje emocional, que ayude a conocer el propio funcionamiento emocional -qué emociones nos afectan, de qué manera lo hacen y cómo reaccionamos ante ellas- y el funcionamiento más frecuente en las demás personas. En definitiva, un aprendizaje que nos proporcione instrumentos para detectar las emociones, sus orígenes y sus consecuencias. Las emociones y los sentimientos rara vez constituyen un objeto de reflexión en el ámbito escolar, como si su conocimiento fuera o innato o innecesario. A pesar de ser uno de los terrenos más complejos del pensamiento humano -o tal vez por eso-, se deja su conocimiento al azar, aun sabiendo que es el tema que puede conducir a los estados de ánimo más positivos o a los más profundamente negativos. Su conocimiento debe abordarse desde las edades más tempranas, en los inicios de la enseñanza obligatoria o incluso antes, si es posible. Para el alumnado de los primeros cursos resulta, en ocasiones, difícil distinguir un estado de ánimo de las causas que lo provocan. Esta dificultad también la experimentan, en ciertas ocasiones, las personas adultas, por ejemplo, cuando sienten malestar o se sienten irritables sin saber por qué. Por esta razón es importante, en primer lugar, hacer que niñas y niños aprendan a distinguir las diferentes emociones y los distintos estados de ánimo que experimentan, y que sean capaces de nombrarlos y reconocerlos en sí y en las demás personas. Sentimientos como la alegría, la tristeza, el miedo, el afecto, la simpatía, el enfado, etc. pueden ser identificados desde muy temprana edad y pueden también ser reconocidas las causas que los suelen provocar. Existen diferentes ejercicios diseñados para esta finalidad (véase Sastre y Moreno Marimon, 2002) que constituyen, además de un aprendizaje emocional, también un aprendizaje cognitivo, ya que introduce al alumnado en la noción de causalidad y le ejercita en la diferenciación de propiedades -habilidad necesaria para todo conocimiento- y en la observación. Cuando diferentes sentimientos y las causas que los pueden provocar son ya identificados por niños y niñas, es posible seleccionar algunos sentimientos desagradables y sus opuestos (por ejemplo, tristeza-alegría, miedo-seguridad) y proponer al alumnado, distribuido en pequeños grupos, que, basándose en las causas que provocan el sentimiento agradable, busque formas de ayudar a una persona que experimenta el sentimiento desagradable, complementario del primero. Dado que todo problema tiene más de una solución, cada grupo debe definir el problema que tiene la persona en cuestión, proponer diferentes soluciones y discutirlas, imaginando sus consecuencias, para decidir si la solución es o no adecuada. Después de esta selección, se exponen las diferentes soluciones al colectivo de la clase que elige las que considera más adecuadas. Con ejercicios de este tipo, estamos proponiendo que aprendan a plantear problemas, a resolverlos y a reflexionar sobre si las soluciones encontradas son o no adecuadas. Este entrenamiento no sólo facilita el planteamiento y la resolución de problemas de orden emocional, sino que también ayuda al planteamiento y resolución de problemas de otro tipo, los matemáticos, por ejemplo. Los problemas matemáticos suelen presentarse ya planteados y se pide al alumnado que encuentre la solución, pero casi nunca se le enseña a plantearlos, lo cual le conduce, con frecuencia, a soluciones aberrantes que no son percibidas por él como tales. Esta afición didàctica por la resolución en serie de problemas preplanteados es tanto más curiosa cuanto, como es bien sabido, para poder resolver correctamente un problema, lo más importante es saber plantearlo adecuadamente. Cuando niñas y niños pueden ya identificar emociones y descubrir formas de superar aquellas que resultan desagradables, es posible aplicar estos conocimientos a situaciones reales que se presenten en la vida cotidiana de la escuela. Pueden ayudar a compañeras o compañeros a superar estados de ánimo negativos, aplicando los conocimientos adquiridos, y pueden también pedir al colectivo de la clase que les ayude a resolver sus problemas emocionales proporcionándoles ideas o ayuda personal para hacerlo. El ejercicio de estas habilidades proporciona a niñas y niños una gran confianza, ayudando a tejer estrechos lazos de solidaridad y de ayuda mutua. El aprendizaje emocional, en el alumnado