Homenaje del Partido Comunista Ecuatoriano al c. Vladímir Ilich Uliánov “Lenin” “Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía”. A 92 años del fallecimiento de Vladímir Ilich Uliánov “Lenin, recordamos su avanzado pensamiento y acertado accionar que darían como resultado la primera revolución proletaria de la historia. Lo hacemos con una serie de textos de su autoría de dos pensadores que reflejan la importancia de la teoría y la práctica, tal como él lo mencionaba "No hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria". El mejor homenaje a su pensamiento es recobrarlo y convertirlo en verbo para el quehacer revolucionario. Esperamos que estos textos sean un aporte a nuestro diario camino para seguir construyendo nuestros sueños y fantasías. Comisión Nacional Ideológica Partido Comunista Ecuatoriano 21/01/2016 Tres fuentes y las tres partes integrantes del marxismo. V.I. LENIN. La doctrina de Marx suscita en todo el mundo civilizado la mayor hostilidad y el odio de toda la ciencia burguesa (tanto la oficial como la liberal), que ve en el marxismo algo así como una "secta perniciosa". Y no puede esperarse otra actitud, pues en una sociedad que tiene como base la lucha de clases no puede existir una ciencia social "imparcial". De uno u otro modo, toda la ciencia oficial y liberal defiende la esclavitud asalariada, mientras que el marxismo ha declarado una guerra implacable a esa esclavitud. Esperar que la ciencia sea imparcial en una sociedad de esclavitud asalariada, sería la misma absurda ingenuidad que esperar imparcialidad por parte de los fabricantes en lo que se refiere al problema de si deben aumentarse los salarios de los obreros disminuyendo los beneficios del capital. Pero hay más. La historia de la filosofía y la historia de la ciencia social muestran con diáfana claridad que en el marxismo nada hay que se parezca al "sectarismo", en el sentido de que sea una doctrina fanática, petrificada, surgida al margen de la vía principal que ha seguido el desarrollo de la civilización mundial. Por el contrario, lo genial en Marx es, precisamente, que dio respuesta a los problemas que el pensamiento de avanzada de la humanidad había planteado ya. Su doctrina surgió como la continuación directa e inmediata de las doctrinas de los más grandes representantes de la filosofía, la economía política y el socialismo. La doctrina de Marx es omnipotente porque es verdadera. Es completa y armónica, y brinda a los hombres una concepción integral del mundo, intransigente con toda superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa. El marxismo es el heredero legítimo de lo mejor que la humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés. Nos detendremos brevemente en estas tres fuentes del marxismo, que constituyen, a la vez, sus partes integrantes. La filosofía del marxismo es el materialismo. A lo largo de toda la historia moderna de Europa, y en especial en Francia a fines del siglo XVIII, donde se desarrolló la batalla decisiva contra toda la escoria medieval, contra el feudalismo en las instituciones y en las ideas, el materialismo se mostró como la única filosofía consecuente, fiel a todo lo que enseñan las ciencias naturales, hostil a la superstición, a la mojigata hipocresía, etc. Por eso, los enemigos de la democracia empeñaron todos sus esfuerzos para tratar de "refutar", minar, difamar el materialismo y salieron en defensa de las diversas formas del idealismo filosófico, que se reduce siempre, de una u otra forma, a la defensa o al apoyo de la religión. Marx y Engels defendieron del modo más enérgico el materialismo filosófico y explicaron reiteradas veces el profundo error que significaba toda desviación de esa base. En las obras de Engels Ludwig Feuerbach y Anti-Dühring, que -al igual que el Manifiesto Comunista - son los libros de cabecera de todo obrero con conciencia de clase, es donde aparecen expuestas con mayor claridad y detalle sus opiniones. Pero Marx no se detuvo en el materialismo del siglo XVIII, sino que desarrolló la filosofía llevándola a un nivel superior. La enriqueció con los logros de la filosofía clásica alemana, en especial con el sistema de Hegel, el que, a su vez, había conducido al materialismo de Feuerbach. El principal de estos logros es la dialéctica, es decir, la doctrina del desarrollo en su forma más completa, profunda y libre de unilateralidad, la doctrina acerca de lo relativo del conocimiento humano, que nos da un reflejo de la materia en perpetuo desarrollo. Los novísimos descubrimientos de las ciencias naturales -- el radio, los electrones, la trasformación de los elementos -- son una admirable confirmación del materialismo dialéctico de Marx, quiéranlo o no las doctrinas de los filósofos burgueses, y sus "nuevos" retornos al viejo y decadente idealismo. Marx profundizó y desarrolló totalmente el materialismo filosófico, e hizo extensivo el conocimiento de la naturaleza al conocimiento de la sociedad humana. El materialismo histórico de Marx es una enorme conquista del pensamiento científico. Al caos y la arbitrariedad que imperan hasta entonces en los puntos de vista sobre historia y política, sucedió una teoría científica asombrosamente completa y armónica, que muestra cómo, en virtud del desarrollo de las fuerzas productivas, de un sistema de vida social surge otro más elevado; cómo del feudalismo, por ejemplo, nace el capitalismo. Así como el conocimiento del hombre refleja la naturaleza (es decir, la materia en desarrollo), que existe independientemente de él, así el conocimiento social del hombre (es decir, las diversas concepciones y doctrinas filosóficas, religiosas, políticas, etc.), refleja el régimen económico de la sociedad. Las instituciones políticas son la superestructura que se alza sobre la base económica. Así vemos, por ejemplo, que las diversas formas políticas de los Estados europeos modernos sirven para reforzar la dominación de la burguesía sobre el proletariado. La filosofía de Marx es un materialismo filosófico acabado, que ha proporcionado a la humanidad, y sobre todo a la clase obrera, la poderosa arma del saber. Después de haber comprendido que el régimen económico es la base sobre la cual se erige la superestructura política, Marx se entregó sobre todo al estudio atento de ese sistema económico. La obra principal de Marx, El Capital, está consagrada al estudio del régimen económico de la sociedad moderna, es decir, la capitalista. La economía política clásica anterior a Marx surgió en Inglaterra, el país capitalista más desarrollado. Adam Smith y David Ricardo, en sus investigaciones del régimen económico, sentaron las bases de la teoría del valor por el trabajo. Marx prosiguió su obra; demostró estrictamente esa teoría y la desarrolló consecuentemente; mostró que el valor de toda mercancía está determinado por la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario invertido en su producción. Dx2Allí donde los economistas burgueses veían relaciones entre objetos (cambio de una mercancía por otra), Marx descubrió relaciones entre personas. El cambio de mercancías expresa el vínculo establecido a través del mercado entre los productores aislados. El dinero, al unir indisolublemente en un todo único la vida económica íntegra de los productores aislados, significa que este vínculo se hace cada vez más estrecho. El capital significa un desarrollo ulterior de este vínculo: la fuerza de trabajo del hombre se trasforma en mercancía. El obrero asalariado vende su fuerza de trabajo al propietario de la tierra, de las fábricas, de los instrumentos de trabajo. El obrero emplea una parte de la jornada de trabajo en cubrir el costo de su sustento y el de su familia (salario); durante la otra parte de la jornada trabaja gratis, creando para el capitalista la plusvalía, fuente de las ganancias, fuente de la riqueza de la clase capitalista. La teoría de la plusvalía es la piedra angular de la teoría económica de Marx El capital, creado por el trabajo del obrero, oprime al obrero, arruina a los pequeños propietarios y crea un ejército de desocupados. En la industria, el triunfo de la gran producción se advierte en seguida, pero también en la agricultura se observa ese mismo fenómeno, donde la superioridad de la gran agricultura capitalista es acrecentada, aumenta el empleo de maquinaria, y la economía campesina, atrapada por el capital monetario, languidece y se arruina bajo el peso de su técnica atrasada. En la agricultura la decadencia de la pequeña producción asume otras formas, pero es un hecho indiscutible. Al azotar la pequeña producción, el capital lleva al aumento de la productividad del trabajo y a la creación de una situación de monopolio para los consorcios de los grandes capitalistas. La misma producción va adquiriendo cada vez más un carácter social -cientos de miles y millones de obreros ligados entre sí en un organismo económico sistemático-, mientras que un puñado de capitalistas se apropia del producto de este trabajo colectivo. Se intensifican la anarquía de la producción, las crisis, la carrera desesperada en busca de mercados, y se vuelve más insegura la vida de las masas de la población. Al aumentar la dependencia de los obreros hacia el capital, el sistema capitalista crea la gran fuerza del trabajo conjunto. Marx sigue el desarrollo del capitalismo desde los primeros gérmenes de la economía mercantil, desde el simple trueque, hasta sus formas más elevadas, hasta la gran producción. Y la experiencia de todos los países capitalistas, viejos y nuevos, demuestra claramente, año tras año, a un número cada vez mayor de obreros, la veracidad de esta doctrina de Marx. El capitalismo ha triunfado en el mundo entero, pero este triunfo no es más que el preludio del triunfo del trabajo sobre el capital. Cuando fue derrocado el feudalismo y surgió en el mundo la "libre" sociedad capitalista, en seguida se puso de manifiesto que esa libertad representaba un nuevo sistema de opresión y explotación del pueblo trabajador. Como reflejo de esa opresión y como protesta contra ella, aparecieron inmediatamente diversas doctrinas socialistas. Sin embargo, el socialismo primitivo era un socialismo utópico. Criticaba la sociedad capitalista, la condenaba, la maldecía, soñaba con su destrucción, imaginaba un régimen superior, y se esforzaba por hacer que los ricos se convencieran de la inmoralidad de la explotación. Pero el socialismo utópico no podía indicar una solución real. No podía explicar la verdadera naturaleza de la esclavitud asalariada bajo el capitalismo, no podía descubrir las leyes del desarrollo capitalista, ni señalar qué fuerza social está en condiciones de convertirse en creadora de una nueva sociedad. Entretanto, las tormentosas revoluciones que en toda Europa, y especialmente en Francia, acompañaron la caída del feudalismo, de la servidumbre, revelaban en forma cada vez más palpable que la base de todo desarrollo y su fuerza motriz era la lucha de clases. Ni una sola victoria de la libertad política sobre la clase feudal se logró sin una desesperada resistencia. Ni un solo país capitalista se formó sobre una base más o menos libre o democrática, sin una lucha a muerte entre las diversas clases de la sociedad capitalista. El genio de Marx consiste en haber sido el primero en deducir de ello la conclusión que enseña la historia del mundo y en aplicar consecuentemente esas lecciones. La conclusión a que llegó es la doctrina de la lucha de clases Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase. Los que abogan por reformas y mejoras se verán siempre burlados por los defensores de lo viejo mientras no comprendan que toda institución vieja, por bárbara y podrida que parezca, se sostiene por la fuerza de determinadas clases dominantes. Y para vencer la resistencia de esas clases, sólo hay un medio: encontrar en la misma sociedad que nos rodea, las fuerzas que pueden -y, por su situación social, deben - constituir la fuerza capaz de barrer lo viejo y crear lo nuevo, y educar y organizar a esas fuerzas para la lucha. Sólo el materialismo filosófico de Marx señaló al proletariado la salida de la esclavitud espiritual en que se han consumido hasta hoy todas las clases oprimidas. Sólo la teoría económica de Marx explicó la situación real del proletariado en el régimen general del capitalismo. En el mundo entero, desde Norteamérica hasta el Japón y desde Suecia hasta el Africa del Sur, se multiplican organizaciones independientes del proletariado. Este se instruye y educa al librar su lucha de clase, se despoja de los prejuicios de la sociedad burguesa, está adquiriendo una cohesión cada vez mayor y aprendiendo a medir el alcance de sus éxitos, templa sus fuerzas y crece irresistiblemente. "ACERCA DEL GOBIERNO PROVISIONAL REVOLUCIONARIO" refiriéndose a Vperiod, añade que éste "quiere que la presión del proletariado sobre la revolución no sea sólo "desde abajo", que no sea únicamente desde la calle, sino también desde arriba, desde los aposentos del gobierno provisional". ¿Sólo desde abajo o desde abajo y desde arriba? Por tanto, el problema está planteado claramente. En el artículo anterior, al analizar la referencia histórica de Plejánov, hacíamos ver que éste saca sin fundamento alguno conclusiones generales y de principio apoyándose en unas palabras de Marx que se refieren por completo y exclusivamente a la situación concreta de Alemania en 1850. Esta situación concreta explica perfectamente el motivo de que Marx no plantease ni pudiera plantear entonces el problema de la participación de la Liga de los Comunistas en un gobierno provisional revolucionario. Ahora pasaremos a examinar el problema general y de principio de si esa participación es admisible. Lo primero de todo, hace falta plantear exactamente el problema objeto de la controversia. Afortunadamente, en este sentido podemos aprovechar una de las fórmulas dadas por nuestros contradictores, para evitar así