de secundaria, toma formas diferentes, adecuadas a las necesidades y a los conocimientos de los adolescentes y más directamente relacionadas con el aprendizaje de la resolución de conflictos. El aprendizaje de la resolución de conflictos El conocimiento de las emociones, de qué situaciones las provocan y de cómo manejarlas, es muy necesario para aprender a resolver conflictos pero no es, sin embargo, suficiente. Los conflictos pueden ser de muy variado tipo y aparecen diferentes intereses y circunstancias, aunque todos ellos vayan acompañados de emociones. Hay tipos de conflictos que se presentan habitualmente en unas edades o en otras, aunque tengan resonancias internas bastante similares. El tratamiento que les demos dependerá de la edad del alumnado. En la adolescencia, por ejemplo, aparecen nuevas problemáticas que no se habían presentado hasta entonces y que es necesario tener en cuenta. Sin embargo, el aprendizaje de resolución de conflictos debe empezarse también en edades tempranas. Es frecuente que la demanda del profesorado, que desea ser formado en la resolución de conflictos para aplicarlo en las clases, aparezca cuando los conflictos toman tintes de violencia entre su alumnado. Pero hay que decir que no existen fórmulas mágicas para resolver conflictos en el aula, de manera inmediata, pero sí existe la posibilidad de llevar a cabo un proceso educativo que permita aprender a resolverlos de manera no violenta. Es decir, existe la prevención de la violencia y la formación cognitivo-emocional que permite su adecuada resolución. De la misma manera que no se enseña a sumar y a restar en el momento en que una niña o un niño están en una tienda comprando, sino que lo aprenden en la escuela en situaciones menos urgentes, también el aprendizaje de la resolución de conflictos debe iniciarse en momentos no conflictivos, que permitan analizar la situación de manera sosegada. En otro lugar (Sastre y Moreno Marimon, 2002) hemos expuesto una serie de técnicas que permiten esta formación tanto en alumnado de primaria como de secundaria. Las técnicas que proponemos se basan fundamentalmente en ejercitar al alumnado en la resolución de los conflictos que se dan con más frecuencia en las diferentes edades estudiadas, antes de que éstos aparezcan. Ello permite, más adelante, aplicar estos aprendizajes a situaciones reales en las que el colectivo de la clase, ya entrenado para ello, actúa como elemento regulador del conflicto, contribuyendo a aclarar las causas y las circunstancias en que se ha producido y aportando soluciones cuyas consecuencias y adecuación son analizadas también colectivamente. Para que un conflicto sea resuelto de manera satisfactoria, requiere que sea analizado, de la misma manera que también lo requiere cualquier otra ciase de problemas. Una resolución precipitada (del tipo «darse la mano», «perdonarse», «hacer las paces») que pretenda acabar rápidamente con la manifestación extema del conflicto sin atender a sus causas, no lo soluciona, sino que tan sólo lo oculta. Formar en la resolución de conflictos consiste, precisamente, en no rehuir los conflictos, sino en desarrollar la capacidad de tratarlos como elementos que forman parte de la convivencia y de los que es posible aprender muchas cosas acerca de sí mismo y de las demás personas Analizar un conflicto supone establecer claramente los elementos que lo componen, diferenciando sus partes. Es necesario tomar conciencia de cuál o cuáles son las causas que lo han originado y diferenciarlas del motivo aparente, que es la forma como frecuentemente se manifiesta. Causa y motivo no siempre coinciden, ya que en ocasiones se utilizan pretextos (los motivos) para desencadenar conflictos que permiten dar salida a sentimientos y emociones cuyas causas no aparecen claramente explicitadas. Un conflicto puede, pues, tener como causa otro u otros conflictos anteriores no resueltos de manera satisfactoria, o incluso causas inconscientes. Encontrar las verdaderas causas de un conflicto requiere hacer la historia del mismo y, a veces, realizar una lectura de los hechos que implica inferir unos datos a partir de otros. Es decir hay que formular hipótesis que, posteriormente, deben ser confirmadas por las personas implicadas. Esto supone, sin duda alguna, un aprendizaje cognitivo a la vez que emocional. También es preciso determinar con claridad