las disputas acerca del fondo del asunto. En el nº93 de Iskra se dice: "El mejor camino para esa organización (para la organización del proletariado en un partido de oposición al Estado democrático burgués) es el del desarrollo de la revolución burguesa desde abajo (la cursiva es de Iskra), mediante la presión del proletariado sobre la democracia que se encuentra en el poder". Y más adelante, Iskra quiere la presión desde abajo; Vperiod la quiere "no sólo desde abajo, sino también desde arriba". La presión desde abajo es la que los ciudadanos ejercen sobre el gobierno revolucionario. La presión desde arriba es la que el gobierno revolucionario ejerce sobre los ciudadanos. Los unos limitan su actividad a la presión desde abajo. Los otros no se muestran conformes con tal limitación y piden que la presión desde abajo se complemente con la presión desde arriba. La discusión se concentra, pues, en la interrogante que nosotros hemos tomado como título: ¿sólo desde abajo o desde abajo y desde arriba? Desde el punto de vista de los principios, dicen los unos, para el proletariado no es admisible que, en la época de la revolución democrática, se ejerza presión desde arriba, "desde los aposentos del gobierno provisional". Desde el punto de vista de los principios, dicen los otros, no puede admitirse que, en la época de la revolución democrática, el proletariado renuncie incondicionalmente a la presión desde arriba, a la participación en el gobierno provisional revolucionario. No se trata, pues, de si, en una coyuntura concreta, atendida una determinada correlación de fuerzas, es probable y realizable la presión desde arriba. No, nosotros no examinamos ahora en absoluto ninguna situación concreta, y, atendidos los repetidos intentos de suplantar un problema en litigio por otro, pedimos encarecidamente al lector que lo tenga en cuenta. Ante nosotros figura el problema general de principio de si es admisible el paso de la presión desde abajo a la presión desde arriba en la época de la revolución democrática. A fin de aclarar el problema, acudiremos lo primero de todo a la historia de las opiniones tácticas de los fundadores del socialismo científico. ¿Hay en esta historia alguna discusión precisamente acerca del problema general de si es admisible la presión desde arriba? Sí que la hay. De motivo para ella sirvió la insurrección española del verano de 1873. Engels analizó las lecciones que el proletariado socialista debía extraer de este levantamiento en el artículo Los bakuninistas en acción, publicado en 1873 en el periódico socialdemócrata Volksstaat y reimpreso en 1894 en el folleto Internationales aus dem Volksstaat. Veamos las conclusiones generales a que Engels llegaba. El 9 de febrero de 1873, el rey de España, Amadeo, abdicó. "Fue el primer rey huelguista", ironiza Engels. El 12 de febrero fue proclamada la República. Inmediatamente, estalló en las Provincias Vascongadas un levantamiento carlista. El 10 de abril fue elegida una Asamblea Constituyente, que el 8 de junio proclamó la República federal. El 11 de junio se constituyó un nuevo ministerio bajo la presidencia de Pi i Margall. Los republicanos extremistas, los llamados intransigentes, no fueron incluidos en la comisión encargada de redactar el proyecto de Constitución. Y cuando el 3 de julio la nueva Constitución fue proclamada, los intransigentes se sublevaron. Del 5 al 11 de julio triunfaron en Sevilla, Granada, Alcoy, Valencia y otros puntos. El Gobierno de Salmerón, formado después de la dimisión de Pi i Margall, lanzó la fuerza militar contra las provincias insurreccionadas. El levantamiento fue vencido tras una resistencia más o menos tenaz: Cádiz cayó el 26 de julio de 1873; Cartagena, el 11 de enero de 1874. Tales son, resumidos, los datos cronológicos que Engels cita antes de su exposición. Al analizar las lecciones del acontecimiento, Engels subraya en primer lugar que la lucha por la República no era ni podía ser en España la lucha por la revolución socialista. "España –dice él- es un país muy atrasado industrialmente y, por lo tanto, no puede hablarse aún de una emancipación inmediata y completa de la clase obrera. Antes de esto, España tiene que pasar por varias etapas previas de desarrollo y quitar de en medio toda una serie de obstáculos. La República brindaba la ocasión para acortar en lo posible estas etapas previas y para barrer rápidamente estos obstáculos. Pero esta ocasión sólo podía aprovecharse mediante la intervención política activa de la clase obrera española. La masa obrera lo sentía así; en todas partes presionaba para que se interviniese en los acontecimientos, para que se aprovechase la ocasión de actuar en vez de dejar a las clases poseedoras el campo libre para la acción y para las intrigas, como se había hecho hasta entonces". Así pues, se trataba de luchar por la República, de una revolución democrática, y no de una revolución socialista. El problema de la intervención de los obreros en los acontecimientos se planteaba entonces de dos formas: por un lado, los bakuninistas (o "aliancistas", fundadores de la "Alianza" para la lucha contra la "Internacional" marxista) negaban la actuación política, la participación en las elecciones, etc. Por otro lado, eran contrarios a sumarse a una revolución que no persiguiese la emancipación completa e inmediata de la clase obrera; eran contrarios a participar en el gobierno revolucionario. Y este último aspecto de la cuestión es lo que para nosotros ofrece interés particular desde el punto de vista del problema que debatimos. Este aspecto de la cuestión es lo que, entre otras cosas, dio motivos para formular la diferencia de principios entre las dos consignas tácticas. "Los bakuninistas –dice Engelshabían venido predicando durante muchos años que toda acción revolucionaria de arriba a abajo era perniciosa y que todo debía organizarse y llevarse a cabo de abajo a arriba". Así pues, el principio "sólo desde abajo" es un principio anarquista. Engels señala el gran absurdo que significa este principio en la época de la revolución democrática. De él se desprende, como algo natural e inevitable, la conclusión práctica de que la instauración de gobiernos revolucionarios es una traición a la clase obrera. Y a esa conclusión llegaron precisamente los bakuninistas, al proclamar en calidad de principio que "la instauración de un Gobierno revolucionario no es más que un nuevo engaño y una nueva traición a la clase obrera". Según ve el lector, ante nosotros tenemos precisamente los dos "principios" hasta los cuales ha descendido también la nueva Iskra, o sea: 1) únicamente se puede admitir la acción revolucionaria desde abajo, en contraposición a la táctica de "desde abajo y desde arriba"; 2) la participación en el gobierno provisional revolucionario es una traición a la clase obrera. Estos dos principios de la nueva Iskra son principios anarquistas. El curso real de la lucha por la República en España demostró precisamente todo lo absurdo y reaccionario de ambos principios. Engels lo hace ver así en los distintos episodios de la revolución española. Por ejemplo, estalla la revolución en Alcoy, que era una ciudad fabril de reciente creación, con una población de 30.000 habitantes. La insurrección de los obreros vence, a pesar de que la dirigen los bakuninistas, que por principio rehuyen la idea de organizar la revolución. Pasadas las cosas, los bakuninistas se alabaron de que habían quedado "dueños de la situación". Veamos qué hicieron de su "situación" los tales "dueños", dice Engels. Lo primero de todo formaron en Alcoy un "Comité de Salud Pública", es decir, un gobierno revolucionario. Y eso lo hacían los aliancistas (bakuninistas), los mismos que en su Congreso del 15 de septiembre de 1872, sólo diez meses antes de la revolución, habían acordado: "toda organización de un poder político, del poder llamado provisional o revolucionario, no puede ser más que un nuevo engaño y resultaría tan peligrosa para el proletariado como todos los gobiernos que existen actualmente". En vez de refutar estas frases anarquistas, Engels se limitó a la observación sarcástica de que precisamente los partidarios de la resolución hubieron de "formar parte de ese Gobierno Provisional revolucionario" de Alcoy. Engels censura a estos señores, con el desprecio que se merecen, el que, al verse en el poder, demostraran "la más completa confusión, la más completa inactividad, la más completa ineptitud". Con ese mismo desprecio hubiera respondido Engels a las acusaciones de "jacobinismo", a las que tan aficionados son los girondinos de la socialdemocracia . Según él hace ver, en algunas otras ciudades, por ejemplo, en Sanlúcar de Barrameda (puerto de 26.000 habitantes, cerca de Cádiz), "los aliancistas, en contra de sus principios anarquistas, instituyeron un gobierno revolucionario", reprochándoles que "no supieron por dónde empezar a servirse de su poder". Engels, muy al corriente de que los jefes bakuninistas de los obreros habían figurado en los gobiernos provisionales junto a los intransigentes, es decir, junto a los republicanos representantes de la pequeña burguesía, no reprocha a los bakuninistas su participación en el gobierno (como correspondería según los "principios" de la nueva Iskra), sino la falta de organización, la falta de energía en la participación, el haberse subordinado a la dirección de los señores republicanos burgueses. El demoledor sarcasmo con que Engels habría colmado a las gentes que en una época de revolución quitan importancia a la dirección "técnica" y militar, nos lo indican, entre otras cosas, sus reproches a los jefes bakuninistas de los obreros en el sentido de que, habiendo entrado en el gobierno revolucionario, dejaron la "dirección política y militar" a los señores republicanos burgueses, mientras ellos se dedicaban a alimentar a los obreros con tópicos brillantes y con proyectos de reformas "sociales" que sólo existían sobre el papel. Como auténtico jacobino de la socialdemocracia, Engels no sólo sabía calibrar la importancia de la acción desde arriba, no sólo admitía plenamente la participación en el gobierno revolucionario junto a la burguesía republicana, sino que reclamaba esta participación y la enérgica iniciativa militar del poder revolucionario. Además, se consideraba obligado a dar consejos militares acerca de la dirección práctica. "No obstante –dice-, esta insurrección, aunque iniciada de un modo descabellado, tenía aún grandes perspectivas de éxito si se la hubiera dirigido con un poco de inteligencia, aunque hubiese sido al modo de pronunciamientos militares españoles, en que la guarnición de una plaza se subleva, va sobre la plaza más cercana, arrastra consigo a su guarnición, preparada de antemano, y, creciendo como un alud, los insurrectos avanzan sobre la capital, hasta que una batalla afortunada o el paso a su campo de las tropas enviadas contra ellos decida el triunfo. Tal método era especialmente adecuado en esta ocasión. Los insurrectos se hallaban organizados en todas partes desde hacía tiempo en batallones de voluntarios, cuya disciplina era, a decir verdad, pésima, pero no peor, seguramente, que la de los restos del antiguo ejército español, descompuesto en su mayor parte. La única fuerza de confianza de que disponía era la Guardia Civil, y ésta se hallaba desperdigada por todo el país. Ante todo había que impedir la concentración de los guardias civiles y, para ello, no existía más recurso que tomar la ofensiva y aventurarse a campo abierto. La cosa no era muy arriesgada, pues el gobierno sólo podía oponer a los voluntarios tropas tan indisciplinadas como ellos mismos. Y, si se quería vencer, no había otro camino". ¡Así es como razonaba un fundador del socialismo científico cuando tuvo ocasión de tratar de las tareas de la insurrección y de la lucha directa en una época de estallido revolucionario! A pesar de que la insurrección la iniciaron los republicanos pequeñoburgueses; a pesar de que para el proletariado no se planteaba el problema ni de la revolución socialista ni de la libertad política imprescindible y elemental, Engels tuvo palabras apasionadas de gran alabanza para la activísima participación de los obreros en la lucha por la República, exigiendo de los jefes del proletariado que subordinasen toda su actuación a los imperativos de la victoria en la lucha iniciada; Engels, personalmente, como uno de los jefes del proletariado, se ocupó incluso de los detalles de la organización militar, sin desdeñar, puesto que eran necesarios para el triunfo, ni los caducos modos de lucha de los pronunciamientos militares y poniendo en el vértice de todo la ofensiva y la centralización de las fuerzas revolucionarias. Sus reproches más amargos son para los bakuninistas, por haber elevado a la categoría de principio "lo que en la guerra campesina alemana y en las insurrecciones alemanas de mayo de 1849 había sido un mal inevitable: la atomización y el aislamiento de las fuerzas revolucionarias, que permitió a unas y las mismas tropas del gobierno ir aplastando un alzamiento tras otro". Las ideas de Engels sobre la dirección de la insurrección, sobre la organización de la revolución, sobre la utilización del poder revolucionario, se diferencian como el cielo de la tierra de las ideas seguidistas que sustenta la nueva Iskra. Haciendo un balance de las enseñanzas de la revolución española, Engels señala ante todo que "en cuanto se enfrentaron con una situación revolucionaria seria, los bakuninistas se vieron obligados a echar por la borda todo el programa que hasta entonces habían mantenido". Concretamente: en primer lugar, hubo que echar por la borda el principio del apoliticismo, de la abstención en las elecciones, el principio de la "abolición del Estado". En segundo lugar, "abandonaron su principio de que los obreros no debían participar en ninguna revolución que no persiguiese la inmediata y completa emancipación