quiénes son las personas implicadas y cual es el papel que cada una representa. En el análisis de los conflictos reales que se dan dentro del colectivo de una clase, es imprescindible crear un clima de confianza en el cual las personas en conflicto no deben sentirse juzgadas negativamente sino ayudadas a entender a las demás, a entenderse a sí mismas y a buscar soluciones. Es muy útil analizar colectivamente los conflictos que se dan dentro del qrupoclase, convirtiéndolos en motivo de aprendizaje. Las personas que se consideran concernidas deben estar de acuerdo y estar dispuestas a exponer su problema al colectivo de la clase, el cual no tendrá la función de juzgar, sino la de ayudar a encontrar soluciones que deben ser consideradas aceptables por las partes en conflicto. Una vez analizado el conflicto y expuestas claramente sus causas, su desarrollo y sus consecuencias, se pide al alumnado que imagine posibles soluciones, teniendo en cuenta que las mejores soluciones son aquellas que evitan que el conflicto vuelva a repetirse y para ello debe incidir, siempre que sea posible, en las causas que lo ocasionaron En este momento, es importante requerir la participación de todas las personas presentes que están implicadas como de las que no lo están. Es conveniente dejar hablar al alumnado, incitándole a que realice una «lluvia de ideas», e intervenir principalmente para pedir aclaraciones o animarle a presentar nuevas propuestas. Cada una de estas propuestas se registrará por escrito y posteriormente será analizada, imaginando cuales serán sus consecuencias y su grado de adecuación a la finalidad pretendida No es suficiente proponer una solución, es necesario que ésta se lleve a término. Por ello, junto con cada propuesta, se indicará la forma de llevarla a cabo y de controlar que se cumpla. El papel del profesorado No es el profesor o la profesora quienes deben encontrar soluciones a los conflictos, sino el propio alumnado. De la misma manera, debe ser éste quien resuelva los problemas de matemáticas, con la finalidad de que aprenda a hacerlo. El papel del profesorado será el de conductor del proceso de aprendizaje. Su misión será la de regular el análisis de la situación conflictiva, velando por que se establezcan claramente los términos del problema. Si se cometen errores en este proceso, es preferible intervenir mediante preguntas que los evidencien o señalar directamente los errores antes que proponer la «buena solución», ya que ello impediría al alumnado descubrir por sí mismo el proceso adecuado. Esto es importante si no perdemos de vista que lo fundamental que se persigue no es resolver un problema concreto, sino aprender la forma de hacerlo. El profesorado debe procurar también que las soluciones que se adopten tengan en cuenta las causas del conflicto y no se limiten a contemplar los motivos aparentes que lo ocasionaron. Una buena solución es la que crea las condiciones para que el conflicto no vuelva a producirse. Pero además, una buena solución tiene que ser justa y el interés por resolver precipitadamente el conflicto no debe hacer olvidar este aspecto sumamente importante. Incluso si la parte más débil acepta la solución injusta, ésta no debe permitirse, porque hace que la injusticia sea contemplada como algo aceptable, lesiona los intereses de una de las partes, merma su autoestima y, además, a la larga, crea malestar y hace que el conflicto vuelva a producirse. También es misión del profesorado hacer ver que un mismo problema puede tener más de una solución e incitar al alumnado a contemplar las máximas posibles. La más adecuada dependerá de las circunstancias de las personas implicadas, de sus sentimientos, de su manera de ser, en definitiva, de todo lo que constituye el contexto del conflicto. Todo esto se pondrá claramente en evidencia a partir de la solución que sea aceptada por las partes implicadas. Un conflicto no debe darse por solucionado si no se ha establecido un sistema de control que haga que las soluciones y decisiones acordadas se cumplan. Una resolución no tiene valor alguno si no se lleva a cabo, ya que se pierde la credibilidad en todo el proceso de resolución de conflictos. Esta misión no debe asumirla el profesorado, sino que es tarea del colectivo de la clase, que deberá establecer los medios para ello. De nuevo, la misión del profesorado será la de velar por que esto suceda. Los trabajos de investigación sobre resolución de conflictos y aprendizaje emocional demuestran que cognición y emoción se implican mutuamente. Desde el campo de la neurología se ha llegado a esta misma conclusión (Damasio, 1994, 2000; LeDoux, 1999). En nuestro cerebro -y no en nuestro corazón- se tejen las redes que las relacionan intimamente. Para trabajar en el aprendizaje de las emociones y de sus consecuencias, es preciso recurrir tanto a estrategias de tipo cognitivo como emocional. Lo mismo ocurre si queremos desarrollar el conocimiento. Referencias bibliográficas DAMASIO, A.R. 