del proletariado, y participaron en un movimiento cuyo carácter puramente burgués era evidente". En tercer lugar –y esta conclusión da respuesta precisamente al problema objeto de nuestra polémica- "pisotearon el principio que acababan de proclamar ellos mismos, principio según el cual la instauración de un gobierno revolucionario no es más que un nuevo engaño y una nueva traición a la clase obrera, instalándose cómodamente en las juntas gubernamentales de las distintas ciudades, y además casi siempre como una minoría impotente, neutralizada y políticamente explotada por los burgueses". Con su incapacidad para dirigir la insurrección, al dispersar las fuerzas revolucionarias en lugar de centralizarlas, al ceder la dirección de la revolución a los señores burgueses, al disolver la sólida y fuerte organización de la Internacional, "los bakuninistas españoles nos han dado un ejemplo insuperable de cómo no debe hacerse una revolución". *** Resumiendo lo anterior, llegamos a las siguientes conclusiones: 1. Reducir por principio la acción revolucionaria a la presión desde abajo y renunciar a la presión desde arriba también es anarquismo. 2. Quien no comprenda las nuevas tareas en una época de revolución, las tareas de la acción desde arriba, quien no sepa determinar las condiciones y el programa de tal acción, no tiene idea de las tareas del proletariado en cualquier revolución democrática. 3. El principio de que la socialdemocracia no debe participar con la burguesía en un gobierno provisional revolucionario, que toda participación de esa índole es una traición a la clase obrera, es un principio del anarquismo. 4. Toda "situación revolucionaria seria" plantea ante el partido del proletariado la tarea de la realización consciente de la revolución, de la organización de la revolución, de la centralización de todas las fuerzas revolucionarias, de la arrojada ofensiva militar, de la más enérgica utilización del poder revolucionario. 5. Marx y Engels no habrían podido aprobar ni habrían aprobado jamás la táctica de la nueva Iskran en el actual momento revolucionario, pues no es sino una repetición de todos los errores antes enunciados. Marx y Engels hubieran dicho que la posición de principios de la nueva Iskra significaba contemplar la espalda del proletariado y repetir las equivocaciones anarquistas. Ho Chi Minh El camino que me condujo al leninismo (1960) Tras la I Guerra Mundial, hice mi vida en París, ya como retocador para un fotógrafo, ya como el pintor de “antigüedades Chinas” (¡Que eran fabricadas en Francia!). Mientras, distribuía folletos denunciando los crímenes cometidos por el colonialismo francés en Vietnam. En esa época, apoyé la Revolución de Octubre, pero sólo instintivamente, sin comprender aún toda su importancia histórica. Amé y admiré a Lenin porque él era un gran patriota que había liberado a sus compatriotas. Hasta entonces, yo no había leído ninguno de sus libros. La razón de mi adhesión al Partido Socialista Francés fue que esas “damas y caballeros” -como yo llamaba a mis camaradas en aquel tiempo- habían demostrado su simpatía hacia mí, hacia la lucha de los pueblos oprimidos. Pero ni entendía qué era un partido, ni un sindicato, ni qué significaba socialismo o comunismo. Las discusiones acaloradas fueron teniendo lugar entre las diferentes ramas del Partido Socialista, sobre la cuestión de si el Partido Socialista debía permanecer en la Segunda Internacional, si debía ser formada una Segunda Y Media Internacional o si debía el Partido Socialista unirse a la Tercera Internacional de Lenin. Asistía a las reuniones con regularidad, dos o tres veces por semana, y atentamente escuchaba. Al principio, yo no podía entender a fondo por qué las discusiones eran tan acaloradas. Ya con la Segunda, ya la Segunda Y Media, ya la Tercera Internacional, la revolución la revolución podía ser librada. ¿Cuál era el sentido de discutir, entonces? En cuanto a la Primera Internacional, ¿qué había sido de ella? Lo que más quería saber -y esto era precisamente lo que no se debatía en aquellas reuniones- era: ¿cuál de las Internacionales se pondría del lado de los pueblos de los países coloniales? Levanté esta pregunta -en mi opinión, la más importante- en una de las reuniones. Algunos camaradas respondieron: “Será la Tercera, no la Segunda”. Y un camarada me dio para leer la “Tesis sobre las cuestiones nacionales y coloniales”, de Lenin, publicada por la revista L'Humanité. Había términos políticos difíciles de entender en este libro, pero a fuerzo de leerlo una y otra vez, pude finalmente comprender gran parte de éste. ¡Qué entusiasmo, emoción, confianza y clarividencia infundió en mí! Estaba exultante de alegría, hasta las lágrimas. Aunque estaba sentado solo en mi cuarto, grité alto como si me dirigiera a grandes multitudes: “¡Queridos mártires compatriotas! ¡Esto es lo que necesitamos! ¡Éste es el camino a nuestra liberación!” Después de entonces, yo tenía plena confianza en Lenin y en la Tercera Internacional. Anteriormente, durante las reuniones del Partido, yo solamente escuchaba los debates; tenía la vaga creencia de que todo lo que allí decían era lógico, y no podía diferenciar quién estaba en lo correcto y quién no. Pero desde entonces en adelante, yo también me sumergí en los debates y discutí con fervor. Pese a que aún estaba carente de las palabras en francés para poder expresar la plenitud de mis pensamientos, aplasté los alegatos que atacaban a Lenin y la Tercera con no menos vigor. Mi único argumento era: “Si no condenas el colonialismo, si no apoyas a los pueblos colonizados, ¿qué especie de revolución es la que tú quieres librar?” No solo tomé parte en las reuniones de mi propio Partido, sino que también fui a otros partidos para dejar clara mi posición. Ahora debo contar de nuevo que los camaradas Marcel Cachin, Vaillant Couturier, Monmousseau y tantos otros me ayudaron a ampliar mis conocimientos. Finalmente, en el Congreso de Tours, voté con ellos para nuestra adhesión a la Tercera Internacional. Al principio, el patriotismo y no el comunismo me condujeron a tener confianza en Lenin y en la Tercera Internacional. Paso a paso, a través de la lucha, estudiando el marxismoleninismo a la vez que participaba en actividades prácticas, gradualmente llegué a la conclusión de que sólo el socialismo y el comunismo podían liberar a las naciones oprimidas de la esclavitud. Hay una leyenda en nuestro país, también en China, sobre el milagroso “Libro de la Sabiduría”. Cuando encara grandes dificultades, uno abre el libro y encuentra el camino para salvarlos. El leninismo no es sólo un milagroso “libro de la sabiduría”, una brújula para los revolucionarios vietnamitas ni el pueblo: es también el radiante sol que ilumina nuestra senda hasta la victoria final, hasta el socialismo y el comunismo. El imperialismo: ¿fase superior o “lo nuevo” del capitalismo? Breve reflexión sobre el título de la clásica obra de Lenin Por: Atilio A. Boron Luego de una estupenda cena casera con los amigos del CEFMA [1], uno de ellos, Hernán Randi, se entretenía mirando un hermosísimo libro de fotos e imágenes sobre Lenin publicado en Rusia durante la época soviética. [2] Pasaba distraídamente sus hojas cuando de repente tropezó con una lámina que le llamó la atención, y compartió esa sorpresa con los demás: era una que contenía la copia facsimilar de la tapa de la edición rusa del clásico libro de Lenin sobre el imperialismo. Randi, quien tiene conocimientos de ruso por haber estudiado en la Unión Soviética en los últimos años de los ochentas y hasta el derrumbe, reparó en un detalle que en ese momento nos pareció como una sorpresiva curiosidad: el título original de la obra, tal como allí aparecía era: El imperialismo, lo nuevo del capitalismo.[3] Poco después la conversación siguió su curso, estimulada por la contemplación de otros tesoros fotográficos contenido en la obra pero, un día después ese detalle reapareció en mi recuerdo con la conciencia de que tenía una significación teórica que trascendía de lejos la primera impresión, y que la curiosidad y lo anecdótico podían ocultar una cuestión mucho más de fondo. En efecto, el significado de estas palabras: “superior” o “nuevo” estaba lejos de ser idéntico. Sus diferencias obligaban a hacer un breve ejercicio hermenéutico encaminado a vislumbrar, de la manera más clara posible, lo que Lenin había querido decir cuando eligió la segunda y no la primera. Las cosas se complicaron más cuando, revisando algunos textos posteriores de Lenin pude comprobar, por ejemplo, que en La Revolución Proletaria y el Renegado Kautsky se refiere a su libro como El Imperialismo, etapa contemporánea del capitalismo.[4] Las traducciones al inglés del libro dedicado a refutar las tesis de Kautsky se refieren a este mismo asunto aunque en lugar de “contemporánea” aparece la voz “última”. Así sucedió con una edición hecha en la Argentina y también con la que publicara la editorial de Lenguas Extranjeras de la República Popular China. Lamentablemente, no se aclara cual fue esa primera edición en lengua inglesa.[5] Nos encontramos así ante cuatro posibles conceptos para caracterizar al capitalismo de ese tiempo: “superior”, “nueva o novedosa”, “contemporáneo” y “última”. Salta a la vista que “nueva”, “novedosa”, “contemporánea” o “última” son términos que carecen de las positivas connotaciones axiológicas que guarda la voz “superior.” Esta implica una elevación, un ascenso hacia niveles nunca alcanzados en el proceso de construcción histórica de una formación económicosocial capitalista, valoración que es altamente improbable estuviera presente en la visión que Lenin tenía sobre este modo de producción. En el Diccionario Ideológico de la Lengua Española, de Julián Casares, se define el adjetivo “superior” en los siguientes términos: “dícese de lo que está más alto y en lugar preeminente respecto de otra cosa.// fig. Dícese de lo más excelente y digno de aprecio.// Excelente, muy bueno.” Dos problemas, por lo tanto: primero, “excelente” o “digno de aprecio” son calificaciones que Lenin jamás le adjudicó al capitalismo. Segundo, en el término “superior” subyace una premisa evolucionista y etapista ajena por completo al pensamiento de Lenin pero que se ajustaba como anillo al dedo a la concepción histórica que informaba la codificación que el estalinismo haría de sus ideas después de su muerte. En efecto, lo superior implica el desarrollo de potencialidades existentes en la forma inferior y una marcha ininterrumpida hacia un estadío merecedor de una mejor valoración. Sólo que la asunción de estas premisas por parte de Lenin supondría la adhesión a un esquema de interpretación lineal y abstracto –ergo, no dialéctico- de la historia del capitalismo, y de su situación a comienzos del siglo veinte, que era completamente ajena a la tradición marxista tan cuidadosamente respetada y preservada por el revolucionario bolchevique a lo largo de toda su vida. Más no era éste el caso de la concepción etapista sintetizada en el Diamat de la Academia de Ciencias de la URSS, donde la sucesión histórica que llevaba del capitalismo de libre competencia a una etapa “superior”, signada por el predominio de los monopolios, no podía sino desembocar en “otra etapa superior”, la dictadura del proletariado del interregno socialista que, a su vez, culminaría con la llegada a la estación final del proceso histórico: el comunismo. Alguien podría objetar este razonamiento recordando que Marx y Engels también hablan del comunismo como la “fase superior” del socialismo, tema que es concienzudamente examinado por el propio Lenin en el El Estado y la Revolución, cuando analiza la crucial cuestión de las bases económicas de la extinción del estado.[6] Pero en el caso de los fundadores del materialismo histórico la “superioridad” del comunismo se asentaba sobre profundos fundamentos éticos, económicos y políticos ya que consolidaba los avances del socialismo. No era tan sólo algo novedoso sino sobre todo algo axiológicamente mucho mejor, más igualitario, emancipador, liberador porque el comunismo suponía la clausura definitiva de la prehistoria de la humanidad, signada por la existencia de la explotación clasista, y el amanecer de una inédita forma social despojada de ese lastre. Era, por lo tanto, perfectamente posible en este caso hablar de una forma “superior.” Teniendo en cuenta estos antecedentes se puede concluir que no podía ser ese el sentido que Lenin le asignaba a la nueva reconfiguración del capitalismo en su etapa imperialista, signaba, como tantas veces lo subrayara, por el predominio de los monopolios. De ahí que, siendo un pensador y político saludablemente obsesionado por el estricto uso del lenguaje, no haya sido nada casual que en lugar de “superior” hubiera utilizado la expresión “nueva” (o “novedosa”, según se traduzca del ruso) para referirse, precisamente, a los cambios que presentaba el capitalismo en el marco de la Primera Guerra Mundial. La cosmovisión filosófica integral de Lenin, arraigada profundamente en el suelo de la tradición marxista, no le hubiera permitido jamás concebir que las horrendas mutaciones del capitalismo en la edad de los monopolios, la universalización del bandidaje, el saqueo y el pillaje, y la carnicería de la Primera Guerra Mundial podían constituir una fase “superior” en cualquier sentido del término. Era novedoso, sin duda; y era conveniente tomar nota de esos cambios, pero para nada podrían considerarse como algo “superior.” [7] Dado lo anterior no deja de ser lamentable el infortunio editorial que corrió la obra de Lenin en su traducción a distintos idiomas. En la gran mayoría de las lenguas occidentales se reemplazó “nueva” por “superior”. La generalizada utilización de “superior”, ¿no estaría induciendo que un capitalismo instalado en una etapa “superior” es mejor –en algún sentido- que el que le precedió? Esta conclusión se ajustaba muy