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PSICOEX. VINYAMATA, E. (1999): Manual de prevención y resolución de conflictos Barcelona, Ariel. Montserrat Moreno Marimon: nota biográfica El convencimiento de que la transformación social pasaba por la transformación individual y que ésta precisaba de una educación diferente, me llevó a estudiar pedagogía en la Universitat de Barcelona. Al terminar la licenciatura, llegué a la conclusión de que era preciso conocer el funcionamiento mental humano, por lo que me fui a estudiar psicología en la Universidad de París. En aquella época y en aquella ciudad todo parecía posible, excepto el objetivo que me había llevado allí. Conocer el funcionamiento mental humano me parecía, cada vez más, la tarea de toda una vida a la que sólo era posible aproximarse a través de la investigación. Por esta razón me formé como investigadora en París, en LÉcole Pratique des Hautes Études con el profesor Pierre Greco y realizando trabajos de investigación con profesoras y profesores como Mira Stamback, Rene Zazzo, Margueride Auzias. Posteriormente, mis contactos con Jean Piaget, Barbel Inhelder y los trabajos que llevamos a cabo conjuntamente con Magalí Bovet, crearon estrechos lazos personales y profesionales con la Escuela de Ginebra. A mi regreso a España fundé en Barcelona, junto con Genoveva Sastre, el IMIPAE (Instituto Municipal de Investigación en Psicología Aplicada a la Educación) que tenía como objetivo la investigación para el desarrollo personal a través de la educación. En esta institución ocupé el cargo de directora de investigaciones. El aprendizaje de la resolución de conflictos y las relaciones entre los aspectos cognitivos y emocionales es un tema en el que -desde una perspectiva de género- sigo investigando desde los años ochenta hasta la actualidad. Soy profesora de la Facultad de Psicología de la Universitat de Barcelona -universidad que me concedió el Premio Extraordinario de Doctorado- en cuyo Departamento de Psicología Básica imparto clases, dirijo el Laboratorio de Procesos Cognitivos y Emocionales y coordino el Seminario Interdisciplinar de Estudios de Genero, del que soy fundadora. Correo electrónico: mmoreno@psi.ub.es Genoveva Sastre Vilarrasa: nota biográfica Después de cursar la licenciatura en filosofía y letras (sección pedagogía), estudié psicología en París donde posteriormente colaboré en trabajos de investigación en sociología con Pierre Bourdieu y en psicología con Mira Stamback, Rene Zazzo y Claire Meijak. Actualmente soy profesora de la Facultad de Psicología de la Universitat de Barcelona. A mi regreso a España fundé, junto con Montserrat Moreno Marimon, el Instituto Municipal de Investigación en Psicología Aplicada a la Educación, del que fui directora. En este instituto se formaron investigadoras e investigadores de diferentes países de Europa y América Latina, con los que pusimos en marcha muchos proyectos de investigación, tanto teórica como aplicada (como la pedagogía operatoria), y con quienes seguimos colaborando. Todo ello se reflejó en gran cantidad de publicaciones y en diversos congresos, seminarios y cursos de formación para educadores. Nuestra estrecha relación con la Escuela de Ginebra, en especial con Jean Piaget, Barbel Inhelder y Magalí Bovet, constituyó una fuente continua de estímulo y guía, tanto por los campos que habían trabajado como por aquellos de los que no se habían ocupado y que constituían asignaturas pendientes. Uno de ellos es el de las emociones y -íntimamente ligado a éste- el de las relaciones interpersonales y los conflictos que generan. Ésta es, junto con el desarrollo del pensamiento moral, la temática que fundamentalmente vengo investigando en las últimas décadas. Correo electrónico: gsastre@psi.ub.es