bien a la opinión por entonces prevaleciente en la socialdemocracia alemana, que ya había abjurado de la revolución y del socialismo; y también hacía lo propio con la codificación estalinista del legado teórico de Lenin. En vista de lo anterior no sería temerario proponer que este reemplazo de términos distorsiona lo que Lenin efectivamente pensaba acerca del capitalismo de su tiempo. Por otra parte hubo variaciones en las traducciones que contribuyeron a confundir aún más las cosas. La primera al francés de la obra de Lenin se hace con el sorprendente título de L'impérialisme, stade suprême du capitalisme, en donde la introducción del adjetivo “supremo” debió seguramente causar un profundo fastidio en Lenin, en caso de que hubiese llegado a ver la edición de su obra porque desnaturalizaba burdamente su concepción sobre el asunto. ¿Qué es esto de llamar “supremo” –algo inalcanzablemente superior- a un régimen económico social signado por la conquista, el pillaje, la guerra y la superexplotación de las masas a escala mundial? No obstante, ya muerto Lenin, la editorial del Partido Comunista Francés, (L’Humanité) re-edita la obra en 1925 y corrigió el error, sólo que con una espectacular modificación de su título: ahora el libro se llamaL'impérialisme, derniere stade du capitalisme.[8] Si antes esa fase era “suprema” ahora pasa a ser la “última”. Salvo, para los editores en lengua italiana que hasta el día de hoy continúan utilizando el vocablo originalmente adoptado por los franceses, la interpretación canónica del título de la obra quedó plasmada en la forma hoy por todos conocida: el imperialismo es la etapa “superior” del capitalismo. En Alemania la obra de Lenin fue traducida como Der Imperialismus als höchstes Stadium des Kapitalismus en donde la palabra “höchstes”, también aludía a una condición de superioridad, una elevación por encima de todo el resto. Y en línea con esta interpretación encontramos los títulos de las sucesivas ediciones registradas en lengua castellana, inglesa y portuguesa. Un breve texto de Lenin escrito pocos meses después de su libro, y titulado “El imperialismo y la escisión del socialismo”, clarifica sólo en parte esta discusión, agravada, nuevamente, por los problemas propios de la traducción del ruso a otras lenguas.[9] En ese escrito Lenin define textualmente al imperialismo “como una fase histórica especial del capitalismo, que tiene tres peculiaridades; el imperialismo es: 1) capitalismo monopolista; 2) capitalismo parasitario o en descomposición; 3) capitalismo agonizante. La sustitución de la libre competencia por el monopolio es el rasgo económico fundamental, la esencia del imperialismo.” [10] Poco más abajo aparece la expresión “fase superior” (otra vez, en la traducción a lengua castellana, que requeriría examinar el texto original ruso para ver si es ese el término empleado por Lenin) pero renglón seguido dice que “las guerras hispano-americana (1898), anglobóer (1899-1902 y ruso-japonesa (19041905) y la crisis económica de Europa en 1900 son los principales jalones históricos de esta nueva época de la historia mundial.” [11] Parecería claro, en consecuencia, que lo de “superior” es, en el mejor de los casos (traducción mediante) una consideración secundaria en relación a los novedosos elementos que caracterizan a una nueva época en la historia mundial. Por lo visto hasta aquí la traducción de textos teóricos fundamentales plantea a veces serios problemas hermenéuticos. Ya examinamos brevemente el problema en un trabajo en el cual cuestionábamos una traducción canónica –pero insanablemente equivocada, como muchas de las verdades contenida en el canon de lo correcto- de un término que emplea Marx en su famoso "Prólogo" a la Contribución a la crítica de la economía política . Traducción que indujo a autores como Ernesto Laclau y tantos otros a extraer erróneas conclusiones en relación al clásico problema de la relación entre estructuras y superestructuras, con todas las complejidades y problemas que tiene esta segunda expresión. En efecto, Laclau plantea en uno de sus escritos una crítica al carácter determinista del marxismo, misma que permea a lo largo de toda su obra pero que se verifica de manera rotunda en el mencionado escrito de Marx en el cual se utiliza un verbo – “bedingen”- que es torpemente traducido como “determinar”, para especificar la naturaleza del vínculo estructura/superestructura. Ahora bien: “bedingen” quiere decir, según el Diccionario Langenscheidts AlemánEspañol, “condicionar”, “requerir” o “presuponer”, al paso que determinar, en alemán, es “bestimmen”. Que un personaje tan cuidadoso con sus escritos como Marx haya utilizado “bedingen” y no “bestimmen” no fue casual; la estructura puede condicionar a la superestructura política o cultural, pero no la determina, al menos en el sentido fuerte que una cierta crítica virulentamente anti-marxista se regodea en señalar. Este grosero error de traducción ha quedado consagrado por el tiempo, dando pátina de seriedad a una crítica tan infundada como malintencionada del supuesto “determinismo” de Marx.[12] Pero los problemas no son sólo de traducción. El pensamiento marxista, nacido y desarrollado en los entresijos de un sistema que persiguió esas ideas con implacable saña, siempre tuvo que lidiar no sólo con los duros desafíos que le planteaba la praxis revolucionaria y el devenir del proceso histórico –que a menudo ponían en entredicho algunos de los supuestos de la primera- sino también las dificultades que la censura imponía a la difusión de sus obras. Gramsci fue víctima preferencial de esta práctica durante los once años que permaneció en las cárceles del fascismo, pero otro tanto ocurrió con Lenin que, refugiado en Zurich se empeñaba en hacer circular sus obras sorteando los obstáculos que interponía la censura zarista. Precisamente en el “Prólogo” al Imperialismo dice textualmente que “(E)l folleto está escrito teniendo en cuenta la censura zarista. Por esto no sólo me vi precisado a limitarme estrictamente a un análisis exclusivamente teórico – sobre todo económico-, sino también a formular las indispensables y poco numerosas observaciones de carácter político con una extraordinaria prudencia, por medio de alusiones, del lenguaje a lo Esopo, maldito lenguaje al cual el zarismo obligaba a recurrir a todos los revolucionarios cuando tomaban la pluma para escribir algo con destino a la literatura “legal.” [13] Si bien lo que acabamos de escribir es apenas un preliminar ejercicio que merecería un tratamiento más sistemático no sería erróneo concluir que, a los efectos de la educación política de los cuadros y militantes anticapitalistas, convendría restaurar el título original de la obra de Lenin sustituyendo “superior” por “nueva”. Y esto por varias razones: (a) porque este último concepto subraya las incesantes novedades que presenta el capitalismo, el modo de producción más dinámico de la historia, según lo atestiguaran Marx y Engels, abandonando, por lo tanto, las coagulaciones conceptuales que impiden dar cuenta de sus permanentes transformaciones las que, sin embargo, no alcanzan a disimular la persistencia de sus inherentemente opresivas determinaciones esenciales; (b) porque la idea de “superioridad” puede fácilmente desembocar en una concepción del capitalismo imperialista como una entidad fantasmática, inasible, inabordable y sobre todo inexpugnable, estimulando la pasividad o el fatalismo derrotista de las clases y capas subordinadas y la ilusión de que la superación del capitalismo sólo podrá ser la obra de los azarosos impulsos erráticos, anómicos e imprevisibles de las multitudes nómadas. Imperio, la clásica obra de Hardt y Negri, es un claro ejemplo de lo que venimos diciendo. Obviamente, a partir de ello se liquida la teoría de la revolución, el debate sobre las estrategias y tácticas de lucha anticapitalista y la concepción (y la necesidad) del partido revolucionario. ¡Estupendo negocio para la burguesía y los imperialistas! (c) porque la idea de la permanente novedad del capitalismo obliga a las fuerzas que militan a favor de la revolución anti-capitalista a extremar sus esfuerzos para profundizar en su estudio, a fortalecer su conocimiento y a cultivar el desarrollo de la teoría marxista, en línea con aquel viejo apotegma de Lenin que decía que “sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria”. Y que un estímulo para el desarrollo de la teoría es la constatación de que nos encontramos ante un sistema que se reproduce y permanece, pero lo hace “revolucionándose incesantemente”, como Marx y Engels decían en el Manifiesto Comunista y que por eso mismo es preciso examinar las transformaciones de su fisonomía, sus cambios de piel bajo los cuales se preservan y refuerzan los inhumanos y opresivos fundamentos del orden social capitalista. Sin ese adecuado conocimiento resultará muy difícil, para no decir imposible, pretender cambiar al sistema. Lección número uno del arte militar, desde Tsun Tzu a Lenin y Gramcsi, pasando por Maquiavelo y von Clausewitz: enemigo que se desconoce no puede ser derrotado; (d) por último, porque estoy absolutamente convencido que si hay algo que Lenin no quería era que en cualquiera de sus escritos se deslizara la posibilidad de concebir al capitalismo como una formación social indestructible a favor de su enorme capacidad para “superarse” permanentemente. Una tal concepción remata inevitablemente en la tesis de la economía clásica inglesa, tan criticada por Marx, que mientras consideraba a las formaciones sociales precapitalistas como productos artificiales de la historia naturalizaba y eternizaba al capitalismo. Por todo lo anterior, sería aconsejable hacer un esfuerzo en dos direcciones: primero, para revisar cuidadosamente los textos originales de Lenin escritos en lengua rusa y verificar la correcta traducción de algunos de sus conceptos cruciales, como el imperialismo; segundo, sugerir a las editoriales que publican el clásico libro de Lenin que procedan a cambiar el título, respetando estrictamente el que había elegido su autor cuando en 1917 lo publicara en su lengua materna. ___________ [1] CEFMA. Centro de Estudios y Formación Marxista Héctor P. Agosti [2] Randi es Periodista y Dicector Adjunto del CEFMA. [3] Podría también traducirse como El imperialismo, lo novedoso del capitalismo. Es sabido las dificultades que comporta la traducción, especialmente desde una lengua eslava a una romance como el castellano. Pero más allá de estos problemas, es claro que la expresión “superior” no se hallaba presente en la primera edición de la obra de Lenin que viera la luz bajo la muy cuidadosa supervisión del autor. Recordemos que la obra fue publicada en ruso a mediados de 1917 en Petrogrado, habiendo sido escrita entre Enero y Junio de 1916. [4] Tal es la traducción del ruso que se encuentra en V. I. Lenin, Obras Escogidas en doce tomos (Moscú: Editorial Progreso, 1977), p. 2. [5] Ver en lengua castellana La Revolución Proletaria y el Renegado Kautsky (Buenos Aires: Editorial Anteo, "Pequeña biblioteca MarxistaLeninista",1974) pg. 9. La traducción china al inglés lleva por título The Proletarian Revolution and the Renegade Kaustky (Pekin: Foreign Languages Press, 1965), p. 3 [6] El análisis se encuentra en el capítulo 5 de la mencionada obra. [7] Un dato que conviene tener en cuenta sobre el proceso de elaboración de El Imperialismo: según el historiador y filósofo marxista italiano Luciano Gruppi durante el período 1912-1916 Lenin consultó 148 libros y 232 artículos sobre el tema, y las notas y comentarios sobre estos materiales llenaron veinte cuadernos. Sobre esto ver Luciano Gruppi, Il pensiero di Lenin (Roma: Editori Riiuniti, 1971), pp. 150-151. El historiador británico D. K. Fieldhouse también aporta algunos elementos sobre la formación del pensamiento de Lenin. Ver su “Imperialism: An Historiographical Revision”, en The Economic History Review (New Series, Vol. 14, No. 2 (1961), pp. 187-209. [8] Téngase presente que La Revolución Proletaria y el Renegado Kautsky en una obra de 1918. Es decir que ya para ese entonces Lenin sabía que una traducción de su libro sobre el imperialismo utilizaba la expresión “última” en el título. La edición francesa que apela a este término es recién de 1925. [9] Obras Escogidas en Doce Tomos, op. cit. pp. 55-61. La cita es de la página 55 y el énfasis se encuentra en el original. El texto fue escrito en Octubre de 1916 y publicado en Diciembre en el número 2 del “Sbórnik Sotsial-Demokrata”. [10] El énfasis es nuestro. [11] Ibid., p. 55. El énfasis es otra vez nuestro, para subrayar una vez más la importancia que Lenin le asignaba a los aspectos novedosos del capitalismo y de la propia historia mundial. [12] Ver nuestro Tras el Búho de Minerva. Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2000), libro que se puede descargar gratuitamente enhttps://docs.google.com/file/d/0Bx2Y C3gJbq2TOTFmZTE0OTctMTViOS00 NmZhLTg2YjctZTU3MmQ1YjIzODNj/ edit?pli=1 En el capítulo 3 de ese libro se esboza una crítica a los mal llamados “gramscianos argentinos” y a los “postmarxistas”, y especialmente a la teoría de la hegemonía de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. La cita concreta sobre la cuestión del “determinismo” en Marx se encuentra en la obra del primero de los autores, Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo (Buenos Aires, Nueva Visión: 1993) p. 22. [13] Cf. La versión del libro de Lenin publicada por Ediciones Luxemburg en 2009, con el notable estudio introductorio de Plinio de Arruda Sampaio Júnior. La referida cita de Lenin se encuentra en la página 93. No es un dato menor que el subtítulo del libro de Lenin sea “Ensayo Popular”, lo que indica muy claramente cuál era la intención del autor y a qué público quería llegar, y los problemas que ante estos propósitos erigía la necesidad de escribir utilizando el “maldito lenguaje de Esopo.”